del libro «En los Rieles del Tiempo, historias de Pan de Azúcar»
del libro «En los Rieles del Tiempo (historias de Pan de Azúcar)
Presentado en año 2000 en Casa de la Cultura de Pan de Azúcar
(de Alberto Vaccaro)
El Pan de Azúcar que guardo en el alma…
Hay algunos recuerdos de mi ciudad, que los foráneos quizás nos entiendan y los mayores tal vez consideren demasiado recientes. Pan de Azúcar tenía otro color, seguramente por el cristal más joven de mis ojos.
El Colegio San José, los futbolitos de Zacarías, los ómnibus de Rimpax y Copap, la parada en la Junta Local con una bolsita de mandarinas. Los partidos de fútbol sobre pedregullo en el patio de abajo o sobre baldosas en el de arriba. El agujero en el codo de la túnica… las bolitas contra el portón de lata, las hamacas y el tobogán.
Recuerdo a la hermana Blanca en Jardinera: hacía bailar a Pinocho si nos portábamos bien… y aquel primer día de clase entre lágrimas y soledad, salvado por mi prima Laura, que estaba en 4° año.
Allí están, en la memoria, tantos compañeros, las monjas, los recreos. Tampoco olvidé mi primera bicicleta, pequeñita y con ruedas de apoyo que mi padre quitó cuando cumplí tres años.
Recuerdo con lujo de detalles el día que nació mi hermana, algunos juguetes, los autos que arreglaba mi padre en el taller; los paseos en bicicleta por el barrio «La Viviana» y los campitos que trillábamos detrás de la pelota.
Aquella imagen es un sentimiento: el cerro dibujado en la ventana, el almacén del Nene, la Tota, la fábrica Mar y Sierra, el puente, y los jinetes arreando vacas para el abasto y la feria del cuatro.
A todo pedal, curva a la derecha, la casa de los Núñez, los Sosa a la izquierda, una cuneta que atravesaba la calle, el almacén del Tocho, Hernández y Suárez; Elisa allá abajo donde después rellenaron para la fábrica, Elena, los González, los Marrero y Maristela, Juanita, la Sociedad los Amigos, los Techera, los Alvarez, los Márquez. Wilder y Néstor, Beltyrán, Amanda con su paraguas por sombrilla, Clavero, Castro y Groposso, El Chiche, la cañada, Roque, los Alvira, Evergista y Tomás, Lucía, Iris y Violeta, y Salomé, la uva, Celia y mi amigo Wilson.
El Colombes y los emocionantes domingos de mañana. El Profesor Rebello en el Albion y la iglesia del Padre Isabelino Pérez.
La fábrica de baldosas, Ortusar y la radio «valijita» de plástico, Hilario y el Chiche Cuadrado caídos en cualquier esquina. Y la «vieja de la Mancha» con un carrito redondo de lata.
Así era Pan de Azúcar. El Quiosco de Sureda en la plaza, tapizado de rervistas y claveles, el almacén de Eguren, el minimercado de Molina, la farmacia de Menafra, la papelería de Amengual, la mueblería de Montes de Oca y las bolitas en lo de Parodi. El cine, la tienda Quintela, y una fuente en el centro de la plaza.
Los hermosos desfiles cívico militares en los que participábamos todos, una poesía de memoria en el púlpito de madera, y las bocinas de Solvox-Radio repitiendo a destiempo las estrofas del himno.
La peluquería del Portugués, la empresa del «flaco» Villalba Etchenique, Ricardito Sánchez en el Bar Avenida.
El liceo en la calle Ituzaingó y un salón en el garage de enfrente. La Onda, primero en Rincón y Olivera, después en Lizarza, desplazando al almacén de Eguren.
El fotógrafo Antonio Martínez, el odontólogo Becco, el Escribano Pí, el Dr. Accinelli, el Escribano Romero. Aquel viejo hospital y la «gota de leche». El Maestro Chino de túnica blanca. La zapatería de Clavero, el salón de Moyano, y la escuelita Maternal pegado a lo de Surroca.
Me acuerdo de la Tienda Leoncio, la Carnicería del Clota y la de Martirena… y un muro alto junto al Banco Pan de Azúcar.
Me parece ver el taxi de Carmelo, los carteles de Piringo, el viejo Quinche, al Indio Miguel y al «bobito» con una bolsa llena de pan.
La camioneta de la Panadería Bonet, el Bedford de Eguren con un perrito sobre el tanque, la cachila amarilla de «Fachola» Seippa, los autos de Fontes y «el Japón» Luzardo, los perros del Comisario Ferreiro y los pozos que invariablemente tenía la Avenida Batlle a pocos metros de la Ford.
Allí están en la memoria, la Casa de los Regalos del «Fígaro» Sosa, las clases de acordeón en lo de Mabel Falvo en el Barrio Estación.
Uranga me llevaba a ver el tren en su Renault chiquito, igual al del «Chino» Figueredo.El Juez Piegas y el almacén Toledo de Don Bruno, la cuarta división de Pan de Azúcar y la reserva de La Estación.
