A veces la nostalgia me lleva a ver lugares que significaron algo en mi vida, pero ya perdieron su esplendor, o cambiaron y ya no son aquello que yo recuerdo.
Entonces me fui pedaleando repecho arriba desde la Cañada La Viviana rumbo a la Feria del 4. Hice incontables veces ese sendero en una pequeña bicicleta, con la que recorría el barrio cada tarde.
El repecho era demasiado familiar. Mira, allí vivían Evergista y Tomás, un poco más abajo los Alvira, en frente estaba Roque, los viñedos del Chiche Suárez, la casa de Beltrán, el de la plaza, el padre de Lucía. Todo el espacio entre el camino y la vieja ruta 9 formaba parte del predio que compró mi abuelo cuando avizoró su jubilación, para hacer su casa, huertos y gallinero. Su emprendimiento pasaba apenas la cañada, y el resto en solares, se fue vendiendo con los años.
Seguí subiendo el repecho, con el plato chico y el piñón grande, para hacer menos fuerza e ir más lento, y disfrutar palmo a palmo el paseo. Muchas veces anduve por aquí también a caballo, era un lindo derrotero. El destino muchas veces era la casa de Celia y Salomé, donde vivía mi amigo Wilson. Allí jugábamos al fútbol, corríamos por el campo, o iba simplemente a comprar los choclos más ricos para el puchero.
Este caminito fue, alguna vez, el camino Real por el que llegaban las diligencias desde Montevideo para Rocha. La Viviana era una señora que tenía una posta allí en la cañada, casi al fondo de la casa de mi abuelo y de mis padres.
Pero cuando yo lo conocí, por aquí pasaban las tropas de vacunos “pampa” (Hereford) con los perros arrieros al costado y los jinetes a puro alarido, hacia la feria. El día 4 de cada mes se hacían los remates para la venta del ganado, y era una fiesta muy típica.
La Casa de Wilson, ya no se parece. La Feria del 4 es sólo un descampado con pocas ruinas, el ancho camino de nuestros partidos de fútbol fue ocupado por alguien que le puso alambrados… Me da un poco de tristeza ver tanta decadencia, tanta ausencia. Pero es emotivo encontrarse los hilos de la memoria en un lugar donde corrimos con los amigos tardes enteras, en una larga cancha de fútbol con piedras como arcos.
Desde acá el cerro se ve con un aspecto diferente, hermoso también. Para el otro lado se extiende Pan de Azúcar, sus barrios, sus galpones, sus tanques de agua.
A lo lejos las rutas muestran su tránsito de autos nuevos.
Los vecinos cambiaron. Yo estoy muchos años cambiado, pero la bicicleta aún puede traerme hasta este alto lugar, a encontrarme conmigo mismo, en una etapa imprescindible de mi historia.
Alberto Vaccaro, 31 de mayo de 2021