EL ESTILO DEL CIRCO

 

He soñado a veces con la vida nómade de la troupe del circo, dormir en carromatos, despertar en ciudades diferentes, armar y desarmar la carpa, y no llegar a conocer demasiado a las personas porque antes de que suceda, me habría marchado.

He pensado en el esfuerzo de entrenamiento diario de los artistas, en las actuaciones con dignidad aún si el público es de pocas personas, en la polifuncionalidad de las compañías poco más que familiares, en los camiones y camionetas exageradas, en ese derrotero de conocer muchos lugares, pero muy superficialmente.

En la campaña de promoción en cada nuevo destino, la visita a las escuelas y los autos con bocinas y voces grandilocuentes de los presentadores de la función.

He imaginado gente de circo de enésima generación, que nacieron donde se habían radicado por pocos días, que crecieron en la acrobacia, que fueron a tantas escuelas que no saben el nombre de maestras ni compañeros.

…En las noches exitosas de más entradas y más aplausos, en las noches de gradas casi vacías, en las manzanas acarameladas y el algodón de azúcar, las trapecistas musculosas y los payasos… esos seres humanos escondidos tras la nariz de botón, un gorro con pompón y la ropa de arlequín, que llevan una sonrisa pintada por fuera, y no siempre por adentro. Tal vez magos, equilibristas, acróbatas jubilados que no quieren dejar su vida bajo lona, y devinieron en humoristas del intervalo.

Circos majestuosos que van de país en país, con su dosis de asombro y diversión como propuesta. Circos más pequeños que van de pueblo en pueblo con su arte de escenario y supervivencia. Circos muy modestos, que llevan en una carpa pequeña, su magia de habilidades e ilusión. Pero circos, tribus nómades del espectáculo, sociedades pequeñas con raíces lejanas en algún lugar, o en algunos, pero domicilio ambulante.

He soñado con el circo, porque nada más lejano a mi vida… Tan enraizado en mi terruño, que podré viajar a cualquier lugar del mundo, pero seguro siempre del regreso.

Alberto Vaccaro, 14 de mayo de 2021

CALERAS DEL REY

Calera del Rey
Calera del Rey es una ruina colonial del siglo XVIII, que cuenta con la protección de Bien Patrimonial Departamental.-
En el lugar funcionaban dos hornos en los cuales se procesaba la piedra de cal hasta obtener la cal viva que se empleaba en las construcciones coloniales. La producción de esta calera fue utilizada en San Carlos, Minas, San Fernando de Maldonado, Fortaleza de Santa Teresa, y también se enviaba a Montevideo.

El niño de las preguntas (1)

El niño me paró en la vereda de la plaza. ¿Usted es Vaccaro?

-sí, soy yo. ¿Por qué?

n- porque la maestra me dijo que le preguntara a Ud. por algunas personas de la Ciudad.

-Bueno… ¿Qué personas?

n- Uno es el MAESTRO CHINO. ¿Usted lo conoció? Porque me dijeron que escribió un libro sobre él.

                -Sí, claro que lo conocí. Era una persona muy conocida, toda la gente lo quería, y era fuente de consulta sobre muchos temas, pero especialmente sobre historia de Pan de Azúcar. De verdad escribí un libro sobre él, basado casi todo en un montón de entrevistas que yo le había grabado en un casetero, y que poco después de su muerte comencé a escuchar y a escribir.

n- ¿Era realmente chino?

-No, era un apodo que tenía desde niño. Era de acá. Desde niño andaba por estas calles. Su nombre era Ricardo Leonel Figueredo, y la gente lo llamaba cariñosamente “El Maestro Chino”

n- ¿Era bueno?

                -Sí, era muy amigable, le encantaba compartir sus conocimientos especialmente con niños y jóvenes, pero con los grandes también. Solía estar de buen humor y sus historias eran muy divertidas, pero con un final abrupto, te quedabas esperando más. En las charlas de la calle era igual, te hablaba un rato, te estaba contando algo, y de repente te decía: “Bueno, chau, nos vemos” y como si tal cosa se iba.

n- ¿Daba clases en la Escuela?

