Yo tenía un sueño, quizás desde siempre… pero no lo sabía.
Lo supe apenas pisé el balcón perimetral de la planta alta, de la casa prismática, en un valle encantador.
Lo supe cuando vi los ventanales anchos del dormitorio, capaces de absorber el paisaje serrano, como un cuadro vivo.
Lo entendí en las escaleras, decoradas con cerámicas en tonos de marrón, las barandas de hierro, la placita circunvalada del ingreso…
Lo fui adivinando en el caminito blanco marcado como huellas en el pasto…
El sueño de una casa imposible en la mitad del campo, corrales de madera y horizonte recortado entre cerros curvilíneos y desparejos… con la acuarela de Dios.
Ningún televisor será mejor que la ventana, que el cielo limpio y saturado de estrellas, que la melodía natural del campo.
Desde lejos era sólo una casa vieja, perdida en el fondo del plato verde de las gastadas serranías.
Desde el sublime mirador, la belleza íntegra besaba mis ojos.
Y me fui, lento, por las huellas marcadas para el auto… hasta el sendero de acceso, y al camino que lleva a la ruta… hacia el mundo cotidiano.