HISTORIAS

 

 

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Esta sección está dedicada a publicar las historias que me contaron, las que investigué, y las que forman parte de mis recuerdos.

(Alberto Vaccaro)….

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN


Fundada oficialmente en 1874, la ciudad de Pan de Azúcar nació en la ruta de las diligencias que iban al Este, desde Montevideo hasta el Chuy.

En el Barrio La Viviana, junto a la cañada homónima, estaba una de las primeras postas. Allí se refrescaban los viajeros, cambiaban los caballos y seguían su camino.

Actualmente mantiene su importancia geográfica, ya que la planta urbana se extiende en la convergencia de varias rutas: 9, 37, 60, 93.

Caracterizada por su actividad cultural, Pan de Azúcar ha sido cuna de notables escritores, como Álvaro y Ricardo Leonel Figueredo, Blanca Luz Brum, y tantos otros. Muchos son los que en el presente siguen escribiendo, publicando libros y participando exitosamente en eventos literarios.

En Pan de Azúcar existe un museo histórico regional, con salón de actos y biblioteca (Museo y Casa de la Cultura Alvaro Figueredo); una Biblioteca y Casa de la Cultura Municipal, en la que funcionan talleres de teatro, literatura, cerámicas y varios más. El Taller de Artes Plásticas «La Vieja Bodega»; artesanos de excelente nivel.

Mucho más recientemente, se incorporó el proyecto «Pan de Azúcar Ciudad Cultural» con la Muestra del Tango y el Humor del Río de la Plata y Museo al Aire Libre.

Una característica sobresaliente de Pan de Azúcar es mostrar el cerro de igual nombre, desde cada esquina. Un arroyo sinuoso corre a la sombra de los árboles y regala a los visitantes un hermosísimo lugar: El parque Zorrilla. En él, estratégicamente ubicadas dentro del bosque, aparecen mesas y bancos de hormigón, utilitarios parrilleros con canillas de agua potable, servicios higiénicos y una coqueta playita.

Pan de Azúcar tiene mucho para mostrar: su plaza, sus crecientes complejos de viviendas, una zona rica en paisajes disfrutables como los de ruta 60, Nueva Carrara y Km 110, la ruta 9 al Este o a Montevideo.

 

Alberto Vaccaro

APORTE DEL PROF. RICARDO LEONEL FIGUEREDO

Joaquín C. Márquez: Un Fundador discriminado.

La investigación lleva mucho tiempo, especialmente cuando hay que hurgar sobre datos que se van superponiendo.

Joaquín C. Márquez nació sobre la frontera del Chuy. Su madre murió cuando él era muy pequeño, y su padre, Carlos Márquez, lo entregó a una familia que veremos posteriormente, pudiera estar emparentada o con lazos familiares muy cercanos, de apellido Texeira.

Del Chuy pasó a radicarse, todavía niño, al «Abra de Perdomo», cuando ya había una familia en el Partido de Pan de Azúcar, formada por Manuel Marques Texeira y Juana Sosa. Este Marques Texeira (ver «A Pié y a Caballo» de Martínez Rovira) fallece en 1929, pero quedan dos hijas, María Isabel y María Antonia, casadas, una con Pernas y otra con González, que eran vecinos, y ya comienza a modificarse el apellido que de «Texeira» pasa a «Techeyra» y luego simplemente «Techera».

Poco o nada sabemos de su juventud, pero tal vez por razones familiares regresa a la región del Chuy y ahí comienza con el comercio de alternativa, donde consiguió prestigio y una gran fortuna.

Luego de unos años y manteniendo una gran amistad con Don Félix de Lizarza, se radica próximo al entronque de la Ruta de los Arrayanes con la Interbalnearia.

Quizás, en sus visitas a sus ¿parientes?, La proximidad del Camino Real que se prolongaba hasta Brasil y una visión amplia de las necesidades de los viajeros, que se desplazaban sólo encontrando pulperías, y profundizando las inquietudes que tuvieron los que en 1823 quisieron fundar un pueblo, él tomó la decisión, quizás con De Lizarza, de llevar a cabo esa idea.

Por eso compra a Alonso los terrenos en 1869. Desde entonces hay un proceso fermental hasta llegar a 1874.

Ahora entramos en dos hipótesis: Joaquín C. Márquez tendría que llamarse Joaquín Carlos Márquez llevando el nombre de su padre. La otra, no lo consideraron como fundador en el momento del Acta Fundacional porque existiría una discrepancia política en sus raíces, entre Márquez y Brun, que tal vez Devicenzi ignorase al redactarla. Márquez no estaba asentado en el pueblo que él fundara y quizás De Lizarza no tuvo el peso suficiente para hacerlo reconocer como tal.

Para finalizar digamos que Joaquín C. Márquez formó parte de las fuerzas revolucionarias de 1897 y 1904.

Prof. Ricardo Leonel Figueredo. 

SÍNTESIS HISTÓRICA DE PAN DE AZÚCAR

Pan de Azúcar se fundó en el año 1874 durante la presidencia del Dr. José Eugenio Ellauri, en campos que pertenecieron a Joaquín Márquez y que fraccionó el escribano público Félix de Lizarza. Sus primeros habitantes fueron pobladores que ya tenían esas tierras y otros venidos mayoritariamente de San Carlos. Su parroquia, al principio capilla, fue consagrada el 17 de febrero de 1877 por el presbítero Pablo Podestá. En 1877 se fundó su primera escuela. Fue declarado oficialmente pueblo el 20 de abril de 1887, durante la Presidencia del teniente general Máximo Tajes, por iniciativa del jefe político de Maldonado Elías Devicenzi. El 25 de mayo del mismo año la Junta Económico-Administrativa de Maldonado creó la primera comisión auxiliar de Pan de Azúcar (antecesora de la junta local), cuyos integrantes fueron: Enrique Brun, Francisco Bonilla, Juan Ollarteguerri, Polidoro Estades y Carlos Silva. Entre otras tareas, la comisión ubicó y delimitó el pueblo: “Situado en una posición algo elevada determinada por una cuchilla que vierte sus aguas hacia la margen izquierda del arroyo Pan de Azúcar y a la derecha de la cañada denominada zanja del Renegado, encontrándose ubicado en el interior del ángulo que forma esta cañada con el arroyo citado, distante unas quince cuadras del paso conocido por de Barbachán y unas treinta del paso del Renegado, al noreste del conocido cerro que da su nombre a aquella localidad y de cuya base se encuentra distante unas treinta cuadras.”

A principios del siglo XX la población de Pan de Azúcar contaba con algo más de 1.000  habitantes (en el censo realizado en 1928 llegó a 3.706). Algunas pocas casas coloniales alternaban con ranchos pobres. No existía radio y los diarios solían demorar algunos días en llegar al quiosco de la familia Sureda. El tren llegó recién en 1910 y las diligencias siguieron hasta 1917. En 1910 Ildo Mutarelli estableció en el Galpón Negro, el primer conjunto teatral de Pan de Azúcar. En junio de 1926, en mérito a la importancia que iba adquiriendo el pueblo, el Banco de la República habilitó una sucursal.

La empresa Río de la Plata comenzó en 1926 la instalación de los primeros teléfonos.

El hospital se inauguró en agosto de 1928 y en la segunda quincena de noviembre se puso en marcha el servicio de agua potable.

En abril de 1929 se festejó la incorporación del alumbrado público y domiciliario con un baile en el Centro Progreso. Sin embargo, cuando las facturas llegaron con $ 0.25 el kWh, el  semanario El Pueblo protestó airadamente: “No es posible que la explotación por el Estado de los servicios públicos, se haga con espíritu netamente mercantilista, interpretando  equivocadamente el fin social del Estado.”

El cerro que dio nombre al pueblo no tenía aún su cruz característica de 35 metros de altura, que fue propuesta por Juan Zorrilla de San Martín en 1933 y construida por los arquitectos Albérico Isola (nieto de Francisco Piria) y Guillermo Armas. Fue bendecida el 27 de noviembre de 1938 por el arzobispo de Montevideo monseñor Juan Francisco Aragone.

Pan de Azúcar fue declarada villa en 1955 y proclamada ciudad el 7 de setiembre de 1961.

(extraído de «Blanca Luz Brum, una vida sin fronteras”, de Alberto Piñeyro – Botella al Mar – 2011)

HISTORIAS Y RECUERDOS

SOLVOX RADIO

(del libro «En los Rieles del Tiempo, historias de Pan de Azúcar»)
Era Pan de Azúcar de mi infancia. Bocinas colgadas de la columna de palo propalaban la voz de Villegas promocionando los comercios de la Ciudad. Era una radio con información y publicidad, pero con alcance sólo para quienes vivían en la zona o caminaban por la acera más concurrida del «centro». La idea de Pablo Silva, «El Apagón» había sido incorporada a las tranquilas costumbres pueblerinas.

El recuerdo está nítido entre los primeros de mi Pan de Azúcar, mis caminatas al Colegio, y especialmente los actos patrios que por entonces eran una verdadera fiesta popular. ¡Qué lindas las calles, niños de túnica, jóvenes de uniforme liceal, y la gente con escarapelas en la solapa de obligados trajes! Allí, en Félix de Lizarza entre Ituzaingó y Artigas, estaba el comercio (ramo electricidad) de Pablo Silva, y estacionada su Fordson rural. Era además el «estudio» de Solvox.

La historia comenzó mucho antes, allá por 1952 o 1953. Pablo Silva se asoció con Juan Carlos Fontes, un técnico de San Carlos, para lanzar el novedoso proyecto. Cuatro bocinas en una base de madera, montada en una torre, precedieron al famoso «palo», que era más alto.

Se procuraba dar el mayor alcance posible a la programación que según relatos, se escuchaba desde km. 110.

El primer locutor fue Wilson Pimienta, que, con unos quince años de edad, anunciaba los boleros de la tarde con tono romántico y fragmentos de poesías. Las jovencitas, sensibilizadas por la propuesta poético – musical, hacían solicitudes de temas en las oficinas de Solvox Radio.

París Londres, Peluquería La Rochense de Mario Suárez, La Casa de los Regalos de Sosa, eran algunos de los tantos comercios de aquella época que apoyaban el esfuerzo y promocionaban sus ventas.

Wilson Pimienta, siempre fue locutor de diferentes maneras hasta que obtuvo su título de rematador. Incluso como tal, condujo siempre el remate con arte de animador y gran conocimiento de la sicología del cliente. Excelente imitador y narrador de historias de personajes típicos del pueblo, siempre fue ameno eje de reuniones de amigos. Después de dejar el Sólvox Radio, apenas en la mayoría de edad, inició un emprendimiento particular asociado con Gustavo Bonilla. Montaban parlantes en columnas de la cancha de fútbol y trasmitían desde la «cabina» instalada en una Studebaker furgón. Musicalizaba bailes con Nilo Píccolo. Más tarde, Pimienta fue contratado por el Banco Pan de Azúcar para una campaña publicitaria que tocó casi todas las plazas céntricas del país. Iban en una Fordson primero, en una Chevrolet 51 después, mostrando una película documental filmada en la costa desde Solís hasta el Chuy, relatada por Emilio Bacotti, para promocionar alquileres de inmuebles administrados por el Banco.

Vuelvo al Sólvox Radio. Después de Wilson Pimienta, estuvieron San Cono, Ruiz, Villegas… Allá por 1966 ingresó Walter González, más conocido entre los vecinos como «El Pájaro Loco» o simplemente «El Pájaro».

Cuenta Walter que en su infancia escuchaba atentamente al locutor y soñaba con ese trabajo, repitiendo los textos…

Un día, Walter, con sólo nueve años, concurrió a la base de transmisión y encaró a Villegas: «a mí me gustaría hacer esto» a lo que el hombre respondió: «lo que pasa es que tú todavía tienes voz para hacer avisos de galletitas, cuando crezcas y cambies la voz, vas a ver que puedes hacer este trabajo».

Y lo hizo. Operador y locutor disfrutaba irradiando los goles de uruguay en Maracaná en la voz de Solé cada 16 de junio (en un disco LP de 78 revoluciones), informando y entonando los «avisos» comerciales.

En 1970 nació WS Publicidad (Walter y Susana) y Walter, que sentía gran inclinación por la radio y había actuado desde 1966, en épocas de estudiante, como corresponsal de CW 51 Radio Maldonado, dejó el soñado empleo. Era tiempo de independizarse. Solvox Radio continuó sin él un año más, con la locución de De León. Por la mañana funcionaba la red de parlantes de WS y por la tarde «el palo» de Silva. En 1971 WS compró los equipos y material que incluía discos y cintas de Solvox Radio, que quedaba así en el recuerdo. La transmisión (que se originaba siempre desde el taller electrónico de Francisco Bonilla 731) se escuchaba en red de parlantes en horario matutino, y por el viejo «palo» en las tardes. Esto originó un nuevo apodo para «El Pájaro»: «El gusano», porque tenía (p.…) a toda la manzana. La red de parlantes funcionó hasta 1979. Todavía se conserva en el taller de WS el transmisor de Solvox (un viejo amplificador a válvulas), la totalidad de los discos y grabaciones dignas de un valioso museo.

WS realizaba también publicidad callejera en una Fordson equipada con dos parlantes de madera y un tocadiscos a batería incorporado al amplificador. Había que conducir con cuidado y lentamente, para que no «saltara» el brazo. Después llegó la nueva tecnología y se pasaba música de fondo con cintas mientras el texto se leía en vivo una y otra vez.

Historia. Todo es historia. También lo que apenas recién sucedió. Juzgará el lector si ha pasado mucho o poco tiempo. Pero en mi memoria suena todavía la cuarteta de bocinas en el palo alto, con música, con publicidad, con noticias… con la imagen de aquel Pan de Azúcar de mis años niños y las voces inconfundibles, que suenan en algún lugar inmaterial y eterno, con la probada potencia de «SOLVOX Radio».

Alberto Vaccaro

Nota presentada en 1953 a la Junta Local de Pan de Azúcar, por Pablo Silva, en nombre de SOLVOX RADIO para ofrecer su servicio

 

 

La Junta Local de Pan de Azúcar, con su integración de 1953. El Presidente es Juan C Fontes (Padre de Oscar Fontes) y se destaca la presencia del Prof. Ricardo Leonel Figueredo, entre otros.

TEMPLO DE LA PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

 

 

 

 

Parroquia «Nuestra Señora de los Dolores»

Bajo la tutela de Nuestra Señora de los Dolores fue bendecida el 17 de febrero de 1877, la primera Capilla de la comunidad cristiana del pueblo de Pan de Azúcar. En ella Monseñor Jacinto Vera ofició misa, e impartió el sacramento de la confirmación.

La tarea pastoral dependía de la Catedral San Fernando de Maldonado. Siendo uno de sus referentes el Padre Pedro Podestá, al cual le suceden otros destacados sacerdotes como los Presbíteros Antonio González, Juan Mariñelarena, Vicente Petingi, Ramón Fernández, Isabelino Pérez Sierra, Francisco Gordalina (Padre Paco) ,entre otros, y el Diácono Carlos Cedrés.

TALLER DE ARTES PLÁSTICAS "LA VIEJA BODEGA"

 

 

 

El Taller de Artes Plásticas «La Vieja Bodega» nació en 1982, en el edificio de la Bodega de Blois. La iniciativa reunió a Marita de Blois, Ricardo Leonel Figueredo y Miguel Ángel «Piringo» Bonilla, junto a Rufino Martínez, Juan Carlos Aquino, Ricardo Torres, Antonio Martínez, y como docente, Pedro Gava.

Pasaron treinta y dos años de dorado esplendor.

Tras la muerte del Maestro Ricardo Leonel Figueredo, el 6 de febrero de 2014, cumpliendo el acuerdo de palabra que tenía con él, Marita Pacheco de Blois cerró definitivamente el taller.

Ambos estaban de acuerdo en que, cuando uno de los dos falleciera, el otro cerraría «La Vieja Bodega» como Taller de Artes Plásticas.

LICEO ÁLVARO FIGUEREDO Si bien el Liceo de Pan de Azúcar se oficializó por Ley del año 1947, fue dos años antes que el Centro Educativo comenzó su labor. Mi generación concurrió al Centro Docente en su emplazamiento de la calle Ituzaingó, pero el primer local fue el de Rivera y Lavalleja, donde estuvo desde …

(SEGUIR LEYENDO)

LICEO DE PAN DE AZÚCAR "ÁLVARO FIGUEREDO"

AFE Y EL TRENCITO DE PIRIA

EL FERROCARRIL

(del libro «En los Rieles del Tiempo, Historias de Pan de Azúcar»)

Dicen que pronto llegará el tren. Nuestro país cuenta con ferrocarril desde 1868 aunque la primera línea funciona desde enero de 1869. En 1884 el parlamento aprobó la Ley de Trazado General de Ferrocarriles y estableció seis líneas, una de las cuales (Ferrocarril Uruguayo del Este) iba de Montevideo a la Laguna Merim por Pando, Maldonado, San Carlos y Rocha. Eso incluiría una parada en Pan de Azúcar, pero hasta ahora, sólo llega a La Sierra.

El ferrocarril es un gran adelanto, y nuestro pequeño pueblo, que tiene sólo treinta y seis años de existencia, lo necesita. Todavía se recuerdan aquellas aventuras en diligencia… Un viaje a Montevideo llevaba más de dos días si el tiempo era bueno y los arroyos no estaban demasiado crecidos. En días de temporal las demoras eran de varios días, y cruzar los cauces de agua era sinónimo de arriesgar la vida. El carruaje llevaba normalmente unos dieciséis pasajeros, aunque algunas veces cargaba hasta dieciocho. Ello generó en su momento quejas por el «abuso» de los empleados, que exponían así a tantas personas a la falta de seguridad e incomodidades imaginables. El Camino Real (ruta a Montevideo) era tan ancho como una cuadra. Las carretas y diligencias hacían surcos profundos en el barro y el mayoral conducía por otro trillo, en mejores condiciones. Al llegar desde Montevideo, cruzar el arroyo Pan de Azúcar tenía precio. Cuando el nivel del agua era de cierta altura, los pasajeros pasaban en botes y pagaban un peaje. Ese servicio se entregaba por concesión, el último licitante fue Schiavone (abuelo de Ruben) y el último botero Belarmino Martínez (el «indio Belarmino»).

El seis de mayo de 1881, cuando cumplía aquí una de sus misiones por la campaña, falleció en Pan de Azúcar Monseñor Jacinto Vera (primer Obispo de Montevideo). El cuerpo embalsamado fue trasladado a Montevideo en la diligencia de Patrocinio Fernández. Quiso el destino que 17 meses más tarde, el 20 de octubre de 1882, en el Paso de Bentos, a dos leguas y media de San Carlos, la diligencia fuera arrastrada por las aguas y murieran el Mayoral Patrocinio Fernández y cuatro pasajeros.

En 1877 el ferrocarril llegó a Pando y en 1895 a La Sierra. Desde entonces, las diligencias unen Maldonado con la Estación La Sierra en ocho o nueve horas. El servicio lo cumplen las unidades de «La Comercial del Este» de Estanislao Tassano («La Diligencia de Estanislao»). La diligencia rueda sobre arenales con bastante dificultad, especialmente en días de viento. Se tapan los ojos a los caballos y los pasajeros se envuelven en pañuelos.

Desde Rocha llega aún la diligencia con el mayoral Jacinto Gómez, un negro nacido en Pan de Azúcar, hijo de la partera Carlota Gómez. Jacinto ha venido arreglando los pasos en cañadas y arroyos colocando piedras que transporta en su vehículo. Otra diligencia tiene como mayoral a Leonidas Pereira y como cuarteador a Zabaleta. Entre San Carlos y Pan de Azúcar, existe una parada de descanso en el Abra de Perdomo. Las «agencias»en el Pueblo están en la casa de Francisco Bonilla y frente a la esquina Oeste de la Plaza. Allí suele presentarse Tío Narciso, que hace bailar un trompo para entretener a los pasajeros en espera.