                -Dio clases muchos años en varias escuelas, también dio idioma español en el Liceo, pero no era lo único que hacía. De joven cantaba boleros, criaba canarios, fue comerciante, artista plástico (pintaba cuadros con paisajes y rancheríos), actor de teatro en un grupo que tuvo La Vieja Bodega, escribía cuentos que publicaba en el Diario “El Día” (que ya no existe), escribía poesías, publicó libros de cuentos, durante años hacía historias en mi programa de la Radio, investigaba sobre historia y sobre rastros indígenas en la zona, y conocía todo lo que pasaba en la Ciudad.

n- ¿Todo eso?

                -Más que eso, porque fue político, ejerció como presidente de la Junta Local de Pan de Azúcar, integró la Comisión de Cultura y la Comisión del Museo Álvaro Figueredo, hacía discursos en fechas patrias, fundó la Vieja Bodega con Marita Pacheco de Blois… Y seguro que alguna cosa más.

n- ¿Era hermano de Álvaro Figueredo?

                -No, era sobrino. Pero fue su tío Álvaro quien le sugirió que estudiara para maestro, y le pagó los gastos para que pudiera hacerlo. Pero si quieres, vas a la biblioteca y pides el libro “El Maestro Chino”, y allí hay mucho más.

– Muchas gracias, pero tengo otras personas para preguntarle.

                -Está bien, pero deja para otro día. Hoy tengo que hacer los mandados. Y tú, ¿qué edad tienes?

n- Tengo 10 años. Estoy en quinto de escuela, en la 6, allí enfrente. Gracias por contestarme. Otro día lo busco.

                -Quedamos así, dale saludos a tu maestra, que debe haber sido alumna mía en el Liceo…             

¿Quién soy?

¿Quién soy? ¿El niño en bicicleta recorriendo cada palmo de su barrio, cada calle, cada curva? ¿El infante que tiraba camioncitos por rutas imaginarias en el parque de la casa? ¿El que jugaba a la pelota con los amigos en cualquier canchita improvisada?

¿El escolar que volvía del Colegio con medallas a la buena conducta? ¿El que recitaba poesías en la plaza, vibrando de emoción?

¿O soy, tal vez, el adolescente que se fue muy temprano a estudiar a la gran Ciudad, y retornaba a casa cada sábado, urgido del reencuentro con su familia? ¿El que escribía poesías cada tarde, enamorado de la ventana que daba al parque?

¿El que nunca se fue del pueblo, ni siquiera en los años en los que casi no estuvo?

¿El comerciante sin éxito, que sufrió por él y por su entorno? ¿El que tuvo que aprender de conveniencias a los golpes?

¿El docente vocacional que amó sus clases, como un teatro blindado contra los malos tiempos?

¿El periodista de radio que jamás quiso ser brillante, sino confiable?

¿O soy el deportista que fue sembrando amigos por los campitos y las canchas, con la pelota de fútbol como excusa y el respeto por bandera?

¿Quién soy? Porque el camino se me ha hecho corto pese a las montañas que debí sortear. Porque aún las rosas más preciadas, osaron herirme las manos. Porque encontré reconocimientos donde no los esperaba, y alguna ingratitud donde no lo creía.

¿Quién soy, sino un hombre caminando de cara al poniente, satisfecho por las intenciones motoras, y parcialmente complacido por los resultados?

¿Soy el docente capaz de reír con sus estudiantes, o quien, en soledad, llora de impotencia por el sufrimiento de algunos adolescentes?

De pronto sólo aquel que se conecta al Universo por el teclado de una computadora, cuando descarga a tierra sus tensiones con la escritura…

…Capaz de reconocer y arrepentirse de sus errores, pero no de olvidarlos. Temeroso de cualquier peso de conciencia, feliz cuando la acción resultó buena para otras personas… O resultado de aquel niño tímido del Colegio, partidario al extremo de la igualdad de derechos y oportunidades, pero también del esfuerzo…

¿Soy el soñador que basa sus pasos en ilusiones? ¿El que va contento al trabajo cada mañana?

