En mi adolescencia estudiaba en enciclopedias. No era posible tener todos los libros de texto que nos pedían, por lo que buceaba en colecciones varias que había en mi casa. Encontraba una parte del tema por acá, otra parte por allá, y yo lo unía y resumía hasta que sin darme cuenta lo había aprendido.
Cuando estudiaba para un escrito, o un examen, resumía más y más hasta llegar a una breve síntesis, o sólo una lista de sub temas y la memorizaba. Cada título era como un link a un archivo en mi propia memoria, y desde que trabajaba así, me iba muy bien.
Ir a la biblioteca era un poco más sacrificado, porque aún no existían las fotocopias. Cuando estaba el 6° año de liceo, supe que si se enviaba un libro a Montevideo, podrían hacerse fotocopias. Pero no alcancé a hacerlas durante mi etapa liceal. Nosotros nos sentábamos a la mesa de la Biblioteca con el libro de lectura en sala, y copiábamos. Como mayor ardid, dos compañeros y yo, llevábamos dos carbónicos cada uno y nos marcábamos tramos del texto a un tercio del total per cápita, de modo que reuniendo las hojas, contábamos con el material completo… los dedos marcados por apretar el bolígrafo y la muñeca acalambrada.
No sólo no había fotocopias, sino que tampoco existían los marcadores tipo Pilot, los correctores, teléfonos celulares, netbook, o notebook, pen drive, Mp3, sino tiralíneas, goma de tinta y de lápiz, cuadernos y carpetas con hojas Tabaré, lápices Faber, bolígrafos Bic o Sylvapen, gomas “Dos Banderas” sacapuntas de aluminio. No llevábamos mochilas sino portafolios, relojes a cuerda, y si usábamos vaqueros Far West o BueJean, forrados a cuadros coloridos y con el ruedo dado vuelta hacia afuera, o pantalones Oxford y camisas floreadas, no llevábamos nada de eso al Liceo porque era obligatorio el uniforme. Pantalón gris, camisa blanca, buzo marrón, corbata, zapatos Incalcuer o incaflex,
Si ingresaba al aula un profesor o simplemente cualquier persona mayor, nos poníamos de pie y así permanecíamos hasta que la persona que había llegado nos pidiera que nos sentáramos.
Salvo raras excepciones, los profesores no eran egresados del IPA, sino médicos, Escribanos, Abogados, Veterinarios, Maestros, Agrimensores, etc..-
La responsabilidad de aprender era del alumno y una observación de un docente se transformaba en un severo castigo en nuestra casa. En días de lluvia usábamos impermeables (Pilot) y galochas.
Yo usé calculadora por primera vez en segundo año de Facultad de Ingeniería, y las operaciones se hacían en el margen. El portafolios contenía siempre un diccionario, y concurrir a clase sin los útiles necesarios era motivo de sanción.
Las compañeras de clase eran como hermanas y yo llegué a pelear con atrevidos que les decían groserías. Generalmente mis amigos y yo, como la mayoría de los adolescentes de aquella época, respetábamos a las damas y eventualmente les decíamos “piropos”, palabras agradables y oportunas para elogiar su belleza sin osadías ni confianzas desmedidas.
Si viajábamos en ómnibus, cedíamos el asiento a personas mayores y señoras, y ni que hablar si subía una futura mamá o alguien con un bebé en brazos.
Los profesores mandaban estudiar muchas páginas, en los escritos se entregaban cinco, seis o más hojas y algunos de mis compañeros pasaban la noche con un termo de café, repasando hasta el amanecer.
Yo, que era un poco menos exagerado, estudiaba dos o tres horas diarias. Sostuve siempre que leer un libro cuando se está muy cansado, no lleva a un buen resultado. Más vale descansar y seguir leyendo después.
En mi adolescencia viajábamos a realizar 6° año en San Carlos. Nos llevaba un ómnibus de ONDA en servicio especial que no sólo trasladaba estudiantes. Teníamos una boletera tipo libreta, de la que se arrancaban los tikets.
Mantengo de aquella época algunos cuadernos, muchos aprendizajes valiosos, y recuerdos imborrables.