Pero pronto pasará por el pueblo el tren que traerá progreso. Piedras y mármoles de la zona, podrán abandonar un tramo de vía angosta que va desde Nueva Carrara a La Sierra por el Abra de Castellanos y ser cargados directamente en Pan de Azúcar. Las gestiones realizadas por el Diputado por Maldonado Julio María Sosa y por la Comisión Pro-Ferrocarril presidida por el Dr. Román Bergalli, tuvieron éxito y se anunció que el tramo de vías será ampliado hasta San Carlos y Maldonado, lo que asegura el pasaje por Pan de Azúcar.

Dicen que Don Francisco Piria ya está pensando en aprovechar el pasaje del tren por nuestro pueblo, para tender una vía de trocha angosta hasta Piriápolis, como conexión por tierra de Montevideo al balneario. Los pasajeros tendrán que hacer transbordo en Pan de Azúcar.

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Por fin llegó la fecha de la inauguración de la línea ferroviaria a Maldonado. Es el 27 de julio de 1910. Pero no todo es alegría en este pueblo: el tren pasaría sin detenerse. Un habitante indignado, de apellido Bonilla, se paró sobre la vía y obligó al maquinista a detener la marcha. Más tarde, instalarán la Estación de Pan de Azúcar.

El pueblo se extenderá en esa dirección, y durante décadas el movimiento de pasajeros y el paso de locomotoras y vagones será un centro de atracción y paseo obligado.

Piria llevó adelante su idea y la pequeña locomotora arrastra sus vagones abiertos desde la Estación de Pan de Azúcar a la del Puerto de Piriápolis, ubicada donde en el futuro estará la Sub Prefectura. El fundador de Piriápolis compró dos locomotoras a la Compañía inglesa, con los accesorios correspondientes: vagones de carga, de pasajeros, abiertos y cerrados, todo para vías de trocha angosta. El característico medio de transporte cruza por un terraplén al Oeste del Pueblo hasta la ruta 9, pasa sobre el puente del arroyo Pan de Azúcar, se tuerce a la izquierda por un sendero, esquiva las pronunciadas pendientes, cruza la ruta, se acerca al cerro, un desvío permite llegar a 143 metros sobre el nivel del mar, por un pasadizo tallado en la roca; pasa cerca del Castillo, ingresa por la Selva Negra a la avenida Piria hasta su terminal. En el trayecto total existen varias paradas para ascenso y descenso de pasajeros. Completa el paseo un recorrido por la Rambla de los Argentinos desde la Estación hasta la Avenida Artigas. Los automóviles estacionan en diagonal entre la vereda y la vía, pero deben tener cuidado de alejarse del paso del tren: es frecuente que los vagones «enganchen» paragolpes y los arranque.

Piriápolis es ya un balneario muy conocido internacionalmente y por más que aparezcan nuevos y modernos vehículos para el transporte de pasajeros, nada igualará a este trencito… aunque el futuro le tenga reservado un polémico final.

El tren pasa por Pan de Azúcar. La locomotora a vapor es un verdadero espectáculo: la bocina que anuncia su próxima llegada, el clásico ruido de las ruedas en los separadores, los soplidos de su caldera, la campana de la estación autorizando la partida y el silbato del guarda. Largos trenes de carga o de pasajeros irrumpen en el silencio de la noche y se constituyen en una simpática referencia de las horas. La Estación, prolijo edificio de madera, se llena de bolsos y cajones y es durante largos minutos, escenario de charlas ocasionales. Mientras tanto, funcionarios trasladan bultos a un galpón, ponen otros sobre la balanza, van y vienen, en una actividad que llena el lapso entre dos trenes.
Pasó el tiempo.

Por lo menos hasta 1920 existió un servicio de coches de caballos (semejantes a las diligencias, pero más pequeños)

Eran una especie de taxis que transportaban a los viajeros a y desde la Estación, pero que además realizaban un trayecto a San Carlos y Maldonado. Algunos de los prestadores del servicio fueron Miguel González, Emiliano Villalba, Justo Nocetti, y un tal González que hacía una especie de «tour» turístico. Seguramente algunos coches de caballos iban también a Minas. Una novedad se incorporó poco más tarde: el automóvil. Manuel Gorlero tenía uno capaz de hacer en 3 horas el recorrido Maldonado – La Sierra; un tercio del tiempo que empleaba el coche tirado por caballos. En esa época se instaló la competencia de los coches sin caballos, autos Ford T que actuaban como taxímetros, algunos de cuyos dueños fueron Justo Nocetti, Gorito Martínez, Santos Rojas, Antonio Fontes, José I. Fontes, Romeo Villalba y Larrosa. También aparecieron los ómnibus, pequeños y de baja altura. Viajaban tan lento que eventualmente remolcaban sulkis con destino a la Talabartería Díaz, (propiedad del padre de Alfio) que los vendía. Uno de los primeros ómnibus perteneció a Lucio García, de Piriápolis.

En 1920 se comenzó la construcción del Hotel Argentino, inaugurado el 24 de diciembre de 1930. En 1933, por iniciativa de Juan Zorrilla de San Martín y el Padre Engels Walters, comenzó a construirse la cruz del cerro Pan de Azúcar. La obra fue dirigida por los arquitectos Albérico Izzola (nieto de Piria) y De Armas. Los materiales, que podían llegar por tren hasta la base del cerro, eran trasladados a la cima con cinco mulas. Vencidas las dificultades que imponían el relieve y el casi siempre fuerte viento, la cruz de cemento armado, de 35 metros de altura, fue bendecida el 27 de noviembre de 1938. Francisco Piria jamás la vio construida, pues falleció el 10 de diciembre de 1933.

El trencito siguió uniendo Pan de Azúcar con Piriápolis hasta 1962. Vecinos levantaron firmas y las llevaron al Presidente de AFE, pero los argumentos eran claros y terminantes: la línea, que desde 1945 estaba en manos del Estado, no era rentable. Además, su zigzagueo con tres pasos a nivel sobre ruta 37 estaba convirtiéndose en un verdadero peligro para el creciente tránsito. Cuentan que, por las noches, los conductores veían una luz como si una moto se desplazase en sentido contrario, pero abruptamente se atravesaba en la carretera la locomotora con tres vagones. Se sumaba a esto la incomodidad que estaba significando su desplazamiento por la Rambla y la Avenida Piria. Hoy tendríamos que agregar un gran puente para cruzar la ruta 93, de veloz tránsito entre Montevideo y Punta del Este. Es necesario destacar también, que líneas de ómnibus habían ya ocupado desde años atrás el vacío probable. Pero el «Trencito de Piria» era mucho más que un ferrocarril de línea. Era un símbolo de la zona. La gran mayoría de los lugareños y asiduos visitantes le tenían cariño, y estaban dispuestos a agotar todos los recursos para evitar su retiro. Tanto fue así, que cierto día, enterados de la intención de hacer correr el convoy en un último viaje, los vecinos colocaron autos y camiones sobre los rieles. Pero la medida había sido adoptada, y nadie podría haber permanecido indefinidamente en esa actitud de protesta.

Como ocurre frecuentemente, no se estudió una solución intermedia. Unos treinta años después una locomotora y un vagón parecidos a los originales fueron puestos en la Rambla como un emblema de aquel pasado. Muchas voces volvieron a reclamar el trencito, pero ya no con su viejo trazado, sino uno de interés turístico que no perturbara rutas ni avenidas, quizás desde el Castillo de Piria hasta algún lugar del balneario. De todos modos, el Museo del Ferrocarril que con tanto esfuerzo levantaron y mantienen José Luis Chifflet y Noel Martínez, interpone obstáculos al olvido.

Regresemos a la historia principal: el ferrocarril y Pan de Azúcar. Muchas generaciones viajaron por tren a hacia el Este y hacia el Oeste. Un granero permitió grandes ventajas a los productores agrícolas. Iban y venían cargas de todo tipo, incluido ganado vacuno. El ómnibus de línea Pan de Azúcar – Piriápolis llegaba a la Estación a traer y esperar pasajeros. Yo fui uno más entre tantos usuarios de AFE. Pero se terminó.

El servicio se había deteriorado demasiado. Algunas veces las demoras extraordinarias eran de varias horas. El transporte carretero estaba en auge y pesaban intereses privados. El Directorio de la empresa estatal había comprado mal y las máquinas se rompían a menudo. El estado de las vías era cada vez peor. Mantener el servicio en esas condiciones era una pérdida millonaria. Sería muy extenso estudiar las causas por las cuales el ferrocarril para pasajeros no es rentable en Uruguay cuando sí lo es en gran parte del Mundo. No lo fue al comienzo (1869) y tras varios balances a pérdida, el Ferrocarril Central (de la Compañía del Ferrocarril Central del Uruguay S.A.) pasó a manos de la compañía británica «Central Uruguay Railway Company Limited» en 1878. Fue nacionalizado por ley aprobada en el Parlamento el 31 de diciembre de 1948 como forma de cobrar deudas que el Reino Unido mantenía con Uruguay tras la Segunda Guerra Mundial. La expansión ferroviaria se hizo mal. El Proyecto aprobado por el Parlamento en 1884 bajo el título «Ley de Trazado General de Ferrocarriles» establecía una garantía de utilidad del siete por ciento sobre una estimación de cinco mil libras por kilómetro. Eso llevó a que no importara la calidad de la obra sino abaratarla, además las ganancias aumentaban con el kilometraje. Conclusión: el excesivo número de curvas, ausencia de túneles y mínimo de puentes significó mayor lentitud de los trenes, menor aprovechamiento de la fuerza motriz de las locomotoras, con mayor consumo de combustible y desgaste de materiales. La mala administración hizo el resto.

La línea a Punta del este se clausuró el 28 de noviembre de 1982 El servicio de pasajeros en todo el país se levantó por resolución del 30 de diciembre de 1987. A las 11 horas 41 minutos del sábado 2 de enero de 1988 el último tren de pasajeros, el ferrobús 157 con un acoplado, cumpliendo el servicio 5424 proveniente de Pan de Azúcar, llegaba a la Estación Central.

Trenes de carga siguen pasando sin horario ni frecuencia fija. Las barreras no funcionan. Algunas casillas de los guardabarreras y otras fueron desmanteladas por depredadores humanos La Estación de Pan de Azúcar se cerró el 21 de julio de 1992. Es cierto que las condiciones actuales son diferentes a las de 1910, hay alternativas de transporte, pero aquellas reuniones de pasajeros y curiosos, la nocturna bocina del tren, los silbatos y las campanas, han dejado en nosotros un vacío muy profundo.

Alberto Vaccaro

LA CALLE DE MIS AFECTOS

del libro «En los Rieles del Tiempo, Historias de Pan de Azúcar»)

(a los pandeazuquenses que ya no están, o que hace mucho tiempo que no veo)

Pan de Azúcar de ayer, que te levantas en transparencias en mi memoria, como un teatro intemporal, con actores que se fueron, pero siguen impregnados en tus calles.

Pan de Azúcar de ayer o de siempre, azul en mi recuerdo… la muerte es ley para los cuerpos, pero no borra las huellas del camino.

En ese Mundo perenne y paralelo, Antonio Uranga me lleva todavía a la Estación para sorprenderme con el larguísimo tren de la tarde.

Mi abuelo Juan Angel Pereira sigue levantándose temprano para ordeñar y en las calles me cuentan del Comisario y su caballo.

Piringo Bonilla pinta a pulso las letras de un gran cartel, bromeando con un triunfo de Nacional.

Catalina ofrece sus violetas, enharinado el rostro. La camioneta de Baliña muerde el cordón en la esquina y el viejo Camejo, enjuto y doblado, cabalga las calles sin prisa.

Ruben Abaddie reparte pan por la mañana… El Boca Arturo Llanes sigue parado en la puerta de su farmacia.

El almanaque no existe en este pueblo del pasado.

Amalia me habla en una esquina del Alvaro que nunca conocí.

Domingo Piegas Oliú, Juez de Paz, charla no sé si de historia o de árboles nativos en cada vereda. Allí están la carnicería del “Clota”, la empresa fúnebre del “Flaco” Villalba, el Almacén Toledo de Don Bruno, el Solvox Radio del “Apagón” Silva.

La Marcha del Silencio cuando mataron a Pascasio Báez, y el paso cansino del Indio Miguel.

Pan de Azúcar, estás aquí. Sigo tu calle de pueblo de gente sin olvido… Cancela con un refrigerador en la Mehari, el “Teté Ferraro” y Peñarol, los sermones y las poesías del Padre Isabelino Pérez. La Madre Sagrario en el Colegio San José, Lucía, Anunciata, Sonia, Asunción, Blanca y María Luisa… la pelota otra vez en el fondo de Zacarías.

La Bicicleta con motor y el telegrama de Fonseca. Las cartas de Ismael Ferraro y la cachila amarilla de “Fachola” Seippa. Mi tío Juan y su camión de piedra. Una espada que me prometió Gustavo Núñez si yo era oficial del Ejército.

Calle de mis afectos, con mil esquinas.

Saludo a Don Carlos Villalba en la vidriera de su tienda, a Sureda en el quiosco de la Plaza, en la otra esquina Cedrés… Mabel me espera para la clase de acordeón.

Adiós, Don Arnoldo… ¿Cómo va Nacional? Y entro en la carnicería del “Nene” Barbachán. El Gordo Freddy me saluda de paso para el Albion, y me siento en la silla giratoria del Portugués a cortarme el pelo, mientras me cuenta sus historias del VW, de su hermano ciclista y de su viaje a Europa.

Qué tal, Juan Carlos… ¿Abriendo la farmacia? Adiós Dora… ¿Tan temprano para Antel? El Dr. Eduardo Becco me mira con mi muela “enganchada” en una pinza.

“El pelo corto, muchachos… ¿A ver esas medias? ¿Dónde está su corbata? Inspección severa de Adán Pedroso en la puerta del Liceo, en la calle Ituzaingó.

Cecilia me llama “Tocayo” porque cumplimos el mismo día.

Moyano padre vendía sus revistas y Quinche repetía fantasías en las mesitas de lata del Bar Avenida.

El Capitán Bravo me daba clases de Matemática y un consejo que siempre repito.

Antonio Martínez prepara una de sus cámaras para la fiesta de esta noche.

Adiós Eguren… ¿No se cae el perrito del tanque del camión? Liber Plada me muestra varios trajes mientras Washington Quintela conversa con mi abuelo. Saludo al Comisario Ferreiro y nos vamos en motoneta con una bolsa de ración en la parrilla.

Allá va Piringo, en moto, con sus cañas… rumbo a Punta Colorada. Robertito Blois me urge a retirar un paquete que llegó de Minas. José I. Fontes me responde, enfermo, desde su silla en la vereda. Apito Suárez me saluda sin parar y Lilo Bonet regresa del reparto.

Yo cumplo los mandados en el barrio: El “Nene” González sentado a caballo sobre la silla, suelta con poca gana las cartas del truco y aparta los porotos, para atenderme bromista en el mostrador del almacén. En la zanja está Hilario, o el Chiche Cuadrado – no sé bien- durmiendo la mona.

Adiós, escribano Romero. Adiós Edgard Bonilla, ¿qué tal, ¿cómo está? Y me pregunta por mi familia.

Pan de Azúcar, Pan de Azúcar de mis adentros… ¡Qué cosas nos hace el tiempo!

Buenos Días Don Ruben Echevarría, Adiós Arturo Núñez. Bruno pasa en su camión Citroen verde y Piringo no para hasta COLEOL.

Luzardo conversa entre autos “colachatas”. Enfrente el padre de Razquín charla con su Señora. Pasa el Escribano Pí en su Opel.

Abal camina para el campo de Gustavo y voy a lo del “Tocho” a mirar televisión…

Traigo uva de lo de Salomé. Montes de Oca sale de su carpintería y Jorge Bottaro camina con muletas.

La “Vieja de la Mancha” y su carrito redondo.

El “Fanta” deja un rival “pintado” con una “bicicleta” en el parquet del Albion.

Adiós, Pitongo. Adiós “Negro Cadera”, Rodolfo Pizano, Oscar Alonzo, Honorio, Martina y Wilson.

Mario Suárez, la oscuridad de Andrés, Osvaldo Ruiz, don Nito Méndez, “Jesucristo” Luis Pérez, Desiré.

… Gente, personajes… tantos, que no puedo mencionar. Pandeazuquenses que marcaron huellas indelebles… los veo en transparencias en el aire… Siempre están, aunque ya no están.

Las calles, un poco vacías, reciben pasos nuevos, tiempos nuevos de esta ley injusta de la vida, de este loco tren que corre a la estación… y del que somos sólo, sólo pasajeros.

Alberto Vaccaro – (1995)

LA CRUZ CEL CERRO PAN DE AZÚCAR

Si bien el Cerro Pan de Azúcar no está en el Municipio de Pan de Azúcar, su nombre se trasladó al arroyo y a la ciudad, por la proximidad geográfica y su influencia visual.

En el libro “El cerro desde cada esquina”, publicado en este sitio, describe cómo desde todas las esquinas de la ciudad, se puede observar al cerro.

Su característica cruz de cemento es muy posterior. La ciudad de Pan de Azúcar fue fundada en 1874, pero fue recién en 1938 que se terminó de construir la Cruz.

La creación de la cruz fue ideada por el sacerdote jesuita Engelberto Walters, y su construcción comenzó en 1933.

El diseño pertenece al arquitecto Guillermo Armas O´Shanahan y la empresa Ísola y Armas la encargada de su construcción, que finalizó en 1938. La misa de inauguración estuvo a cargo del cura Juan Carlos Zorrilla de San Martín, hijo del escritor con el mismo nombre y hermano del escultor José Luis.

La construcción fue realizada en base a cemento, arena y un gran sacrificio de hombres y mulas que transportaban el material a la cima. Tiene 35 metros de altura y mediante una escalera en espiral se puede ascender hasta sus brazos, que disponen de asientos y ventanas.

LA CUESTIÓN DE LA CRUZ

La Cuestión de la Cruz

de Fernando Fernández, película documental. ENTRAR

Documental titulado “La Cuestión de la Cruz” de Fernando Fernández.
Es un trabajo sobre la construcción de la Cruz del Cerro Pan de Azúcar, ícono de la comarca desde hace 82 años.
Crónicas, fotografías antiguas, entrevistas a personas que vivieron aquellos momentos, y una palpable emoción que sólo puede experimentar y trasmitir, quien hace su labor con amor.
El proyecto fue premiado en “Fondos Concursables Procultura 2014” y consiste en una búsqueda de información y recuerdos sobre una época bastante lejana para nosotros. Los burros utilizados para llevar los materiales a la cima por la escarpada pendiente, el feudo de Piria, o mejor, de los Piria, quienes trabajaron a sus órdenes, y la memoria que con el paso del tiempo corrige pequeños detalles e incorpora los colores del afecto, de la añoranza de años idos, de la autoconvicción.
Fernando es un hombre de perfil bajo, estudioso, observador, y como yo, amante del terruño. Durante la investigación y “construcción mental” de su documental, fue extendiendo sus intereses desde la Cruz a la historia de la Comarca y sus personajes.
Los entrevistados son dignos capítulos de la obra.
Mis felicitaciones a Fernando y a todos quienes participaron del proyecto, una reliquia para preservar historias de alto valor para todos nosotros.
Y ¡Muchas Gracias!

BARRIO BELVEDERE O "DEL PELIGRO"

A partir de la experiencia del trabajo de campo en un barrio nombrado tanto como El Peligro o Belvedere de la ciudad de Pan de Azúcar, Departamento de Maldonado, Uruguay, se reflexiona sobre la metodología utilizada y la construcción en la representación identitaria. Este barrio se establece en una coyuntura geográfica conformando su singularidad en cuanto muestra ejes de frontera diversos, donde las diferentes etapas y yuxtaposiciones muestran arraigo desde la historia y sus mitos, como representaciones que avizoran espacios de identidad personales a ser reafirmados y consumados en el tiempo. Desde el propio re-nombrar el barrio en los diversos momentos y la significación que suscita por parte de los habitantes se establecen códigos y representaciones diversas. El barrio El Peligro-Belvedere, de constante crecimiento en los últimos años, es parte de una cultura donde diversas manifestaciones encuentran un lugar en la ciudad de Pan de Azúcar.
Teniendo en cuenta que dicha investigación tuvo como objetivo indagar en las representaciones de la identidad, se plantea una reflexión a través de algunos ejemplos que dan cuenta de esa construcción y los modos de hacer una etnografía.

