Escribe Alberto Vaccaro

ESCRIBE ALBERTO VACCARO

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Salgo de nuevo a buscarte, por la senda ocre de las tardes. Me empuja la presión de las noticias, el estrés inevitable de la vida. Por el caminito que divide verdes campesinos, arranco, con la fuerza que me urge, en procura del aire que llene mis pulmones, y alivie el alma.

Salgo de nuevo a buscarte, a descargar la estática del día, y resetear los nervios en las rocas grises y el pasto ralo de las colinas, los oxidados alambres del cerco, los postes añejos y casi blancos, mientras pasta tranquila la vaca y el hornero asoma apenas de su nido. Hay sol, pero está bastante frío, y el paisaje es el bálsamo deseado.

Escucho mis pasos sobre balasto, el bullicio del bosque, inhalo su aroma de eucaliptos, oigo trinos y ramas que se rozan en la brisa fresca, el sonido crujiente de las hojas amarillas, mientras caen. Lleno de azules tenues la mirada, de variados verdes, de formas ondulantes. Una vía sin tren, invadida ya por maleza y cercos oportunistas, una tapera, y flamantes chacras con portales y letras de relieve.

Aspiro oxígeno feliz y limpio, siento al entorno tan mío como mi ventana, y camino, trepo cuestas, desecho las sombras que persigo en el verano, admiro el color matizado del otoño adulto, pequeños peces que se ven en la cañada.

Salí a buscarte y te encontré para volver contigo, mientras refresca la tarde. Te abrazo, te bebo, te incorporo. Muchas gracias.

Madre niña

 

¿A dónde apuntan tus ojos tristes, tu mirada gris, por la vereda larga de la tarde fría?

Pasos resignados y manos firmes en el cochecito de bebé, cara de niña, y maternidad temprana.

Llevas un tesoro delante de tus pasos, la ternura del mundo en un enterito de lana, le amas como a nada, pero se terminó tu infancia sin adolescencia, sin albedrío.

No sé si miras la esquina, los autos, o miras mucho más allá, el horizonte que no alcanzas, que has perdido.

¿Te lo habían dicho y no escuchaste?

Qué más da… La realidad está allí, en la ventisca fría y la vereda larga, en los coches que pasan por la esquina, en ese cuidado de madre a cada paso, en ese instinto prematuro.

Te preguntas por qué te toca esta suerte, das gracias a Dios por lo que tienes, cierras los ojos a los planes ya imposibles, y asumes que eres tú, allí, con tu destino.

¿Qué piensas, a dónde miras, qué lamentas, qué castillos de ilusión te quedan, para soñar?

¡Por los ojos de tu niño, soñarás!

Tú, el único amigo entre tantos que lo conoce todo… Aunque alguna vez intenté que ni tú lo supieras. Tú, el único que compartes todo lo bueno y todo lo malo, que trataste de ayudarme a sobrellevar los momentos más duros, que te regocijaste con algún modesto éxito, que hiciste lo poco que se podía, cuando el viento soplaba en contra, y el velero luchaba por salvarse del naufragio.

Tú, que trataste de no preocupar al entorno cuando todo estaba mal, y te sentiste feliz, pero mesurado, cuando las barreras iban cayendo y el horizonte aparecía entre la niebla y la distancia.

Tú, que me vas mostrando el paso del tiempo sin mentiras, que sabes la verdad de lo que pienso, comprendes cuando callo y cuando hablo, repruebas mis exabruptos, te avergüenzas si me equivoco, pero siempre estás.

Muchos han estado en algún capítulo, pero no los he dejado entrar a todo el libro.

Sólo tú. Sólo tú, que estás del otro lado del espejo.

Yo estoy allí, parado en el murito del aljibe, con los ojos en el cerro y en los pinos. Al fondo suena el inconfundible motor de la ONDA, un auto que acelera en falso en el taller, el mugido de la vaca que espera en el alambrado, cruzando la ruta.

Yo estoy allí. Hay una especie de nieve en copos que va cayendo desde el tiempo, hojas mustias del invierno por doquier, un clarín lejano que entona alguna marcha… Fantasmas, ausencias, desolación… que puede sobrevivir impregnada en los recuerdos, pese a las formas nuevas que también crecieron sobre el ayer.

Yo estoy allí, con los codos apoyados en el muro, y escucho voces que jamás se apagarán, en un eco decadente que la vida se empeña en dejar atrás.

Pero… ¡soy yo mismo! Es más que un recuerdo, que una nostalgia, que las impresiones en el alma de aquella infancia llena de afecto y referencias.

El asado que almorzábamos domingos de verano, en el parque arbolado con balcón de carretera. Los estadios de fútbol que montábamos con mis amigos, o a veces con mi hermana. Los zapallos que crecían enormes donde mi abuela tiraba yerba y semillas. La vereda que usaba de autopista para mis autos de juguete. Las piñas, los coquitos, las hojas olorosas de los eucaliptus. El retozo de Minero que arma una carrera contra su sombra a lo largo del alambrado. Algún perrito, seguro anda en la vuelta, y en algún silencio escaso, la bocina del tren se escucha desde la estación del Km 110.

Yo, apoyado en el muro amarillo, vivo intensamente. Mientras mi padre duerme la siesta, mi abuela prepara buñuelos, mi madre hornea una torta, mi abuelo lee el diario y escucha radio simultáneamente, peleamos con mi hermana por no ir al almacén…

Y una nieve fría de tiempo que se apaga, cae en copos tristes sobre la escena. ¡Quiero conjugar el verbo ser, en una dimensión desconocida! Pero no, ni el jazmín, ni la huerta, ni los arcos de la cancha imaginaria, ni el GMC de la ONDA, ni mis amigos, ni aquella mansedumbre de las tardes de mi familia… Nada, nada, ni sí ni no, nada dejó de ser, pero nada sigue siendo…

 

 

Yo estaba allí, porque el viento frío se había ensañado con mi cara. ¿Estabas tú? El bosque había entrado antes en el reino de la noche, y desplegaba sus sonidos misteriosos. Había un mensaje de ansiedad en los relojes, y yo sabía que debía volver, pero estiraba el momento.

Olas mínimas, agitaban la orilla del arroyo. Poco más podía percibir con los ojos, acaso las primeras estrellas, acaso las luces lejanas del pueblo.

¿Eras tú quien sostenía mi mano, como para detener el tiempo?

¿Eras tú quien susurraba “quédate”?

La noche puso pausa al entorno, que se fue borrando de mi mente… el pasto mojado de rocío apareció cuando la madrugada, vio aclararse el horizonte.

Dos sombras iban de la mano calle arriba. ¿Éramos nosotros?

No importa si fue un sueño, o es un recuerdo… Dos amantes de la mano, calle arriba, sin palabras, una madrugada fría

A veces la ilusión, el afecto, la fantasía, nos hace ver las cosas de modo diferente. Un día andaba por el barrio un Fiat 600 tuneado, con zócalos casi al suelo y alerón sobre la tapa trasera. Estaba maltratado por el tiempo, con pintura sin brillo con franjas longitudinales, y sobre base de chapa sin preparar. Algunos rincones lucían oxidados. Pero su dueño veía en él, seguramente, a un superdeportivo y conducirlo debía ser, para él, como montar una Ferrari.

Es que, en el mundo complejo de las personas, la realidad no es tan cierta, tan positivista como para establecer estándares universales. Gracias a Dios, los hombres podemos conjugar las imágenes con sueños y con amor, y verlas con la justa distorsión… ¿A quién no le ha pasado? Después de todo, la belleza es, en gran parte, subjetiva.

Pregúntenle al Quijote de la Mancha. Las cosas son lo que son, pero también son lo que vemos en ellas.

¿Quién sería yo para juzgarlo? …Si puedo ver llorar al cerro, si puedo notar tristeza en el mar, o en un sauce de la cañada. Si un camino me parece solitario, si algunos amaneceres están sonrientes, si la noche es un pozo al infinito. Si los fantasmas andan por las taperas y los viajes en el tiempo me rodean. ¿Cómo podría yo juzgarlo, formado para la ciencia, pero con indisimulada vocación de poeta?

Entonces me muevo por un contexto lleno de seres y objetos que se muestran fríamente como cualquier persona los vería, pero se llenan de sentimientos y revelan bellezas escondidas cuando paso entre ellos.

Si puedo no estar de acuerdo conmigo mismo en diferentes momentos.

Si la verdad es un poliedro tan complicado, que sólo vemos desde un ángulo…. Y no sólo no apreciamos otras perspectivas, sino que hasta negamos que existan.

¡Cómo puedo juzgar a los demás…! Si he tenido sueños que he logrado concretar, pero en otros casos, debí adaptar los sueños a la dura realidad, y decorar el paisaje de emociones y banderas renovadas con la máxima cruel pero salvadora de: “cuando no tienes lo que quieres, deber querer lo que tienes”.

No sé si estás sentado, pensativo y paciente, frente al torno en el taller… Creando una pieza que ves claramente en tu proyecto mental, y no cejarás hasta lograr la excelencia.

No sé si estás nadando en los canales de tu infancia, o sentado en silencio, caña en mano, sobre un muelle de piedra, entre Rocamar y Punta Negra.

Quizás aparezcas en una animada charla con amigos, o viendo formas en el humo de un cigarrillo con café.

Pero me gustaría que fuera conversando conmigo sobre aquellos temas que tanto nos gustaban.

Me gustaría que fuera en una carretera, hablando del motor o del manejo; de los autos y sus secretos…

…Una charla de sobremesa en la que me cuentas los detalles de tu ciudad natal, de la guerra y las alarmas por bombardeos, de cómo llegaste al Uruguay en busca de un futuro venturoso.

No es verdad que ya no estás. Estás en todos lados, en las huellas que voy encontrando en cada escenario de tu vida, en muchas enseñanzas, y elijo verte en las grandes y hermosas coincidencias, y en la admiración que gran parte de tus acciones me inspiraban.

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Siento el viento… ¿Recuerdas? El viento del mar. Nos sentábamos a esperar las horas en aquel lugar con horizonte de cerros y un paisaje que nunca terminamos de mirar.

Decíamos que se percibía en el aire, el olor salado del mar, y fantaseábamos con escuchar las olas en Punta Negra o en Rocamar.

Soñábamos veleros blancos y en el puerto, barcos pesqueros por zarpar.

Se iban dibujando las estrellas en la bóveda azul, y su creciente oscuridad.

Siento el viento… ¿Recuerdas? El viento del mar. Y volvíamos a nuestras casas, antes que nos salieran a buscar.

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Alberto Vaccaro, septiembre 9 de 2021

 

 

Te lleva el viento como un barrilete invisible, paseas alto con fondo de algodón y azul intenso, y dejas que la brisa te refresque el rostro… estire tu cabello en ondas de oro, para flamear como bandera de ilusión, sobre la playa.

Bajas hasta rozar las olas, besar la espuma, y recobras, viboreante, la altura. Desde tu ángulo te acercas a las colinas, a la llanura, sobrevuelas los campos con plantíos, las praderas de pastoreo, y te sientas en el techo rojo de zinc de la chacra que reluce en la quebrada.

Buscas mangas de piedra, allende el alambrado, te enroscas en la historia que imaginas, en los vestigios del pasado… Los claroscuros de las sombras al sol poniente, los molinos que no funcionan, los fardos cilíndricos de forraje, dispuestos sin ninguna simetría.

Te lleva el viento como barrilete que no se ve, como pelota de papel en el callejón, como botella con telegrama en el mar del Universo.

Conversas con las aves en el aire, te embebes del aroma de eucaliptos en el bosque, bajas por la cascada a la piscina, te zambulles en el agua limpia, y saltas de chirca en chirca por el campo. No hay cima de cerros que no te guste, ni valle al que no lances tu planeador de sueños. Y te lleva el viento a cruzar la barrera de los años, a decir lo que no dices en las charlas cada día.

Me miras como amante, me hablas como amiga, te vas con la noche vestida de novia, por las estrellas, con una rosa en la mano y en mi teclado, una poesía.

 

Alberto Vaccaro, enero 5 de 2022

Hay algunas canciones que me provocan nostalgia… Que encienden la pantalla con un recuerdo vivo, con una escena que se embellece más en la memoria.

Hay melodías, como hipervínculos a un lugar del alma, como claves que abren un archivo, y me dejan revivir historias viejas, dulcemente repetidas.

Hay músicas y letras que tienen la textura de sus manos, el aroma de su cuello, la ternura infinita de sus labios.

Hay estribillos que me transportan a noches largas, que no terminaban al comenzar el día… y dejaban una sensación de triste despedida.

Escucho las primeras notas y regresa la madrugada fría, o se encienden como fuego dos pupilas, o me estremece un apretado abrazo, un baile memorable, un “te quiero” en voz baja y al oído.

Hay algunas canciones… Que son nostalgia, que avivan el fuego del recuerdo, que ponen en duda las coordenadas del tiempo, que pueden llenar de estrellas un cielo sin olvido.

Alberto Vaccaro, agosto 25 de 2021

¿Qué pasó después? Recuerdo aquel lugar, aquellas tardes que se convertían en noche y madrugada, y terminaban vacías y sin ganas.

Hay un valle cubierto de niebla y allá en las montañas, algún castillo prohibido.

Después la ilusión crecía de nuevo, se convertía en latidos fuertes, y había danzas de odaliscas escondidas en sus telas, en el escenario de la noche.

¿Qué pasó después?

El recuerdo nítido se diluye en las orillas de la culpa, a las que no quise llegar.

La niebla, el castillo, las danzas de cercanías insinuadas, las madrugadas que llegaban frías y con sabor a nada.

Hechos secretos que jamás sucedieron, horizontes que se mantuvieron razonablemente lejos, las brumas que escondían el paisaje… pese a las miradas, pese al encanto, pese al fuego que esperaba una chispa, y nunca se produjo.

¿Qué pasó después?

