¡Quién pudiera!

Quién pudiera caer contigo desde el cielo hasta la Tierra, inventar el paraíso, las noches sin nubes, la paz infinita.

Quién pudiera subir contigo a las máximas alturas, a las montañas del espíritu, a la más impoluta frescura de la conciencia y el sentimiento… Y pedir por los hombres, por aquellos que se encandilan y no ven el camino de la humildad y el esfuerzo. Entonces les diría que no valen nada sus ambiciones, que en la muerte no llevarán riquezas excepto aquellas del alma. Que sólo los enanos de mente se pueden creer superiores. Que ser solidario con empatía, es el único tesoro que podemos ofrecer. El resto no vale sino para pobres cometidos.

Que el arte tiene razón cuando es compartido, que la inteligencia es válida si sirve también a los demás, que es innegociable el respeto al prójimo y a la Tierra, que el amor debe nacer tan natural como respirar o ver, y que quien no lo tiene, es el verdadero ciego, el que no tiene vida en las venas.

¡Quién pudiera buscar en el cielo palabras maravillosamente convincentes, trasmitir las ideas con claridad indiscutible, decir a las multitudes, a los gobernantes, a los poderosos… ¡Que no importa el lugar de la pirámide que ocupen, sino la dignidad con que lo hagan, y que el mandatario no debe ser el dueño, sino el servidor de sus gobernados!

¡Quién pudiera! ¡Quién pudiera!

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