Si pudiera elegir una vida en el más allá… Una opción sería ir de clase en clase por los más de seiscientos grupos que tuve en mi vida docente, a charlar con los casi quince mil estudiantes que estuvieron en ellas.
Podría contarles que, al comienzo, entendí que mi misión era enseñar. Muy gradualmente supe que, en realidad, mi misión es trasmitir.
Trasmitir conocimientos, pero mucho más. Trasmitir amor por lo que se hace, entusiasmo, valores, experiencias, sentimientos, ejemplos.
Los conocimientos están en los libros. El docente no puede ser tan frío como un papel, y en el aula se puede trasmitir el gusto por una asignatura, la curiosidad por saber, el método para investigar y descubrir, y la empatía con las personas.
Pero en todo este tiempo aprendí que por más cariño que me haya generado un grupo de estudiantes, al año próximo habría otros adolescentes en ese lugar, que serían el centro de mi trabajo… Y que por más afecto que hubiere generado en algunos educandos, serán otros sus docentes el siguiente año, y a ellos deben la atención…
Y en esa triste conclusión se han sucedido los años, en ese cariño creciente con los jovencitos hasta noviembre o diciembre, y cruzar después la barrera que separa a los alumnos de los exalumnos. En algunas resiliencias, en algunos cariños perdurables pese a todo… y en mucho seguir de largo sin mirar atrás.