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Alberto Vaccaro, 8 de agosto de 2021

NIÑO ENAMORADO

El niño estaba enamorado de una de sus compañeras de clase. Era un amor puro y ella no debía saberlo. Él la miraba, soñaba con ella, con darle la mano, con compartir el tiempo y el espacio sin otros pensamientos. Luego, en las hojas sueltas de su cuaderno, le escribía poemas. Nada más. Nada para confesar ni declarar, ninguna intención de pasar a un estado diferente de situación. Sólo le escribía cosas que nunca le diría. Ellos eran amigos, conversaban del estudio, y los versos del cuaderno eran casi de un mundo paralelo, de esas sensaciones nuevas que ni siquiera comprendía, de lo que le hacían sentir sus ojos, de cuánto le gustaba su compañía. Palabras que debían estar ocultas, para que el mundo de la clase siguiera su camino, y aquella amistad de niños se mantuviera impoluta.
Era un amor puro y perfectamente soportable, lejos de otras perspectivas.
Pero en un recreo, uno de esos compañeros bromistas, y entrometido, tomó sin permiso la hoja con una poesía, dedicada, y escrita con letra prolija… y se la llevó a la niña.
En el patio, hubo un revuelo de voces y murmullos, un hueco en la multitud en el que ella, con el papel en la mano, lo miraba seria. Él se sintió aturdido, nunca hubiera esperado esa traición, ese momento… y con las mejillas de fuego se acercó a escuchar sus palabras: “somos aún muy chicos, quizás más adelante”.
El protagonista de la historia, que no pudo pronunciar una palabra, que no había hecho ninguna propuesta ni invitación, quedó paralizado en el cerco humano, y con el rubor exagerado que le quemaba, callado, se fue a su salón. Fue como si un sueño de cristal se rompiera en mil pedazos… Para siempre.

(8/7/2021)

Reflejos de soledad
Estoy en el extremo oriental de una playa, sentado en una roca, con el susurro de las olas para llenar el silencio. Ha llegado la noche y las estrellas marcan puentes de luz desde lo desconocido hasta mis ojos.

La Cruz del Sur, el Centauro… las olas moderadas que descansan en la orilla, y yo, sentado en esta roca, tibia todavía, pese al aire marino, fresco y salado.

Ha llegado la noche y los recuerdos del día sobrevuelan mi cabeza. Estás conmigo, mirando la misma estrella, y estoy solo, abrumado por las distancias enormes del gran desierto.

Estás conmigo, de la mano… Y estoy exageradamente solo en el intermedio oscuro de la arena al cielo. Es que no estás, te fuiste, o esta noche no llegaste a acompañarme como aquella vez, hace tantos años. La tibieza de tu piel se siente en la memoria, el silencio compartido, el abrazo más intenso que el aire frío del ocaso. La sensación está conmigo, como un sueño vivo, sin preguntas ni promesas… Son innecesarias las palabras, sólo vale la proximidad llena de paz, de ilusión, que me acompaña en noches como esta. Sirio, Canopus, y las estrellas de Orión… Luces titilantes que me vienen a tocar, aunque no las sienta. Los brazos fríos, las manos apoyadas en la piedra, los ojos buscando imágenes en una dimensión que no es tangible.

A veces me siento solo, aunque esté en la multitud, y a veces me acompañas, pese a la pronunciada soledad.

Hay brillos de luces lejanas en el espejo del mar, fluorescencias apenas perceptibles en la costa, humedad en la arena, y comienzo a caminar sin mirar atrás, sin confesar por qué, sin pensar a dónde… sin preguntarme si estás.

Alberto Vaccaro, 3 de julio de 2021

Te escribo a tí
Te escribo a ti, que me miras con ojos grandes de fuego, mientras exhibes tu cabello largo, y negro.

A ti, que llevas un vestido azul hasta el al tobillo, y lentejuelas, que la noche confunde con estrellas… La silueta marcada por la tela, y la sonrisa fatal que me enamora.

A ti, que bailas sola sobre la espuma de las olas, te paras frente a mí, brazos abiertos… y entre secretos, te esfumas del paisaje de mis letras.

Te escribo a ti, que me recitas versos nuevos al oído, con voz sensual, aliento tibio y humedad en las pupilas…

…Pentagrama de un himno, que te vas apagando en el silencio de la noche, mientras escribo.

A ti, que apareces como un sueño, y me dejas, como un beso en la mejilla, la rima del mar sobre la orilla, la voz del viento, el rayo de plata de la Luna en el poniente.

Dama sin nombre, que te pareces a algún recuerdo recurrente, a alguna ilusión de amor, o una bonita fantasía de un tiempo que pasó.

 

(4/7/2021)

Casi en el olvido
Ha pasado mucho tiempo desde aquellos años de escuela… y decidí escribirte, aunque no me acuerde bien ni cómo te llamas… O si me acuerdo, no diré tu nombre.

Ha pasado mucho tiempo desde aquella vez que entre juegos te tomé de la mano, y nos sentamos callados a mirarnos.

Tú esperabas que yo dijera algo, una palabra clave, un mensaje directo, un “te quiero…” Pero no lo dije.

Y entonces, con cara de desilusión, cuando terminó el recreo, sonó el timbre y te fuiste casi llorando, porque creíste que no me importabas… Porque sentiste que aquella ilusión se derrumbaba. Porque no entendiste por qué yo estaba contigo, te miraba, acompañaba tus juegos, te defendía, te ayudaba, pero no te hablaba de sentimientos.

No supe explicarte. No supe decirte lo linda que estabas, cuánto me gustaba estar contigo, cuánto bien quería para ti.

No supe explicarte que éramos niños… Que la vida recién comenzaba, que había por delante muchos caminos y quizás no fueran los mismos los tuyos que los míos.

No supe decirte que no era tiempo de amores formales, ni de promesas que quién sabe, si más tarde podría cumplir.

Yo quería disfrutar tu compañía, quererte como te estaba queriendo, pero sin lastimarte, sin fabricarte ilusiones, sin fabricarme ilusiones, en una edad tan temprana.

Si alguna vez, más grandes, te encontrara, y seguíamos viéndonos de la misma manera, quizás podríamos comenzar, con otra perspectiva.

Ha pasado mucho tiempo y siento que quedé debiendo algún beso, que reprimí; algunas palabras que no me salieron, esta explicación que hoy te escribo por si la lees.

Ya no sé quién eres, ni tú sabes quién soy. Hubo un patio de recreos, un tiempo hermoso de la infancia, una mutua simpatía entre niños… y una ausencia compartida muchos años, casi hasta el olvido. Casi…   (25/6/2021)

Me pasa seguido. Salgo a caminar y me cruzo con personas, pero también con la gran constelación de mis recuerdos.
Pasé por la Shell de Antonio Calo, la casa de Enemencio Díaz, la Farmacia de Juan Carlos, la casa de repuestos de Razquín.
Me fui a tomar un café en el Parador de Velázquez, a comprar anzuelos a lo de Hugo Díaz, a saludar al Escribano Romero. Levanté las revistas del quiosco de Sureda, en la Plaza; y compré bizcochos en la panadería de Abbadie. Me detuve a conversar con Carlos Villalba en su tienda, hablé con Dora a las puertas de la central telefónica, y me quedé mirando la ONDA estacionada en el Bar Avenida.
Pasé a ver a Baldo en el Liceo, y entré al Bazar de Baliñas. Levanté un par de zapatos de la zapatería El Sol, entré a la joyería de Velázquez y a la panadería La Balear. ¿Qué importa que las coordenadas del tiempo estén desajustadas? Me quedé mirando sillones en la mueblería de Montes de Oca, y compré costillas en la carnicería de Martirena. Cambié historietas en el Salón Moyano, y fui a saludar a Daniel a la Gomería Pemar.
La vieja escuelita Maternal se había transformado en “El Rosal” y Torres demostraba su gran habilidad en la parrilla. Pasé por el comercio del “Apagón” Silva, la verdulería de Costa, el Bar Maracaná, la tienda Alberto, el supermercado de Tuvi, y estuve con Plácido en la ferretería de Blois.
Compré un reloj en Joyería Gamma, y un pantalón en la jeanería del Gorrión. Mi abuelo me compró un traje en Tienda Quintela, en la sección de Liber Plada.
Allí en el Bar del Chelo trabajó Pucheta como peluquero, cuando todavía era menor de edad. Él me lo contó en esas charlas que manteníamos en su peluquería.
Los almanaques saltan décadas para acá y para allá, pero los lugares siguen nítidamente grabados en el alma.
Fui con mi abuelo a la casa del Esc. Pí, pasamos por el Almacén Toledo de Don Bruno, levantamos un paquete de Minas en lo de Robertito Blois, y saludamos a Felipe Gómez cuando entraba al taller de la Chevrolet.
Amengual, Molina, Menafra y Arturo Llanes, El Fígaro, Villalba Echenique, el Portugués, Becco y el Banco Pan de Azúcar. El telégrafo y Fonseca en su bicicleta con motor, la Carnicería El Porvenir del Nene Barbachán, Bercan, Mansilla y Morris, la Fábrica de pastas, la carnicería de “El Clota” y la carpintería de Montes de Oca, Luzardo en la Ford, la cancha de Bochas, el bar de Dofour.
 (continúa a la derecha)
Las fotografías del Tito, de Antonio Martínez o de Figuera, sigo a la Barraca de Varón Cuadrado, a Paris Londres, al restaurante de Serrón, Tienda Leoncio o el Bar La Cueva.
La vieja farmacia Olaza, Griman, Centro Eléctrico, el almacén de José Falvo en el Barrio Estación, la bicicletería de Melo, el Bar de Ferrés en la Estación, y al lado el quiosco de Facelli.
Había locales nocturnos en Lizarza y Goicoechea, el hotel de Núñez, la pensión de Acosta, el juzgado en Enrique Brum, La Valenciana cerquita del Banco Pan de Azúcar, la casa de remates de Pimienta y la Posada del Calé.
Si… Muchos recuerdos. El Solvox Radio, el dispensador de combustible de la Plaza, los Aclo y Leyland de Copap y Rimpax, pero viajé antes a Piriápolis en el Ford que después iba a Nueva Carrara.
La ONDA en Rincón y Olivera, el almacén de Eguren, el comercio de Alonso donde después estuvo Impositiva, el Taller de Arturo Rocha, la zapatería de Clavero, la Panadería de Sentena donde mucho antes estuvo Bonet.
El cine y los recibos bailables del Centro Progreso, La Caverna, los futbolitos de Zacarías, el Bar de Freire y el del “Pies de Seda”, la boutique de Aurora, los taxímetros de Carmelo, Lazo, Sención, Marazzani… Nelly y Yolanda en Tienda Quintela y después con su propia Boutique, las profesoras de música Mabel y Marita, el Fortín del Prof. Figueredo, el almacén de Seippa, el quiosco de Cedrés, la carpintería de Martínez, la barométrica de Matías Mercado, mi padre tenía taller mecánico, y mi tío Juan, cantera de piedra.
Aarón y Bebe Tuvi tuvieron tiendas, el Parador de Casañas, el que tenía Canobra en la Shell, el chapista Almada, el aguatero Dávila, el ómnibus de Felipe, el Bar de Campolo, la Carnicería de Campolo, Edgard Bonilla, Pedro Castellanos, Rótulo, Apito Suárez, la carnicería de Suárez, la vidriería en Artigas casi Rivera, el Colegio San José, Nené Hernández, el Escoba de León, las carnicerías de Barbachán y de Tejera, Emilio Falvo, Álvaro Bravo, Ruben Echavarría, el Esc. Albónico, Ricardo Sánchez, Domingo, María Amalia, El Fanta, Rebello… y la lista es interminable si sigo navegando el mar de los recuerdos, de esos afectos que no se borran y suelo ver en transparencias caminando las veredas de mi pueblo.
(hay más recuerdos de este tipo en www.pandeazucar.net.uy)
 
Alberto Vaccaro, 7 de abril de 2021 (ejercicio libre de memoria, sin corregir ni repensar. Seguramente, ustedes tienen mucho para agregar).

UNA COMETA QUE NUNCA REMONTÓ

UNA COMETA QUE NUNCA REMONTÓ

Quedaste en el santuario de los sueños rotos, con un juguete de fantasía y un abrazo que nunca llegó.

Quedaste en una cuna de ilusión, que jamás compré.

En el nombre que no elegimos.

En los juegos que debí enseñarte.

En los ejemplos y charlas que pudimos haber compartido.

El eco de tu llanto, fue sólo silencio…

La vida te hubiera dado amores, éxitos y fracasos, como la suerte ordena. Tal vez hijos, una ocupación decente, y hubieras sido ese apoyo… que no tendré.

Dios sabe lo que digo.

Se lo quedé debiendo a tus abuelos.

Y guardé el dolor, amortiguado por otros sueños, con el pretexto de que no quiso Dios.

El torno gira y una punta dura y afilada gasta el metal que laboras, hasta la forma micrométricamente concebida.

Un taburete de madera, y el humo marcando dibujos hasta el techo. Vas por un café, y regresas a la pieza que como orfebre creas y disfrutas en silencio.

Mañana armarás el motor, que sonará de nuevo en las calles, afinado como un Stradivarius… Ahora cierras los portones, apagas las luces, limpias de grasa las manos artesanas… y te sumerges de nuevo en tu casa, a compartir la noche con tu familia.

Tras la cena habrá un vaso de vino mediado sobre la mesa, y el humo hará dibujos en el aire.

Entonces, yo no sabré si repasas tus planes para reparar un automóvil, si resuelves una falla igual que un ajedrecista un movimiento… O si estás nadando en los canales de tu ciudad, tan niño como tus amigos, tan nítidos recuerdos que al final, no sabes cómo ocurrió que ahora estás acá.

Y la escena repetida en mi memoria, regresa esta noche, sin humo de cigarrillos, apenas una niebla de tiempos que me aquieta, un silencio profundo, y yo tampoco sé cómo fue que, sin notarlo, saltaron los relojes hasta aquí.