 

El lugar nombrado como Pan de Azúcar (Uruguay) fue fundado en 1874 por Félix de Lizarza y un grupo de vecinos de la zona de San Carlos durante la presidencia del Dr. José E. Ellauri, y luego es designado pueblo mediante decreto el 20 de abril de 1887 por el Presidente de la República Máximo Tajes. A su vez tiene un origen anterior que lo sitúa como un confín de paso territorial al establecerse entre las localidades de Montevideo y el Chuy, característica que de alguna manera sigue hoy vigente cuando se reconoce la actual ciudad como de tránsito en relación con el turismo y las ciudades de Maldonado, Punta del Este y Piriápolis. Se encuentra ubicada al oeste del departamento de Maldonado a 23 km. de la ciudad de Maldonado, y tiene una población de 7.098 habitantes (Datos: Intendencia de Maldonado); se estima una mayor población cercana a 11000 habitantes pero no hay registro oficial. La superficie es de aproximadamente 156 manzanas de 100 m2  c/u. (Datos Alcaldía de Pan de Azúcar).

El particular carácter de lugar de paso dado a este poblado y posterior ciudad encuentra su singularidad hoy cuando la coyuntura geográfica la sitúa “entre” la costa y el interior hacia el noroeste, y “entre” la ciudad de Maldonado con todo su despliegue circundante y Montevideo. Muchas veces se menciona como una de las ciudades más grande de la costa y sin embargo aparecen también muchas representaciones vinculadas a sus fuertes lazos con lo entrañable de la cultura de campo adentro, conformando su singularidad en cuanto muestra ejes de fronteras diversas. El barrio El Peligro (de Pan de Azúcar) supuso dentro de su implementación moderna a partir de la década de 1940-50, un renombrar y reacomodar una identidad en tanto -la historia era oscurapor contar con episodios de duelos y asesinatos, donde se hace referencia además a un simulacro de origen de guerra por tratarse de un barrio que en su formación contó con algunos ex –combatientes de la guerra de la Triple Alianza nombrada también como Guerra del Paraguay ocurrida entre 1865 y 1870. 

Es así que se establece un cambio de nombre de El Peligro, nombre acordado por la cultura local tradicional, a Belvedere que se asigna como nuevo nombre aunque no por decreto, intentando colocar al barrio en la vida moderna y el comercio. El nombre El peligro tiene un fuerte componente tradicional y afectivo vinculado a varios acontecimientos, como las relaciones y valores asociados a los antiguos bailes y sus peleas muy famosos en la región, algunos episodios de asesinatos, cuestiones geográficas por tratarse de una zona de inundaciones frecuentes en el pasado, así como la oscuridad y lejanía también remotas. También las representaciones relacionadas a la vida espiritual, la magia, mitos, leyendas, y su vínculo con la zona donde aparecen los viejos ombúes, árboles con varias historias fantásticas o el cementerio de Pan de Azúcar lindante al barrio. Según los testimonios se estima que la aparición del nombre está vinculada a los primeros asentamientos en la zona hacia principios del siglo veinte. El nombre Belvedere promovido desde el año 1950 aproximadamente por los ámbitos comerciales y políticos como estrategia para impulsar al barrio hacia la vida moderna y el comercio (venta de terrenos), tiene un 67 Fabián Perciante – Origen, memoria, acontecimiento. Trabajo etnográfico en un barrio… (65–76) fuerte componente de pertenencia adquirido sobre todo por los nuevos residentes. Sin embargo otros habitantes no usan este nombre y cuando lo hacen es para sumarse a un intento de cambiar la mala imagen del nombre tradicional, y no por considerar que el barrio tenga una historia oscura (a no ser por algún episodio aislado como parte de la identidad) sino más bien lo contrario. En la actualidad se utilizan los dos nombres aunque aparezca el término Belvedere de manera frecuente relacionado a los sucesos del barrio, así como en mapas y documentos, o en algún cartel de comercio-provisión.

Desde los primeros fraccionamientos que realizara la municipalidad en combinación con el Banco de Pan de Azúcar entre los años 1940-1950 cuando se comienzan a vender terrenos, y en los posteriores rediseños de la zona adjudicando nuevos planos ya en la redemocratización uruguaya hacia 1985, el barrio va incorporando pequeñas zonas aledañas que incluso en algún momento tuvieron nombre propio; es el caso por ejemplo de las viviendas de jubilados de Altos Ombúes, una franja de tierra elevada al sureste de la zona cerca de los viejos ombúes. Teniendo en cuenta que esta investigación tuvo como objetivo indagar en las representaciones de la identidad, se plantea una reflexión a través de algunos ejemplos que dan cuenta de esa construcción y los modos de hacer una etnografía. El barrio El Peligro-Belvedere: Aproximadamente 20 manzanas de 100 m2 cada una. 1200 habitantes. (Datos Alcaldía de Pan de Azúcar).

 

(http://www.unesco.org/new/fileadmin/MULTIMEDIA/FIELD/Montevideo/pdf/SHS-AnuarioAntropologia2014.pdf)

UNA HISTORIA DE BIENVENIDAS

(recuerdos de la Sra. Mabis González, “Lilí)

Algunos episodios de la vida, se mantienen nítidos en la memoria. No hace falta que pensemos en ellos cada día de nuestras vidas, pero basta una palabra, una noticia, una imagen… para que algo nos regrese a aquel momento.

Han pasado muchos años… No obstante, un aviso relacionado a una estación de radio, la primera en emitir en Uruguay, fue el desencadenante esta vez. Lilí apareció en aquel Piriápolis más abierto, con el trencito apuntando su silbato por detrás de los automóviles estacionados en la rambla, y el puerto mucho más pequeño, con su muelle de hormigón y el faro rodeado de pescadores.

Había atracado un barco argentino, y un grupo de cadetes de la Escuela de Marina de Argentina, estaba desembarcando con sus oficiales a cargo. Jóvenes que descubrían la belleza del cerro cortado por el murallón y la Rambla de Punta Fría, pasarían poco tiempo en la ciudad balneario.

En la delegación estaba también un Marianito Mores poco más que veinteañero, que acompañaba a los marinos con su música espléndida y siempre pronta.

Los anfitriones idearon una recepción acorde en el ex Hotel Piriápolis, ya por entonces Colonia Escolar de Vacaciones. En aquella época, principios de la década de los 50, sólo funcionaba en esta comarca el Liceo de Pan de Azúcar. Allí se dirigieron los organizadores, para invitar a un grupo de jovencitas estudiantes, que asistieron con algunos de sus profesores.

Fue una tarde de camaradería, amenizada por la música de Mores, tras la cual las liceales regresaron a sus hogares.

El viaje de los cadetes había sido decidido con poco tiempo, y los jóvenes visitantes se enfrentaron a una dificultad: no tenían suficiente ropa como para lavar la que traían puesta. Fue allí que, adolescentes de otros grupos liceales, impulsadas por algunos profesores, se encargaron solidariamente, de aportar una solución.

La nave se preparaba para partir, de regreso, con la comitiva, y se cumplió una nueva reunión de camaradería entre las estudiantes locales del liceo y probablemente también de la Escuela Industrial, pocos profesores y los marinos. Otra vez, animó Marianito Mores, y un piano, pero esta vez en el Pabellón de las Rosas.

Pasó un tiempo, no demasiado largo, y como como señal de agradecimiento, las amables y solidarias anfitrionas fueron invitadas a visitar San Carlos de Bariloche, acompañadas por varios docentes.

Fue sorprendente, al llegar, enterarse que los habitantes de aquel lugar escuchaban frecuentemente CX 14, “El Espectador” porque sus ondas eran las únicas que llegaban con claridad a la región de Bariloche, sus valles y montañas, y portaban las noticias del mundo… E incluso de su propio país.

Al regresar, fue la memoriosa relatora de esta historia, la portadora de una carta de agradecimiento de las autoridades, dirigida a Radio “El Espectador” en la que reconocían el servicio prestado a la comunidad.

La misiva fue entregada a los responsables de CX 14 por una de las profesoras de las jóvenes.

El tiempo volvió a convertirse en un mar de distancias, pero no de olvido, porque para algunas de las protagonistas del relato, los carteles de gratitud y fotografías lucen aún en un privilegiado y feliz rincón del alma.

Mabis González (lilí)

ALBION BBC

ALBION
El estadio Cerrado José I. Fontes fue un importante centro de reunión de los pandeazuquenses y poblaciones vecinas.
Multitudes de bastante más de mil personas se presentaban en las gradas y todo espacio libre, cuando las fiestas del Colegio, en partidos de básquetbol o fútbol de salón, y durante las clásicas Albionadas del mes de octubre.
La cantina trabajaba sin descanso, vendían a veces tortas entre la cancha y la cantina, y no faltaban vendedores de ocasión en la vereda.
Desde una hora antes del espectáculo, se veía pasar a la gente para reservar su lugar. En los sectores que ocupábamos, estábamos rodeados de amigos, con los que festejábamos alguna jugada, o comentábamos las impresionantes representaciones de Los Charabones, Rompete el Lomo, Club de Locos y otros equipos.
La gente iba incluso, a ver el campeonato interno de fútbol de Salón: La Copap, La Machaca, Agapito, Canillitas… Pero si jugaba Albion con Ateneo, o cualquier partido de fútbol de salón o básquetbol con la selección del Club, la concurrencia era desbordante.
Las Albionadas se fueron poniendo de un nivel muy alto, los equipos preparaban sus actuaciones y escenografías con meses de anticipación, gastaban mucho dinero y competían como si fuera la copa del mundo. El mismo éxito y gran calidad iban obligando a los participantes a superarse cada año… y sobrevino el final.
Pero mis recuerdos del Albion… Son muchos. De niño iba a clases de gimnasia con el Prof. Rebello, cuando estábamos en el Liceo también utilizábamos las instalaciones del club, asistí a cumpleaños, a cenas aniversario, a espectáculos benéficos, bailes… sin contar que las prácticas de fútbol de salón y algún campeonato interno, me tenían tres o cuatro noches por semana en el parquet… Pero todo cambia.
Albion sigue existiendo, tiene sus actividades, pero aquel gran entusiasmo de las hinchadas, los cientos de personas que caminaban por las veredas hacia el gimnasio, los grupos de amigos que se reunían a pasar el rato o practicar deportes… todo aquello, se fue apagando con los tiempos nuevos.
No sé si fue la TV cable, alguna crisis, u otra cosa, que desmotivaron a la población, y diluyeron aquel encanto maravilloso de los años 70, 80 y 90.
Créanme que, en la memoria de muchos, incluida la mía, juegan todavía el Pato Freire, los hermanos Suárez, los Sención, los Llanes, Enrique Marrero, Ciro Quijano, Marcelo Villalba, Carlos y Héctor Pedroso, Chesma, Freitas, Darío y Diego Plada, Vicente González, Pucheta, y una larga lista de excelentes deportistas que nunca podría nombrar completa. (agreguen a todos quienes recuerden)
Alberto Vaccaro, marzo 15 de 2021

EL BAR AVENIDA

Hola. ¿Te paso a buscar a las 19? Quiero llevarte a charlar un rato y comer unas pizzas en el Bar Avenida.
Pondremos algunas monedas en la rocola, para escuchar música a nuestro gusto, y disfrutar las horas conversando.
Sí, ya sé… Llegará la ONDA y el salón de llenará, por diez minutos, de viajeros en busca de un café o un refresco, del toilette, comprarán caramelos en el quiosco o alguna revista en lo de Falvo (antes Amengual).
Después, como por arte de magia, con el inconfundible sonido del motor GMC de dos tiempos, el salón quedará de nuevo con mucho espacio libre. Pequeños grupos de amigos seguirán en reuniones separadas, el mozo bromeará entre el mostrador de la pizza y la caja, y las ventanas (que son de levantar), abiertas, para ver pasar a la gente por la vereda. En la esquina hablan de fútbol y de cosas del día, junto a las mesas redondas de lata.
Por el sector que da a la calle Lizarza, están Carmelo, Lazo, Sención… Mirando un poco el diario y un poco el televisor, mientras esperan algún pasajero para el taxi.
En la ventana que está junto al quiosco, hay personas esperando turno para el helado.
Voy a poner otra moneda en la máquina, y quiero pizza con fainá.
Por las ventanas de la calle Ituzaingó, se ve el Liceo, la casa de fotos de Figuera, la Tienda “Casa Bella”.
En carnaval levantan un tablado justo allí, y toda la ciudad se amontona para ver a las murgas.
En una mesa vecina, cuatro amigos charlan con sus vasos de whisky en la mano, el mozo pasa con cervezas en la bandeja, y al ratito baja los platos en nuestra mesa.
¡Tantos rostros conocidos! El viejo quinche recostado a la ventana, y se acercaron a nosotros más amigos para una charla divertida. Aquellas personas que llegaron, esperan el ómnibus para el baile del Club del Monte, o del San Lorenzo.
Años hermosos de juventud, en un centro de reunión incomparable… El lugar de las primeras salidas, de las tertulias largas, o el simple estar para ver el movimiento de gente, y conocer personas.
En la otra acera de la calle Lizarza, está la mueblería de Montes de Oca, el salón del Fígaro, la farmacia de Menafra, el odontólogo Becco y la peluquería del Portugués. Esquina cruzada la tienda de Tuvi.
Sólo la esquina… Algunos nombres se asocian al presente, pero el Bar Avenida se transparenta en la memoria, y una vidriada tienda de ropa, ocupa su lugar.
¡Todo cambia!

Alberto Vaccaro, 13 de marzo de 2021

LAS "MAQUINITAS"

¿SE ACUERDAN DE “LAS MAQUINITAS”?
Fue allá por los 80. Alguien abrió un local de juegos electrónicos y el éxito fue tal, que en poco tiempo había demasiados lugares para la misma gente.
Entre los primeros hubo uno en Lizarza frente a la ferretería de Ferrilux.
Eran casi todos flippers, con hermosos decorados y varios niveles. Yo pasé algunas horas en ellos como alternativa para pasar el rato y descansar la mente. Pero algunos amigos estaban desde que abría hasta que cerraba. Recuerdo en la peluquería de Sergio, en el salón principal de Casa Quintela con pool, había una en calle Rivera, y algunos locales más que combinaban cafetería con los juegos electrónicos.
Se jugaba con una ficha, y el premio para los habilidosos eran “créditos”, es decir, el equivalente a más fichas para seguir jugando. Conocí muchachos que pagaban una vez y jugaban toda la tarde.
En Piriápolis había muchos, que incluían simuladores de autos con pantalla, elefantitos, caballos, y autitos mecánicos para subir a los niños. Las máquinas poco a poco se fueron convirtiendo en digitales, y existía mucho movimiento en toda esa zona de Pan de Azúcar… Creo que eran muchas, y el negocio se terminó.
El relato ocurrió en un local que estaba en Félix de Lizarza. Uno de los asiduos jugadores, que “arrugaba” varias máquinas, había acumulado un número récor de “créditos”. Creo que podría haber estado jugando todavía.
En eso entra uno de los bromistas de la época, mira los créditos, y dice: “Hola, cómo estás… ¿Cómo te está yendo? ¡Cuidado que no se apague!” Y al tiempo le sacude la máquina. Todos sabían que, si se sacudía, la máquina se apagaba. El bromista lo hizo, el aparato se apagó, y todos los créditos se borraron al instante. En forma fulminante, el habilidoso “flippeador”, giró sobre su talón y le dio un “gancho” de derecha (sin previo aviso) que dejó al chistoso tirado en el salón. Luego se fue, sin decir ni una sola palabra. (Omito los nombres, que son conocidos, pero algún testigo leerá sin dudas esta anécdota)
Alberto Vaccaro, marzo 14 de 2021

"RECIBOS BAILABLES" DELCENTRO PROGRESO - TIMEX SOUND DISCOTEQUE

El tocadiscos Phillips estaba encendido, y un LP de colores veteados, giraba solo sobre la bandeja.
En la escalera se escuchaban las voces de algunos amigos, que llegaban para el recibo bailable del Club Cetro Progreso.
Marcelino terminaba de acomodar las luces de colores y un reflector, que apuntaba a una enorme pelota forrada con trocitos de vidrio.
Yo estaba allí, sobre la tarima de madera y cerca del piano, mirando cómo todo se preparaba para ese cálido encuentro dominguero.
Recién era la hora 20 y había que aprovechar, porque era sólo hasta medianoche. A la hora de carruajes y calabazas expiraban también los permisos de mi hermana y sus amigas, que venían conmigo con todas las recomendaciones de mi padre, y el padre de las otras jovencitas.
Había una puerta grande de madera que daba a la calle, pero a veces entrábamos por la puerta lateral que daba al hall de la cantina.
La música comenzó a sonar, cuando Marcelino apoyó el brazo con la púa sobre el disco no demasiado plano.
Yo estaba allí, conversando, mirando el luminoso que construyó mi amigo con madera compensada y celofán, y en el hueco, las letras de TIMEX SOUND.
El parquet se iba poblando de bailarines, alguna pareja se sentaba en las sillas del fondo, sin mucha privacidad.
Esa noche hacía calor, y las ventanas del balcón estaban abiertas. Allí, disfrutando de la altura sobre la calle y la plaza, había ya algunos grupitos en plena charla.
El baile se ponía tan divertido que, hasta yo, muy poco flexible, estaba también saltando con entusiasmo.
Era 1978, o 1979, y cuando sonaba “Saturday Night Fever” aparecían Norim Cardona y Cachito Fernández, a dar clases de baile a lo Travolta.
Las horas volaban. Cinco minutos antes de la medianoche salíamos apurados por la escalera, porque debíamos llegar con escasa tolerancia a nuestras casas.
A veces alguna de las chicas me pedía que esperase un poco más, porque estaba muy divertida la fiesta… Pero no podía fallar con los horarios. Gracias a esa puntualidad exagerada, me tenían confianza.
El tocadiscos se fue transformando en una bandeja doble, los parlantes crecieron, las luces se convirtieron en artefactos profesionales, pero el encuentro dominguero seguía encantándonos.
Después nació La Caverna. Los bailes fueron los sábados de noche y casi hasta el amanecer en el cine. Marcelino marcó una época con sus fiestas. Ya no eran algunas decenas de amigos en el recibo bailable, sino varios cientos de personas que llenaban el salón en bajada del cine. Venían de todos lados y fue un éxito a lo grande.
Pero a mí me quedó la nostalgia del parquet del Salón de Fiestas del Club, el tocadiscos Phillips, y aquel grupo de compañeros excepcionales… Las melodías de los Bee Gees, Abba, y tantos otros, comienzan a sonar en un rinconcito del corazón, cuando abro las ventanas del recuerdo.

Alberto Vaccaro, 17 de marzo de 2021

ESCENARIO FLOTANTE DEL PARQUE

En otra dimensión del Universo, hay un escenario flotante en el arroyo, las gradas en el barranco.

Tiembla el parque a pura cuerda de guitarra, mientras el público llega por los caminos, entre faros de fiesta y hojas móviles del bosque.

El alcohol de la noche deambula del mostrador hasta la orilla, y la madrugada mezcla con rocío, el humo gris de varios parrilleros.

Una voz cuela su canto entre las ramas, se propaga en el espejo de agua hacia el puente de la ruta y hacia la represita vieja, acaricia las piletas de aquellas pintorescas lavanderas, un puentecito colgante de madera, y el amor a oscuras de alguna pareja improvisada.

El tablado flota sobre tanques de metal, se sacude sutilmente ante los pies de los artistas, y ondas leves trazan arcos crecientes por el cauce, por la playita, hacia las dos riberas desparejas.

El verde del follaje, es sólo sombra negra que se aleja por una añosa selva. Ritmo de tambores, acordeonas melodiosas y conmovedoras letras, se van borrando en el recuerdo colectivo, para generaciones nuevas, que no lo vivieron.

Alberto Vaccaro, 31 de marzo de 2021

 

 

(IMAGEN SÓLO EVOCATIVA)

RECUERDOS EN FLASHES

¿Te acuerdas de la fiesta que se organizó en Pan de Azúcar para celebrar el centenario? Fue en 1974 en la plaza y el centro de la Ciudad. Estuvo en el escenario Imazul Fernández, había decenas de stands, incluso de ILPE, un puente militar frente a París Londres, por Lizarza, un avión frente al Bar La Cueva, y un movimiento de gente que no volví a ver en la Ciudad. El “Maestro Chino” contaba la anécdota de Francisco, el quinielero, que distraído chocó con el avión, pieza de museo de la Aviación Naval.

