((recuerdo de mi primo Antonio Vaccaro, desde Italia)
Si bien yo nací en Pan de Azúcar, fue en Piriápolis dónde he vivido la mayor parte de mí vida en Uruguay, sobre el mar… Y mis recuerdos, muchos, tienen que ver con el mar, las rocas, y los llevo siempre conmigo.
Desde muy chico vivíamos en lo del «jorobado”, en Tucumán entre Sanabria y Trapani, en frente estaba el almacén » La casa rosada «, los dueños me querían mucho, me regalaban siempre galletitas María, y otras que parecían tallarines. Fue el Cholo que me enseñó a tomar mate porque en casa no tomaban, mis padres eran italianos. Me dio un vaso con yerba, una bombilla y una caldera con agua tibia, crucé la calle y me senté en la entrada de mí casa a saborear mis primeros mates.
En la esquina frente a la Esso, estaba la panadería Avenida, ahí vivía mí amigo Rubito Bueno (Ruben) el amigo de la cuadra, con él jugábamos todos los días, a la bolita, a las escondidas, a la rayuela, al cowboy (“coboy” decíamos), entre los Eucaliptos que estaban ahí cerquita entre las dunas de arena blanca y finísima. Porque desde Trapani hasta la plaza de deportes no había casas, no existía la plaza, ni el Liceo y nada de lo que hay ahora.
Entre tantos juegos y recuerdos, Uno en particular hoy podría dar la ilusión como de un tiempo muy lejano, casi de película de las islas del Pacífico.
La playa quedaba a una cuadra y media de casa y en esas nochecitas de verano, con la brisa que viene del mar, con la rambla llena de gente y mis padres que me daban la libertad de salir a dar una vuelta solo, tendría seis o siete años, con Rubito y un balde cada uno, cruzábamos la rambla y bajábamos a la playa. Descalzos y con pantaloncitos cortos dejábamos los baldes en la orilla y sin redes ni faroles, entrábamos en el agua tibiecita hasta que nos llegaba a la cintura más o menos; había unas olitas chicas que llegaban a un ritmo que nos permitía correr tras ellas. Nos poníamos a una distancia de unos diez metros uno del otro y cuando llegaba la ola justa, empezábamos a correr hacia la orilla, gritando y pataleando hasta que la ola terminaba su viaje y volviendo para atrás quedaban en la orilla decenas mojarras, saltando sobre la arena. De apuro, a dos manos, recogíamos y llenamos los baldes.
Volvíamos a casa felices, mojados, llenos de arena, con los baldes repletos de mojarras que al día siguiente nuestras madres hacían fritas…
Antonio Vaccaro
15 /9/2021