Alberto Vaccaro, 1° de abril de 2021

El tren se anunciaba con su estruendosa bocina desde Km 110, y había personas esperando. Todo me llamaba la atención: las señales, las vías, el edificio de la estación. Don Antonio me sostenía de la mano y el hormigón del andén comenzó a temblar. ¡Era enorme! Y frenaban entre chirridos, la locomotora y vagones y vagones y vagones.

Los pasajeros que llegaban desde Montevideo bajaban por diferentes puertas y se encontraban con sus familiares, entre vendedores de caramelos y maniseros a pleno pregón.

Un hombre de gorra y saco, semicolgado de la escalerita de la puerta, con un silbato, ordenaba la partida y el convoy interminable arrancaba “TACAtacatacaTACAtacatacaTACA…” con destino a San Carlos.

Algunos viajeros saludaban por la ventana.

Mi padre había reparado el pequeño Renault y Don Antonio Uranga me invitó a ver el tren en la Estación.

Mis progenitores asintieron, y me fui con aquel hombre amigable que me trataba con cariño. Fuimos por su casa y Doña Teresa (su esposa) me invitó con galletitas. Ahora, el ferrocarril se alejaba sin mucha prisa hacia el Este, y había quedado, unos metros más allá, otro convoy que preparaba su salida hacia Montevideo. Había mucha gente desde el andén al estacionamiento, y esperamos a que el vagón de cola dejara de verse sobre las vías al Oeste… Aún se escuchaba, pese a los motores de los autos que, de a uno, se iban retirando.

Yo me llevé en la mano un boleto duro de cartón, azul desmerecido, con las muescas del control… que seguramente encontré tirado.

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Alberto Vaccaro, 2 de abril de 2021

En otra dimensión del Universo, hay un escenario flotante en el arroyo, las gradas en el barranco.

Tiembla el parque a pura cuerda de guitarra, mientras el público llega por los caminos, entre faros de fiesta y hojas móviles del bosque.

El alcohol de la noche deambula del mostrador hasta la orilla, y la madrugada mezcla con rocío, el humo gris de varios parrilleros.

Una voz cuela su canto entre las ramas, se propaga en el espejo de agua hacia el puente de la ruta y hacia la represita vieja, acaricia las piletas de aquellas pintorescas lavanderas, un puentecito colgante de madera, y el amor a oscuras de alguna pareja improvisada.

El tablado flota sobre tanques de metal, se sacude levemente ante los pies de los artistas, y ondas leves trazan arcos crecientes por el cauce, por la playita, hacia las dos riberas desparejas.

El verde del follaje, es sólo sombra negra que se aleja por una añosa selva. Ritmo de tambores, acordeonas melodiosas y conmovedoras letras, se van borrando en el recuerdo colectivo, para generaciones nuevas, que no lo vivieron.

Alberto Vaccaro, 31 de marzo de 2021

Hola. Estarás, seguramente, donde querías… Para mí, demasiado lejos.
Me quedé sin poder contar las cosas que sólo a ti te contaba.
Sin las charlas largas sobre la biblia.
Sin el café “recién subido” de la máquina exprés.
Sin los recuerdos de la infancia y los lazos ancestrales que tu rostro y tus manos resumían.
Demasiado lejos.
Me quedé sin la espera paciente de mis visitas, sin la agenda viva de fechas familiares, sin la memoria histórica de los antepasados, sin aquel Pan de Azúcar en el que creciste entre amigas, violín y poesías recitadas en la plaza.
Me quedé sin la compañía que buscaba para pequeños viajes, sin la correctora de mis libros, sin los esperados domingos de mañana.
Me quedé sin el espejo que me reflejaba por dentro.
No podría olvidar las tardes de solfeo, las lecciones de la escuela, las meriendas con torta recién horneada, las clases de valores y buenos modales que me dabas, sentado en tus rodillas.
Pero, aunque el olvido esté en las antípodas de ti, estás demasiado lejos.
No dudo que llegaste a donde querías, que la luz infinita de Dios te da el abrigo soñado…
Pero me falta el nexo con mi propia historia, con los cimientos de mi vida.
Primero faltaron mis abuelos, después mi padre… El dolor siempre fue grande, pero estabas como el faro que señalaba la orilla de mis ascendientes.
Me quedé sin ir a verte. Sin escuchar algún rezongo que me daba ternura… Y aunque subconscientemente tomo el teléfono y busco tu número, me quedé sin llamarte.
Alberto Vaccaro, 25 de marzo de 2021
Si a cada paso hubo cien opciones, siempre avancé por una. ¡Tantas sendas quedaron esperando! Pero me fui decidiendo por una a cada instante, y estoy aquí.
¿Dónde estaría si…? ¡Para qué preguntarlo! Sería imposible reconstruir la configuración hipotética de tantos millones de oportunidades, de tantas elecciones consecutivas, de tantos caminos descartados.
Estoy aquí, y lo que pudo ser y no fue, jamás existió. Pudo haber existido, pero no existió. Aquí y ahora, lo único válido es la buena elección de los futuros pasos, acertar los más convenientes, o los más correctos, o los que me lleven a donde en verdad quiero ir.
¿De qué sirve volver atrás, en un ejercicio de adivinanzas, sin la menor certeza?
Este es mi lugar y mi instante. Hasta aquí me trajo la ruta escogida por los infinitos cruces, mi tiempo no tiene regreso más que en la memoria, y el amanecer me espera.
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Alberto Vaccaro, 8 de marzo de 2021
Sí, el cerro está. Parece triste y desolado al fondo del paisaje. El pozo cuadrado de los jazmines se llenó de pastos altos, la parrilla oxidada, el olor apagado del café caliente, y la hoja del tiempo, caduca y amarilla, se adhiere a mi alma.
El parque de los pinos, donde jugábamos… o disfrutábamos los almuerzos domingueros de verano.
Pasando el alambrado, y los nudos viejos y nuevos de las rutas, el cerro sigue siendo la escenografía del teatro… del teatro abandonado, donde sólo actúan mis recuerdos.
Nada más triste que el tablado vacío y callado, donde las voces ausentes, retumban lejos en la memoria.
El puente viejo, la cañada de la posta de la Viviana, el repecho de la ruta y el caserío que fue creciendo en la pendiente.
Un viento suave y frío pasa entre los cerros y refresca mi cara, en el yermo atroz de mis afectos.
Alberto Vaccaro
, marzo 11 de 2021
 
 
Gritan las estrellas, pero finjo no escucharlas.
Camino la vereda, allende el alumbrado, y la noche se derrama invasiva sobre las baldosas, sobre las esquinas.
El cielo se revela intenso y gritan las estrellas desde lejos… Finjo no escucharlas.
Hay algo más que Astronomía en el entorno oscuro de mis pasos, y el palpitar desesperado de lejanas lamparitas.
Me hacen guiños, señales en claves ocultas, me avisan de algún peligro, me invitan, me enamoran, me susurran versos al oído, que luego escribo, y exclaman.
Hay mucho más que ciencia entre el Universo y yo, entre el firmamento y mis ojos.
Las realidades están muy lejos, camufladas entre brillos, ningún humano lo sabe todo, y los anteojos buscan a tientas, como yo, ante el cordón de la vereda.
Calo más hondo mi sombrero, casi hasta los ojos, y me dejo llevar por el rumor leve del suburbio, por las sombras que cruzo, por una lúgubre ventana… mientras las estrellas gritan en código secreto, por la pendiente póstuma del tiempo.
Alberto Vaccaro, marzo 6 de 2021

En algún rincón de mí, estoy en soledad. Aunque el entorno esté poblado de familiares y amigos, aunque no pueda pasar por la calle sin pararme a saludar y charlar brevemente con tantas personas queridas… en algún sitio en lo más profundo de mi ser, estoy en soledad.

Es, quizás, la sala de mando de mi organización interna, la oficina de mis decisiones, un espacio impenetrable donde me detengo a pensar. El Mundo queda del otro lado de la pared. Alrededor, los ficheros interminables de mi memoria, las experiencias que jamás compartiría con otra persona, el fondo mismo de mis principios y de mi valoración de las cosas… Solo conmigo, un poco lejos de todo y de todos, un poco aparte de las convenciones y diplomacias, de la tolerancia y de las modas.

Estoy en soledad como en un islote desierto en la inmensidad del océano, en el más abrumador de los silencios. Aunque mi mundo interior esté lleno de voces, manos y rostros de seres queridos, aun de los que ya se fueron…

Aunque nada de lo que ocurra cerca, me es indiferente, y suelo sufrir por penas propias y ajenas…

…En algún rincón de mi alma estoy exageradamente solo, placenteramente solo, dolorosamente solo.

Alberto Vaccaro, 5 de marzo de 2021

 

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¿No estaban las estrellas? La tarde soleada, el aire fresco recorriendo las ramas, un auto rodando en carretera, un puente sin agua, una mole de granito… Pastos y viejos alambrados saturando de verdes pobres el paisaje.

¿No estaban las estrellas? Sentí como si por dentro del azul del cielo, gotearan luces las distantes luminarias.

El camino de las diligencias, desvanecido más allá, la vía del tren semioculta en la espesura, un guazuvirá camuflado, un tero de guardia, una oveja con poca lana… Imperceptibles reflejos hacían bajar el brillo titilante, justo cuando mi paso estrujaba al pedregullo.

¿No estaban las estrellas? ¿Las habré soñado? ¿O serán de un cielo interno que decora noches en mi alma?

Alberto Vaccaro, febrero 25 de 2021

Era un silencio atronador… Golpeaba los oídos con la crueldad del paisaje indiferente, de la soledad violenta, de las palabras que no están.

Era un silencio duro, apenas quebrado por el entorno natural de la pradera y la modesta serranía.

Todo estaba lejos, y lo más cercano, distante en su esencia de pasto y piedra desgastada por los siglos.

El buitre alardeaba con su vuelo, la brisa apenas me tocaba, y lo más trascendente era toda la ausencia dolorosa, la casa vacía, la certeza de que ninguna espera tendría sentido, los recuerdos congelados en un cuadro intemporal atravesado en el alma.

La cañada quedó atrapada en la selva del descuido, descompuesto su reloj, los alambrados demarcatorios tienen límites diferentes, y el silencio es el vacío profundo que se derrama gris sobre la tela.

¡Para qué pensar! -Me dije- y escuché volver desde los cerros, el eco absurdo del silencio.

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Alberto Vaccaro

25 de febrero de 2021

El viento está detrás de la montaña, y cruzará.

Traerá su tormenta de relámpagos y truenos

Su tempestad de lluvias y desconsuelo…

Y parado en la puerta de mi casa, golpeará mi cara

Con la furia destructora, que no merezco.

El soplo letal quebrará la rama con violencia

Romperá los vidrios de las ventanas

Un rayo rasgará la tierra con su ira de demencia

Y cuando escampe… todo, ¡todo habrá cambiado!

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Alberto Vaccaro, enero 16 de 2021

Salí a caminar por la gran ciudad, por si te veía. Sólo pensar que podría encontrarte a las puertas de tu casa, aceleraba a mi corazón quinceañero. Eran muchas cuadras, por un camino largo entre calles asimétricas de algunos barrios.

Si estabas allí, me detendría a hablar contigo, como si fuera de paso y por casualidad.

Por aquellas veredas caminaba con fuerza, como me gustaba, y no importaba la distancia.

Quizás estuvieras, como otras veces estabas, no sé si esperando o pasando el rato entre las luces postreras de la tarde.

Reviví en el trayecto un baile del que nos fuimos cuando la orquesta dejó de tocar y encendieron las luces. Reviví una caminata de la mano por una avenida comercial, y algunos encuentros fortuitos… o no tanto.

Faltaban pocos metros y enlentecí el paso para darte tiempo a que salieras, pero la puerta estaba cerrada, las persianas también, y no me dio el coraje para llamar.

… Seguí caminando como si fuera más lejos, giré en una esquina un poco más allá, y volví por otra calle, entre la decepción y el alivio.