¿Te acuerdas de aquellas magníficas exposiciones de la UTU? La gente se apuraba, no sólo para ver las producciones de los estudiantes especialmente en carpintería, sino también para comprar taburetes, escaleras plegables, mesas y una gran variedad de piezas. Tornería mecánica, electricidad, corte, belleza, repostería… Los estudiantes mostraban orgullosos sus creaciones y el tránsito de personas de salón en salón era impresionante.

Las Fiestas del Hospital eran fantásticas. Varios parrilleros y puestos de venta en el Parque Zorrilla, pasando la playita. El público llenaba el espacio desde la mañana hasta la noche, seguían con luces artificiales. Allá en la bifurcación de los caminitos había un parador. En los mostradores trabajábamos todos, integrantes de instituciones, médicos y enfermeros, y más. También recuerdo una en la Nativista, con jineteadas, en la que aprendí a servir algunas copas típicas como caña, grapa, vermut, vino…

¿Recuerdas “El Despegue”? se hizo en el Granero. Silvana Goicoechea y Schubert Míguez estaban entre los organizadores.

En ese lugar me tocó anunciar al Zabalero. Estaba en el fondo de un ómnibus y tuve que ayudarlo a llegar al escenario. Parecía que no podría sentarse, pero cuando comenzó a cantar, estaba en su esplendor.

El granero desapareció en aquel impresionante temporal del 26 de noviembre de 2000. Ese día yo estaba recorriendo las Sierras del Carapé, buscando un buen emplazamiento para un importante observatorio, en colaboración con un astrónomo uruguayo radicado en Francia. Cuando regresé a Pan de Azúcar, parecía un paisaje de la segunda guerra mundial.

Una vez vino el Palmeiras de fútbol de salón, a jugar con Albion.

Hablando de eventos donde se reunía mucha gente… Recuerdo varios circos y otras tantas calesitas. Un festival de globos aerostáticos. Las cacerías del Albion. La gota de Leche. Me tocó ser orador cuando se jubiló el Dr. Andrés Accinelli, que era mi médico desde niño.

La marcha del silencio cuando mataron a Pascasio Báez.

Las tatuseras. Fui a visitarlas cuando las desactivaron, allá en Espartacus.

Un discurso de Zelmar Michelini en la Plaza de Pan de Azúcar. Una caravana de “Chicotazo”. Los bailes del Club San Lorenzo. Un tablado de Carnaval en el Bar Avenida. Final de etapa de la Vuelta Ciclista. La salida de la Fiat, con sirena y multitud. La Plaza de deportes los sábados de tarde.

Vía blanca en Félix de Lizarza. Las fiestas de fin de curso en el Colegio San José, con Raúl Barbarita en el micrófono. En la Escuela 6 con el Maestro Marrero. Ligas Federadas Campeón del Interior. La Feria del 4. Carreras en la Pista de Don Román. Las Albionadas. Los partidos en la Cancha de Fontes. Clubes políticos en época de elecciones. Aquellas colas de jubilados cuando todos cobraran en el BPS. Los clásicos “colados” en los cumpleaños de 15, y Acuña en la puerta del Club.

Las criollas de la Nativista, el Dulce Corazón del Canto…

Un video en flashes, que acaba de pasar por la pantalla de mi memoria

El torno gira y una punta dura y afilada gasta el metal que laboras, hasta la forma micrométricamente concebida.

Un taburete de madera, y el humo marcando dibujos hasta el techo. Vas por un café, y regresas a la pieza que como orfebre creas y disfrutas en silencio.

Mañana armarás el motor, que sonará de nuevo en las calles, afinado como un Stradivarius… Ahora cierras los portones, apagas las luces, limpias de grasa las manos artesanas… y te sumerges de nuevo en tu casa, a compartir la noche con tu familia.

Tras la cena habrá un vaso de vino mediado sobre la mesa, y el humo hará dibujos en el aire.

Entonces, yo no sabré si repasas tus planes para reparar un automóvil, si resuelves una falla igual que un ajedrecista un movimiento… O si estás nadando en los canales de tu ciudad, tan niño como tus amigos, tan nítidos recuerdos que al final, no sabes cómo ocurrió que ahora estás acá.

Y la escena repetida en mi memoria, regresa esta noche, sin humo de cigarrillos, apenas una niebla de tiempos que me aquieta, un silencio profundo, y yo tampoco sé cómo fue que, sin notarlo, saltaron los relojes hasta aquí.

Alberto Vaccaro, 1° de abril de 2021

Hoy vi a Piringo, en una Zanellita celeste, rumbo al repecho de km 110. Lo vi pintando un cartel enorme con pulso magistral. Lo vi en la Ute. Estaba en la Viega Bodega dibujando un rancho del Peligro, y más tarde como actor de una obra de teatro.

Lo encontré en el taller conversando con mi padre, y haciéndome bromas de Peñarol y Nacional. Lo ubiqué con sus abejas, y en un bote saliendo al mar en Punta Colorada. Luchaba por COLEOL desde un techito con mesas largas, sobre la calle Sarandí. Recitaba un poema sobre Pan de Azúcar en la Plaza, asaba corvinas en su casa de la playa, y pensaba en chistes y chascos para divertir a sus amigos.

Manejaba su Peugeot 203, con una escalera en la caja. Iba y venía, hablaba con el Chino, con Marita, con Rufino, pintaba un paisaje de olas en Punta Colorada, conversaba con Moyano, con Piegas, con el Indio Miguel… y se convertía en luces que brillaban en las veredas, en las calles, en la esquina, como un mojón para el recuerdo.

Alberto Vaccaro, 12 de abril de 2021

11 DE ABRIL DE 2021

El Liceo es en el viejo local, en calle Ituzaingó. Un alto y flaco secretario camina con parsimonia del pasillo a su escritorio, y Adán Pedroso recorre los baños mirando los pies por la puerta corta, buscando fumadores escondidos.

Cecilia y Sonia pintan de limpio los pisos. Doris acomoda paquetitos de libros para repartir por el año. Baldo se da una vuelta cerca de los salones, y escucha a Artigalás, Palmira, Betty, Ramos, con sus clases. Torres escribe en la Rémington sobre una hoja de oficio amarilla, Irigoyen revisa una lista, y por la puerta pasan algunos de ida, otros de vuelta, Isabel, Nora, Beba, González Mederos, Ramos, Doña Teresa, Hernández, Pilosof.

Y aunque los pasillos y la sala de profesores tengan desajustados los relojes, entran a los salones Gurri, Pintos, Mansilla, Lourdes, Sara, Lía, Rosa, Julieta, Selva, Mirna, El Chino, Barbosa, Ángela, Gomensoro, Ornella, Marrero, Gladis… Los tacos altos suenan más en las maderas de los pisos y en las tarimas de los escritorios.

Al fondo un patio largo de piedra despareja y al final una pecera con agua medio verde, un muro largo, y las ventanas de hierro y mucho vidrio.

Barbarita, Chifflet, por nombrar algunos de los que recuerdo como alumno.

Hay clases en el taller de dibujo, en el pasillo frente a la cantina, en el garaje del Bar Avenida, que queda cruzando la calle.

Un banco de prendas para quienes no tengan uniforme completo, un control riguroso en la puerta de Adán, y aquellos azulejos de vidrio decorado, en las paredes del hall y el pasillo de entrada…

¡Qué lindo Liceo, allá por los 70!!

Busco nombres… Pasan rostros, escenas, vivencias… rápidas, fugaces. Muchos nombres no aparecen, están escondidos en el tiempo, en la brevedad de coincidencia en algún pasaje de mi vida. Quisiera tenerlos todos, junto a los miles que sí recuerdo.

Paso en mis viajes en la memoria, por la caja de un comercio, el mostrador de una tienda, el pupitre de la otra fila en mi propia clase… Los cientos de grupos que tuve de alumnos, compañeros de trabajo, mis profesores. En todas las listas faltan nombres. Jovencitas con las que alguna vez conversé en un baile, jugadores de mi equipo de fútbol o del rival, o del campito.

Busco nombres. A veces asoman un poquito y cuando voy por ellos se esconden otra vez. Algunos rostros se confunden, generaciones desordenadas en el recuerdo, espacios vacíos en la nómina gigante.

No están en el olvido… sólo perdidos en un fichero demasiado grande.

Alberto Vaccaro, 10 de abril de 2021

Me gusta hacer “los mandados”, o sea, las compras para la casa. Creo que siempre me gustó, o debió haberme gustado. Es una forma de pasear, ver lugares y situaciones, conversar con personas, pero con un motivo… No es lo mismo andar por ahí perdiendo el tiempo y distrayendo a la gente que trabaja.

Así conocí a muchas personas de mi pueblo.

El Almacén “El Nene” de Nene González y Tota, fue el destino de los primeros mandados. Un bolsito de malla y galletitas sueltas envueltas en papel de estraza, con habilidosos paquetes cerrados con una moñita retorcida. Fideos, harina, azúcar, (con similares envoltorios), y lo que hiciera falta. Para jugar al truco, el Nene se sentaba en la silla como a caballo, con el respaldo para adelante.

Al centro de la Ciudad iba, con mi abuelo materno, en una motoneta Iso. Comisario retirado, pasaba por la Comisaría a levantar la correspondencia, y hacía compras en el almacén Juan Blois, o en la ferretería de la misma empresa, ración en Almacén Toledo, Geniol en Farmacia Menafra, o el diario “La Mañana” en lo de Amengual.

Con mi padre a lo de Razquín, el vendedor Carlos Pimienta y Fernández en el taller.

A la Ford, donde atendía Bebe Fontes, o a la Chevrolet, con Víctor Mónaco, Felipe Gómez y el “Negro Cadera”.

Mi madre me encargaba pagar cuentas en Tienda Villalba, o en El Fortín, comprar botones o cintas en Tienda Quintela con Perla, Nelly y Yolanda… carne en lo de Martirena o en lo del Nene Barbachán.

También me tocaba ir al consultorio del Dr. Andrés Accinelli, y tras alguna prolongada espera en su sala, entregarle la lista de los medicamentos de mis padres para repetir.

Después a la farmacia con Arturo, Guillermo y Chamaco. La Asistencial Médica aún no tenía ese nombre, ni la actual sede. Los doctores atendían en sus propios consultorios y los “remedios” se levantaban (al valor de una orden) en la farmacia.

Al Quiosco de Sureda por la revista “Nocturno”, zapatos a “El Sol” o a lo de Clavero, un oído de Primus o un cuerito de canilla en la ferretería de Blois, verduras del “Escoba” de León, una foto de lo de Martínez, un paquete de Minas en lo de Robertito Blois, o de Montevideo en la Onda.

Un reloj a lo de Raúl, a lo de Liencres por costuras, o le pedía a Roberto Cuadrado las “Selecciones”, Billiken o Charoná, que estaban reservadas.

A el Almacén “el Nene” por querosén para el “Primus” y cigarrillos “La Republicana” “Oxibithué”, “Recomendado” o “La Paz”, para mi padre.

A la Shell de Antonio Calo, por un bidón de combustible.

No había cumplido 18, y ya fui algunas veces en auto a levantar a mi madre de la UTU, donde ella daba clases.

Cada tanto, acompañaba a mi abuela Irma en la motoneta de mi abuelo, a la peluquería en Piriápolis. Allí trabajaba una jovencita de mi edad que me tenía enamorado y nunca tuve ocasión de decírselo.

Uva a los viñedos del Chiche, choclos a lo de Salomé, y muchos comercios más a los que me enviaban por cosas menos frecuentes.

Hoy recorro Pan de Azúcar por mis compras, disfruto hacerlo a pie, y entre los actuales edificios veo aquellos del pasado, ¡tan nítidos! con los comercios más añorados, y las personas que los atendían… ¿Tú también?

El primer viaje en ONDA que recuerdo, fue cuando nació mi hermana. Yo tenía tres años y medio, y tengo nítidos episodios anteriores en la memoria.

Antes de aquel 21 de julio de 1962, mi padre le había sacado las rueditas auxiliares a una pequeña bicicleta, en la que yo pedaleaba con gran solvencia pese a la corta edad.

Un autito a pedal, tipo cachila, al que mi padre agregó un tráiler hecho con un cajón de madera, de coca cola.

Cuando mi madre esperaba ya a Daniela, mis primas me preguntaban si prefería que fuera nena o varón. Yo decía que varón para jugar al fútbol.

Pero cuando al fin llegó el día, mis abuelos me vistieron con un trajecito de pantalón corto y corbata, parado arriba de una silla amarilla de madera del comedor diario. Después tomamos la ONDA hacia Rocha, porque mi hermana, igual que yo, nació en el Sanatorio del Este, con la atención del Dr. Mario Kat.

Recuerdo la agencia de Rincón y Leonardo Olivera, esquina cruzada con La Tejar. Después, los recuerdos cobran fuerza al llegar al sanatorio, escaleras anchas y una puerta muy grande, y en la habitación, una cuna altísima dentro de la cual yo no alcanzaba a ver, pero que tenía rueditas, y la estuve empujando como paseo para mi hermana en el no muy amplio espacio.

Mi madre nos esperó sentada en la cama, y en una mesita rectangular y petisa, tenía té con leche y un trozo de torta, que terminé comiendo yo.

Fue un día muy importante y emocionante, pero condimentado con el ruido del motor GMC de la ONDA, inconfundible, con el que más tarde haría incontables viajes… Hasta que la empresa ONDA quebró.

Alberto Vaccaro – 5 de abril de 2021

Hoy emprendió su último viaje Marita Pacheco de Blois.

Pan de Azúcar se vio beneficiado por su obra, de mil maneras.

Yo la conocí muy niño, cuando mi abuela me llevaba a su casa familiar.

A lo largo de mi vida, he recibido siempre su afecto, casi como de un familiar. Atenta a Pan de Azúcar en Sintonía, me hizo llegar siempre su apoyo y telegramas de salutación para los aniversarios.

Cofundadora de la Vieja Bodega, con Ricardo Leonel Figueredo. Permanente impulsora de la Comisión de Cultura de Pan de Azúcar, artífice del surgimiento de instituciones y complejos de viviendas, para las que realizó donaciones y gestiones vitales.

Generosa madrina de artistas, organizadora de eventos culturales, poeta, dueña de una fina sensibilidad y una demostrada solidaridad.

Sus aportes a diversos sectores de la sociedad, se conocen sólo superficialmente. Muchas personas me contaron de su participación, alguna vez, en la solución dadivosa y desinteresada de problemas.

La Ciudad le tributó algunos reconocimientos en vida, que, en mi opinión, no compensan plenamente lo que ella significó para todos.

Tenía avanzada edad y su salud no era buena desde hace un tiempo… Pero, aunque esperable, el desenlace nos llena de dolor.

(11 DE ABRIL DE 2021)

Me pasa seguido. Salgo a caminar y me cruzo con personas, pero también con la gran constelación de mis recuerdos.

Pasé por la Shell de Antonio Calo, la casa de Enemencio Díaz, la Farmacia de Juan Carlos, la casa de repuestos de Razquín.

Me fui a tomar un café en el Parador de Velázquez, a comprar anzuelos a lo de Hugo Díaz, a saludar al Escribano Romero. Levanté las revistas del quiosco de Sureda, en la Plaza; y compré bizcochos en la panadería de Abbadie. Me detuve a conversar con Carlos Villalba en su tienda, hablé con Dora a las puertas de la central telefónica, y me quedé mirando la ONDA estacionada en el Bar Avenida.

Pasé a ver a Baldo en el Liceo, y entré al Bazar de Baliñas. Levanté un par de zapatos de la zapatería El Sol, entré a la joyería de Velázquez y a la panadería La Balear. ¿Qué importa que las coordenadas del tiempo estén desajustadas? Me quedé mirando sillones en la mueblería de Montes de Oca, y compré costillas en la carnicería de Martirena. Cambié historietas en el Salón Moyano, y fui a saludar a Daniel a la Gomería Pemar.

La vieja escuelita Maternal se había transformado en “El Rosal” y Torres demostraba su gran habilidad en la parrilla. Pasé por el comercio del “Apagón” Silva, la verdulería de Costa, el Bar Maracaná, la tienda Alberto, el supermercado de Tuvi, y estuve con Plácido en la ferretería de Blois.

Compré un reloj en Joyería Gamma, y un pantalón en la jeanería del Gorrión. Mi abuelo me compró un traje en Tienda Quintela, en la sección de Liber Plada.

Allí en el Bar del Chelo trabajó Pucheta como peluquero, cuando todavía era menor de edad. Él me lo contó en esas charlas que manteníamos en su peluquería.

Los almanaques saltan décadas para acá y para allá, pero los lugares siguen nítidamente grabados en el alma.

Fui con mi abuelo a la casa del Esc. Pí, pasamos por el Almacén Toledo de Don Bruno, levantamos un paquete de Minas en lo de Robertito Blois, y saludamos a Felipe Gómez cuando entraba al taller de la Chevrolet.

Amengual, Molina, Menafra y Arturo Llanes, El Fígaro, Villalba Echenique, el Portugués, Becco y el Banco Pan de Azúcar. El telégrafo y Fonseca en su bicicleta con motor, la Carnicería El Porvenir del Nene Barbachán, Bercan, Mansilla y Morris, la Fábrica de pastas, la carnicería de “El Clota” y la carpintería de Montes de Oca, Luzardo en la Ford, la cancha de Bochas, el bar de Dofour.

Las fotografías del Tito, de Antonio Martínez o de Figuera, sigo a la Barraca de Varón Cuadrado, a Paris Londres, al restaurante de Serrón, Tienda Leoncio o el Bar La Cueva.

La vieja farmacia Olaza, Griman, Centro Eléctrico, el almacén de José Falvo en el Barrio Estación, la bicicletería de Melo, el Bar de Ferrés en la Estación, y al lado el quiosco de Facelli.

Había locales nocturnos en Lizarza y Goicoechea, el hotel de Núñez, la pensión de Acosta, el juzgado en Enrique Brum, La Valenciana cerquita del Banco Pan de Azúcar, la casa de remates de Pimienta y la Posada del Calé.

Si… Muchos recuerdos. El Solvox Radio, el dispensador de combustible de la Plaza, los Aclo y Leyland de Copap y Rimpax, pero viajé antes a Piriápolis en el Ford que después iba a Nueva Carrara.

La ONDA en Rincón y Olivera, el almacén de Eguren, el comercio de Alonso donde después estuvo Impositiva, el Taller de Arturo Rocha, la zapatería de Clavero, la Panadería de Sentena donde mucho antes estuvo Bonet.

El cine y los recibos bailables del Centro Progreso, La Caverna, los futbolitos de Zacarías, el Bar de Freire y el del “Pies de Seda”, la boutique de Aurora, los taxímetros de Carmelo, Lazo, Sención, Marazzani… Nelly y Yolanda en Tienda Quintela y después con su propia Boutique, las profesoras de música Mabel y Marita, el Fortín del Prof. Figueredo, el almacén de Seippa, el quiosco de Cedrés, la carpintería de Martínez, la barométrica de Matías Mercado, mi padre tenía taller mecánico, y mi tío Juan, cantera de piedra.

Aarón y Bebe Tuvi tuvieron tiendas, el Parador de Casañas, el que tenía Canobra en la Shell, el chapista Almada, el aguatero Dávila, el ómnibus de Felipe, el Bar de Campolo, la Carnicería de Campolo, Edgard Bonilla, Pedro Castellanos, Rótulo, Apito Suárez, la carnicería de Suárez, la vidriería en Artigas casi Rivera, el Colegio San José, Nené Hernández, el Escoba de León, las carnicerías de Barbachán y de Tejera, Emilio Falvo, Álvaro Bravo, Ruben Echavarría, el Esc. Albónico, Ricardo Sánchez, Domingo, María Amalia, El Fanta, Rebello… y la lista es interminable si sigo navegando el mar de los recuerdos, de esos afectos que no se borran y suelo ver en transparencias caminando las veredas de mi pueblo.

