Heriberto Núñez está sentado en el escaloncito de una puerta, con su computadora de la agencia de quinielas en una mano, y un refuerzo de fiambre en la otra. Cuando me ve, me grita: “¿Vas a comprar la Radio?”
Es la invitación habitual para que me acerque y juegue una tómbola o un “5 de Oro”.
“Si tiene uno que salga, juego, porque no hemos andado muy bien desde hace un tiempo” –le digo- y Heriberto, ya preparando la maquinita de la suerte (no dije buena) me recuerda que si sale el 5 de Oro podré comprar la Radio. Le canto los números, y mientras imprime la tirita y me da el cambio, me cuenta algo de actualidad: “¿viste el tipo aquel, que le robó a Fulano?” “está brava la cosa…”
Yo lo recuerdo a Heriberto Núñez desde cuando vendía diarios, y salía de lo de Falvo (¿O todavía era Amengual?) cargado con muchos kilogramos de papel. Él tenía sus clientes, pero, además, se conocía los números de las chapas matrícula de todos los autos del pueblo. “¿Le vas a jugar al 328? Te decía. Esas eran las últimas tres cifras de la chapa de tu auto, pero ni te acordabas. ¡Qué memoria prodigiosa!
Recuerdo que, si algún día se enojaba contigo, te retiraba el saludo por un tiempo. Conmigo nunca se enojó hasta ese punto, y he tenido la suerte de charlar con él muy seguido. Siempre le prometo que, si sale ganadora mi jugada, lo voy a buscar, compro la Radio, y lo pongo de gerente… Entonces reímos unos segundos y me voy, porque ya le está haciendo una tómbola a otro cliente.
Alberto Vaccaro, 13 de julio de 2021