Alberto Vaccaro, 14 de enero de 2021

Yo fui joven, claro. También he pasado 41 años trabajando con jóvenes de todas esas generaciones, y realmente no voy a referirme a ellos como si fuera un anciano desenfocado de la realidad. Conozco la realidad, la forma de pensar, la necesidad de diversión, de esparcimiento, de reunirse con amigos.
Puedo no compartir el consumo de alcohol y otras drogas.
Pero lo actual va un poquito más allá. No se trata de meterse con las actividades propias de los adolescentes, jóvenes, y también muchos adultos.
Las aglomeraciones que se realizan actualmente, están dejando de lado algunas consideraciones trascendentes que tienen que ver con la conciencia, la responsabilidad y la solidaridad.
Grupos de hasta aproximadamente mil divertidos participantes, bailan, y beben alcohol pasando botellas de boca en boca. Les hacen ver que no deben reunirse de esa manera, y se enojan, se van y se aglomeran en otro punto, y así hasta el amanecer. Esto pasa en la zona balnearia y también en ciudades no tan costeras.
Los jóvenes pasan bastante bien por el coronavirus Covid 19, de acuerdo a las estadísticas. La mayoría no sufre mayores consecuencias si se contagia. Pero cada participante de esas reuniones tiene contactos cercanos después con padres, abuelos, compañeros de estudio y de trabajo, otros amigos, clubes deportivos, etc.
El individuo que se contagia en esas fiestas improvisadas o en algunas más organizadas pero clandestinas, lleva el virus a su casa, a su trabajo, a sus clubes y probablemente a personas que no reciben tan bien el contagio y enferman seriamente, con gravedad o hasta mueren.
Pero, además, hacen circular el virus entre personas que será muy difícil identificar para seguir el trazo epidemiológico y evitar nuevos contagios.
Asistir a una de esas aglomeraciones y sostener conductas ajenas al protocolo, puede significar, aún sin intención, la culpa de una muerte, o de varias. Algo bastante serio como para justificar por la necesidad impostergable de diversión.
No creo que ningún joven piense que mientras a él no le pase nada, no importa qué pase con los demás. Creo que se trata de actitudes irreflexivas, irresponsables, nada solidarias.
Conozco la naturaleza social y festiva de muchos seres humanos de 15 a 40 años, a veces más, a veces menos de ese intervalo… Pero, ¿puede llegar esa ansiedad de “noche a todo voltaje”, a que no importe la muerte de otras personas?
Sólo invito a todos los jóvenes de cualquier edad que leen mis comentarios, y que me conocen y saben la franqueza de mis opiniones, a que lo piensen muy bien.
Un abrazo.
Alberto Vaccaro, enero 10 de 2021
Si digo “dame la mano”, tengo mis recuerdos. Si digo siéntate a mi lado, también. Vamos a jugar al fútbol. Voy a recorrer el barrio en bicicleta. Si está feo, nos vamos al cine. Si vamos de pesca, llevo las paletas. Tenemos un escrito. Recito una poesía, hay una compañera que me gusta, las clases son todas divertidas, cambio de liceo, estudios, instrucción, y ejercicios. Uniforme, una relación por la ventana, una medalla de recuerdo.
Apedreaban ómnibus, el fin de semana en casa, en Ejido comenzaban los semáforos, dormía en el ómnibus.
El muelle de piedra, la caña o la pelota, la cuarta de Pan de Azúcar, el paseo a caballo al costado de la ruta.
Un ciclomotor Ciao amarillo, los amigos del campito, el tenis en la plaza de deportes, las mesas redondas de lata en las veredas del Bar Avenida y las primeras reuniones juveniles con una pizza.
Una castañeta en la cañada, yo manejaba el camión de mi padre y la moto de mi abuelo, a veces ayudaba con las gallinas y las vacas, el liceo viejo en la calle Ituzaingó.
Me gustaban varias jovencitas, pero ninguna tanto como para crear un compromiso. Algunos bailes, amores de un día.
Algunos profesores me generaban admiración y otros, cariño. Conocí las tatuceras, nos gustaba pasear por los parques de Minas, Montevideo era la soledad de muchos y lo soportaba sólo por los estudios.
La cancha de Deportivo Estación, la playa de Rocamar, Los Corralitos y Los Pozos, la Mora, un cumpleaños de quince que me cambió la vida.
Un desfile, o varios. La Rambla de Piriápolis y el Festival de Costa a Costa, un campamento en José Ignacio, el aula desde la tarima, la radio desde el micrófono.
Más de veinte subidas al cerro Pan de Azúcar, tres o cuatro al de las Ánimas, el Planetario, los partidos de fútbol que fuimos a trasmitir con Jorge, Julio y otros amigos.
La ruta 37, el saneamiento, las primeras elecciones, los rostros de miles de alumnos, las entrevistas a personas importantes.
Un circo, una calesita, los goles de Morena, los autos del taller, los avioncitos de Playa Grande y la Plaza de Deportes.
El Albion, el Centro Progreso, algunos viajes… Tantos recuerdos que van brotando sin pensarlo, y transformo en palabras desordenadas y frases sueltas… pero con gran significado.
Alberto Vaccaro, enero 9 de 2021

Un Papá Noel que trae regalos caros a los niños ricos, y casi ningún regalo a los pobres, es una falla muy grande en nuestra concepción social.

¡Quién no soñó con los Reyes Magos, o con Papá Noel! Mis padres no eran ricos, sino gente de trabajo, pero se daban el lujo de convocar a los personajes navideños y de 6 de enero. Ya en mi infancia, me resultaba doloroso salir a la calle con mis juguetes y ver que otros niños me miraban con una cara que lo decía todo.

Aún sin entender los secretos de las Fiestas, me parecía injusta la discriminación a los que menos tenían.

Nunca creí en clases sociales, y mis amigos eran elegidos por otros parámetros. Salía por el barrio picando la pelota, para que los otros niños me siguieran al campito donde jugábamos todos hasta que cayera el Sol… O hasta que mis padres me llamaran.

¿Cómo entender estas tradiciones, que remarcan las diferencias de las que los niños no son responsables?

Después, en Iteract o en Rotaract (en diferentes edades) juntábamos juguetes para repararlos y llevarlos a los barrios el seis de enero. Era una especie de liberación de culpa para nosotros, y una moderada alegría para los más excluidos.

Yo sé que existen cosas más importantes, que las familias humildes a veces son más ricas que las de los millonarios, que lo más valioso no se compra con dinero, y todas esas frases que nos enseñaron, que son relativamente ciertas, pero no calman la injusticia de los arbolitos llenos de paquetes de un lado de la calle… y nada del otro lado.

Las tradiciones no son acciones pensadas por sentido común, ni por solidaridad, ni menos por justicia… Simplemente quedaron, y nosotros las seguimos.

Estoy seguro de que muchos lectores comparten mis palabras, o que ya lo habían pensado mucho antes… Pero ¡qué poco hacemos para revertirlo!

Me ha sido permitido, en casos puntuales, intervenir a favor de una compensación a tal desigualdad. Sé que otras personas hacen lo mismo. Pero no es fácil llegar más lejos.

No estoy dando ideas de lo que podríamos hacer, marcar caminos, ni generar culpas. Sólo trato de poner el tema en estas líneas, e invitar a dar una mirada al entorno.

Alberto Vaccaro, 2 de enero de 2021

Noticias de año nuevo corren por los parques, por los caminos angostos de mis paseos, por los puentes viejos y gastados, por las vías escondidas en los campos.
Noticias de año nuevo, distintas a las de los diarios, a las de los informativos, y dejan de lado por un instante a la pandemia y los contagios.
Noticias de año nuevo positivas, esa página del alma que aguarda la escritura de nuestra historia. Noticias de ilusiones, de optimismo, de confianza en tiempos nuevos.
Noticias que viajan por el aire como mariposas de colores, y se refieren a la cena en familia, al brindis con salto de tapón, a los típicos manjares en la mesa.
Y cuando los reencuentros no son posibles, abrazos virtuales que omiten las distancias.
Noticias que hablan de futuros venturosos, de salud y armonía, y figuran con letras bonitas, en postales de cartulina, o de redes sociales.
Noticias que brotan como fuegos de artificio, y estallan en el cielo… Que hablan de espíritus renovados, de una oportunidad de comenzar un capítulo, del afecto entre las personas, y no del virus, sino de la vacuna.
El planeta no interrumpe su giro ni su viaje, sólo se sacude sus problemas y nos lleva, renovados, al futuro.
Claro que están las nostalgias por las sillas vacías, por los abrazos reprimidos, por las personas enfermas, por quienes han perdido su libertad… Pero las noticias hablan de esperanza, de alivio, de senderos que se abren a nuestros pasos.
Y desde el cielo estrellado, profundidades inexplicables y mundos ignotos, llegan noticias sin palabras ni diccionarios, que sólo percibe el corazón.
Alberto Vaccaro, 1° de enero de 2021

Si busco recuerdos… ¡Hay tantos lugares! Saldría hoy a visitarlos y dejar que el tiempo ido se renueve en mi memoria.

Pero a algunos sitios no regresaría. Sería muy intensa la soledad, un silencio muy profundo para el alma, un golpe de fría realidad sobre aquella tibieza lejana y perdida, pero nunca apagada.

Existen paisajes que añoro, y sobre los que algún fantasma propio sigue en vuelos de ensueño.

Pero hay imágenes de casas vacías, no de habitantes, sino de ciertas personas… taperas huecas y tristes que resaltan sobre lo que otros pueden ver.

Parecen sepulcros profanados por los años, yermos hirientes, ultrajados por tiempos nuevos, escenarios marchitos, a los que prefiero no volver.

Alberto Vaccaro 30 de diciembre de 2020

 

Me crucé contigo en aquella esquina, y sin detenernos un instante, nos miramos con todo el amor a los recuerdos más preciados.

Desde aquel ayer hasta hoy, muchas vueltas ha dado el mundo, muchas primaveras caducaron.

Pero de algún modo y por un instante, fuimos los mismos conectados por las pupilas, y corrieron eléctricas descargas por las venas, carruseles de fotos impresas en el alma, caricias y aventuras irrepetibles.

Te cruzaste conmigo en aquella esquina, los pasos de prisa, pero con tanta fuerza en el impacto como para detener el tiempo y dejar que vuelvan a latir, las historias que sólo los dos sabemos.

Hubo mensajes conocidos, lejanos pero vivos, en aquel relámpago intenso, que nos iluminó los ojos como una tormenta de un solo acto, como un capítulo feliz de nuestras vidas, resumido en un encuentro inesperado, que aceleró el pulso y devolvió juventud a la sonrisa.

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Alberto Vaccaro, 29 de diciembre de 2020.

Si tuviera la máquina del tiempo, me iría a pasar un día en el Colegio, a mis 8 o 9 años. Conversaría largo con mi abuelo, peinaría a mi abuela, acompañaría a mi padre con la reparación de un auto en su taller, o le mostraría mis escritos a mi madre.

Me iría a mis 20 años, a jugar a la paleta en la playa con mi hermana, o un domingo de mañana a jugar con el Colombes en la canchita del Parque.

Si pudiera regresar a episodios del pasado, me iría de viaje de fin de cursos con mis compañeros del liceo, a pescar con toda la familia a Rocamar, allá casi en Punta Negra, o a una Noche Buena en casa de mis abuelos.

Despertaría un seis de enero con el ruido de papeles, o me iría a jugar tenis con mis amigos un sábado de tarde a la Plaza de Deportes.

Me casaría de nuevo, llevaría a pasear al Tobi, correría en bicicleta por las calles del barrio La Viviana, o me encontraría con un montón de amigos y una pelota en la Feria del 4.

Iría otra vez a ver al Peñarol de Morena, caminaría por 18 de julio cuando tenía 18 años, o jugaría al fútbol de salón con “el Fanta” y los amigos del “Real”.

Pero no sólo tendría que acceder a la máquina del tiempo, sino a la certeza de que mantendría mi memoria actual en cada circunstancia revivida.

Alberto Vaccaro, 11 de diciembre de 2020

No eran libros, sino puertas que invitaban a pasar. Por el arco de hierro forjado crucé la barrera entre la realidad breve y la escritura universal.

Era un libro que invitaba a pasar. Abrí la puerta enorme de castaño, y la luz amarillenta me dejó ver, poco a poco, un mundo nuevo.

El camino ocre de balasto, se metía en el bosque de otoño sobre hojas amarillas y entre ramas desnudas, vi algunos nidos viejos y vacíos, deshilacharse en el aire, con un dejo frío.

Me fui caminando por los renglones del jardín con pocas flores, y me senté a la orilla de las rimas, que aquel gracioso arroyito cristalino, reflejaba como juncos danzarines.

El aire olía a pétalos mustios sobre el pasto. Escuché el aullido leve del viento en la arboleda, y me dejé encantar por esa melodía de amores frustrados, de esperanzas vanas, de tristezas dulcemente confesadas.

Heridas que no sangran, pero duelen, fui sintiendo en el pasadizo de las espinas.

El silencio de los llantos, la tortura del alma, alguna luz fugaz entre nubes y niebla, un despertar ilusionado, la ansiedad inconfundible del reencuentro, y alguna estrella caída de la noche, ya sin pulso.

El paisaje tenía cerros descoloridos, colibríes en blanco y negro, palomas grises, y un enorme, interminable, cementerio de sueños.

Tras una larga travesía, salí por el fondo a la contratapa, y cerré sin llaves el portal.

Me cuesta decir “te quiero”.

He preferido siempre demostrarlo, o usar otras formas verbales elípticas para expresarlo.

Es algo subconsciente, ni siquiera lo entiendo.

Pero es así.

Sin embargo, quiero de verdad y profundamente a muchas personas. Claro que quise a mis padres y abuelos, a mi hermana, primos, tíos. Cronológicamente después, vinieron mi esposa, mis sobrinos, y ahijados.

Pero he descubierto que el cariño no se agota en las personas más cercanas. He querido profundamente a mis alumnos, a mis compañeros de trabajo, a mis amigos.

Me alegran maravillosamente sus logros y me apenan sus tropiezos.

Pero decir “te quiero”, me ha resultado difícil. Siempre estuve arrepentido, siempre he sabido que debí decirlo, pero lo cambié por una sonrisa, por un gesto, o por alguna otra palabra.

Me pasa desde niño, cuando hasta para dar abrazos fui muy avaro.

Tengo la esperanza de que las personas que forman mi universo de afectos, lo sepan, lo entiendan, lo perciban, lo constaten. Es más fácil escribirlo. Cara a cara, cuando llega el momento, un nudo bloquea mi garganta, siento que, si pronuncio esa confesión, no podré contener mi emoción, o quizás, que no hace falta ponerlo en palabras…

Pero admito mi gran omisión.

… y les digo ahora a todos aquellos que lo saben, pero les gustaría escucharlo:

 “Te quiero…” ¡Sinceramente! “Te quiero”

Alberto Vaccaro, diciembre 7 de 2020

Fui al cajero de mi pueblo, provisto de mascarillas tapabocas, gafas para Sol, y gorro. Mientras cruzaba la calle, salía desde el habitáculo un hombre. Me miró, tratando de identificarme. “¡Vaccaro!” exclamó. “¡Sácate esos trapos!”. “Me extraña, un periodista con tu experiencia, que creas en el virus…”

Intenté decirle que más allá de cuál sea el origen, el virus existe, mueren muchas personas en todo el mundo, está cada vez más cerca, y lo adecuado e imperioso es cuidarse… Pero así, cara al viento como estaba, subió a su moto, la puso en marcha, y aceleró riéndose de mí.