(hay más recuerdos de este tipo en www.pandeazucar.net.uy)

Alberto Vaccaro, 7 de abril de 2021 (ejercicio libre de memoria, sin corregir ni repensar. Seguramente, ustedes tienen mucho para agregar).

Los sábados de tarde me iba a jugar al “tenis criollo” en la Plaza de Deportes.

 

Yo practicaba fútbol en la 4ª de la IAPA y después en Club SyD Estación. Entrenaba dos o tres veces por semana y jugaba los domingos. También iba al fútbol de Salón, practicábamos tres veces por semana y si había campeonatos, jugábamos uno o dos partidos por semana. Pero los sábados de tarde me iba a la Plaza de Deportes.

 

Luján, ya veterano, me esperaba y traía la red de Voleibol, que colocábamos del gancho inferior hasta la cancha.

 

El Prof. Gustavo Vargas no sólo alentaba el deporte, sino que también, si me veía sin rival, venía a jugar un rato conmigo.

 

Yo iba tan seguido, que me conocía todos los secretos de la cancha, lo que era una clara ventaja sobre mis adversarios.

 

El parque de juegos infantiles y elementos de gimnasia, se mostraba a todo color. Julio César Pérez se colgaba de la barra o de los anillos, y no se cansaba de hacer las piruetas más espectaculares. Denis Sosa, y otros amigos que llegaban por el deporte “que pintara”, se entreveraban en algún partidito de nuestro tenis casero, con raquetas cortas o paletas, y reglamentos de puntajes a nuestro gusto.

 

El espacio circundante brillaba por los colores y por algunas jovencitas lindas, que se sentaban a tomar el sol, y eventualmente vernos raqueta en mano, toda la tarde.

 

Una pareja joven charlaba en un banco de hormigón un poco más alejado, otros picaban la pelota de básquetbol en el asfalto desparejo y lanzaban al aro sin redes. Los felices visitantes, caminaban, se hamacaban, o usaban los juegos del entorno. Allá, entre los subibajas y el tobogán, dos o tres madres jugaban con sus niños; en un rinconcito de pasto, un grupo de pequeños, hacían correr una pelota de fútbol, y una multitud iba y venía a la playita del arroyo.

 

Vienen a mi mente los honguitos con techo de paja, las mesas de hormigón donde algunos apoyaban el mate y los bizcochos, y una casilla de madera donde Luján guardaba pelotas y redes para los tantos deportistas.

 

¡Qué lindas tardes de sábado! Sin drogas, sin alcohol, sin motos estruendosas por los senderos, sin consumismo… Con el alivio de agua directamente de la canilla cuando golpeaba la sed, y algún paseo galante con una señorita por el parque.

Alberto Vaccaro, 21 de abril de 2021

Yo viajaba a Piriápolis muy seguido, desde niño. A la casa de mi tío Antonio, a jugar con mi primo. A la playa y pesca con mi padre casi todos los domingos. En un ciclomotor a ver una simpatía que tuve por allá. A la playa con mi hermana, aunque sea un rato al mediodía, en motoneta.

 

La ruta 37 era, más que una vía de comunicación, una barrera. Llena de pozos, y peor aún, los arreglos que hacía Vialidad eran un pozo invertido, tanto o más molesto que el original.

 

…Llena de eucaliptos añosos por ambas orillas, las raíces daban poca duración a los arreglos.

 

Cuando comencé a trabajar en la radio, llegué a decir que la ruta 37 no unía Pan de Azúcar con Piriápolis, sino que las separaba.

 

Durante años tomé esto como causa principal del programa, entrevisté a los militares del gobierno de facto, a los ministros de aquella época y los que vinieron con la democracia, y con todos fui duro e insistente.

 

Tanto fue así, que en la inauguración el propio Ministro de Transporte y Obras Públicas, Lucio Cáceres, me dio en mano propia un trozo de cinta inaugural.

 

Es más, en sobre oficial recibí a modo de broma, con mediación de Alcides García, un crucifijo que conservo. La nota decía, más o menos: “me he enterado que usted ha prometido volverse cura el día que arreglen la ruta. Le deseo suerte en su nueva profesión”

 

Pero la anécdota se refiere a un amigo, supuestamente oyente asiduo de mi programa, que un día, después de varios años de aburrir con el tema de la ruta, me para en la calle y me dice: “Alberto… Tú que estás en la radio: ¿Por qué no hablas de la ruta 37, que está horrible?”

 

Tras pensar un instante y recuperar el aliento, le dije: “si, mañana lo digo”

 

Alberto Vaccaro, 17 de abril de 2021

El tren se anunciaba con su estruendosa bocina desde Km 110, y había personas esperando. Todo me llamaba la atención: las señales, las vías, el edificio de la estación. Don Antonio me sostenía de la mano y el hormigón del andén comenzó a temblar. ¡Era enorme! Y frenaban entre chirridos, la locomotora y vagones y vagones y vagones.

Los pasajeros que llegaban desde Montevideo bajaban por diferentes puertas y se encontraban con sus familiares, entre vendedores de caramelos y maniseros a pleno pregón.

Un hombre de gorra y saco, semicolgado de la escalerita de la puerta, con un silbato, ordenaba la partida y el convoy interminable arrancaba “TACAtacatacaTACAtacatacaTACA…” con destino a San Carlos.

Algunos viajeros saludaban por la ventana.

Mi padre había reparado el pequeño Renault y Don Antonio Uranga me invitó a ver el tren en la Estación.

Mis progenitores asintieron, y me fui con aquel hombre amigable que me trataba con cariño. Fuimos por su casa y Doña Teresa (su esposa) me invitó con galletitas. Ahora, el ferrocarril se alejaba sin mucha prisa hacia el Este, y había quedado, unos metros más allá, otro convoy que preparaba su salida hacia Montevideo. Había mucha gente desde el andén al estacionamiento, y esperamos a que el vagón de cola dejara de verse sobre las vías al Oeste… Aún se escuchaba, pese a los motores de los autos que, de a uno, se iban retirando.

Yo me llevé en la mano un boleto duro de cartón, azul desmerecido, con las muescas del control… que seguramente encontré tirado.

.

Alberto Vaccaro, 2 de abril de 2021

Hoy salí a pasear en bicicleta. Trato de hacer algún ejercicio todos los días, pero si hay viento o está muy frío, elijo caminar. Hoy pude salir en bicicleta y eso me permite ir más lejos en el mismo tiempo. Me hice entonces al camino de tantos, pero al decir de Álvaro, “profundamente mío”. Allí iba, entre el pedaleo, la respiración de aire puro de los campos, y el deleite del paisaje que no me canso de observar.

 

De pronto me veo frente a la casa de los Denis, en la pendiente rocosa. El reciente fallecimiento de Genaro Saturnino, y la no tan lejana muerte de Alfonso, me llenaron el alma de tristeza y nostalgia. En lo alto de la colina habíamos hecho una cancha (que solíamos cambiar de dirección y levemente de lugar) y teníamos por costumbre reunirnos los sábados a compartir un rato detrás de la pelota. Bastaban Danilo, Desidero, Alfonso, Genaro, algún vecino y yo, para armar un “picadito”. Pero poco a poco comenzaron a acercarse otros amigos y sin darnos cuenta, se formaban hasta cuatro equipos para distribuir la diversión del fútbol.

 

Allí estaban jugadores de los planteles más importantes de la zona, algunos como yo, sin gran destaque, y hasta personas que nunca antes habían practicado fútbol con asiduidad.

 

Todos jugábamos con el mismo derecho.

 

Quien no lo ha vivido, quizás no lo comprenda… Pero esos partidos de campito no eran comparables con uno de liga, con la presión de los técnicos, las hinchadas, y a veces hasta de compañeros, donde la misión de ganar muchas veces impide el disfrute del deporte.

 

En lo de Denis no. Cada uno jugaba en la posición que quería, las reglas eran flexibles, si tenía ganas corría mucho y si estaba cansado corría menos, y nadie le pedía cambio ni explicaciones.

 

Fueron tardes hermosas. No podría nombrar a todos los participantes, porque fueron cientos. Pero el Maestro Torres, Alberto Cancela, el “Cabeza” de León, Tairo, Roberto Aguiar, el “Chocho”, Mozo, Jorge Piedrahita, éramos algunos de los que no faltábamos. Si llovía nos mojábamos, y no dejábamos de jugar. A veces cortábamos diez minutos para tomar agua, y seguíamos hasta que la pelota no se veía.

 

¡Qué linda época! ¡Cuántos amigos!

 

Pero recordé que tengo que seguir pedaleando… Me había quedado al costado del camino mirando de lejos el predio de aquella canchita, la casa de los Denis, y las ausencias duras en aquel hogar, en los equipos infaltables de los sábados, y en la lista de mis más dilectos amigos.

 

Y puse rumbo a mi casa, con una brisa fresca golpeándome la cara.

 

Alberto Vaccaro, 15 de abril de 2021

“¿Número?” Se escuchaba en el auricular del teléfono, después de un rato de dar manija. Entonces pedía una combinación de tres cifras. “Comunico” –decía la voz de la operadora. Se escuchaba el sonido de llamada y la otra persona atendía. Para saber si la conferencia había terminado, la operadora conectaba sus propios auriculares a la línea, y si había voces, seguía con su trabajo. Las personas que estaban charlando a través del aparato, percibían un sonido ambiente, como un micrófono abierto. Era normal, y estábamos acostumbrados a ello. Pero a veces… Sólo a veces, la operadora, que al fin y al cabo era humana, se enganchaba en una conversación y mantenía abierto su canal.

Los que nos dábamos cuenta, decíamos “estamos hablando, señorita” y rápidamente el sonido ambiente desaparecía.

Algunas operadoras de teléfonos, eran personas muy informadas.

Pero también había usuarios que, con algo de grosería, expresaban “después te cuento, porque la operadora está escuchando”. También se retiraba urgente la clavija. No faltaban quienes, al notar la escucha de una tercera persona, comenzaban a inventar historias y noticias disparatadas, que a veces se transformaban en comentarios del pueblo.

Lo seguro es que, hubiera operadoras curiosas o no en ese turno, no era conveniente dar demasiada información confidencial en una conferencia telefónica.

Como si fuera poco, una llamada a Montevideo tenía una demora de treinta minutos a dos o tres horas. Cuando llegaba la llamada, era difícil acordarse para qué la habíamos pedido. Ni qué hablar cuando pedíamos un número de Italia.

La central automática llegó a Pan de Azúcar en el primer gobierno de Sanguinetti, en la segunda mitad de la década del 80 y desde allí, primero con disco y después con botones, aquella sensación de escasa intimidad, se terminó.

Alberto Vaccaro, 16 de abril de 2021

Escribir es una responsabilidad, lo tengo claro. No obstante, el objetivo de los relatos que publico aquí sobre mis recuerdos, es un ejercicio libre de memoria, sin búsqueda metódica, sin libreto, sin ese compromiso de no olvidar nada. Escribo lo que surge como el agua del manantial.

Después, los lectores me exigen que mis recuerdos sean los suyos, que no deje de mencionar algunas personas, lugares o eventos, que me extienda sobre tal cosa o sobre tal otra.

En realidad, si redactara pensando en todo eso, perdería la naturalidad y espontaneidad que pretendo para mis artículos.

Pero voy a mencionar algunas cosas que sí forman parte de mis recuerdos, aunque no brotaron espontáneamente en anteriores publicaciones.

Entre ellos están las ferias artesanales que por años se realizaron en la Plaza 19 de Abril, y donde me cedían un stand para que expusiera trabajos realizados con mis alumnos. Llegamos a poner un telescopio en la plaza para ver algún objeto muy destacado como la Luna.

Había stands de los rubros más variados, números artísticos, y muchísima gente disfrutaba de esa movida.

También recuerdo el festejo de los 125 años de Pan de Azúcar, incluso tuve alguna participación en el escenario. Además, nos instalamos con un stand de la radio en la Plaza y allí entrevistamos a mucha gente. Algunas citas de esas entrevistas están publicadas en el libro «En los Rieles del Tiempo». (Historias de Pan de Azúcar) (año 2000) Pero por más que la fiesta fue espectacular, y no fui un simple espectador, no llegó a impresionarme tanto como el Centenario, en 1974, cuando seguramente por mi edad y la etapa de mi vida, generó recuerdos superlativos. No se trata de comparar una fiesta con otra, sino del impacto que cada una generó en mí. En el centenario hay mezcladas algunas historias de amor y mi padre fue un activo integrante de la organización.

Sí recuerdo las fiestas del niño en la Plaza de Deportes, con Cacho Bochinche. Allí lo conocí y pude hablar algunos minutos con él. Lo de las bochas y los bares, no tengo grandes recuerdos, porque no son lugares a donde haya asistido alguna vez.

Desde que escribí «En los Rieles del Tiempo». (Historias de Pan de Azúcar) (año 2000) mucha gente me reclama por presuntas omisiones. Yo no escribí un libro de historia, sino de historias, y de MIS recuerdos. Es indudable que los lectores tendrán sus propios recuerdos, la mayoría probablemente sean coincidentes, pero algunos no tanto.

¡¡¡Gracias por leer lo que escribo!!!

Prometo más.

Alberto Vaccaro, 15 de abril de 2021.

Siempre amé los autos… Los conocía por marcas, modelos y años, y a veces por las variantes de los modelos, sólo de un vistazo. Me gustaba ir al taller de mi padre a observarlos, y si me lo permitían, sentarme al volante y mirar el tablero de instrumentos… Soñaba que los manejaba.

Un pasatiempo placentero era sentarme a mirar la ruta desde el límite del predio de mi casa, a verlos pasar y recitar sus marcas. Entre mis juegos favoritos estaban remolcar camioncitos por carreteras imaginarias en las veredas y en el parque del frente, o en la playa… Los autitos de colección, ¡y ni qué hablar de alguno a control remoto!

Si iba al parque Rodó, sólo me interesaban los chocadores, el 8, y unos autos a control remoto que se manejaban como los autos de verdad y se metían en un garaje.

Mi padre me enseñó a manejar desde muy chico, primero el volante sentado en su falda, cuando íbamos en familia a pescar a Rocamar o Punta Negra. Cuando alcancé los pedales, manejaba todos los comandos. Tenía menos de diez años. Después manejaba con mi padre al lado, y no hace falta decir que lo más emocionante del paseo dominguero era la ida y la vuelta.

Como conté en el relato anterior, conocía a los clientes y amigos de mi padre por sus autos, y muchas veces, por el ruido de los motores de sus vehículos.

En el liceo me concentraba en las clases, mientras hacía dibujitos de autos en la tapa del cuaderno o en una hoja suelta. Todavía hago eso mientras escucho algo en la radio, y dibujo autos que diseño en la computadora, sólo como pasatiempo agradable.

Me gustaron siempre todos los autos, cachilos o modernos, viejos o “cero kilómetros”, porque cada uno tiene sus detalles atractivos.

Otras veces, miro videos de autos, tipo “Joyas sobre ruedas”, y recuerdo aquellos felices años del taller, participando de alguna manera de la solución de una falla en un motor, o de la construcción de una pieza en el torno por parte de mi padre, o de ir a comprar repuestos a Montevideo.

Aprendí algo de teoría, sobre el funcionamiento de motores, gracias a la paciencia de mi padre para responder a mis preguntas. No sentía vocación, no obstante, para arreglarlos yo.

Siempre amé los autos… Los conocía por marcas, modelos y años, y a veces por las variantes de los modelos, sólo de un vistazo. Me gustaba ir al taller de mi padre a observarlos, y si me lo permitían, sentarme al volante y mirar el tablero de instrumentos… Soñaba que los manejaba.

Un pasatiempo placentero era sentarme a mirar la ruta desde el límite del predio de mi casa, a verlos pasar y recitar sus marcas. Entre mis juegos favoritos estaban remolcar camioncitos por carreteras imaginarias en las veredas y en el parque del frente, o en la playa… Los autitos de colección, ¡y ni qué hablar de alguno a control remoto!

Si iba al parque Rodó, sólo me interesaban los chocadores, el 8, y unos autos a control remoto que se manejaban como los autos de verdad y se metían en un garaje.

Mi padre me enseñó a manejar desde muy chico, primero el volante sentado en su falda, cuando íbamos en familia a pescar a Rocamar o Punta Negra. Cuando alcancé los pedales, manejaba todos los comandos. Tenía menos de diez años. Después manejaba con mi padre al lado, y no hace falta decir que lo más emocionante del paseo dominguero era la ida y la vuelta.

Como conté en el relato anterior, conocía a los clientes y amigos de mi padre por sus autos, y muchas veces, por el ruido de los motores de sus vehículos.

En el liceo me concentraba en las clases, mientras hacía dibujitos de autos en la tapa del cuaderno o en una hoja suelta. Todavía hago eso mientras escucho algo en la radio, y dibujo autos que diseño en la computadora, sólo como pasatiempo agradable.

Me gustaron siempre todos los autos, cachilos o modernos, viejos o “cero kilómetros”, porque cada uno tiene sus detalles atractivos.

Otras veces, miro videos de autos, tipo “Joyas sobre ruedas”, y recuerdo aquellos felices años del taller, participando de alguna manera de la solución de una falla en un motor, o de la construcción de una pieza en el torno por parte de mi padre, o de ir a comprar repuestos a Montevideo.

Aprendí algo de teoría, sobre el funcionamiento de motores, gracias a la paciencia de mi padre para responder a mis preguntas. No sentía vocación, no obstante, para arreglarlos yo.

Me faltan los diareros en la calle. Tengo varios en mente, pero no los nombro, porque hubo muchos y no quiero cometer injustas omisiones… Ellos acentuaban su pregón con las noticias y se paseaban por la vereda, frente a lo de Amengual, entraban al bar, iban hasta lo del Chelo, y hasta la plaza, hacían cortos recorridos por las calles que cruzaban, y a lo sumo, iban a la casa de algún comprador que los esperaba.
Me faltan los diareros y sus cuentos, su lucha por el cambio, su desgaste de garganta.
De niño los miraba con esas montañas de papel, que parecían insostenibles, y sacar con prontitud el que pedían.
Sin poner barreras a los años, los escuchaba casi cantar los nombres: El Día, La Mañana, El País, Mundo Color, El Diario de la Noche, El Observador, La Hora Popular, Últimas Noticias, La República…Entre otros, más algunos semanarios.
Mi abuelo compraba La Mañana todos los días, y mi padre El País de los domingos, con sus kilogramos de suplementos.
Cuando estaba estudiando en Montevideo, si tenía tiempo y algo de dinero, me compraba El Diario de la Noche o Últimas Noticias, me sentaba en un bar a tomar un café, y los leía a partir de la sección deportiva.
Durante quizás 25 años, pasé a buscar un combo de diarios para comenzar la mañana en la Radio.
Hoy se venden muchos menos periódicos en papel. Se pueden leer, sin costo, la mayoría, buscando en Internet, o llegar a las noticias destacadas a través de ciertos portales.
Pero el folclórico pregón del canillita… ya no se escucha. Tal vez en verano y en lugares como Piriápolis, en alguna esquina, aparece una escena casi en extinción, del diarero con el nombre de un matutino estampado en la remera, y alejándose tres o cuatro metros de su quiosco para invocar a gritos sus propuestas.
Quizá en algunos lugares de Montevideo y grandes ciudades, sobreviven… Pero en mi pueblo, se extraña aquella presencia casi familiar y divertida.
.
Alberto Vaccaro, 23 de abril de 2021

El guarda del ómnibus, con boleteras, primero en libretas apretadas, después en un cilindro con varios rollos. El Inspector de cada empresa, uniformado con gorra y chaqueta, casi militar. El chofer que conducía desde una cabinita pequeña en aquellos Leyland y Aclo que traían de fábrica la guiñada.

El manisero y el vendedor de garrapiñada, el silbato del guardiacivil, de poncho, patrullando a pie las manzanas adjudicadas, el mozo de túnica blanca y bandeja plateada, demostrando su habilidad entre el público móvil del Bar Avenida. El canillita. La libreta enorme con separador de chapa de aquellos quinieleros.

El quisco para cambiar revistas.

El cine y el intervalo lleno de golosinas y fumadores en la vereda. El heladero que trillaba calles con pregón de marca, y vasitos, sándwiches, copas y bombones.