¿O soy lo que el resto de la gente cree que soy?

 

 

¿Para qué me sirve la Astronomía?

(escrito el 10 de mayo de 2019, tras una clase)

Tres tienen auriculares blancos disimulados en el cabello, y fingen atender. Uno tenía auriculares inalámbricos, casi imperceptibles. Varias pantallas iluminaban rostros que disimulaban mal. ¿A qué vienen? – me pregunté -. Se les ve molestos si les exijo que trabajen. A una jovencita le pedí que apoyara la espalda en el respaldo del pupitre, no en la pared: “¿A usted qué le molesta?” me dijo casi ofendida. “A mí no me molesta, le hace mal a tu columna. Siéntate correctamente” le respondí.
Recordé que un adolescente de 15 años me dijo hace pocos días: “la mejor parte de mi vida es cuando estoy en el liceo”. Imaginé situaciones desagradables en su casa y entorno.
¿Trajeron los cuadernos? – dos de veinte.
¿Consiguieron lo que les pedí para hacer el telescopio? – Ninguno.
¿Eso que está escribiendo es de esta clase? Cerró la cuadernola, pero no me respondió.
¿De qué hablamos la clase pasada? No sé, yo no vine, me respondió un joven. Los demás, ni siquiera contestaron.
¿A mí para qué me sirve la Astronomía? Preguntó otro, sopesando si estaba justificado soportarme un rato más, o considerar hacer algo de lo que mando.
Evité deprimirme… no hacía dos minutos que estaba en el aula, y seguía viendo actitudes poco convenientes.
Mantuve la calma. “A ti la astronomía no te va a servir de nada… ni ninguna de las otras asignaturas. El liceo no sirve de nada, es un lugar horrible donde los profesores te exigen cosas que no tienes deseos de hacer… Los realmente felices son unos niños de mi pueblo, a quienes los padres no permiten ir a la escuela. Los mandan a juntar botellas, y otras veces a vender ataditos de leña, mientras ellos esperan en casa el dinero que hace falta para el vino, cigarrillos y quiniela. Ellos son felices porque no soportan maestros ni compañeros, no se lastiman jugando en el recreo, ni irán al liceo, porque para el liceo te piden escuela terminada. ¿Para qué les serviría el liceo? ¿Sólo para prepararse y tener un mejor trabajo? ¿Sólo para ser independientes y elegir su destino? No tendrán que preguntarse para qué les sirve la astronomía. ¡¡¡Ellos sí que son felices!!!” dije, con exceso de ironía.
Entonces estaban todos callados y mirándome con ojos tristes, en algunas pupilas había brillos de humedad, y varios preguntaron: “¿Usted los conoce? ¿No se puede obligar a los padres a mandarlos a la escuela?”
Entonces no dije más al respecto, y con pocos minutos de retraso, comencé mi clase.

Miradores en Nueva Carrara

Miradores de Nueva Carrara cuentan con financiación

El Fondo de Incentivo a la Gestión de los Municipios (FIGM), gestionado por la Comisión Sectorial de Descentralización del Congreso de Intendentes, concedió recursos al Municipio de Pan de Azúcar para potenciar las canteras de Nueva Carrara por medio de miradores turísticos.

De esta manera se concreta una idea promovida por la Intendencia de Maldonado con apoyo del gobierno local, para ordenar y potenciar el incipiente interés que llevaba a muchos uruguayos al predio de la Compañía Nacional de Cementos (CNC) en la zona de Nueva Carrara a 13,5 kms. al Oeste de la ciudad de Pan de Azúcar.

El acceso sin ordenamiento al área encierra peligro para las personas debido a que se ejecutan detonaciones controladas en espacio no pensado para visitas.