Alberto Vaccaro

5 de diciembre de 2020

Siéntate al piano,
y escucha latir las notas
que tú evocas con las manos.
Hay una partitura que te nace,
un ritmo que te lleva,
un paisaje, un sentimiento,
una historia de amor y sufrimiento.
Y van tus dedos en el teclado,
revelando secretos
en clave de Sol…
El trote de un caballo,
las alas del picaflor.
Siéntate al piano,
acaricia el marfil en dos colores,
y deja que vaya el alma,
volando en el viento suave,
en los remolinos de hojas en las ramas,
en los nidos con noticias.
Redacta un verso
con rima becqueriana,
haz oír el agua de la cascada,
el repique alegre de campanas,
la tibieza del Sol en el otoño,
el aroma de pimpollos
y los trinos de primavera.
Siéntate al piano,
desnuda con tus dedos al silencio,
ponle luz a las estrellas,
hazme llorar de emoción
con el encanto y la poesía,
que deja salir tu corazón
por esa maravillosa melodía.
Alberto Vaccaro, noviembre 4 de 2020
Un camino es una oportunidad.  Un riesgo, una aventura, un esfuerzo,
para no quedarse en el mismo lugar. 
Un destino incierto, un transcurso de pendientes, a veces en repecho, a veces en bajada, con un final desconocido.
Pero el camino, es una oportunidad de avanzar, de recorrer la vida, de amanecer ilusionado en los descubrimientos del nuevo día.
Una colección infinita de curvas y horizontes renovados de huellas y paisajes que esperan, y anheladas bienvenidas.
Un camino es el escenario permanente de los cambios, despedidas y encuentros que se conjugan con la vida.
Remansos y pasos apurados, cuentan por igual.
Horas para el descanso, para soñar, para adelantarse a otros caminantes
o verlos pasar con prisa… y quizás, para encontrar compañeros de ruta
que hagan más consistente el objetivo, y más llevadero el caminar.
 
Alberto Vaccaro, diciembre 3 de 2020
¿Recuerdas que no te querías ir? Y me pediste que hiciera algo por ti.
Te dije que no.
Me gustabas, pero apenas adolescente, no estaban en mis planes ciertos compromisos.
Yo, quise ser yo.
Te dije que no.
Que no era tiempo para tales obligaciones.
Una parte de mí, lo lamentó, pero tenía claras las ideas. Fue lo mejor.
Te dije Adiós… y te fuiste con tus padres muy lejos, quizás enojada porque no te di cobijo.
Dejaste lindos recuerdos de aquellas tardes llenas de emoción, amores no declarados cruzando la ventana, o en largas visitas a tu casa.
Siempre te dije que no, aún sin palabras. Es que los compromisos se cumplen, las acciones construyen sendas sin retorno, y la libertad de elección es muy preciada.
Pude ser yo. Encontré el camino que en principio me pareció difícil, y lo disfruté paso a paso.
Todo hubiera sido distinto, prematuro, limitante.
Te dije adiós y dejé que te fueras.
Tú encontraste la vida que querías y yo… y yo la mía.
Pero nada destruye la memoria de aquellos años ¡Tan jóvenes! ¡Tan irrepetibles!
Alberto Vaccaro
30 de noviembre de 2020

La rueda ronronea sobre el pedregullo del camino, y un viento suave refresca la calurosa tarde. Apoyo mi esfuerzo en los pedales y el manillar, por el repecho exagerado de un cerrito, y dejo llenar mis ojos de horizontes ondulados.

El bosque, el alambrado, el griterío de las cotorras en el ramaje, el camino zigzagueante, una colección de pequeñas montañas a lo lejos, y no tan pequeñas cuando las trepo en bicicleta.

En un momento veo hacia adelante, al poniente que espera al todavía monarca de la tarde, mientras atrás, gris-ceniza, camuflada en el cielo pálido del Oriente, descubro a la Luna creciente… a poco de llena.

A mi izquierda la ciudad de Pan de Azúcar, el cerro imponente sostiene la cruz, Piriápolis más lejano, la fábrica de cemento casi al frente, y a la derecha la variedad más amplia de verdes entre pasto, bosque, malezas, y las serranías que se van alargando hacia Minas.

Escucho la rueda y su crujido musical de goma en pedregullo, y me detengo. Bebo agua fresca de la caramañola y lleno los pulmones de aire limpio. Lleno el alma de paisajes. Capturo algunos. Reseteo el estrés del día y miro por delante una pendiente pronunciada, ¡y en bajada!

Entonces me apoyo de nuevo en los pedales, y regreso, sin dejar de disfrutar cada centímetro del camino.

Alberto Vaccaro

27 de noviembre de 2020

No importa dónde estés, ni cuál sea tu situación. Ven, te espero acá, en estas letras. Ven como yo te conocí, o como quisieras que te conozca. Haz de cuenta que el tiempo no ha pasado, que no nos afectan los problemas del mundo, ni los propios, y que estos renglones son la escalera del jardín soñado.

Ven, te espero acá, donde las estrellas brillan limpias en el cielo y el aire está templado. Podremos caminar por la arena, mientras susurran las modestas olas en la orilla, y el reflejo de los astros en el mar se acuna, con suavidad, entre negros y azules.

Podremos liberar las palabras cautivas, los sentimientos latentes, las impúdicas miradas, las caricias que la noche inspira.

Ven en el viento, en el aroma de las flores, en la más sublime melodía. Ven en el silencio, en una estrella fugaz, o en las alas de un recuerdo. Te espero acá, en el surrealismo de estas letras, en una poesía nueva, en un pentagrama lleno de notas…

Primero vean y escuchen.
Porque si les cuento que el bosque canta, no me van a creer. Dirán que fue un simbolismo, o un exceso de imaginación, o puro palabrerío emocional.
El bosque canta. El viento mece las ramas y sacude sus hojas, con insistencia y cierta gestualidad.
Las aves se desconciertan en ese micro-mundo de sombras danzantes, y suman su canto, o su queja musical.
 
 
Los azules del cielo se filtran en la trama móvil y es muy audible la voz del viento, la orquesta del follaje, el baile de odaliscas delgadas y flexibles.
¡Un gran concierto!
Lo escuché de ida en mi camino, y me detuve al regreso, para admirarlo un par de minutos, y registrarlo.
Alberto Vaccaro noviembre 21 de 2020
 
 

Una foto vieja

Estuve viendo una foto de hace algunos años. Como siempre pasa, la encontré buscando otra cosa.

Inmediatamente una película de recuerdos pasó por mi memoria, y los dos protagonistas de la imagen, una estudiante de 4° año y yo, conversábamos de esos atendibles dolores de la adolescencia. La historia de una familia dividida, ciudades bastante lejanas, y entre una y otra casa, los cambios de la niñez a su etapa actual.

Los sentimientos por sus padres, la soledad a medias que suele aparecer en esas circunstancias, y el apoyo en un docente con todo un recreo para escucharla.

Para mí, es una trama bastante repetida, aunque siempre con diferencias de detalles e identidades… Lo he considerado, no parte de mi trabajo, pero sí de mi misión.

 

 

Ella me buscaba en los recreos, para charlar por lo menos diez minutos. Más de una vez me dijo, como tantos otros alumnos, que siempre recordaría ese año, y que se mantendría en comunicación en el futuro.

Encontré la foto… y el tiempo pareció retroceder por un instante, pero luego advertí que han pasado muchos años desde la última charla. Ese detalle, tampoco me resultó muy distinto de tantos otros casos que recuerdo con cariño.

Alberto Vaccaro, 17 de noviembre de 2020

fin de curso - año de la pandemia

Una sensación muy extraña. Al llegar fin de año, la despedida de mis alumnos es algo muy especial. Lo ha sido durante 41 años en cada grupo. Este año, que sólo me enfrenta a tres grupos de un liceo privado, fue sumamente raro. Es que, por la pandemia, nos pasamos dando clases virtuales, con no más de seis instancias presenciales. Entre la emergencia sanitaria, la aplicación ZOOM, y los feriados en lunes que era mi único día de clases presenciales, casi no alcancé a conocerlos.

Hoy me paré ante la clase, lamentando lo poco que pude enseñarles de Astronomía y de todo lo que suelo plantear en el aula. Ni me miraban, mi presencia no les generaba siquiera afecto, tampoco atención a las pocas cosas que intenté rescatar del programa para que no se fueran con la maleta de aprendizajes vacía.

Yo, enamorado de mi trabajo y deseoso de ser útil a cada generación, casi no los conozco individualmente, me cuesta ver quién es el que está detrás de cada mascarilla facial, y siento que ha pasado un año estéril, muy poco fructífero en la siembra necesaria.

La virtualidad les ha quitado entusiasmo, les bastará con ser promovidos, y seguramente ni recordarán los nombres de todos sus docentes.

¿Habrá pasado lo mismo en todos los liceos? Espero que no.

¡Tantas cosas para decirles y tan poco interés en escucharlas!

El próximo año no sé cómo será, la pandemia no cede, la vacuna quizás podría llegar a mitad de año, o un poco después… Los estudiantes seguirán promoviendo con un esfuerzo mínimo, la relación con los docentes será muy superficial, y el daño evolutivo en la formación de los jovencitos, no sé si será permanente, pero exigirá mucho esfuerzo para superarlo.

Pero regreso al comienzo. Me paré ante la clase con la necesidad de trasmitirles mil mensajes… y me fui frustrado, impedido de cumplir con mi misión.

Alberto Vaccaro 16 de noviembre de 2020

Carta a mis Alumnos

A todos, desde 1979 hasta el último día

Llega fin de año. Es inevitable. Quizás algunos días, cansado, deseo apurar las vacaciones, pero después pienso en mis alumnos y me invade la nostalgia repetida ¡Tantas veces!.-

En estos meses, apenas he llegado a conocerlos… Aprendí sus apellidos y algunos nombres.

Leí preguntas en sus miradas, que no siempre supe responder.

Quise ver el mundo por vuestros ojos y comprendí muchas cosas.

Cada año pienso, en esta fecha, en despedidas. Recuerdo compañeros de escuela que no veo desde entonces… Compañeros de liceo que tomaron caminos desconocidos. A otros los he visto, pero la distancia del tiempo ha puesto frialdad sobre aquella linda amistad adolescente y hoy somos acaso conocidos, con un brevísimo pasado común. Recuerdo profesores cuyo paradero desconozco. Peor aún: sé que tuve más compañeros y profesores de los que recuerdo. Entonces siento que una de las más bonitas etapas de mi vida fue quedando relegada en la urgencia de los días, fue apagándose de a poco. De aquel fuego intenso guardo sólo pobres cenizas de nostalgia.

Llega fin de cursos, y tanta injusticia es un cóctel de recuerdos que me embriaga, que me hace un nudo en la garganta, que me humedece los ojos. La historia se repite. Ustedes son el viejo destino que regresa con caras nuevas. Los veo y siento ganas de llorar… Por mí, y por ustedes.-

Por mí, porque me veo en esas esperanzas blancas e ilusionadas de los dieciséis años. Por mí, porque los siento alejarse y cruzar la zanja entre alumnos y exalumnos.

¡Tengo tantos exalumnos! A veces los encuentro y no reconozco sus rostros, u olvidé sus nombres, o se mezclan generaciones en mi memoria. Invertí tanto cariño en ellos, que me parece una gran estafa de la vida.

Por mí y por ustedes. Por esta relación de hoy, que para mí es importante… La fecha me pone triste.

Pienso en algunas confidencias. En las bromas del recreo. En esa predecible respuesta, en la sonrisa cómplice, en las parejas de amor eterno de quince días, en algún consejo, en los pequeños enojos mutuos. Advierto que he bebido vuestra desbordante savia joven, para sentirme renovado.

Algunos adolescentes son abiertos y desde el primer día me aceptan como amigo. Otras amistades trato de lograrlas lentamente. Algunas nunca llegan. Pero en todos mis alumnos  trato de dejar lo mejor de mí. En cada uno siembro semillas de los valores que creo buenos… Y alumno por alumno me dan esas enseñanzas que no vienen en los libros, que no caben en palabras ni en dibujos, que tienden puentes entre personas, entre generaciones.

Llega fin de año, con la impasible crueldad del almanaque. Doy corriendo y sin querer, un paso más hacia el borde. Me pregunto qué sienten ustedes, cómo me ven, cómo me verán mañana… Y el ciclo se repetirá una y otra vez, no sé hasta cuándo.

Quiera Dios que hayan aprendido Astronomía, pero sinceramente, no es lo que más me importa. Deseo que sean buenas personas antes que buenos alumnos. Prefiero que sepan que podrán esconderse de todas las miradas, menos de la propia. A todos nos gusta que nos quieran, es importante y debemos procurarlo con una conducta digna. Pero la paz interior está en la aprobación de nuestra propia conciencia.

Tendrán que luchar por ser mejores, estudiar para estar preparados ante los exigentes desafíos de la vida. Necesitarán dinero para subsistir, pero el dinero no es más que dinero y existen cosas mucho más valiosas, que no deben descuidar.

Si mañana nos encontramos y me saludan, será esa la cosecha más rica de mi siembra. Y si algún día vienen por mi ayuda, se lo agradeceré a Dios.

Alberto Vaccaro

fin de curso, año de la pandemia

CUIDARSE

Más que nunca, tenemos que cuidarnos.

La pandemia está, no admite discusión ni duda.

Podremos opinar sobre sus orígenes, sobre algunos oscuros intereses, sobre la maldad o descuidos… Pero la pandemia está, se ha llevado millones de vidas, y sigue amenazando al mundo entero.

La vacuna vendrá, algún día, pero no será pronto. Las pruebas incluyen no sólo su efectividad contra el virus, sino además posibles efectos adversos sobre quienes la reciben.

Por ahora, los únicos medios a nuestro alcance son la mascarilla (tapa boca y nariz), el distanciamiento, evitar aglomeraciones, no permanecer más de lo necesario en lugares públicos cerrados, higiene de manos, y todos los protocolos previstos para cada actividad. Aun así, nada nos asegura estar libres de contagio, pero es cuestión de probabilidades.

La gran dificultad del coronavirus, es que las personas pueden contagiarse y no presentar síntomas. Pueden contagiarse y presentar síntomas a los varios días. Eso quiere decir que alguien que contrae el virus, puede, involuntariamente, diseminarlo entre muchas otras personas de su entorno laboral o familiar, vecindades o locales de compras. Y a su vez, cada contagiado, hará lo mismo con otras personas. De la nada se hace un brote enorme.