El “gaviota” que vigilaba en moto blanca las calles, para librarlas de imprudentes y groseros infractores. Hilario y el Chiche con su botella de vino durmiendo en la cuneta. El tiralíneas y los frascos de tinta china. La ONDA con su galgo por todas las rutas del país. El tren que dio vida y nombre a un barrio, y no es más que un fantasma de tiempos lindos.

El “tropero” que, con sus perros, conducía a la feria a decenas de animales. Sus gritos se repartían entre las vacas, su caballo, y los canes arrieros. Era común ver una cola de autos en el puente, esperando que pase la tropa de “pampas” colorados.

La barra de amigos de charla larga en la esquina más concurrida, los espejos en la pared de afuera del Bar Avenida, el billar enorme y la tela verde en muchos bares, Conrado cambiando el marcador manual en los partidos de básquetbol, el futbolito de Zacarías, los Thames Trader de la Igam esperando las compras de su gente en el Mercado. La grúa del Negro Cadera y la de Ravenna, la vía que cruzaba esquinada sobre el puente del arroyo en ruta 9.

El aguatero en un carro tracción a sangre, Camejo y Chury siempre de a caballo, el Banco Pan de Azúcar, las clases de piano, guitarra y acordeón.

El pregón de Catalina y las rosas de Beltrán, en la plaza con fuente.

Los carritos de choripán, Pucheta, Lara, El Portugués, los afiladores y los campitos de fútbol en cien baldíos.

¡Cuántas cosas extraño!

 

Alberto Vaccaro, 24 de abril de 2021

No me gusta llamar a la gente por su apodo, no me gustó nunca.
Pero en algunos casos conocí antes el mote que el nombre, y en otros, si lo llamabas por el nombre nadie lo conocía, y peor aún, el aludido no se daba por enterado.
Mis pasos por Pan de Azúcar y el entorno, los partidos de fútbol en el campito, y notorias personalidades, tuvieron apodos identificatorios.
No es correcto agregarle el artículo “EL” antes del alias… pero así se hacía, así los aprendí.
EL INJUNDIA, EL PARDO, EL LOCO PEDRO, EL CACHO, EL CHINO, EL PATO, VAN HALEN, EL FANTA, EL CHARCA, EL CHESMA, EL TALO, EL CARPINCHO, MANGACHO, EL NEGRO ÁLVEZ, RUQUE, EL BOLITA, EL PANCHO, EL LOCO ROBERTO, EL TETA, EL FIFA, CHAMACO, EL CABALLO, EL PIERNILLA, FILINGO, EL CHACHO, EL GOMA-GOMA, EL CHIVO, EL BOCA, PITONGO, EL TURCO, EL GORDO FALVO, EL GALLINAZO, EL LAMPARITA, EL LECHE HERVIDA, PIRINGO, EL INDIO MIGUEL, EL LOBO, EL CHICHE, EL BETO, EL LAGARTO, EL CHECA, EL VIOLÍN, EL MACETA, EL COQUE POSADAS, CERROMOCHO, EL ZUCO, EL BIRONDA, EL MANGUINHA, EL CHINTO, CAMPOLO, EL CHIPE, EL PIES DE SEDA, EL CHOCHO, EL TATÚ, EL TITO, EL BANDEJA, EL BALANZA, EL QUICHO, EL NENE, EL TORO, EL PANZA, EL BUENO, EL TIERNO, EL TANO, LA ESCOBA, EL CHUECO, EL TERO, EL PICHÓN, EL PIBE, EL ITALIANO, EL BONIATO, EL CORONILLA, EL TIBURÓN, EL BEBE, EL JAPÓN, EL NEGRO CADERA, EL DULCE, EL ZAMBO, PITONGO, EL PÁJARO, PACO, EL FLACO, EL OSO, EL LIEBRE, EL COSITA, EL PIPA, EL MACHO, EL CUITI, EL OREJA, EL BUBY, EL CHINGOLO, EL CALAVERA, y mil más que si quieren pueden agregar.
Muchos de los que señalo ya no están, otros sí, no los quiero identificar, porque creo que no hace falta, podría ser irrespetuoso, y tal vez vuestros recuerdos coincidan en parte con los míos.
Alberto Vaccaro 26 de abril de 2021

Policía Caminera tenía móviles Chevrolet Opala. La mayoría de los taxímetros eran Opel Kapitan. Quintela tenía un Opel Récord de los años 70. El Esc. Pí recorría el pueblo en un Opel Record 1942. El Padre de Walter Razquín tenía una Renault 4. El Chino Figueredo andaba en un Renault 4CV, uno igual tuvo Don Antonio Uranga. El “Chino” compró después un Fiat 600. Siempre tuvo además moto: una motoneta, y después una Hondita 50. También tenían Fiat 600 el Padre Pérez, y Nélida Píriz. Uranga cambió por un Austin A70 negro.

Tota Tuvi tuvo un Toyota 700 y después una Fiat 500 viajera. Eguren repartía con un camión Bedford 1962, y llevaba al perrito sobre el tanque de combustible. El “Apagón Silva” tenía una Fordson furgón, Osvaldo Tuvi un Ford Taunus, Pitongo un Ford Galaxy. Carlos Villalba tuvo muchos años un Peugeot 403, Néstor Ferrés y Nelson Revello tenían camionetas Bedford.

Razquín tenía Peugeot 203, Piringo tuvo un Simca y una Camioneta Peugeot 203, una zanellita celeste y una Honda 125. El Cap. Álvaro Bravo tenía un Ford 8 del 37, Baliña pisaba los cordones en las esquinas, en una Chevrolet 1951.

Después los taxis pasaron a ser Chevrolet Impala y Ford Galaxy. En Montevideo eran todos Mercedes Benz 180.

Don Bruno, el del Almacén Toledo, repartía con un camioncito Citroen y después una camioneta Commer. El Dr. Andrés Accinelli tuvo un Ford Taunus 1968, armado en Mar y Sierra, y simultáneamente, un Fiat 850.

Apito Suárez tenía una Camioneta Serrana y después un Ford Escort 1972.

Ruben Abbadie tenía Ford F100, mi tío Juan, Camiones Chevrolet cuando yo era niño, después un Borgward con caja chata, y varios camiones Bedford. Los primeros ómnibus Pan de Azúcar – Piriápolis eran Ford, después Leyland y Aclo.

Los camiones de la Igam eran Ford Thames Trader 1957. La Policía tenía camionetas Chevrolet Veraneio. Heber Quirque tuvo una Toyota 700, Rufino Martínez una Bedford 1951 furgón.

Eduardo Lema tuvo un VW Fusca, allá por 1980. Manuel García un Studebaker verde 1951, el Maestro Germán Baldo tuvo una camioneta Toyota Hillux 1968, Menafra un VW Fusca.

Barbarita manejaba un Austin A40 negro, Albónico, Director de UTU, una camioneta Ford Taunus, tipo rural. Emilio Falvo circulaba en un Ford Escort color mostaza, Gustavo Núñez (padre) en un Ford Galaxy.

Bebe Fontes disfrutaba un Ford 8 1936. José Falvo paraba frente su almacén, una camioneta rural Simca 1962. Montes de Oca cargaba muebles y maderas en una Ford F100.

Hugo Díaz tuvo una Fiat 600 rural.

Mi Tío Antonio un camión Fargo.

Nito Méndez compró en Montevideo un Opel Capitán 1951. El Sargento Damestoy, Policía de Pan de Azúcar, padre de Ruben Eduardo, tenía una Citroen Ami 8.

Tola Clavero llevaba al taller una Panhard.

El Portugués guardaba muy bien su VW Fusca.

Arturo Núñez conducía una Fiat 124 5 puertas.

Cancela repartía heladeras de BERCAN en una Meharí

Mi padre tenía taller mecánico y a mí me encantaban los automóviles, tanto que solía conocer a la gente por su vehículo.

Además, el auto era para toda la vida.

En una época, por los sesenta y parte de los 70, la mayoría del parque automotor se repartía entre Ford y Chevrolet. En una época hubo muchos Chevette y después Corsa. Durante un tiempo Mansilla y Morris llenó la plaza de Fiat.

Mar y Sierra fabricaba camionetas Serrana y Marina, y al final armaron un lujoso Ford Taunus.

La Fiat fue una revolución. Los 124, los 1600 y los 125, las multicarga, hasta el 128. También Camiones OM. Julio Justo los probaba por la ruta 9 vieja.

Artemio repartía leche en una Gilera 50. La Empresa Martinelli tenía una carrosa Cadillac.

Reyes iba al taller en una camioneta International. El Banco Pan de Azúcar estacionaba frente a su local, una camioneta pick up Opel Record 1962, con logo del banco en la puerta.

Pedro Castellanos, guardaba en su garaje un Lincoln Continental 1942.

Ramón Sánchez tuvo una Fordson.

Martínez venía desde el Km 110 en una Ford T, allá por los sesenta y setenta.

Ricardo Sánchez llevaba al taller su camioneta INDIO.

Boca Llanes prestaba a su hijo Arturo un Fiat 128. Heber Bella manejaba un Opel 2.0.

Oscar González tuvo un Chevette diesel

Recuerdo a Artigalás en una Peugeot 403 y a Massagués en un NSU.

Omar Almeida iba y venía de la estancia, con su Chevrolet Bel Air 1955.

Hoy es difícil conocer a las personas por su auto. Hay marcas con formas muy parecidas, los autos no se tienen tantos años, y circulan muchísimas más marcas y modelos.

Pero en mis recuerdos, la gente tenía un auto por muchos años, o algunos, para siempre.

Sin duda me acordaré de muchos otros, que irán en alguna próxima ampliación.

(o si quieren ayudarme, para ampliar o corregirme, estaría muy bueno)

¡Cuidado! Esquiva el pozo ese de la Avenida Batlle, poco antes de la ANCAP. Fíjate bien porque frente a la panadería está el Pampa durmiendo en plena calle. Si quienes vamos a las canteras, que juegan el clásico Nueva Carrara y San Lorenzo. La cancha está cerca del arroyo y hay puestos de comida… muchos autos y gente contra el alambrado disfrutando del partido. Si quieres nos vamos a la pista de Láncaster, que hay carreras. Todavía anda algún mareado del baile de anoche en la Escuela 31.

¡Dicen que en lo del Chiche estaba lleno! Nunca entré, pero se ve que andaban muy divertidos.

Allí está la cancha del Victoria, camisetas rojas, y el mejor arquero del Baby que era Carlos Cabrera.

Yo estuve anoche caminando por la Rambla, desde el Argentino hasta el Colón. Estaba hermosa la vereda llena de ropas coloridas y sonrisas alegres. Tomamos un helado en el Vesubio y miramos fotos en la vidriera de Foto Pepe, en Rambla y Sierra.

Después volví a Pan de Azúcar y fuimos con amigos por una mozzarella al Café Avenida.

Estaba un poco cansado porque en la tarde había recorrido los campitos para jugar al fútbol un rato, y estaban todos llenos. Frente al Hospital, el Azteca, frente a la UTU, en la Estación… en mi barrio, Los Amigos, la Feria del 4, algunos pequeños baldíos. Corrí un par de horas en uno de ellos y me fui a casa.

Domingo de tarde. Podíamos haber elegido el cine de Pan de Azúcar, o los de Piriápolis, podíamos haber ido a nadar en el arroyo debajo del puente, o a pasear a caballo por el pasto, al costado de la ruta.

Normalmente nos íbamos en familia a Rocamar, Punta Negra o Punta Colorada. Mientras mi padre pescaba, mi madre leía una revista y mi hermana y yo jugábamos a la paleta.

Había partidos en todas las canchas: Barrio Sur con Aviación Naval, en cancha de Fontes. La IAPA con Portezuelo, en el Batallón, Rausa con Las Flores en Gregorio Aznárez, Piriápolis con Estación en el Anselmo Meirana, Tabaré con Rampla en el Francisco Piria. Playa Grande tenía la visita de Cerros Azules y El Renegado ya no jugaba, tampoco Beaulieu.

La Valenciana estaba al lado del Banco Pan de Azúcar, pero cerraba los domingos de tarde. De mañana fui a cortarme el pelo con El Portugués, y mientras me contaba sus viajes por Europa, me quedé mirando los trofeos que exhibía, y una bicicleta de su hermano ciclista.

Moyano ya había cerrado y quería cambiar unas revistas para leer de noche, Patoruzú, el Llanero Solitario, Supermán…

Hay unas chicas bonitas sentadas en la plaza, conversando con amigas. Yo andaba en la motoneta ISO que había sido de mi abuelo, y cargué nafta con aceite al 5% en la Ancap. Orges y Carlitos estaban despachando del surtidor.

Me voy a bañar porque esta noche hay recibo bailable en el Centro Progreso, voy con mi hermana y sus amigas del barrio, y voy a charlar un rato con Marcelino, Isidoro, Gerardo, Cacho, y quizás con Sergio.

Andaban los policías de recorrida, Damestoy, Pedro Bonilla, Cuadrado, Báez… Los otros se habían quedado en la Comisaría.

Una barrita de Piriápolis buscaba pleito algunas veces. Pero la noche estaba tranquila y a las 12, ya estábamos de vuelta en nuestras casas.

Y me desperté con los relojes y almanaques locos, desposeído de tantas cosas queridas de aquellos años, pero dueño de los recuerdos más valiosos.

Nona

Irma Pereira – Mi Nona)

Irma Pereira (7 de agosto/1916/20 de setiembre 2000

Mi abuela Irma nació en El Sauce, zona rural próxima  a Pan de Azúcar, y pertenecía a un hogar humilde. Era la mayor de seis hermanos, cinco féminas y un varón.

A los siete años de edad,  quedó al cuidado de sus abuelos maternos, mientras  su papá, acompañado por los demás integrantes de la familia, se alejó para ocupar diferentes puestos laborales  en otras secciones del Departamento de Maldonado.

Su niñez y adolescencia fue muy  solitaria, junto a sus abuelos, bastante mayores y un tío. La educación primera la recibió de una joven  familiar muy preparada que ofició de maestra durante varios años, porque  la escuela quedaba alejada de su hogar. A pesar de esa soledad, su vida fue confortable y aunque en un ambiente serio y austero, recibió un especial cuidado. Los viajes al pueblo no eran muy frecuentes, y se complacía cuando podía visitar a sus padres y hermanos, donde lógicamente el ambiente era más alegre y bullicioso aunque menos cómodo. Era suficientemente  bonita como para despertar el interés de muchos jóvenes que ocasionalmente se cruzaban en su vida.  Muy jovencita se ennovió con Juan Ángel Pereira, un funcionario policial con quien tenía cierto parentesco, pero casi no conocía. Cuando tenía diecisiete años  se realizó la boda y por primera vez pasó a vivir en la ciudad. El primer hogar conyugal  fue en San Carlos, donde nació Wilma, su única hija.

Los sucesivos ascensos del esposo significaron traslados a veces frecuentes. Las permanencias más largas fueron  en Punta del Este  y en  Pan de Azúcar, donde el esposo sería Comisario durante diez años hasta culminar su carrera policial. La pequeña familia había retornado  así al pago de sus antepasados, donde permanecerían hasta el final de sus días.

Los primeros veinte años de matrimonio  ella los dedicó solamente a las tareas del hogar, a atender a esposo e hija. Su salud no muy buena, no le permitían nada más, y quizás por aquellos primeros años tampoco anhelaba otra cosa. 

Cuando pasó la barrera de los cuarenta años, y llevaba ya unos quince en la ciudad, comenzó una labor de servicio a la Comunidad, animada por una fortalecida fe cristiana.

Para ese entonces su esposo había pasado a retiro policial y su hija acababa de casarse.

 Aprendió a dar inyectables y controlar la presión arterial,  competencias agregadas a su formación como masajista. Dado que residía en un barrio  alejado del hospital local, Salud Pública la autorizó prontamente a aplicar esos conocimientos.

Desde entonces atendía en su propia casa o visitaba a vecinos que necesitaban su servicio comunitario. Se la veía a pie y muchas veces portando su lámpara  de rayos infrarrojos para otras dolencias. Atendía con mayor frecuencia a   ancianos y niños… y fue conociendo en detalle el barrio primero, y zonas más alejadas después.

 

Un día pensó que sería interesante poner una pequeña policlínica en otro barrio, sin descuidar a sus vecinos. Eligió el Barrio Estación. Su determinación era grande y su tesón mayor. Pronto un alma solidaria le concedió el uso de una sala para que cumpliera su propósito. En ese tiempo contó con una motoneta. Prontamente se instaló allí y concurría todas las tardecitas por varias horas. Una vecina, enfermera universitaria, Dolly Lorenzo le dio su apoyo, y un conocido médico, Andrés Accinelli se comprometió a visitar aquella minúscula policlínica una vez a la semana. Pero ella deseaba dar un testimonio de la religión que profesaba: Adventistas del Séptimo Día, y obtuvo permiso para actuar bajo el nombre de OFASA (Obra Filantrópica de Asistencia Social Adventista).

Varios años trabajó en ese reducido salón hasta que una amiga, valorando su dedicación le  donó un terreno. Se trataba de la  señora Marita Pacheco de Blois.  Eso no bastaba, sin embargo, ya que era necesario el dinero para la construcción del edificio. Fue así que por mediación de un joven amigo, luego médico, Haroldo Pi, consiguió la donación de otro terreno en un lugar que pareció más apropiado, y que pertenecía a José I. Fontes. La venta del primero, aportó  una suma importante pero insuficiente, con la que concurrió a su iglesia en Montevideo.

En reconocimiento a su esfuerzo, le proporcionaron todo lo que faltaba para concretar la obra.

La Policlínica estuvo terminada finalmente e inaugurada en el año 1982, año en que coincidieron los estrenos  de varios centros de enseñanza y de la Biblioteca Municipal. Tanto la enfermera como el doctor Haroldo Pí, que en ese momento fue elegido como director responsable de la enfermería,  trabajaban gratuitamente. No compartían la religión, pero sí el deseo de servir a la comunidad.

La policlínica funcionó sin pausas hasta  el año 2000, cuando Irma Falleció. Durante tantos años, además de sus primeros colaboradores,  acudieron  al dispensario casi todos los médicos que iban surgiendo en la ciudad. Ofasa   enviaba ropa que era  distribuida  allí, a personas de pocos recursos y a niños de las escuelas, también muy necesitados.

Sintió también necesidad de ayudar a muchos adolescentes de situaciones sociales o familiares difíciles, y además de aconsejarlos,  les conseguía becas en centros formadores de conducta y de principios morales, como para  encauzar su futuro.

Aunque el nombre de Cristo aleteaba con frecuencia fuera de la policlínica, porque allí no se requería otra cosa que llegar para ser atendidos, encontraba que servir al prójimo era la mejor manera de dar un testimonio de fe.

Y en esa misma fe y con una actividad permanente, realizada sólo por su fortaleza cristiana, mantuvo su labor hasta tres meses antes de su muerte.

Llevaba casi dos años padeciendo una gravísima enfermedad… y falleció en la ciudad de San Carlos, donde comenzara su vida de esposa y madre.

La historia destaca algunas obras sociales, de acuerdo a parámetros variados. Una vida dedicada a la acción social podrá no merecer grandes titulares, pero deja marcado un camino, un mensaje de Dios.

