El fútbol es un juego. Es un deporte. Es un sueño, una ilusión.
Aunque se practique en un campito sin líneas marcadas y con dos piedras por arco, aunque el juez sea quien recibe la falta, aunque el futbolista no sea Pelé, ni Maradona, ni Messi.
Los grandes astros del fútbol son seres dotados de un talento especial, tocados por una varita mágica que los hace brillar, como a los mejores cantantes, o tenistas, o pilotos de fórmula 1, como un artista de circo, como un ilusionista.
Todos jugamos al fútbol, golpeamos la pelota sintiéndonos nuestro ídolo, disfrutamos más que ninguno, sin perder de vista nuestra vida, sin dejar de ser quienes somos, pero con todo el derecho de estar en la cancha y correr, recibir un pase, tirar al arco, o hacer una atajada fantástica.
En el más modesto baldío se juntan 8 o nueve para cada lado, y el milagro comienza. Allí hice a la mayoría de mis amigos, aprendí a competir en equipo, a respetar al rival, a asistir al compañero, a no ser más que nadie, pero menos tampoco.
En mi pueblo nacieron y desfilaron por las canchas grandes dotados para el deporte.
Pero si jugábamos en los campitos cerca de INVE, él estaba allí, con su sonrisa plena y la camiseta de Nacional, parado contra la banda zurda en posición de ataque, esperando un pase. Nadie mejor que él, amigo de todos y sin reclamos, feliz con sólo estar y ser partícipe, con pegarle a la pelota de vez en cuando, o correr por la punta por si acaso. Con grandes o con chicos, nunca un golpe, un enojo, una mala acción. Nunca un acto de egoísmo. En su ilusión era el más virtuoso deportista… pero eso no importaba más que sentirse uno en el grupo de amigos, jugar el partido, soñar con su equipo en el Estadio, conectar con la maravillosa diversión del Fútbol.
Pocos como Joselo, disfrutaron alguna vez con tanta ingenuidad, de la tarde del campito… Y se le va a extrañar en el vecindario, pero si se arma algún picado en las canchitas del cielo, allí estará.
Alberto Vaccaro, 28 de abril de 2021