Hay una pared que no se ve… una puerta, un túnel, un desnivel.
Hay una pared que no se ve y estamos de un lado y del otro lado, la materia presente, el alma sin tiempo.
Si me lo propongo, en la paz solitaria de una tarde de sol, las formas están visibles, los tiempos no tienen relojes, los recuerdos se mezclan con el paisaje, mis sueños proyectan sombras, y en un escenario adornado a mi gusto, los personajes de la obra de tiempos superpuestos, interactúan conmigo.
No, no divago. No es una fiebre de recuerdos que altera mi conciencia. No es la nostalgia, el dolor de lo perdido, los años dorados que no regresarán.
O sí, tal vez lo sean.
Pero de los pliegues del aire se abren puertas invisibles, los actores pasan de unas a otras coordenadas, yo los veo, yo estoy con ellos, soy parte de la escena.
Y en un mismo gesto, lloro, río, estoy feliz, estoy triste, quiero abrazar a los etéreos, quiero quedarme quieto… Quiero volver el tiempo atrás, pero entiendo esta suerte de coexistentes pasadizos que me perforan el alma.