(datos aportados por mi madre Wilma Pereira de Vaccaro)

INTENDENTES DE MALDONADO

Intendentes de Maldonado

Intendente

Partido

Período

Información

Juan Gorlero

 

1909 – 1913

Nombrado por el poder ejecutivo

1° Intendente Municipal

Angel F. Martínez

 

1914 – 1915

2° Intendente Municipal

Ramón Miranda

 

1916 – 1917

3° Intendente Municipal

Orlando Pedragosa Sierra

 

1917 – 1919

4° Intendente Municipal

Consejo de Administración

 

1920 – 1923

Presidente: Orlando Pedragosa Sierra. Vice-Presidente: Alberto Luis Vidal. Titulares: onrado SaezAlejandro RequenaJosé Carlos MorenoManuel Larrosa y Faustino Nocetti

Faustino Nocetti

 

1923 – 1925

5° Intendente Municipal

Consejo de Administración

 

1925 – 1928

Presidente: Alfonso J. Ortíz. Vice-Presidente: Conrado Sáez. Titulares: Mateo FígoliEduardo UriosteUrbano Cal y Félix Núñez

Consejo de Administración

 

1928 – 1931

Presidente: Emilio T. Luciani. Vice-Presidente: Manuel Larrosa. Titulares: Arturo Mata y Via y Félix Núñez

Consejo de Administración

 

1931 – 1933

Presidente: Félix Núñez. Vice-Presidente: José Mautone. Titulares: Pablo Amorín y Conrado Sáez

Conrado Sáez

 

6 de abril de 1933 – agosto de 1934

Intendente interventor

Raúl Odizzio

 

1933 – 1938

6° Intendente Municipal

Martiniano Chiossi

Partido Colorado

1938 – 11 de octubre de 1938

7° Intendente Municipal. Muere asesinado

Félix Nuñez

 

1938 – 1942

8° Intendente Municipal. Ante la muerte de Martiniano Chiossi, asume hasta finalizar el período

Roque A. Masetti

 

1942 – 1945

9° Intendente Municipal. Renuncia antes de finalizar el período para postularse nuevamente a Intendente

Armando Pérez Luace

 

1945 – 1946

10° Intendente Municipal. Ante la renuncia de Roque Masetti, asume hasta finalizar el período

Roque A. Masetti

 

1946 – 1950

11° Intendente Municipal. Entre septiembre de 1946 y febrero de 1947 el cargo fue ocupado por su compañero de fórmula municipal, Gilberto Acosta Arteta.1

Ernesto F. Paravis

 

1950 – 1954

12° Intendente Municipal.

Consejo Departamental

 

1954 – 1957

Presidente: Martín S. Marzano. Vice-Presidente: Armando Pérez Luace. Titulares: Ricardo CostaVictoriano R. SuárezFrancisco SalazarEduardo BeccoJuan Carlos Anfusso y Ramón Gómez Tizze.

Consejo Departamental

 

1957 – 1958

Ante la renuncia de Martín MarzanoHéctor Jaurena queda al frente del Consejo de Administración.

Consejo Departamental

 

1958 – 1962

Presidente: Francisco Salazar. Vice-Presidente: Analdo Orce. Titulares: Adalberto GonzálezMartín F. MarzanoRoque A. Masetti y Jacinto Rodríguez.

Consejo Departamental

 

1962 – 1966

Presidente: Pedro Tamón (PC). Vice-Presidente: Gilberto Acosta Arteta (PC). Titulares: Celia Rossi del Alcántara (PC), Arturo Collazo (PN) y Hugo Pérez Miraglia (PN)

Gilberto Acosta Arteta

Partido Colorado

1966 – 1970

13° Intendente Municipal. Renuncia antes de finalizar el período para postularse nuevamente a Intendente

Casimiro Tejera Delgado

Partido Colorado

1970 – 1971

14° Intendente Municipal. Ante la renuncia de Gilberto Acosta Arteta, asume hasta finalizar el período

Gilberto Acosta Arteta

Partido Colorado

1971 – 1973

15° Intendente Municipal. Removido del cargo por la dictadura cívico-militar. Posteriormente encarcelado en mayo de 1974

José María Siqueira

 

1973 – 1976

Intendente interventor

Juan César Curutchet

 

1976 – 1980

Intendente interventor

Fernán Amado

 

1980 – 1982

Intendente interventor

Miguel Angel Aparicio

 

1982 – 1984

Intendente interventor

Benito Stern

Partido Colorado

1984 – 1989

16° Intendente Municipal. Renuncia antes de finalizar el período para postularse nuevamente a Intendente

Daoiz Jaurena Cuervo

Partido Colorado

1989 – 1990

17° Intendente Municipal. Ante la renuncia de Benito Stern, asume hasta finalizar el período

Domingo Burgueño

Partido Nacional

1990 – 1994

18° Intendente Municipal. Renuncia antes de finalizar el cargo para postularse nuevamente a Intendente

Francisco Mesa Borrallo

Partido Nacional

1994 – 1995

19° Intendente Municipal. Ante la renuncia de Domingo Burgueño, asume hasta finalizar el período

Domingo Burgueño

Partido Nacional

1995 – 1998

20° Intendente Municipal. Fallece en el cargo

Camilo Tortorella

Partido Nacional

1998 – 2000

21° Intendente Municipal. Ante el fallecimiento de Domingo Burgueño, asume hasta finalizar el período

Enrique Antía

Partido Nacional

2000 – 2005

22° Intendente Municipal. Renuncia antes de finalizar el cargo para postularse nuevamente a Intendente

Luis Eduardo Pereira

Partido Nacional

2005

23° Intendente Municipal. Ante la renuncia de Enrique Antía, asume hasta finalizar el período

Óscar de los Santos

Frente Amplio

2005 – 2010

24° Intendente Municipal

Gustavo Salaberry

Frente Amplio

2010

25° Intendente Municipal Ante la renuncia de Óscar de los Santos, asume hasta finalizar el período

Óscar de los Santos

Frente Amplio

2010 – 2014

26° Intendente Departamental

Susana Hernández

Frente Amplio

2014 – 2015

27° Intendente Departamental Ante la renuncia de Óscar de los Santos, asume hasta finalizar el período

Enrique Antía

Partido Nacional

2015 – 2020

28° Intendente Departamental

 

EL PAN DE AZÚCAR UE GUARDO EN EL ALMA

del libro «En los Rieles del Tiempo, historias de Pan de Azúcar»

del libro «En los Rieles del Tiempo (historias de Pan de Azúcar)
Presentado en año 2000 en Casa de la Cultura de Pan de Azúcar
(de Alberto Vaccaro)
El Pan de Azúcar que guardo en el alma…
Hay algunos recuerdos de mi ciudad, que los foráneos quizás nos entiendan y los mayores tal vez consideren demasiado recientes. Pan de Azúcar tenía otro color, seguramente por el cristal más joven de mis ojos.
El Colegio San José, los futbolitos de Zacarías, los ómnibus de Rimpax y Copap, la parada en la Junta Local con una bolsita de mandarinas. Los partidos de fútbol sobre pedregullo en el patio de abajo o sobre baldosas en el de arriba. El agujero en el codo de la túnica… las bolitas contra el portón de lata, las hamacas y el tobogán.
Recuerdo a la hermana Blanca en Jardinera: hacía bailar a Pinocho si nos portábamos bien… y aquel primer día de clase entre lágrimas y soledad, salvado por mi prima Laura, que estaba en 4° año.
Allí están, en la memoria, tantos compañeros, las monjas, los recreos. Tampoco olvidé mi primera bicicleta, pequeñita y con ruedas de apoyo que mi padre quitó cuando cumplí tres años.
Recuerdo con lujo de detalles el día que nació mi hermana, algunos juguetes, los autos que arreglaba mi padre en el taller; los paseos en bicicleta por el barrio «La Viviana» y los campitos que trillábamos detrás de la pelota.
Aquella imagen es un sentimiento: el cerro dibujado en la ventana, el almacén del Nene, la Tota, la fábrica Mar y Sierra, el puente, y los jinetes arreando vacas para el abasto y la feria del cuatro.
A todo pedal, curva a la derecha, la casa de los Núñez, los Sosa a la izquierda, una cuneta que atravesaba la calle, el almacén del Tocho, Hernández y Suárez; Elisa allá abajo donde después rellenaron para la fábrica, Elena, los González, los Marrero y Maristela, Juanita, la Sociedad los Amigos, los Techera, los Alvarez, los Márquez. Wilder y Néstor, Beltyrán, Amanda con su paraguas por sombrilla, Clavero, Castro y Groposso, El Chiche, la cañada, Roque, los Alvira, Evergista y Tomás, Lucía, Iris y Violeta, y Salomé, la uva, Celia y mi amigo Wilson.
El Colombes y los emocionantes domingos de mañana. El Profesor Rebello en el Albion y la iglesia del Padre Isabelino Pérez.
La fábrica de baldosas, Ortusar y la radio «valijita» de plástico, Hilario y el Chiche Cuadrado caídos en cualquier esquina. Y la «vieja de la Mancha» con un carrito redondo de lata.
Así era Pan de Azúcar. El Quiosco de Sureda en la plaza, tapizado de rervistas y claveles, el almacén de Eguren, el minimercado de Molina, la farmacia de Menafra, la papelería de Amengual, la mueblería de Montes de Oca y las bolitas en lo de Parodi. El cine, la tienda Quintela, y una fuente en el centro de la plaza.
Los hermosos desfiles cívico militares en los que participábamos todos, una poesía de memoria en el púlpito de madera, y las bocinas de Solvox-Radio repitiendo a destiempo las estrofas del himno.
La peluquería del Portugués, la empresa del «flaco» Villalba Etchenique, Ricardito Sánchez en el Bar Avenida.
El liceo en la calle Ituzaingó y un salón en el garage de enfrente. La Onda, primero en Rincón y Olivera, después en Lizarza, desplazando al almacén de Eguren.
El fotógrafo Antonio Martínez, el odontólogo Becco, el Escribano Pí, el Dr. Accinelli, el Escribano Romero. Aquel viejo hospital y la «gota de leche». El Maestro Chino de túnica blanca. La zapatería de Clavero, el salón de Moyano, y la escuelita Maternal pegado a lo de Surroca.
Me acuerdo de la Tienda Leoncio, la Carnicería del Clota y la de Martirena… y un muro alto junto al Banco Pan de Azúcar.
Me parece ver el taxi de Carmelo, los carteles de Piringo, el viejo Quinche, al Indio Miguel y al «bobito» con una bolsa llena de pan.
La camioneta de la Panadería Bonet, el Bedford de Eguren con un perrito sobre el tanque, la cachila amarilla de «Fachola» Seippa, los autos de Fontes y «el Japón» Luzardo, los perros del Comisario Ferreiro y los pozos que invariablemente tenía la Avenida Batlle a pocos metros de la Ford.
Allí están en la memoria, la Casa de los Regalos del «Fígaro» Sosa, las clases de acordeón en lo de Mabel Falvo en el Barrio Estación.
Uranga me llevaba a ver el tren en su Renault chiquito, igual al del «Chino» Figueredo.El Juez Piegas y el almacén Toledo de Don Bruno, la cuarta división de Pan de Azúcar y la reserva de La Estación.
Me acuerdo del Albion en épocas de esplendor, con Gustavito Núñez como presidente. 

Los hermanos Suárez, especialmente Luis que jugaba bien a todo. El Pato Freire, el gordo Marrero en el arco, Ciro Quijano y tantos otros.
Rotary de Don Washington Quintela y las reuniones de Interact. Las exposiciones de la Escuela Industrial y la plaza irrepetible del año 74, cuando celebramos el Centenario.
La zapatería de Rocha, el comercio de Alonso, Bercan y Cancela con su Mehari cargada de heladeras. Gustavo Núñez padre y el Inmenso París Londres. La barraca del Varón Cuadrado , la gomería de Arturo Rocha, las Fiat 500 de Grille y la Tota Tuvi, la pequeña Toyota de Quirque y Adán Pedroso en la puerta del Liceo.
Recuerdo la automotora de Mansilla, las Bedford de Ferrés y Rebello, el Simca de Piringo Bonilla, y su Zanelita celeste, los camiones de mi tío Juan, la gomería Pemar, el «cachilo-camioneta» y cada vehículo que tuvo mi padre.
La vía que cruzaba antes del puente, un grupo musical que integraban entre otros los hermanos Buzó, el Studebaker verde de Manuel García y los camiones Thames de la Igam.
El Comercio de Hugo Díaz en Rincón y Rivera, Griman y el club del Frente Amplio en Ituzaingó y Rivera. El Bar y Agencia de ómnibus de Robertito Blois y aquellos «recibos» bailables del Centro Progreso.
Tengo presente los partidos en la cancha de Fontes, donde una vez jugaron Abaddie, Ghiggia, William Martínez, Maidana y otras glorias en el «Alvaro Gestido», equipo de veteranos.
El correo en Rincón y Rivera, la joyería de Velázquez, el Banco de Previsión donde está el Semanario Zona Oeste. La Valenciana donde está la Casa de las Telas, «La Escoba» de León en la esquina de Artigas y Rivera. Las canchitas de baby fútbol en la Plaza de Deportes, frente a la escuela Industrial y cerca de la escuela 78.
La estación de AFE y el bar de al lado, que tuvo Ferrés, el quiosco de Faccelli, Pedro Castellanos gerente del Banco Pan de Azúcar y Emilio Falvo trabajando en la estación.
Artemio Pérez repartía leche en una Gilera 50; mi abuelo iba todos los días al centro en su motoneta Iso, y mi abuela en una Malanca. Mi madre iba a dar clases en la Escuela Industrial en un Fido, y en verano yo trabajaba con mi padre en el taller.
El cerro no tenía antena; el telégrafo estaba en Leonardo Olivera casi Rincón y la central telefónica en Lizarza casi Ituzaingó. Cerca de mi casa armaban las camionetas Marina y Serrana, autos Ford Taunus… después Mar y Sierra se transformó en Fiat, más tarde en Nórdex y por último Nortel.
Una vez visité el Molino Schiavonne y varias veces la carpintería de Montes de Oca. El cine era un paseo casi obligado. En mi barrio el único que tenía televisor era «el Tocho» y allí nos reuníamos cada seis de enero para ver el desfile de los Reyes Magos.
Me acuerdo de la Cancha de Bochas, de la herrería de Sucías, el almacén de Baliña, la bicicletería de Melo y El Fortín del Prof. Figueredo. La fábrica de pastas de González, el Centro Comercial frente al nuevo edificio de Antel, Rosita, que vivía al lado del Colegio y colaboraba en los festivales de fin de cursos.
Conservo en mi memoria una postal del Liceo cuando rendimos examen de ingreso los que veníamos del Colegio: Baldo Director, Irigoyen, Doris, Cecilia, Sonia, Adán Pedroso y aquel patio de piedra despareja.
También aquella imagen: largos bancos de madera azul y una ventana de salón, donde golpeábamos figuritas con la mano ahuecada, en el querido San José.. Aquel salón al fondo del patio, donde una noche de fin de cursos me maquillaron para vestirme de holandés con seda roja; Stella, mi siempre compañera de baile, Jesús y los demás.
Quinche hablando de Pinki en las mesas redondas de lata, en la vereda del Bar Avenida. Fonseca repartiendo telegramas, Presa hablando solo, el Taxi de Lazo. Avila llevando agua en su carro de madera tirado por un caballo, la bicicleta de media carrera de Heriberto en la que yo pedaleaba por dentro del cuadro; las esperas en lo de Razquín.
Las muelas que me sacó Becco y el club en su garage cuando ganó Gestido. Me acuerdo de muchos perros que quise de verdad. El gallinero de mi abuelo y Minero, aquel espléndido caballo.
Un discurso de Agustín Cuadrado y un acto de Michelini. Las bolitas que me regaló Pedro en una bolsita de tela. La Shell de Antonio Calo y la plaza de Beltrán. La ruta 9 pasaba frente a mi casa; los asados en el taller, el camión de Bártola y la casa de Andrés…
Son pocos años, pero son mi vida. Postales que no se borran, cosas y gente que ya no están, pero no se olvidan… y de algún modo, siguen poblando las calles de mi Pueblo.

MI ABUELO, EL COMISARIO

Mi abuelo el Comisario.

