En la calle larga, las viejas paredes pierden sus revoques, deslucen y luego se derrumban.
El sol poniente les hace contrastar luces y sombras.
Los ranchos viejos se van gastando con el viento, con las lluvias… los ladrillos caen, se convierten en polvo, vuelven a integrarse a la tierra.
Los jardines fueron marchitando, las macetas se llenaron de maleza, los caminitos se fueron borrando.
Crece pasto en los patios, los muros ceden a su propio peso, las ventanas pierden sus vidrios, en una progresiva decadencia.
Los viejos habitantes de las mustias viviendas, fueron muriendo… y hay muchos nombres que se quedaron sin recuerdo.
Techos averiados, y otros simplemente destruidos… Tejas rotas, chapas oxidadas, quinchos de paja seca y desordenada, tirantes partidos… Gallineros desolados, sueños inconclusos que los años transformaron en nada.
Pero en simultáneo, y sin estrépito a coro, cada pared volvió a crecer con fortaleza renovada, con colores vivos, con niños jugando en la vereda.
Las ventanas volvieron a ser portales de luz, los apellidos cambian o se mezclan, casas nuevas brotan en los terrenos baldíos, los pupitres de la escuela tienen niños descendientes de aquellos que estuvieron hace mucho.
La arquitectura se renueva, se actualiza, los materiales evolucionan, las puertas relucen, y el pueblo vive en cambio permanente… No alcanza la memoria, ni las fotos viejas. Es el pincel de Cronos, que no deja de pintar sobre la tela, el cuadro del presente.