De esta manera se abre paso la firma de un comodato entre la Intendencia de Maldonado y CNC para el uso por determinado espacio de tiempo del predio, que además de los «miradores» propiamente dichos incluirá caminería y la posibilidad que emprendedores locales pueden ofrecer sus productos.

El poblado que creció allí lo hizo a influjo de las canteras que en su momento fueron un polo de trabajo.

El yacimiento de caliza de Nueva Carrara y su explotación se remonta al año 1847, cuando la Calera de la Aguada se proveía de Cantera Burgueño (Nueva Carrara)  de la materia prima necesaria para sus hornos.

 En 1859 fueron talladas en mármoles extraídos de ella, columnas de una pieza destinadas a la fachada del Banco de Londres & Río de la Plata, de Montevideo. En 1900, la Compañía de Materiales de Construcción que adquirió la Cantera Burgueño, se convirtió en uno de los principales proveedores del país de calizas y mármoles con exportación a Argentina, para en 1908 lograr la adjudicación del suministro para la obra del Palacio Legislativo.

Hasta 1925, cuando terminó la construcción del edificio, la cantera brindó  trabajo a más de 1000 operarios.

En 1937 la Compañía de Materiales de Construcción vendió el yacimiento a la Compañía Nacional de Cementos S.A., bajo cuya gestión continuó hasta el presente.

El municipio de Pan de Azúcar destinará casi todo el fondo de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto para concretar el proyecto.

El hombre de sombrero y bastón

El hombre estaba sentado en la plaza, mirando callado la escuela. Los niños estaban adentro. Cuando lo vi, pensé que era algún abuelo que esperaba la salida de su nieto… Pero los niños salieron cuando sonó la campana, los más pequeños se tomaron de las manos de sus madres y partieron a su casa. Los más grandecitos se fueron alejando en grupos, charlando divertidos, y separándose a su vez rumbo a cada casa.

El hombre seguía sentado en la plaza, mirando la escuela. Se fueron las maestras, las demás funcionarias, cerraron la puerta con llave… Y cuando ya estaba todo apagado y sin niños, el señor se colocó el sombrero, tomó en su mano el bastón elegante, se puso lentamente de pie, y comenzó a caminar por Leonardo Olivera al Noreste.  Se fue alejando, sin prisa, hasta que dejé de verlo en el paisaje de la tarde.

El sol estaba cerca del horizonte y el aire se puso fresco. Yo, que miraba desde la esquina, me fui también a mi casa.

Al día siguiente me quedé cerca del atrio de la iglesia, y entre los árboles de la plaza, estuve observando al hombre aquel, que no se sabe por qué, esperaba, otra vez, frente a la escuela.

Cuando la última funcionaria cerró con llave la puerta, y se fue, el hombre se acomodó el sombrero, ajustó los botones del abrigo que llevaba sobre el saco, bastón en mano, comenzó a caminar en la bajada de la misma calle, mientras expiraba el día soleado de invierno. Lo seguí con la mirada, unas cuadras, hasta que se perdió en el repecho.

Los fines de semana, cuando la escuela estaba sin niños, el misterioso personaje no aparecía por el banco de hormigón y madera, ni en el entorno. En realidad, nunca lo había visto por otros lugares del pueblo, su rostro indefinido no mostraba gestos, cuando dejaba pasar las horas frente a la puerta grande del centro educativo.

Yo regresaba a mi casa poco antes de la salida de los niños. Los inspectores ya estaban en la esquina, había varias personas de charla mientras aguardaban la campana, y algunas pasaban frente al hombre, que parecía no verlos, como si fuera un holograma pintado por un artista celestial en la plaza pueblerina. Pero después de cerrada la puerta gris con llaves grandes y negras, repetía su rutina para abandonar mi acuarela, más allá del marco.