Una vez le pedí datos para escribir su historia, quizás un libro sobre su vida. Me dijo que no. Que me daba los datos, si quería, para escribir sobre el Pan de Azúcar de su infancia y juventud.
Cumpliré mi promesa. El libro no es exclusivamente sobre Juan Angel Pereira. Además, parte importante de la historia fue publicada por mi madre en su libro «Tiempo de Recuerdos». Pero creo sin temor a equivocarme, que el relato que sigue es ilustrativo de épocas remotas de la Ciudad y su entorno. Tardé algunos años en tomar coraje para escuchar las grabaciones y en leer apuntes de una libreta que dejó a su única hija.
Yo nunca lo conocí de uniforme. Cuando nací ya se había retirado al lugar en el que me crié: Gallinero para venta de aves y huevos, quinta, un caballo que se llamó Minero, un par de vacas y terneros, una motoneta, y un pasar tranquilo.
Recuerdo sus madrugadas de invierno, ordeñando vacas sobre el pasto blanco por la helada. Después, el balde sobre el aljibe, y un jarro de leche al hervidor para su segundo desayuno (el primero era el mate) y también para el mío.
Más tarde era hora de juntar huevos y alimentar a las gallinas, carpir un poco la tierra, y vestirse, para subir a la motoneta y marchar al centro. Regresaba cargado de ración, el diario y algunas otras compras, y la correspondencia que levantaba en la comisaría.
Su casi exagerada e impaciente puntualidad, su rectitud a toda prueba, fueron ejemplos permanentes de mi abuelo… Una de las personas más importantes de mi vida.
El cariño por el nieto traspasaba nítidamente su gesto pretendidamente duro. Yo cruzaba de noche a su casa a mirar televisión, le pedía un «codo» de pan criollo (guardado en una lata de yerba Armiño) y me dormía apoyando la cabeza contra su hombro.
Cuando crecí, comencé a escuchar historias de aquel comisario severo que «enderezó» al pueblo en épocas difíciles. En su ropero había un uniforme completo con dos gorras… ¡una!, porque la otra me la regaló para jugar a los policías. Le preguntaba por aquellas fantásticas aventuras que me contaban, y él asentía, pero no solía agregar demasiados condimentos al asunto. Siempre me hablaba de la responsabilidad, del celo en el servicio, de la honradez, de la disciplina.
Pero yo quería saber más.
Mi abuelo tenía 53 años cuando yo nací, y tuve la gran fortuna de tenerlo durante 38 años.
Juan Angel Pereira Serrón nació el 23 de octubre de 1905, a las dos de la tarde, en la campaña de la 3ª. Sección, veinte kilómetros al norte de la Ciudad, en las costas del arroyo Pan de Azúcar. Primogénito de una familia con 14 hijos, siete varones y siete mujeres, tuvo que hacerse grande muy temprano. Sus padres tenían una pequeña posesión agro ganadera donde se producía para satisfacer las exigencias imprescindibles de la vida, como alimentos y vestimenta. Comenzó a cabalgar (idea de su padre) a los dos años, atado del recado, y desde los tres años de edad, por su cuenta, dominando el caballo con relativa facilidad. Tenía cinco años y cuatro meses cuando comenzó a asistir, como alumno fundador, a la escuela de Calera del Rey, a unas quince cuadras de la casa paterna.
Como era la primera escuela de ese paraje, ingresaron a primaria entre los más de cuarenta alumnos de ambos sexos, jóvenes de hasta 17 años. Juan Angel, el más pequeño por edad y físico, cursó hasta tercer año rural (todo lo que ofrecía el pequeño centro educativo) pero siguió asistiendo hasta 1918 para completar su formación, ya que otros niveles de estudio eran inaccesibles, a más de cincuenta kilómetros de distancia y mucho más allá de las posibilidades económicas de la familia. Como buen lector, era elegido por los maestros para leer en voz alta a la clase, y los vecinos organizaban veladas en las que escuchaban novelas, revistas o diarios, que cayeran en las manos de aquel niño.
Después realizaba tareas en casas de vecinos por una pobre remuneración. Eso le permitía cubrir sus gastos de ropa y aprender trabajos de campo. Ayudante de albañil, «agarrador» de lanares, esquila con tijeras de mano. Desde los quince hasta los diecisiete años fue peón en la estancia de Froilán Nieves Siete meses trabajó en un comercio de Minas, un tiempo más integrando una cuadrilla de esquiladores… y por fin, en 1922 recibió la citación del Comisario de la 3ª Sección.
¿Fue la carrera policial lo más importante de su vida? Sólo estuvo en servicio activo 31 años de una existencia de 91. Pero pese al retiro, nunca dejó de ser Comisario. Comenzó como Guardia Civil en las funciones de ayudante de Escribiente y telefonista. Supo elegir los consejos buenos, y ante la falta de bibliotecas donde obtener libros, mejoró su formación leyendo cuanto escrito figurara en los archivos de la comisaría. Desde 1923 le fueron asignadas más responsabilidades. Montando a caballo, recorrió la campaña realizando tres censos de cosecha de maíz chacra por chacra, uno de marcas y señales, otro de vecindad. El éxito de estas tareas fue clave para futuras promociones.
Actuó un tiempo más en la seccional 3ª, en tareas de oficina y en giras por la campaña. Era elegido por el Comisario, que no era de la zona, para que lo guiara en recorridas por la sección. En febrero de 1925, el Poder Ejecutivo creó la Seccional 11ª (Piriápolis) con un territorio que abarcaba parte de la 3ª y parte de la 5ª. El personal designado era, por orden jerárquico, un Comisario, un Escribiente, un sub – Oficial y tres Guardias Civiles. Desde la inauguración, el 1º de Marzo de 1925, Juan Angel Pereira era el Escribiente, pero además, por ser el segundo en grado, actuaba como sub Comisario y reemplazaba al Comisario cuando estaba ausente. Tenía diecinueve años y era, desde ese momento, Oficial de Policía.
La nueva responsabilidad exigía conocimientos que él consideraba que no tenía. Como no ganaba suficiente como para comprar libros, consiguió varios en préstamo y los estudió. Tenía muy buena memoria. Así aprendió códigos y copió a mano la constitución de la República de 1919, la que conservó el resto de su vida.
Su facilidad para asimilar lo que escuchaba o le enseñaban, para aprender de las personas con las que conversaba, le permitieron progresar rápidamente.
Cuando todavía no había sido nombrado Escribiente en la Seccional 11ª, Juan Angel Pereira conoció personalmente a Don Francisco Piria. Antes de crearse la Comisaría de Piriápolis, toda la zona pertenecía a la Seccional 3ª. Desde 1922 hasta 1929 realizó frecuentes visitas a las obras en construcción de murallones (el Puerto ya estaba hecho y recibía al Vapor de la Carrera). La Rambla estaba construida pero la deshizo un temporal en Julio de 1924. Contaba mi abuelo que la gran mayoría de los obreros eran inmigrantes post Primera Guerra Mundial. Arribaban al Puerto de Montevideo y desde allí en tren a Piriápolis. Un peón común ganaba en esa época un peso por día, y Piria pagaba un peso con veinte centésimos. Los salarios se abonaban en la actual Quebrada del Castillo. El Castillo, levantado en 1897, fue la primera construcción de Piria en la zona, pero en la época de este relato el fundador de Piriápolis era ya viudo y vivía en Montevideo, desde donde venía de vez en cuando. Pereira (que tenía por aquel tiempo veinte años) recordaba a Piria como un hombre de unos ochenta años, de físico menudo, baja estatura, sombrero de ala dura, muy dicharachero y ya sin bigotes. Incluso recordaba una anécdota, una vez que en el Hotel Piriápolis una presuntuosa turista, buscando conversación, le preguntó: «Diga, Don Francisco, Usted que ha viajado tanto…¿Cuál es la forma más barata de llegar a Asunción del Paraguay?» A lo que Piria respondió: «métase en un sobre y paga cinco centésimos».
Por esos años el Hotel Argentino tenía construido el segundo piso, y se trabajaba en el tercero.
Para viajar de Piriápolis a Pan de Azúcar en esa época se utilizaba el «Trencito de Piria», con sus vagones abiertos. La ruta 37 no existía. Había un camino asfaltado desde Piriápolis hasta cerca de Zanja del Encanto, pero la salida de Pan de Azúcar era por donde hoy está el Abasto Municipal de Carne. El Guarda del trencito era Francisco Sanui y la estación estaba en la Sub Prefectura aunque las vías seguían hasta el Puerto.
Juan Angel Pereira estuvo en la 11ª hasta octubre de 1929, más de cuatro años y medio. Desde allí pasó a la 6ª Sección, José Ignacio, donde permaneció dieciséis meses.
Estando en la 6ª ocurrió un hecho que le hizo muy conocido y reconocido para nuevas promociones. El Inspector de Policía, recién llegado a la Jefatura de Maldonado, debió realizar en esa comisaría un Sumario Administrativo y solicitó un Escribiente. El Escribiente era exactamente eso: anotaba a mano toda la documentación, con pluma y tinta, porque no había máquinas de escribir. El recomendado para el trabajo fue Juan Angel Pereira, considerado idóneo en la materia.
La exigente labor llevaba ocho o diez horas diarias de rápida y prolija caligrafía, pero fue cumplida tan bien, que en adelante fue llamado para hacer la misma labor en todo el departamento. Seis sumarios en poco más de un año.
Luego se agregó la tarea departamental de pago de sueldos mensuales, en los que elaboraba el acta. Prestó servicios en la seccional 5ª (Las Flores), durante tres meses. El 15 de marzo de 1931 pasó a la 2ª (San Carlos) donde actuó hasta el 6 de febrero de 1936. En diciembre de 1934 fue ascendido a Sub Comisario Rural. Había sido ya Escribiente rural y urbano, salteó el grado de Oficial Inspector y pasó a Sub Comisario Rural. Desde allí fue trasladado a Punta del Este con el cargo de Sub Comisario Urbano. Pasó casi siete años en la Seccional 10ª, donde cosechó muchas amistades, entre ellas la de personas importantes que veraneaban en Punta del Este, como el Dr. Pedro Berro (Diputado, Senador, Ministro del Interior y figura relevante del Partido Nacional); el Dr. Juan José de Amézaga (más tarde Presidente de la República); Don Tomás Berreta (Presidente de la República).
El 1º de Noviembre de 1942 fue designado Comisario Rural en la Seccional 4ª hasta el 1º de Noviembre de 1943, cuando se hizo cargo como Comisario Urbano, de la Seccional 3ª (Pan de Azúcar). Ese fue su último destino en la Policía, ya que diez años después, el 15 de Octubre de 1953, pasó a Retiro voluntario.
Como dije al comienzo, esta entrega tiene como objetivo central esbozar historias de Pan de Azúcar. Mi abuelo es parte de esa historia, pero además, sus relatos son el puente por el que arribo a una época que mi edad no me permitió conocer.
En 1922, cuando recién había ingresado a la Policía, el Juez de Paz era Don Germán Rodríguez Gerona, que ocupaba el cargo por política. En realidad la tarea la cumplía uno de sus hijos, y el magistrado se limitaba a firmar.
El Comisario era Luis Rodríguez Salaya, a punto de jubilarse. No tenía gran instrucción, pero su experiencia le daba la habilidad necesaria para desenvolverse en la función. Incluso mi abuelo lo recordaba como un buen consejero.
La Junta Local se llamaba «Concejo» y tenía un Secretario, un ayudante (Pablo Colistro), un Comisario de Salubridad (Bonilla) y unos muy escasos peones.
El pueblo era muy pequeño. La calle Lizarza arrancaba en Sarandí, pero no había casas en esa zona. El Cementerio estaba en su actual emplazamiento, pero se llegaba por un camino de tierra marcado entre pinos. Todas las calles eran de tierra. Los vehículos se empantanaban frente a la Plaza. Lizarza, Lavalleja, Rivera, Bonilla, Ituzaingó, Rincón, Piedras, Leonardo Olivera, eran las principales vías de tránsito. Existía ya en esa época la casa que más tarde fue del Escribano Pí, padre del Dr. Haroldo Pí. Los prostíbulos estaban en Lizarza y Goicoechea, y el parque Zorrilla no existía, era simplemente un campo virgen donde concurrían las lavanderas y gente que tenía animales en pastoreo.
La principal cancha de fútbol era la de Fontes, pero había otras. En el Barrio Estación existía un local de feria de ganado, aproximadamente en el ángulo que forman Oribe y Devizenzi, hacia el Sur.
El tren ya pasaba rumbo a San Carlos, quizás desde 1911 o 1912. En 1920 pasó por Pan de Azúcar hacia San Carlos Don José Batlle y Ordóñez, para un gran acto.
El Molino Cordone era una importante fuente laboral. El Barrio Belvedere («del Peligro») era un conjunto de ranchitos. Tío Fernando que repartía agua, fue el padre de Quintín Díaz Bonilla («el poeta de esta Villa»). Quintín andaba con un balde de cal, y por unas pocas monedas, iba casa por casa ofreciendo «blanquear» alguna habitación. Además, escribía un diario a mano, que dejaba en el Bar Avenida para que lo viera la gente.

El dueño del Bar Avenida era Mario Rodríguez Peláez. Unas dos mil personas vivían en la entonces Villa, contando los barrios más alejados.
Dieciocho años más tarde, al regresar a Pan de Azúcar como Comisario, el Pueblo había cambiado bastante.

(sigue a la derecha arriba)

Calles asfaltadas, no muchas más personas, pero sí nuevos problemas. Incidentes y desórdenes con participación de mayores y menores, eran cosa corriente en bares y comercios. Eran frecuentes las reyertas entre ebrios y patotas de escandalosos, pero quizás los mayores problemas estuvieron en el fútbol. Equipos de otras ciudades se negaban a venir, porque si no ganaban los locales, la golpiza era segura.
Esa fue la causa principal del traslado de Juan Angel Pereira a la 3ª Sección, pero además, el desarrollo de los hechos posteriores y la actuación del Comisario, abrieron toda una leyenda que como tal, tenía la base de casos reales con el aditivo de exageraciones. El relato popular tiende a redondear historias con anécdotas de novela, gustoso condimento para la charla.
Yo crecí escuchando cuentos de esas aventuras del policía severo y guapo, represor y autoritario, que apuraba a su caballo por el límite de la cancha para impedir el ingreso de los espectadores.
Algo de cierto había. Una vez en San Carlos, donde concurrí junto a muchos otros estudiantes de Pan de Azúcar a cursar 6º año liceal (opción físico – matemática) un profesor, leyendo mi nombre completo, me dijo… «¿Vaccaro Pereira?» «Sí,» respondí. «¿Es usted familiar del Comisario Juan Angel Pereira?» – siguió preguntando – «Es mi abuelo» dije orgulloso. Imaginé que era un amigo de mi abuelo, lo que seguramente me traería una relación más familiar con el Docente. Pero no fue así. Inmediatamente me contó: «Hace muchos años fui a un partido de fútbol en Pan de Azúcar, y tras un incidente, varias personas fueron detenidas. Su abuelo me tuvo en un calabozo algunas horas.»
Yo escuchaba y le preguntaba después: «Tata… ¿Es verdad que cuando eras Comisario de Pan de Azúcar…?» y él se acomodaba en la silla y me decía: «Bueno, la gente le agrega cosas y a veces exagera, pero sí, pasó más o menos así» Negó siempre que una vez haya ingresado (como me contaron) a un bar montado en su tordillo, para disolver una timba. Pero lo del fútbol era cierto. Los relatos de mi abuelo coincidían con los del pueblo.
El Comisario se apostaba en una esquina y permanecía vigilante hasta que algún fanático osaba ingresar a la cancha. A veces la multitud pisaba la línea lateral y el «Comadreja» y su jinete, como un centauro, arrancaban a correr marcando el límite entre lo permitido y lo prohibido. El fiel caballo mostraba los dientes como para morder y el guardián amenazaba con su sable. Más de una vez, rodeado de inamistosos hinchas, expuesto a golpes desde los trescientos sesenta grados del entorno, se defendió dando «planchazos» a diestra y siniestra. Después la comisaría se poblaba de detenidos y en la puerta insistentes «abogados» reclamaban libertad para sus compinches. Poca suerte tenían, porque además de no lograr sacar a nadie del calabozo, solían transformarse en nuevos detenidos.
En la Villa había varios hombres difíciles, pendencieros porque sí, o envalentonados por licores. Mi abuelo me los nombró muchas veces, pero la identidad no viene al caso… eran de esas personas que recordaba, años después del retiro, como buena gente, pero un poco conflictivos al comienzo. Con la mayoría de ellos logró buenas relaciones con el paso del tiempo.
Quienes me hablan de aquella época, se refieren al Comisario Pereira con mucho respeto. «Era bravo» me comentan, pero nunca lo tildaron de injusto.
Mi abuelo me contaba que al llegar y tomar conocimiento de la situación, impartió órdenes al personal a su cargo, pero con poco éxito. Tuvo entonces que imponer su autoridad y velar personalmente por el cumplimiento de las directivas.
La rigurosidad con la que se propuso combatir la presencia de menores de edad en lugares no aptos y todo tipo de desorden, generó cierto tipo de resistencia. Intentaron agredirlo físicamente, y con amenazas, pero nada de eso podía torcer la dirección que había tomado. No faltaron enfrentamientos violentos, calabozo por 24 horas, pases a la Justicia y procesamientos.
Algunos vecinos de la Villa se solidarizaban con los detenidos e ignoraban al Comisario, al que ni siquiera saludaban. Firme, y de decisiones rápidas, comenzó a dominar la situación dentro de la propia Comisaría y en la comunidad. Pero eso le llevó no menos de tres años de constante lucha, sin que existieran noches que no terminaran con varios revoltosos detenidos, ni partido de fútbol que no acabara con decenas de conducidos a la Seccional.
Un rol relevante cumplió «Comadreja», su tordillo, ya mencionado líneas atrás. El fantástico caballo perteneció a don Juan Francisco García, un amigo de la familia que había sido compañero de infancia del padre del Comisario Pereira. Comadreja tenía ya trece años de edad y su rendimiento en las carreras había bajado, por lo que sería retirado de las pistas. García le ofreció enviárselo, y así lo hizo.
Nervioso como cualquier parejero sólo dedicado a correr, se ponía muy inquieto en presencia de numeroso público. El trato cuidadoso y amable del nuevo amo, logró una excelente relación entre jinete y corcel. Comenzó a reconocer la voz del dueño y obedecía sin necesidad de utilizar el freno; era inteligente y aportaba su colaboración de una manera tan efectiva como espectacular. Comadreja acompañó al Comisario los últimos ocho años de su carrera y murió de un ataque al corazón, en la caballeriza de la Seccional, tres meses antes de que el protagonista de esta historia se retirara de la Policía activa.
Pero volvamos a los primeros tiempos del Comisario Juan Angel Pereira al frente de la 3ª Sección. Dos procedimientos de represión de desórdenes ocurrieron casi seguidos. Uno de ellos fue con un señor dueño de un bar, vecino antiguo de la zona, que tenía la costumbre de emborracharse y promover mayúsculos escándalos que incluían agredir a quienes quisieran pararlo. No vaciló en atropellar con su auto a funcionarios policiales. Estuvo varias veces detenido pero siempre por poco tiempo, pues cuando se le iban los «humos» del alcohol, se le perdonaba. Lógico era que chocara con Pereira. Al primer intento de acercamiento, el individuo tomó a golpes de puño al Comisario, pero este último, que no solía achicarse, lo detuvo de todos modos y lo pasó a la Justicia. Fue enviado a la cárcel. Al salir de prisión, era un hombre distinto, totalmente curado. Dejó de beber y fue una persona de trabajo y buen vecino que a esa altura, tenía unos cuarenta años de edad.
El otro caso parecido, fue un procedimiento con un señor de iniciales C. G. El hombre alcoholizado agredió en la calle al Comisario, y la lucha cuerpo a cuerpo terminó con el revoltoso procesado y preso. Al salir de la cárcel, reunió a su familia y dejó Pan de Azúcar para radicarse definitivamente en la ciudad de Maldonado.
El Comisario intentaba cumplir con su misión de poner la Villa en orden. Se abocó entonces a uno de los problemas que a su juicio eran más perjudiciales para la salud de la sociedad: los menores en lugares y horarios inconvenientes. Hizo cumplir estrictamente las disposiciones del Código del Niño y se encargó de controlar que los funcionarios a su cargo pusieran el mayor celo y dedicación en ese camino. Poco tiempo después, ya no se veía a adolescentes en bares y otros lugares nocturnos o de juego y era incluso difícil ver niños jugando a las bolitas en las calles… se las quitaba como castigo para ponerlos a salvo del peligro del tránsito. Si los menores fumaban, les quitaba los cigarrillos y recién los dejaba ir después de un buen sermón. Pero uno de los motivos más notorios de su esfuerzo, fueron los juegos prohibidos, es decir, las timbas.
Recorrió entonces las calles, tugurios, boliches de campaña, solo o acompañado, en una lucha frontal y sin concesiones. Salía a cualquier hora de la noche y madrugada a pié o montado en su tordillo. Nunca logró erradicarlas, pero dejaron de ser pasatiempos casi permitidos que se practicaban sin disimulos por doquier. Recordaba años después, haber realizado dieciséis procedimientos con detención de muchos apostadores ilegales en zonas urbanas y rurales. Cuentan que incluso familiares directos estuvieron a punto de caer en sus redadas, que se prolongaron hasta el día mismo de su retiro.
Pan de Azúcar vio permanentemente a su comisario uniformado, salvo en oportunidad de alguna misión que requería discreción. Las únicas pausas de cierta distracción eran las partidas de ajedrez que compartía con el Juez López y el Ingeniero Peluffo, entre otros compañeros de un momento social. Un comisario que en once años de funciones al frente de la seccional 3ª no tomó licencia, era un azote permanente dentro de la comisaría y para los revoltosos e incorrectos de toda la comarca. Pero su trabajo fue aceptado y comprendido por quienes se movían en las coordenadas de las leyes y la buena vecindad. Su integración a la sociedad fue muy buena y actuó en diversas comisiones: Fue Presidente y Secretario del Comité Local delegado del Consejo del Niño; Secretario y Presidente de la Sociedad de Fomento Rural de Pan de Azúcar; integró la Comisión de ayuda al Hospital, comisiones de escuelas, Liceo, Escuela Industrial (de la que fue fundador), banda popular y otras. Una vez en retiro integró y presidió hasta que la salud se lo permitió la Comisión de Colaboración Policial.
Militante del Partido Colorado, Juan Angel Pereira fue Edil Departamental y durante su gestión (1955-1959), entre otras cosas, eligió nombres para el Parque Zorrilla, el camino Julio María Sosa, la Av. Aparicio Saravia (actual tramo urbano de ruta 9). Coherente con su modo de vida, fue de los ediles con mejor asistencia al Plenario y miembro informante de la Comisión de Tierras, en la que trabajó responsablemente.
Pero sigo en la carrera policial de mi abuelo. Llegó el día del retiro. Once años como Comisario de Pan de Azúcar completaban un ciclo para la historia. Le sucedieron Del Puerto, y años después Ferreiro, el primer comisario que yo recuerdo.
En diciembre de 1953 se realizó un acto de despedida, que contó con un desfile frente a la comisaría. Recibió telegramas de Ministro del Interior entre otras autoridades policiales y personalidades relevantes del Gobierno y la política. La oratoria estuvo a cargo del Dr. Héctor Fontes y se le obsequió un álbum con la inscripción:
«Al Señor Juan Angel Pereira, funcionario ejemplar, celoso de su misión social, recto y comprensivo, guardián atento del orden y la moral pública; en la culminación de su carrera en el cargo de Comisario de Pan de Azúcar. Diciembre 13 de 1953.»
Lo vi desde mi niñez, atesorando un reloj de oro que le fue obsequiado aquel día. Lo usaba sólo en momentos muy especiales. En los últimos años de su vida, le daba cuerda, lo contemplaba y lo retornaba a su caja. Sería para su nieto. Hoy, cuando una ocasión especial lo amerita, prendo el reloj en mi muñeca y siento que mi abuelo, mi Tata, está conmigo.

HISTORIA DE NUEVA CARRARA

El poblado que creció allí lo hizo a influjo de las canteras que en su momento fueron un polo de trabajo.

El yacimiento de caliza de Nueva Carrara y su explotación se remonta al año 1847, cuando la Calera de la Aguada se proveía de Cantera Burgueño (Nueva Carrara)  de la materia prima necesaria para sus hornos. 
 
En 1859 fueron talladas en mármoles extraídos de ella, columnas de una pieza destinadas a la fachada del Banco de Londres & Río de la Plata, de Montevideo. En 1900, la Compañía de Materiales de Construcción que adquirió la Cantera Burgueño, se convirtió en uno de los principales proveedores del país de calizas y mármoles con exportación a Argentina, para en 1908 lograr la adjudicación del suministro para la obra del Palacio Legislativo.

Hasta 1925, cuando terminó la construcción del edificio, la cantera brindó  trabajo a más de 1000 operarios.

En 1937 la Compañía de Materiales de Construcción vendió el yacimiento a la Compañía Nacional de Cementos S.A., bajo cuya gestión continuó hasta el presente.