Jugar el juego de “esta no es la vida, es el sueño”. Jugar el juego de “la vida continúa mañana por sus rutas establecidas” pero este instante es fantasía, es el tiempo entre paréntesis, es una historia que no se escribe…
Jugar el juego de querer extender la charla pese a los relojes amenazantes, pese al resplandor que anuncia el alba, un ratito más, un abrazo más.
Y la vida de los rieles inamovibles continúa, como si nada ajeno a su acero frío, pudiera tener cabida. Como si entre estación y estación se extendiera un mar de vacío, como si entre horario y horario no cupieran más minutos.
Y después volver al juego de los besos que no se anotan, que no se admiten, que duermen entre sombras, como si el corazón tuviera compartimentos blindados y ajenos a los latidos oficiales.
¿Y qué hace la memoria con tanta riqueza escondida? ¿Cómo emprender el día, con tanta noche prohibida? ¿Cómo conjugar los sueños confesables, con los otros?
¿Quién podría?
¡Ay, Dios! ¿Quién podría?