Ortúsar vivía en el repecho de la vieja ruta 9, camino al 110. Armaba radios transistorizadas en una valijita de plástico. En mi casa hubo una de color celeste.
Alfredo manejaba un tractor que llevaba en el remolque, un tanque grande. Iba al arroyo y cargaba con agua, y subía el repecho hasta la casa que está a la izquierda, frente al camino que sale hacia km 110, o frente al Rancho.
Ávila vivía cerca de la fábrica de autos y era aguatero. Con su carro tirado por caballos dejaba en casa de mi abuelo lleno un tanque de 200 litros, que estaba debajo de unos arbustos.
Rafael era un peluquero a domicilio. Llegaba cada tanto y se armaba una peluquería en el patio. Me da vergüenza cuando recuerdo que, cuando tenía tal vez 5 años, me insistieron con la pregunta de si me gustaba más cómo me cortaba el pelo Rafael, o el Portugués. No quise responder delante de él, pero me forzaron, y dije “El Portugués”, porque tenía maquinitas eléctricas. Las de Rafael funcionaban a mano.
Había un señor De León, pero no recuerdo el nombre, que venía quesos caseros y los transportaba en un carro tirado por caballos. Eran habituales aquellos carros, todos de madera, con una tabla para sentarse, ruedas grandes de madera con cubierta de metal, y un andar que copiaba la cadencia del equino.
Un carnicero traía pedidos en una bicicleta que tenía un gran canasto y la rueda delantera chiquita. Siempre lo acompañaba un perro y una vez que este se peleó con el perro de casa, fue la última vez que vino.
Había varias personas, entre ellos hoteleros de Piriápolis, que llegaban a comprar huevos del gallinero de mi abuelo. También vendía gallinas, que atrapaba con un gancho de hierro en una pata. Después le tiraba el cuello y las dejaba un rato colgando de un alambrado, mientras hacía las cuentas con el comprador.
Yo ayudaba a mi abuelo a juntar huevos. En el gallinero había una malla de alambre como plano inclinado, donde dormían las gallinas y el estiércol que quedaba debajo, era usado como fertilizante.
Las gallinas entraban a poner en unas casitas de madera llenas de aserrín, y yo metía la mano por debajo de las gallinas para retirar los huevos calentitos. Los iba colocando con suavidad en una canasta, y los llevaba. Había que ordenarlos en cajones con bandejas moldeadas de cartón. Cada tanto había un gran alboroto, y era porque un lagarto se había metido en el gallinero. Dejaban las cáscaras armadas, con un agujerito, y vacías. Mi abuelo los mataba con la escopeta.
Mi abuelo se levantaba muy temprano a ordeñar. Llevaba los baldes, un jarro de lata y un banquito de una sola pata. Sacaba directo al jarro y de allí, muy espumosa, la leche iba al balde. Tenía siempre dos o tres vacas holandesas, y terneros. Cuando venía los terneros, dividía el dinero entre mi hermana y yo.
Después de hervir la leche en un hervidor de aluminio, ponía medio litro en un jarro de lata y lo dejaba en la cocina de mi casa para mi desayuno, porque yo era el primero en levantarse.
En el taller de mi padre trabajaron, en diferentes tiempos, los hermanos Alfonzo, Juan Lemos, Luis Palma, Guzmán González (El Tábano), Alcides Ballesteros, Raúl (El Tero) López, Acosta, y eventualmente otros, como el chapista Pereira. También yo en períodos de vacaciones o por alguna necesidad especial.
La gran mayoría de los clientes eran los mismos que acudían con cierta frecuencia, y yo los conocía por los autos.
Antes de aprender a leer, me había aprendido los nombres de los departamentos y la ubicación en el mapa del Uruguay. Mi padre solía llevarme a hacer demostraciones para sus amigos.
Yo no tenía vocación de mecánico, ni mucha habilidad con las herramientas, pero sí era bueno para saber la falla de los motores, a oído.
Hilario y El Chiche Cuadrado, (nunca supe bien cuál era uno y cuál el otro) hacían changas por una damajuana de vino. Después los encontraban en alguna cuneta, y en el pasto. Cuando había helada, siempre había una separación de unos 15 cm del cuerpo de ellos, que se acurrucaban y dormían de todos modos.
Con Piringo Bonilla bromeábamos de Peñarol y Nacional. Si el clásico lo ganaba Peñarol, Piringo pasaba en su Zanellita mirando para el cerro. Si ganaba Nacional llegaba, y yo, si podía, me escondía en el altillo.
Recuerdo muchos personajes, pero dejo más para otra noche!