Era avanzada la década del 60, día de Fecha Patria. Todos fuimos al colegio con los uniformes limpios y planchados, y tras la formación en el patio, con cierta espera, salimos entre monjas a la calle Leonardo Olivera. Había que caminar unos pocos metros hasta la Plaza, y entrar por la diagonal hasta el lugar asignado por los organizadores. En frente estaban los niños de la Escuela 6, con sus túnicas impecables y relucientes moñas azules. Con la misma presentación, estaban los alumnos de la Escuela 78, y pequeños grupos de otras escuelas, posiblemente rurales, se veían en la calle que corría por una de las apotemas. El Liceo estaba sobre otra diagonal, y cerca, la UTU, una de cuyos profesores era mi madre. Todas las delegaciones llevaban abanderados con guantes blancos y por las bocinas se escuchaba una música previa. El púlpito, cerca del tanque de OSE, era de madera, con barrotes blancos, y a unos cincuenta centímetros del piso estaba la plataforma para el orador. Un potente micrófono aguardaba las palabras alusivas a la fecha.
Las representaciones de las unidades militares formaban con disciplina: Batallón de Ingenieros, Aviación Naval, Sub Prefectura, y la policía, con sus abanderados y escoltas, y una banda del ejército preparada para el Himno, y el posterior desfile.
La voz de Walter González anunciaba el comienzo de la ceremonia, cantamos el Himno, y pasaron niños de alguna escuela a decir una poesía sobre Artigas. Después subió al púlpito el Maestro Ricardo Leonel Figueredo, quien, con su característica voz y tono, desarrolló el discurso principal con túnica blanca.
Seguían en el programa las ofrendas florales, y se veía a niños pequeños portando arreglos casi de su mismo tamaño.
Entonces comenzó el desfile. Los soldados marcaban fuerte el paso al son de una marcha militar, vuelta a la plaza por Leonardo Olivera, la esquina de Leoncio, y las instituciones educativas detrás, pasamos frente a la Escuela 6, La Cueva, tomamos Lavalleja y estaban los inspectores de la Junta Local en la vereda. La ejecución de la banda era emocionante, se respiraba un aire patriótico con orgullo, y los vecinos aplaudían de uno y otro lado de la calle. Llegamos a la esquina de Parodi, tomamos Lizarza, Juan Blois, el Banco República, en la plaza el quiosco de Sureda, y Farmacia Olaza en la esquina. La marcha seguía haciendo temblar el pecho, pasamos por el Inmenso París Londres, Tienda Villalba, los Tuvi, el Apagón, la central telefónica, Bella. Toda la ciudad parecía estar en el desfile, las aceras repletas de gente. El Bar Avenida, la esquina de Surroca, Amengual, el Fígaro, Molina, Menafra, Eguren, el Portugués, un muro largo y el Banco Pan de Azúcar… En la esquina de Casa Quintela y El Chelo tomamos Rincón a la izquierda, para que las formaciones se fueran rompiendo. Al rato nos encontramos en lo de Amengual, mis padres, mi hermana y yo con banderitas uruguayas de papel y una escarapela con alfiler del lado del corazón.