Otro recuerdo que me envía desde Italia mi primo “ANTOÑITO”
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Mi amigo Rodolfo vivía a unos cien metros del cruce peligroso, en Pan de Azúcar, rumbo a Piriápolis. Por el terreno de su casa pasaba un arroyito en el que corría siempre agua y como pasaba al lado de un árbol grande, las raíces habían formado un pequeño salto de agua. Fue en ese lugar donde pensamos construir nuestra obra de ingeniería.
Para poder trabajar tranquilos, primero tuvimos que desviar el curso del arroyo por un costado y así clavamos las tablas que sostendría el molino, lo tuvimos que hacer regulable, es decir, las dos tablas tenían varias muescas para poder cambiar la posición del molino pues, cuando llovía, el salto del agua caía más adelante.
No fue fácil construir el molino, pero con paciencia y clavos logramos hacerlo.
Colocamos un dínamo de bicicleta y con una polea lo unimos al eje; dos cables desde el dínamo hasta la casita de madera (más chica que una cucha de perro) esa era la UTE y le pusimos una lamparita de bicicleta afuera. Habíamos hecho una especie de ciudad con cuadras, y calles hechas con nuestros camiones de fabricación casera.
A trabajo terminado, sacamos el desvío del arroyito y con las » patas » en el agua colocamos el molino en la justa posición que empezó a girar como loco… ¡Y la lamparita se prendió!
Teníamos doce o trece años, hoy cuando recuerdo todavía me pregunto cómo hicimos…
Antonio Vaccaro – septiembre 10 de 2021