He soñado a veces con la vida nómade de la troupe del circo, dormir en carromatos, despertar en ciudades diferentes, armar y desarmar la carpa, y no llegar a conocer demasiado a las personas porque antes de que suceda, me habría marchado.
He pensado en el esfuerzo de entrenamiento diario de los artistas, en las actuaciones con dignidad aún si el público es de pocas personas, en la polifuncionalidad de las compañías poco más que familiares, en los camiones y camionetas exageradas, en ese derrotero de conocer muchos lugares, pero muy superficialmente.
En la campaña de promoción en cada nuevo destino, la visita a las escuelas y los autos con bocinas y voces grandilocuentes de los presentadores de la función.
He imaginado gente de circo de enésima generación, que nacieron donde se habían radicado por pocos días, que crecieron en la acrobacia, que fueron a tantas escuelas que no saben el nombre de maestras ni compañeros.
…En las noches exitosas de más entradas y más aplausos, en las noches de gradas casi vacías, en las manzanas acarameladas y el algodón de azúcar, las trapecistas musculosas y los payasos… esos seres humanos escondidos tras la nariz de botón, un gorro con pompón y la ropa de arlequín, que llevan una sonrisa pintada por fuera, y no siempre por adentro. Tal vez magos, equilibristas, acróbatas jubilados que no quieren dejar su vida bajo lona, y devinieron en humoristas del intervalo.
Circos majestuosos que van de país en país, con su dosis de asombro y diversión como propuesta. Circos más pequeños que van de pueblo en pueblo con su arte de escenario y supervivencia. Circos muy modestos, que llevan en una carpa pequeña, su magia de habilidades e ilusión. Pero circos, tribus nómades del espectáculo, sociedades pequeñas con raíces lejanas en algún lugar, o en algunos, pero domicilio ambulante.
He soñado con el circo, porque nada más lejano a mi vida… Tan enraizado en mi terruño, que podré viajar a cualquier lugar del mundo, pero seguro siempre del regreso.
Alberto Vaccaro, 14 de mayo de 2021