Renace, calesita amarilla, en aquel baldío del pasado. Despliega tus verdes y azules entre caballitos, elefantes y autitos con volante, o en las tiras triangulares de los techos de lona. Dale vuelo al sueño de los niños, desde el carromato-boletería hasta la rueda gigante. Propala tus melodías y pregones, coloca los corchos imprecisos del tiro al blanco, los aros en los bolos, el humo del pororó, espuma de azúcar y manzanas acarameladas.
Déjame estar allí, entre tus luces en columnas de madera, esquivando los alambres, y tratando de agradarle a alguna amiga.
Permite que la brisa sacuda las banderas triangulares de tu mástil, sé complaciente con los tiempos idos.
Regresa, calesita, de tu letargo que te robó baldíos… Recupera la magia que enamora no sólo a los pequeños, enciende el motor del tiovivo, y deja repetirse las caras iluminadas, en cada giro.
Olvida, calesita, tu ausencia en el paisaje, ignora los cambios en la geografía, el recambio de generaciones, las nuevas tecnologías, las preferencias diferentes. Vuelve, pinta como antes tus colores en mi salida con amigos, hazme ver una ilusión de pasto en el campito archiconocido, que yace entre cimientos, dibuja mis recuerdos con aquel lápiz de trazos felices, sin que hagan falta complicados motivos.
Muéstrame, calesita, en mi propio espejo, antes de desvanecerte en el vacío.
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Alberto Vaccaro, 1º de octubre de 2021