Me acuerdo del Albion en épocas de esplendor, con Gustavito Núñez como presidente. Los hermanos Suárez, especialmente Luis que jugaba bien a todo. El Pato Freire, el gordo Marrero en el arco, Ciro Quijano y tantos otros.
Rotary de Don Washington Quintela y las reuniones de Interact. Las exposiciones de la Escuela Industrial y la plaza irrepetible del año 74, cuando celebramos el Centenario.
La zapatería de Rocha, el comercio de Alonso, Bercan y Cancela con su Mehari cargada de heladeras. Gustavo Núñez padre y el Inmenso París Londres. La barraca del Varón Cuadrado , la gomería de Arturo Rocha, las Fiat 500 de Grille y la Tota Tuvi, la pequeña Toyota de Quirque y Adán Pedroso en la puerta del Liceo.
Recuerdo la automotora de Mansilla, las Bedford de Ferrés y Rebello, el Simca de Piringo Bonilla, y su Zanelita celeste, los camiones de mi tío Juan, la gomería Pemar, el «cachilo-camioneta» y cada vehículo que tuvo mi padre.
La vía que cruzaba antes del puente, un grupo musical que integraban entre otros los hermanos Buzó, el Studebaker verde de Manuel García y los camiones Thames de la Igam.
El Comercio de Hugo Díaz en Rincón y Rivera, Griman y el club del Frente Amplio en Ituzaingó y Rivera. El Bar y Agencia de ómnibus de Robertito Blois y aquellos «recibos» bailables del Centro Progreso.
Tengo presente los partidos en la cancha de Fontes, donde una vez jugaron Abaddie, Ghiggia, William Martínez, Maidana y otras glorias en el «Alvaro Gestido», equipo de veteranos.
El correo en Rincón y Rivera, la joyería de Velázquez, el Banco de Previsión donde está el Semanario Zona Oeste. La Valenciana donde está la Casa de las Telas, «La Escoba» de León en la esquina de Artigas y Rivera. Las canchitas de baby fútbol en la Plaza de Deportes, frente a la escuela Industrial y cerca de la escuela 78.
La estación de AFE y el bar de al lado, que tuvo Ferrés, el quiosco de Faccelli, Pedro Castellanos gerente del Banco Pan de Azúcar y Emilio Falvo trabajando en la estación.
Artemio Pérez repartía leche en una Gilera 50; mi abuelo iba todos los días al centro en su motoneta Iso, y mi abuela en una Malanca. Mi madre iba a dar clases en la Escuela Industrial en un Fido, y en verano yo trabajaba con mi padre en el taller.
El cerro no tenía antena; el telégrafo estaba en Leonardo Olivera casi Rincón y la central telefónica en Lizarza casi Ituzaingó. Cerca de mi casa armaban las camionetas Marina y Serrana, autos Ford Taunus… después Mar y Sierra se transformó en Fiat, más tarde en Nórdex y por último Nortel.
Una vez visité el Molino Schiavonne y varias veces la carpintería de Montes de Oca. El cine era un paseo casi obligado. En mi barrio el único que tenía televisor era «el Tocho» y allí nos reuníamos cada seis de enero para ver el desfile de los Reyes Magos.
Me acuerdo de la Cancha de Bochas, de la herrería de Sucías, el almacén de Baliña, la bicicletería de Melo y El Fortín del Prof. Figueredo. La fábrica de pastas de González, el Centro Comercial frente al nuevo edificio de Antel, Rosita, que vivía al lado del Colegio y colaboraba en los festivales de fin de cursos.
Conservo en mi memoria una postal del Liceo cuando rendimos examen de ingreso los que veníamos del Colegio: Baldo Director, Irigoyen, Doris, Cecilia, Sonia, Adán Pedroso y aquel patio de piedra despareja.
También aquella imagen: largos bancos de madera azul y una ventana de salón, donde golpeábamos figuritas con la mano ahuecada, en el querido San José.. Aquel salón al fondo del patio, donde una noche de fin de cursos me maquillaron para vestirme de holandés con seda roja; Stella, mi siempre compañera de baile, Jesús y los demás.
Quinche hablando de Pinki en las mesas redondas de lata, en la vereda del Bar Avenida. Fonseca repartiendo telegramas, Presa hablando solo, el Taxi de Lazo. Avila llevando agua en su carro de madera tirado por un caballo, la bicicleta de media carrera de Heriberto en la que yo pedaleaba por dentro del cuadro; las esperas en lo de Razquín.
Las muelas que me sacó Becco y el club en su garage cuando ganó Gestido. Me acuerdo de muchos perros que quise de verdad. El gallinero de mi abuelo y Minero, aquel espléndido caballo.
Un discurso de Agustín Cuadrado y un acto de Michelini. Las bolitas que me regaló Pedro en una bolsita de tela. La Shell de Antonio Calo y la plaza de Beltrán. La ruta 9 pasaba frente a mi casa; los asados en el taller, el camión de Bártola y la casa de Andrés…
Son pocos años, pero son mi vida. Postales que no se borran, cosas y gente que ya no están, pero no se olvidan… y de algún modo, siguen poblando las calles de mi Pueblo.