Algunas personas me dicen que no temen al coronavirus. Está bien, es su derecho. Pero a lo que no tiene derecho es a contagiar a personas cuya salud, quizás, no soporte los efectos del coronavirus.

Cuidarnos por nosotros mismos, por nuestras familias, amigos y compañeros. Por nuestra salud y por solidaridad.

Se vienen las fiestas navideñas y de año nuevo, la temporada de playas, las salidas más frecuentes.

Por favor, miren los informativos, escuchen la radio, lean diarios. La pandemia está acá, nos pasa cerca, nos rodea, y la única medida posible es el cuidado, el celoso cuidado. Piénsenlo.

 

Alberto Vaccaro, 11 de noviembre de 2020

¿Quién eres?

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¿Quién eres de verdad? Esa es la cuestión.

Hasta que lo sepas, hasta que todos lo sepan, hasta que aprendas bien el rol.

Esa es la más difícil e importante de tus definiciones.

Pensarás en lo que quieres, en tus potencialidades, en tus puntos débiles. Pensarás cómo lograrlo, aprenderás a ser tú en medio de la marea humana que sube y baja tratando de arrastrarte a donde ni has pensado ir.

En el transcurso pesarán las circunstancias, la fortuna, terceras personas, tus propios errores. Pero seguirás buscando tu lugar.

Te esforzarás para llegar a serlo, y en algún momento de luz en el camino, lo sabrás.

Sabrás quién eres, y los aspectos generales de tu personalidad. Irás aprendiendo a conocerte, aunque nunca lo lograrás definitivamente… Es que no serás igual en todas las circunstancias, no serás el mismo con el tiempo, no reaccionarás igual a todos los estímulos. Pero aprenderás a conocerte poco a poco hasta ese punto en que es posible.

¿Quién eres?

Quizá, por los diferentes escenarios de tu vida, te verás como distintos personajes. ¿Cuál de todos eres? ¿Cuál de tus papeles te representa más fielmente?

Cuando lo sepas plenamente, tal vez, tal vez, haya pasado gran parte de tu vida… Pero lo habrás logrado. Serás tú.

Alberto Vaccaro

5 de noviembre de 2020

 

Salí a caminar por las veredas de mi pueblo… ¡Toda una aventura!

Las baldosas me hicieron acordar a la “pista de combate” de mis años de estudios militares. Atento a su geografía irregular, puedo ejercitar mis músculos con mayor eficacia. El paisaje es maravilloso, el cerro que disfruto desde cada esquina, las viejas casas de seres queridos, como el Maestro Chino, el Capitán Bravo, Wilson Pimienta, Germán Baldo, Alito Báez, Juan Sención, el Nene Barbachán, o edificios importantes como La Vieja Bodega, El Fortín, la Carnicería de Suárez, el Colegio San José, la peluquería de Pucheta, el viejo liceo, la Posada del Calé… y mil más.

Y triunfante entre baldosas flojas y otras inexistentes, equilibrista en cordones torcidos y rotos, o en pleno descanso en las pocas aceras en buenas condiciones, me enfrenté al desafío máximo de cruzar cebras entre automovilistas distraídos y motos en una rueda, a soportar los ruidos ensordecedores de motores sin silenciador, y escapar al acoso de los “pidemonedas” que saturan la ciudad.

Tuve la recompensa de la charla espontánea y breve con varios amigos, el saludo afable de algunos exalumnos, y no tener que buscar estacionamientos en una ciudad que concentra su movimiento en tres cuadras.

Para aquí y para allá, doblando las esquinas sólo por alargar el recorrido y darme lujos de paisajes y recuerdos, buscar el super de Tuvi, la Tienda de Villalba, la antigua central telefónica en Lizarza, o el telégrafo en Leonardo Olivera. Pasé por la imagen semitransparente del Sólvox Radio, el Bar Avenida, la peluquería del Portugués, el Minimercado de Molina o la juguetería del Fígaro, la papelería de Amengual, la Onda, el almacén de Eguren, Tienda Quintela, Mansilla y Morris, el Bar del Chelo, la fábrica de pastas, el Bar la Cueva, el restaurante de Serrón, la casa de fotografías de Martínez, la mueblería de Surroca o en otros tiempos de Montes de Oca, la joyería y relojería de Raúl González, el Nené Hernández, La Tejar, el Banco Pan de Azúcar, la Farmacia de Juan Carlos, y andaban por allí Menafra, Agustín Cuadrado, Domingo Piegas, Piringo Bonilla, Gustavito Núñez, Ricardito Sánchez, María Amalia, Domingo Rodríguez, y hasta el Viejo Quinche y el Indio Miguel…

Pero… ¿Saben qué? En realidad, traté de eludir los clubes políticos que agobian en cada hueco, la gente que anda sin tapabocas, las colas enormes en redes de pago, las caras largas de los que pasan mal.

Un auxiliar electrónico me dijo que caminé unos seis kilómetros en mi conocido laberinto de calles y recuerdos, y regresé a mi casa, algo conmovido, y con una bolsa de compras, que fueron mi excusa para salir.

Alberto Vaccaro – 12 de agosto de 2020

Dos trenes se cruzaron en la estación, y quedaron ¿un minuto? detenidos en paralelo. En uno de ellos, estaba yo, asomado a la ventana. En el otro, una jovencita de ojos magnéticos, que se robó mi mirada.

¿Un minuto? Pudieron ser años, o toda la vida.

Y los trenes comenzaron a moverse, tan lentamente, que las miradas siguieron imantadas, hasta que el reflejo del Sol en los cristales, rompió el encanto.

Fue una tarde cualquiera, en la estación, con vendedores en la explanada y boletos duros de cartón.

¿Un minuto? Tal vez… Pero un minuto que nunca olvidé.

Alberto Vaccaro

29 de julio de 2020

¿Quieres venir? Me iré a caminar sobre la playa aquella, arena tibia y canto de olas… Y me sentaré sobre las rocas a mirar horizontes invisibles, y distancias negras detrás de las estrellas.

Iré a jugar con mis amigos en la canchita de siempre, a insolarme jugando al tenis en la plaza de deportes, a cabalgar por pastizales a la vera de la ruta, o a recorrer en bicicleta el Barrio de mi infancia.

Volveré a escribir mis poesías de amor, a caminar las veredas largas sin destino cierto, o salpicar a cada paso con el agua de la orilla.

¿Quieres venir? Hay más ocasos rojos para emocionarse, más amaneceres otoñales y tardes de primavera. Más estrellas, más olas, más bosques en verano… y remembranzas de noches escondidas, que morían sin dormir.

Alberto Vaccaro

28 de julio de 2020

Día del amigo… de las personas que estimamos, que nos desean el bien, a quienes deseamos también el bien. Personas con las que nos gusta compartir el tiempo, una charla, un juego. Quienes nos escuchan sin prisa o a quienes escuchamos con gusto.

He reunido, en mi vida, muchos afectos… Aunque a gran cantidad de ellos, no los veo con la frecuencia que quisiera.

A algunos no los he visto hace décadas, pero nada ha cambiado en ese sentimiento puro de amistad.

No sé si puedo contarlos. Son una legión que va conmigo permanentemente. Los amigos del barrio, de la escuela, del baby fútbol, del campito, de los varios liceos en los que fui alumno. Amigos del trabajo, del fútbol, de algún viaje, de charlas en la vereda, de comisiones, o hasta de la relación periodística por noticias.

Amigos del aula, de la sala de profesores, de la parada de ómnibus, del recreo.

Si hay otras personas que no se sienten mis amigos, o que yo no las considere así, no las recuerdo, no sé quiénes son, no pienso en ellos, no están en la lista de afectos, pero tampoco en otra lista.

A todas aquellas personas que me pone contento verlas, saber de ellas, recibir un mensaje, o al menos un “me gusta” … ¡FELIZ DÍA DEL AMIGO!

Alberto Vaccaro

20 de julio de 2020

Si me hacen falta mis años niños, recuerdo que los llevo conmigo.

La bicicleta por el Barrio La Viviana, el picado del sábado de tarde en un baldío con ilusión de estadio. Los compañeros del colegio, mis maestras, mi hermana y mis amigos… las calles aquellas de mi pueblo, más pequeño y entrañable.

Si me hacen falta mis padres y mis abuelos, recuerdo que los llevo conmigo. La casa, los juegos, cada palabra. Los paseos, las vacas, la quinta, el caballo, el taller, la cachila, la motoneta, y el Fido.

Cuando sueño despierto que vuelvo a recorrer mi camino, mi vida entera, mis aciertos y desatinos, mis momentos felices y mis duros fracasos… Cuando me hacen falta los afectos que dieron sentido a mis pasos, las aventuras que me formaron, recuerdo que siempre los llevo conmigo.

Alberto Vaccaro

7 de julio de 2020

No todas las luces provocan sombras

Algunas parecen apagarse, pero sólo pasan a una dimensión donde brillan de otro modo, llenas de pureza y virtud.

Brillo intenso, que no encandila ni proyecta sombra, que está lejos de las medidas humanas, de las pequeñeces, de los intereses banales, de los errores.

Hay luces que escapan de las coordenadas corrientes, y se instalan sin parpadeos, donde parece reinar la oscuridad, pero se concentra la verdadera Luz.

 

Alberto Vaccaro, 1° de julio de 2020

Cuarenta años y medio en un mismo trabajo, es una buena marca.

Pudieron ser más, pero mi conciencia está tranquila, porque, aunque tenía mucho para dar, la decisión de cerrar el ciclo no fue mía.

Dos terceras partes de mi vida transcurrieron al frente de una clase de Liceo.

¿Cuánto me afectó el cambio? Creo que mucho. Resistí todo lo que pude esa decisión de las autoridades, de pasarme a retiro, no por mis años de edad, sino por los que tenía en la función. Los estudiantes representaban mucho en mi vida. Aunque lo esperaba, la noticia del cese, unos meses antes de concretarse, me golpeó duro.

Comenté a mi madre que por lo menos, una vez jubilado, podría ir dos o tres veces a la semana a almorzar con ella… Pero eso tampoco fue posible, porque su partida fue aún más temprano.

Llegó la licencia obligatoria, el verano, y el impacto más notorio sería cuando las clases comenzaran sin mí.

Por las especiales circunstancias de este año, no lo sentí demasiado. Desde la Inspección se me alentó a reingresar como docente jubilado… Lo pensé, me sentí tentado, pero finalmente lo descarté.

Descubrí un mundo con más tiempo. Trabajo de mañana en la Radio, tres grupos en un liceo privado que representan sólo seis horas a la semana, en dos días… y espacio para caminar, para pensar, para leer. No hay daño económico porque, aunque la jubilación es un poco menos que el sueldo, los gastos también son menos.

Además, tarde o temprano tendría que suceder y alguien se haría cargo de los grupos que hubiesen sido míos. Algún día llegarían a cuarto año de liceo educandos que no alcanzaría a conocer, vidas sobre las que no podría intentar una influencia positiva.

Mirar al sistema desde afuera, tiene también su novedad.

Dejar de implorar por un año más, es algo más digno.

Irse en el mejor momento, con mucha experiencia y todavía con ganas de enseñar… No está mal.

¿Nostalgia? sí… La tengo… Pero ya está.

Entonces estoy acá, aprendiendo a vivir sin los liceos públicos, sin cientos de estudiantes en los que volcar mi cariño y mis preocupaciones, pero sin ningún deseo de regresar.

Alberto Vaccaro

30 de junio de 2020

Está aguardando entre las ramas, en el alero del techo, flotando en el aire.

Sólo espera que yo salga dispuesto a explorar la noche.

Se camufla entre las estrellas, en la negra profundidad del cielo, o en las partículas de brillo difuso de la niebla.

Me asomo a contemplar los nocturnos claroscuros y ella, susurra versos a mi oído.

Sólo escribo, sin mucha reflexión ni tino, el mensaje extraño.

Es una brisa, un soplo tibio de poesía, que llega al alma, sin palabras.

Sólo escribo, de amores que no recuerdo, de soledades que no he sentido, de sueños que no soñé.

No estoy seguro, acaso sí…

Tal vez, experiencias subconscientes que no había descubierto.

24 de junio de 2020

Alberto Vaccaro

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Pobres los que no entienden el lenguaje del entorno…

Los que no tienen empatía con la flor, con el árbol, con el ave que canta en una rama.

Pobres si no entienden los mensajes del pasado en la tela del paisaje, si no ven la pintura que asoma en la trama de un relato, o el lamento de tristeza de personas que cruzan por la calle.

Gente que vive sin sueños y sin armonía con el Mundo. Gente ácida, para la que todo es gris y frío.

¡Pobres! si no perciben la poesía del viento entre las hojas, o de las olas al desplomarse sobre la orilla.

Si no les llega la melodía de la lluvia en el techo de zinc. Si no construyen fantasías.

Si no son capaces de compartir una sonrisa con un desconocido… Si no pueden fingir que ignoran un defecto ajeno.

¡Pobres! Si tanto les da que todo siga como está. Si no valoran buenas intenciones.

Si en vez de puentes, construyen diques.

Si muestran distancias heladas en las miradas.

O peor, si no muestran nada.

 

22 de junio de 2020

Alberto Vaccaro

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Vístete de noche y ven conmigo. Ponte tu vestido largo con lentejuelas, y yo iré de frac, a rescatar a las estrellas de su profundo inmenso encierro.

Vístete de negro con joyas de plata, que yo pondré gemelos en mis puños y prendedor en mi corbata, para caminar lejos sobre la alfombra de tinieblas, entre faros de dudas y certezas.

Lleva tu chal de fiesta y la mejor cartera, que yo iré sobre zapatos de charol y fina suela… en busca de soles, de brillos intensos, en la negrura honda del espacio eterno.

Acompáñame a encontrar sonrisas donde no llegan lentes, conocer historias de caricias y amor entre seres inteligentes, ajenos a odios, intrigas y ambiciones.

Vístete de noche y ven conmigo, a caminar tan lejos como imagines, hasta planetas felices, aún desconocidos, en la esquina intemporal del paraíso.

