Hoy escuché la voz del viento… el único que conoce el otro lado de la montaña. Con sus palabras graves, mezcla de queja y de poesía, pude ver sin ver, el maravilloso paisaje que esconde la mole de roca.
Historias de un pueblo sin rencores, sin delito, en el cual la conciencia colectiva empuja a la lucha por el bien común. Es una lucha permanente, sin armas ni agresiones, por dejar que los árboles crezcan, sin motosierra. Por dejar a las flores en la planta, nunca en un florero, a las aves en su nido, y vuelo libre, y no en una jaula.
La voz del viento me trajo mensajes de sonrisas sin rivalidades, poesía sin ambiciones suicidas… Amor sin odio, ni egoísmos, ni mentiras.
Nada tenía la tierra allende la montaña, que no tuviera esta que habitamos… excepto lo que nosotros mismos destruimos.
Nada tenían los pobladores del otro lado, que nos fuera ajeno… Excepto la descontracturada idea de vivir sin aplastar a nadie y a nada… La claridad intelectual de ver el beneficio de la ecología, de la libertad, de la empatía.
Y escuché en ese casi susurrante relato, la razón irrefutable, de la enorme e infranqueable montaña…