Alberto Vaccaro

septiembre 2020

 

Sueño que vuelo, que me voy desplazando por el cielo, con la magia que despliegan los veleros en el mar.

Entonces no me ves, pero puedo llegar a donde estés, para resolver sin que lo notes, tus problemas.

No harían falta consuelos, promesas, ni palabras. Si tienes sed, haría que descubras el agua. Si sufres soledad, provocaría que conozcas personas buenas, que te valoren. Si sientes hambre, te pondría frente a un plato rebosante de alimentos.

Sueño que puedo aliviar dolores, alejar las penas, saciar el alma de conformidad y paz. Que puedo hacer que germine la autoestima, la seguridad y confianza, que la nostalgia sea un sentimiento agradable y que la luz brote de tus ojos como muestra de alegría.

Desde lo alto, sembraría flores y sueños en los jardines y en los yermos, para que los fueran recogiendo los viajeros de la vida.

Sueño que cada vez que encuentro personas angustiadas, heridas por la injusticia o la ingratitud, desamparadas de alguna manera, puedo llegar imperceptible a su existencia, y en vez de cargarme como suelo, con sus dolores, ahuyentar de un soplo todos los males…

…Pero en verdad, no puedo hacer otra cosa, que pedírselo a Dios.

 

Alberto Vaccaro 9 de junio de 2020

Tengo un desordenado baúl de recuerdos, lleno de rostros quinceañeros. Unos pocos tienen nombre, pero los reconozco sin problemas pese a ese anonimato, ¡que el nombre y la persona no son el vínculo más fuerte!

Tengo un voluminoso álbum con pocas etiquetas, y aunque la razón lo entiende, a algo de mí se le ha pasado inadvertido y golpea como sorpresa al alma, ver los mismos rostros ya adultos, padres o madres, y hasta abuelos.

La persona no es el nombre. Quizás no he puesto tanto empeño en recordar apelativos, como todas las demás características. Me acuerdo de bromas, episodios, anécdotas. Tengo vivo en la memoria el detalle de reacciones, de circunstancias, de afinidades y aquellos rostros casi niños se sientan, cada tanto, en el aula extensa e intemporal de mis afectos.

 Hoy las redes sociales me devuelven imágenes cambiadas pero reconocibles, de caras que me conducen al baúl de más de quince millares…

Es lindo saber que los llevo conmigo, que no son fotos frías perdidas en una carpeta, sino seres envueltos en vivencias, aprendizajes, cariño.

Alberto Vaccaro, 7 de junio de 2020

Este 26 de mayo será el Día Nacional del Libro.

En condiciones distintas por la pandemia Covid-19, será sin actos presenciales.

Yo me sentí escritor desde niño, y lograba lucimiento en la escuela con mis redacciones. En el Liceo también tuve oportunidad de mostrar esa vocación por las poesías, la prosa lírica, los discursos.

Sabía que alguna vez publicaría.

Mi primera aparición en un medio escrito, fue en La Democracia de San Carlos, con algunas poesías que envié tras la mediación de mi amigo Alfredo Moyano, que por entonces era ya un valioso poeta.

Escribí algunos cientos de poesías, pero mi preferida fue siempre la prosa lírica.

Pese a todo, mi primer libro tenía casi nada de lírico. Fue una crónica de Pan de Azúcar, allá por el año 95. Su título fue “El Cerro desde Cada esquina” y con los años, lo encuentro más valioso. He leído en él algunos acertados anuncios del futuro, y análisis que resultaron útiles.

Más tarde publiqué apuntes de Astronomía con el título “El Telón Azul del Cielo”, y se agotaron dos ediciones con un total de dos mil quinientos ejemplares.

En el libro “En los Rieles del Tiempo, Historias de Pan de Azúcar” pude dejar episodios del pasado no tan lejano de mi infancia y adolescencia, que por algún motivo me impresionaron o me sentí tentado a investigar.

“Tu Hijo, Mi Alumno” me dio muchas satisfacciones, por el interés que generó en los lectores el relato de experiencias como docente, y ese necesario puente entre generaciones.

“Reflexiones en la Cueva de Pan de Azúcar” es un ensayo filosófico, desde un místico lugar de mi terruño. Lo considero como la conexión de mis raíces con el cosmos.

“Entre las Estrellas, la Educación y la Poesía” profundiza en muchos de mis pensamientos y convicciones, pero no tuvo la repercusión que yo esperaba.

“El Maestro Chino” era una deuda pendiente, y lo escribí con toda la admiración por una persona que siempre admiré, por un personaje tan propio de mi pueblo como el cerro o el arroyo.

“El Mundo del Aula” es la actualización y ampliación de los temas de “Tu Hijo, Mi Alumno”, y cobró notoriedad por la pequeñez de mentes que prefirieron censurarlo, antes de ver derramado en los lectores, el oscuro licor de sus vidas. Lo peor es que quien debía decidir, optó por ser injusta conmigo y no quedar mal con aquellos a quienes temía. Le debo a esa persona cientos de ventas, en varios lugares del país y en el extranjero.

“La Cruz del Sur” (mi último trabajo hasta hoy) es el resumen de mis clases en el liceo, mis vivencias como docente, las observaciones astronómicas colectivas, experiencias que me formaron, y hasta algunos recuerdos del liceo.

No escribo en busca de logros económicos. Si vinieran, bienvenidos, pero si no vienen, mi objetivo está cumplido con otro tipo de satisfacciones.

Tengo muchos amigos y allegados que escriben excelentemente, y no logran publicar, porque es muy costoso.

Mi mérito consistió en financiar los primeros, y usar el dinero de las ventas para nuevas ediciones… En tener claro que querer es poder, que siempre se puede, y hay que intentarlo.

Pero para todos los Escritores de verdad y con mayúscula, para los valiosos literatos que conozco, para quienes legaron su mensaje inter temporal a tantas generaciones, para quienes algún día publicarán, mi saludo sincero.

24 de mayo de 2020

Escribir un libro… Es mucho trabajo, y la probabilidad de obtener una rentabilidad acorde al tiempo invertido, es prácticamente nula.

Horas de escritura, de leer y corregir, cambiar, mejorar. Después, armar, eliminar de acuerdo a prioridades y espacio disponible, completar, buscar información, actualizar, y por último corregir de nuevo.

¿Para qué lo hago?

Después de escribir, enviar a la imprenta, hacer los cambios sugeridos, financiar el proyecto, esperar con ansiedad el llamado para ir a buscarlo.

Cargar un peso muy grande en papel, distribuirlo para la venta, acomodar un lugar para el stock, tratar de difundir su existencia.

Como si fuera poco, significa exponerse a la crítica sobre la conceptualidad del texto, sobre su redacción, formato, oportunidad y pertinencia

¿Para qué lo hago?  Ese combo de tareas merecería muchos miles de dólares de ganancias, pero desde antes sabía que las ganancias difícilmente llegarían.

¿Porque me gusta escribir? Si, probablemente. ¿Porque es lindo ver el esfuerzo reflejado en ese material prolijamente encuadernado? Creo que sí, también. Pero fundamentalmente escribo porque siento la necesidad de comunicar, porque sé que la vida es breve y no habrá mucho tiempo más de charlas o clases presenciales, porque nunca podría llegar a todos los estudiantes o personas ávidas de mis temas…

Porque tengo la esperanza de que unas cuantas personas lo lean.

Porque quiero que algo de mí perdure, que exista un mensaje que pueda llegar a lectores de otros lugares y de otros tiempos… Entonces, en esas páginas, en algún estante de biblioteca estaré guardado, a la espera de decir, cuando el lector quiera, lo que tengo que decir.

Alberto Vaccaro

12 de mayo de 2020

Cuando estudiaba en Montevideo, pasaba la semana en la urbe ruidosa, perdido en la soledad de miles. Pero cuando alguien me preguntaba dónde vivía, siempre respondí que “En Pan de Azúcar”. En la capital permanecía, por necesidad, el resto de los días, pero anhelaba siempre volver y estar sábado y domingo en mi terruño.

Jugábamos al tenis en el parque, al fútbol donde hubiera una pelota, compartíamos una pizza en el Bar Avenida, algún baile adolescente en el Centro Progreso… Todo era disfrutable: mis padres, mis abuelos, mi hermana, una vueltita en ciclomotor o a veces en auto… Volver a Montevideo era casi un paréntesis a la felicidad, en busca de preparación para el futuro.

Entonces caminaba por la avenida sin conocer a las personas, tratando de entender cómo algo tan poblado, podía estar tan vacío.

Si la distancia me entristecía, me contentaba pensando que pronto sería viernes.

Y nunca quise mudarme a otro lugar, aunque quisieron tentarme.

Acá la gente es conocida, nos saludamos al cruzarnos o conversamos si nos encontramos en algún comercio. Con cada vecino tenemos temas de charla, preocupaciones comunes, y espontáneamente me siento orgulloso por los logros y buenas acciones de cada pandeazuquense.

A los demás lugares, me gusta ir… Pero también volver.

Alberto Vaccaro, 5/5/2020

De niño quise ser policía caminero porque… ¡Me encantaban sus patrulleros!

Quise ser militar, ingeniero, locutor, camionero, comerciante.

La docencia me gustaba, pero por la experiencia familiar, ofrecía pocas perspectivas económicas y nadie me alentó a encarar ese camino. 

No del todo por casualidad, pero con algo de fortuna, unos amigos me llevaron a una entrevista y un día me presenté ante un grupo de adolescentes en el aula, un poco autoritario, pero con la responsabilidad de prepararme mucho para cada clase.

Allí comencé el camino, que me exigió esforzado estudio y dedicación, decenas de cursos largos y cortos, autodidáctica, y un aprendizaje diario con la experiencia.

Menos de tres años después, y por empuje de mi madre, me animé a presentarme ante los dueños de una nueva radio, que emitía desde Piriápolis.

Desde entonces, además de cumplir uno de los sueños de mi infancia, he podido transitar mi camino con esas dos pasiones.

Muchas veces no he sabido ver la diferencia entre una y otra profesión, me preocuparon las mismas cosas, tomé ambas con la misma responsabilidad, y no sólo creo que son complementarias, sino una misma vocación de comunicación con dos frentes.

Agradezco a Dios que nunca tuve necesidad de elegir entre un trabajo o el otro, porque aún no sé cuál hubiera sido la decisión. La Radio me permitió desarrollarme con gran respeto por mi función docente, y los liceos fueron aceptando mis horarios periodísticos, hasta con las mesas de examen y las reuniones.

Más de quince mil adolescentes y muchos adultos pasaron por mis clases, tuve compañeros que enseñaban sólo con su ejemplo, y de todas esas personas aprendí más que en los libros, entendí las circunstancias de cada individuo en su contexto, y practiqué la empatía.

En la Radio traté de ubicarme en el lugar del oyente, porque desde niño lo fui y lo sigo siendo todos los días.

He tratado de ser muy respetuoso, pero jamás acepté dejar de lado mis más firmes convicciones.

Muchas veces cometí errores, por haber interpretado mal, o haberme expresado de modo poco meditado… Pero fue de buena fe, detrás de mis banderas.

Cuarenta años y seis meses en Secundaria, más de treinta y ocho años en la Radio, me dejaron en una situación distinta: Secundaria me dio el pase al BPS y un liceo privado me acogió para complementar la tarea que en la Radio continúa.

Sólo puedo agradecer por una vida llena de amaneceres felices, ilusionados por ir al encuentro de tareas apasionantes.

Pero he tenido muchas pasiones: el fútbol, que jugué con entusiasmo (sólo eso), la fotografía, que practico por mero placer y sin más expectativas, y la escritura. De esto último les quería hablar, porque en pocas horas saldrá de la imprenta el fruto de un esfuerzo que lleva unos años. Un libro modesto, pero que sentí que debía escribir. En definitiva, el juicio que vale, es sólo el de los lectores y a ellos me someteré (por décima vez) muy pronto.

Alberto Vaccaro. (04/05/2020)

Me maravilla el conjunto. Si pudiera desplegaría los detalles en un panel, para disfrutarlos uno por uno, sin desperdicio.

Aunque clave los ojos en mojones referentes del paisaje, me invade la belleza del entorno, de la suma de formas de la tela cambiante y profunda que pinto en el alma, sin pausa.

El cielo de grises a azules claros, las rocas plomizas, la selva verde de las cañadas, el buitre negro, las flores amarillas y violetas, el camino ocre de balasto seco, el poniente anaranjado, mutando lentamente hacia la noche.

Es un todo, del que soy parte como un átomo más…

8/4/2020 av

Por una galería del Parque, desfilan los espíritus, como notas en el pentagrama del bosque, como ecos del Festival.

El Ciego y el Gitano caminan, con la guitarra de estrellas en la mano, hacia el escenario transparente del recuerdo, y el Chino Figueredo va sacando apuntes para un cuento sin final, escrito con fondo de canarios.

Corrompo, Washington, Martincito, Clavero, Heber, Da Costa, y todos los fallecidos cantores del pago, hacen ronda de canciones en las frondas ribereñas.

Juan Carlos, escribe a todos los personajes que atesora, y no tuvo tiempo de nombrar en su poesía.

Álvaro afina rimas inspiradas, callado, en el escritorio del aire. “Si más poema que Álvaro, me escojo, si más Amalia que Álvaro, me elijo”.

Piringo sueña travesuras de niño, como notas que caen con picardía, a la partitura.

Angelito, esgrime una payada interminable con el viento. Los negros carnavaleros de antaño, calientan lonjas en un fogón perdido, suenan rítmicos acordes de bandoneón desde el Barrio del Peligro, retumban los bailes del Chiche… y María Amalia ensaya con insistencia, su obra eterna de teatro.

Domingo junta testimonios del pasado, para un museo que rompa los olvidos… mientras Blanca Luz recita entre tréboles, malvas, verbenas y gramillas.

Piegas cuida los árboles que legó a su pueblo, y la música es un remolino que entra a la arboleda cargada de emociones, besa la playita del arroyo, y viaja más allá del vecindario.

Cerca está el escenario presente, los músicos, el público, y a veces con tanto volumen, no escuchamos las fuentes que brotan vivas del pasado.

7/2/20 av

Lo haría de rocas y arena, siempre que lo bañen las aguas del Río de la Plata. Lo haría en tarde de domingo y con caña de pescar y reel, al pie de los médanos de pasto ralo y duro. Lo crearía con una canchita de tenis donde la arena está firme, con una faja de cáscaras de mejillones donde llega la marea.

Si pudiera inventarlo, lo haría con traviatas de salame y el termo del café, la caminata por la bahía, la radio, y el rumor de olas del Río de la Plata.

Una cañadita que desagüe en la playa, algunas sombrillas distantes, y pescadores sin prisa, laguitos con peces entre las rocas y colección de caracoles en aquellas huellas blandas.

Si me dejaran construirlo, estaría entre la Mora y Punta Colorada, con mi padre impasible en su pesquero preferido, mirando lejos la textura rugosa del Río de la Plata. Con mi madre y su bolso de merienda, con mi hermana y las paletas de madera, y las toninas ejecutando acrobacias a metros de la orilla.

08/01/2020 av

 

Fuerza, que estás llegando a la montaña… Que atrás quedaron los fangos de confusión y fracaso, y ya comienzas a trepar por la ladera dura en busca de la cima redentora.

Tus experiencias te hicieron vigoroso y firme en la batalla.

Fuerza, que tus dolores te acompañan en las pausas, pero son imperceptibles cuando atacas con tus pasos, la pendiente.

No te apartes de tus banderas, aunque sople el viento. No dejes de avanzar, ni siquiera en la tormenta. Que ninguna decepción te tuerza el rumbo, que los peores resultados no venzan tu pujanza.

No dejes que los triunfos pasajeros te hagan olvidar que falta mucho. Las tristezas que recoges, son parte del camino, igual que las alegrías.

Fuerza… Parece lejos la cumbre, pero vas hacia ella.

…Y después descubres que estuviste tantos años venciendo a la montaña, te hiciste grande por la cuesta, y la cúspide es una estancia fugaz que dejarás, atrapado por el impulso de bajada, con un tesoro de recuerdos en la mochila.

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Caminar contigo, si hubiera tantas horas en el día.

Vigilar tus pasos, para evitar que caigas.

Estar cuando me necesites, si pudiera estar en todos lados.

Abrazarte cuando llores, felicitarte tras cada logro, demostrarte que me importas.

Ayudarte a levantar cuando tropieces, transferirte mis experiencias cuando te hagan falta, darte aliento, incentivarte y ayudarte a razonar tu propia vida…

Eso y mucho más haría.

Inventar la cura a tus tristezas, regalarte motivos para una sonrisa, hablarte con respeto y consideración, escucharte con toda mi atención… decirte cuando haces algo que está mal, marcarte límites, explicarte todos los “por qué”. Ponerme en tu lugar, antes de juzgarte. Reconocer tu derecho a equivocarte, pero enseñarte que de los errores debemos aprender.

Decirte que la cuestión más trascendente, es encontrarle sentido a la vida, encontrar tu lugar entre los engranajes del mundo, sentirte útil, valorado, y llevarte bien con tu conciencia.

Decirte que tener razón no es siempre lo más importante, que ganar una competencia no basta para ser feliz, y que la vida es un camino de emociones alternas que, para afrontarlas, nos preparamos sin pausa, ni garantías de éxito.

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Esta vez es de verdad. Hace mucho tiempo que lo siento cercano, y digo que está por llegar… pero al final me conceden un año más. En 2018 no sabía si comenzaría las clases del 2019, pero me tranquilicé tras la elección de horas.

Obligado, fui haciéndome a la idea, y tenía claro que aparecería de un momento a otro. En las tantas veces que asistí a Junta Médica para lograr la prórroga, pedí a Dios que me dejara trabajar en los liceos hasta los sesenta años de edad, o hasta los cuarenta de docencia.

El retiro llegará con los sesenta y uno cumplidos, y cuarenta años y algunos meses de actividad. Me doy por satisfecho.

En definitiva, me siento orgulloso de mi carrera y agradecido por haber tenido la felicidad de transitar por mis caminos preferidos.

Algún recuerdo habré sembrado entre los aproximadamente quince mil alumnos, y sin dudas, mucho queda por hacer… Pero todo ciclo se termina.

Sí, hoy me llegó la notificación del cese con fecha 29 de febrero de 2019. Apenas tendré tiempo de terminar mis clases, porque debo tomarme la licencia generada. Pero no se cierran las puertas por completo, porque consciente de lo que iba a pasar, y de que sería muy duro dejar de golpe un apostolado de 4 décadas, 41 generaciones, este año comencé a trabajar en un liceo privado para que, aunque sea con dos grupos, poco más de treinta jovencitos, pueda ejercer mi cátedra un tiempo más.

“Los hombres pasan, y las instituciones quedan” dice el viejo axioma. No estuve preocupado por mi falta en el sistema educativo, sino por la falta del sistema educativo en mí.

Hoy llegó la notificación y no me sorprendió, ni agregó más tristeza, que la lógica percepción del paso del tiempo por estaciones definitivas.

Ya habrá tiempo para seguir escribiendo del tema, cuando terminen las clases…

Todavía soy un docente activo y entusiasmado con sus clases, enamorado de su tarea, y pendiente de sus alumnos.

190726 av.

¿Qué es lo importante?

La vida, la salud, la libertad. La autoestima, el amor, la familia, la paz en la conciencia. El trabajo, la dignidad, sentirse útil, sentirse valorado, tener misiones claras en la vida.

El respeto en todas direcciones, la convivencia amable, el descanso, algún tiempo de esparcimiento, la constante reflexión. Tolerancia, principios y valores firmes, rumbos ciertos.

Tener sueños, y si se cumplen o descartan, tener sueños nuevos.

Poder mirar a la cara a las demás personas, ser agradecido, y actuar con los otros tan generosamente y con tanta delicadeza, como quisiera que actuaran conmigo.

Poner en práctica la mayor empatía, querer y dejarse querer, y estar libre y ajeno a toda injusticia.

La vida es breve, las riquezas que no habrá tiempo de disfrutar no nos enriquecen, las malas acciones sólo nos hieren, la culpa y el arrepentimiento están entre los peores factores de infelicidad. Las buenas acciones que se descartan, son malas acciones.

¿Qué es lo importante?

Armonizar con el Mundo, sin renunciar a intentar cambios positivos, y si se mira el pasado, encontrar razones para haber vivido.

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Es así.

Sentirme muy querido, y a veces sentirme solo. Estar seguro de la siembra y más tarde descubrir que todo es inútil. Volver a izar banderas en la mañana, pensando que es posible, que vale la pena el intento, percibir la paz del deber cumplido y éxitos modestos pero ciertos, y después la decepción del olvido y la ingratitud.

Dudar si el titiritero tiene buenas intenciones, si las metas públicas son excusas para encubrir oscuras maldades, si la muchedumbre cree en lo que piensa o en lo que le dicen, o realmente no le importa.

Amanecer feliz por la oportunidad de un nuevo día, y tratar de dedicarlo a mejorar el mundo desde lo más cercano, desde lo más puro del alma… y caer en cuenta de que el entorno rema en otras direcciones, que los discursos son pantallas, que las consignas repetidas tienen propósitos inconfesables, y, en definitiva, cada uno hace “la suya” sin rubores ni conciencia.

Y empezar de nuevo con todo el brío a la mañana, para salir con el canasto de mis enseñanzas académicas y las más humanas… Y chocar contra verdades inventadas y realidades reformadas sin pudores, de acuerdo a tristes intenciones. Salir a juntar esfuerzos en la lucha cotidiana, y descubrir que los peores enemigos, no están del otro lado de la trinchera…

Pero mirar los ojos ilusionados de jovencitos y jovencitas, ahogarme en la tristeza de otros, tratar de responder preguntas de palabras y de las otras, me da fuerzas una y otra vez para renacer de los escombros y enfrentarme a los molinos del Quijote.

¡Es tan variada la jungla social del mundo! Y si no existe cura, existe por lo menos alivio. Si no hay certezas de futuro, tenemos siquiera esperanza. Por eso, desencantado por completo de las perspectivas, olvido la realidad y soplo para inflar las velas de tantos frágiles barcos, que pasan inocentes por mi puerto.

Les mienten. Les mentimos, si acepto ser parte del sistema, aún en desacuerdo.

Pero puedo mirarlos a los ojos con la frente alta, puedo decirles “hagan lo que hago”, y no sólo lo que digo, puedo dormir tranquilo… y soñar un nuevo día.

190616av

Mejorar el Mundo, consiste en actuar de modo de corregir favorablemente detalles del entorno, embellecer el día a las personas, aliviar dolores, contagiar optimismo, entusiasmo, y buenas intenciones.

Pero…

¿A quién podría contarle todos los conflictos adquiridos, que dan vueltas por mi cabeza? ¿Quién podría escuchar el compendio de desdichas que voy recolectando por las aulas y traigo de regreso, como un abrojo, pegado en el alma? ¿Quién podría devolverme ese abrazo que di como consuelo, y me dejó un huequito de impotencia?

Cargar todos los días, cada rato, la electricidad estática de las desgracias, sin cable a tierra, es muy duro.

¿Por qué me voy vistiendo de empatía, para comprender mi entorno, pero el entorno no hace el menor esfuerzo por comprenderme?

Los estereotipos rígidos e injustos, las generalizaciones más dolorosas, los preconceptos más intransigentes, la sospecha al portador, la desconfianza como regla… Bailan en su aquelarre oscuro, y mutilan las ganas de intervenir para mejorar el mundo.

190601 av

13/12/2018

La felicidad no consiste en tener dinero ni en ser famoso. La felicidad (para la que no hay fórmulas mágicas y consensuadas) tiene que ver con la satisfacción del deber cumplido, la tranquilidad de conciencia, la armonía familiar, los sueños, las concreciones y nuevos sueños.

Tener un título o diploma te ayudará en tus caminos, pero no te hace mejor que otras personas. Te facilitará logros, pero no te eximirá de obligaciones. Un diploma o título te dará la ventaja de un más probable acceso a un puesto laboral destacado, pero no te calificará como ser humano de categoría superior.

Si eres gobernante, director o jefe, tu único privilegio será un salario mejor y la oportunidad de desarrollar tus capacidades, pero significará la dura responsabilidad de tomar decisiones que afecten a otras personas. No creas que esos cargos son portadores de otra felicidad que la satisfacción de ser respetado por tus acciones honradas, ecuánimes e inteligentes.

 

11/12/2018

Hubo un tiempo de liceos con plantel docente estable, comprometido con el centro y con los estudiantes, y siempre dispuesto a dar un poco más de lo que marcaban las obligaciones.

Los docentes jóvenes se formaban al lado de los más veteranos, las experiencias se trasmitían con tacto e inteligencia, y el respeto desbordaba hacia los alumnos un ambiente ejemplar.

Yo crecí como docente en esa realidad, en la que los mayores eran una referencia natural a la que se podía acudir.

Los equipos de educadores prestaban apoyo a la familia de un estudiante en mal momento, o a otros profesores que lo necesitaban, y sin que nadie se enterara.

Ellos “no trabajaban en el liceo”, sino que “eran parte del Liceo”, y la camaradería era en favor del trabajo, no una complicidad para ocultar omisiones.

Cada uno en su rol, el Director y el portero, el secretario y los preparadores, los adscriptos o el bibliotecario, todos hacían su tarea con amor y aunque nadie controlara, se quedaban un rato más si era necesario, y lo más importante eran los alumnos, no el sindicato.

En una época de derechos no más fuertes que las obligaciones, convivían votantes de cualquier partido político sin discriminaciones ni subgrupos, y sin falsas premisas de inclusión perentoria, promovían de curso los alumnos que estudiaban.

Cuando fui alumno, me prestaron libros más de un profesor. Me aconsejaron cuando me vieron flojo y me alentaron cuando me vieron bien.

Ya como docente, recibí el mismo trato, y atesoro una lista con nombres de personas a las que les debo muchas enseñanzas.

Algunos de ellos viven aún, otros no, pero a todos los recuerdo especialmente hoy, el Día de los Funcionarios de Educación Secundaria.

 

 

¡Tuve afecto por tanta gente! No sé siquiera si alguna vez se lo dije, o se lo di a entender, y no he pasado la vida llamándolos para hacerles saber de mí, o interesarme por cada uno.

La lista es enorme… personas que me cayeron bien, o que me ayudaron alguna vez, o me enseñaron cosas valiosas, o me dejaron ser su amigo… Y el tiempo interpuso distancias que resulta difícil entender.

Más allá de mi familia, hubo compañeros y compañeras de clase que merecieron todo mi cariño, profesores y funcionarios del liceo, las monjas del Colegio, o esos personajes insustituibles de mi pueblo.

Amigos de mis padres, vecinos, padres de mis amigos, compañeros del campito de fútbol o los equipos en los que jugaba, camaradas del trabajo, instructores, importantes referentes en mi vida, y claro, mis alumnos.

Les escribiría a todos… si supiera sus direcciones o números, si todos estuvieran vivos, si lograra acordarme absolutamente de todos.

Les contaría quién soy, qué hago, cómo me ha ido, y esperaría sus respuestas con ansiedad para saber si me recuerdan, cómo están, qué ha sido de sus vidas.

Pero el destino es este… correr sin parar años y años, hasta que ya apenas sé dónde estoy, y la gran mayoría de mis afectos quedó en rumbos distintos e ignorados.

Debo decirles que un poco de cada uno vive en mí, que mi personalidad se formó por innumerables circunstancias, pero que ellos fueron parte. Que mis recuerdos son el tesoro más valioso y ellos están en ese álbum.

Contarles que, aunque hoy quizás sean ya una persona que no conozco, siento aún cariño por aquella persona que fueron, hace tiempo, y en aquellas situaciones.

Y con todo gusto, les daría un gran abrazo.

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