Una tarde lo seguí de lejos, curioso por conocer su camino. Noté que pasaba frente a los inspectores en el Municipio, y nadie se fijaba en él. Sólo caminaba, lento, con su bastón de gala y su sombrero de ala corta, y cuando subía el repecho, aunque yo venía detrás a media cuadra, se fue esfumando su figura, como si fuera de humo, como si la luz dejara de tocarlo, hasta perderse en las sombras largas del crepúsculo.

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Alberto Vaccaro, 10 de mayo de 2021

Día de la Madre

Día de la Madre

Feliz Día a todas las madres.

Un abrazo para todos quienes se levantaron tristes porque ya no la tienen, porque no pueden darle físicamente ese abrazo que nace en el alma, ese ¡Feliz Día! Que surge con emoción.

Lo comprendo, me pasa lo mismo.

Aunque se mantenga intacta la ternura, el cariño, la importancia que tuvo en nuestras vidas… Aunque el recuerdo la tenga como gran protagonista, aunque todo lo que somos esté relacionado con ella, hay una tristeza indisimulable en lo más profundo de nuestro ser.

Alberto Vaccaro, 9 de mayo de 2021

mis canchas preferidas…

La cancha de Baby de la plaza de deportes, estaba paralela al camino de entrada, igual que la cancha del Estadio JC Abbadie, pero a la derecha. Un arco daba al fondo del parque y el otro al centro de la Ciudad. Era un lugar bastante inundable. Después la hicieron entre medio de donde están hoy la piscina y el gimnasio del polideportivo. Era paralela a la ruta actual. Estaba iluminada y por años se hicieron campeonatos nocturnos para todas las edades. No se inundaba tanto como la anterior, pero filtraba poco, y empozaba agua si llovía mucho. Además, el piso era de greda y se ponía muy resbaloso.

La Cancha de Fontes era hermosa. Había una portera para entrar, un alambrado para separar el público, y si hacía calor los futbolistas podían bañarse en la cañada que corría en el mismo sentido a no muchos metros, y resguardarse del sol a la sombra de los árboles.  Me contó mi abuelo que en una época jugaban equipos de Pan de Azúcar con los de San Carlos, y las peleas eran tan feroces que bajaban las pilas enormes del horno de ladrillos, como proyectiles.

Aunque la cancha era muy muy buena, la lluvia tampoco la favorecía.

El Victoria, equipo de Baby que jugaba con camiseta roja, tenía su cancha media cuadra más a la estación desde la calle de las palmeras (la que va a la Escuela 78). Si se iba hacia la estación, se pasaba esa calle, y la cancha estaba a la derecha perpendicular a Elias De Vicenzi. Un arco daba para la avenida.

 Otra canchita de Baby estaba frente a la UTU, siempre pelada de pasto, con un arco hacia la calle Rivera y otro hacia la Escuela Industrial (UTU).

La cancha donde hoy está el estadio, era más baja y siempre se inundaba, a veces por días se mantenía como un lago. Después rellenaron, cambiaron unos metros su ubicación, y la mejoraron bastante… Aunque el ingeniero que diseñó el alumbrado nunca había visto un estadio: puso enormes columnas entre el público y la cancha.

El Club Estación hacía de locatario en el Barrio Las Brisas, y el terreno de juego estaba en bajada mucho más pronunciada que ahora. Me encantaba jugar en repecho porque no se me adelantaba la pelota. Los Nieves y los Martínez vivían junto al largo de la cancha, y los Tabeira y los Rodríguez detrás del arco de abajo.

Cuando estaba yo en la cuarta de Pan de Azúcar, nos íbamos caminando a los partidos contra San Lorenzo en Km 110, y hubo una cancha con gran convocatoria en la Escuela 61, donde el Maestro Torres organizaba campeonatos con fines benéficos.

Los partidos en Nueva Carrara, eran donde hoy procesan cal, cerquita del arroyo.

Los campitos no puedo nombrarlos… eran muchos. Yo frecuenté más de 15, en distintas épocas, pero había más. Como ejemplos: frente al Hospital, atrás del Albion, el Azteca (en calle Julio María Sosa) frente a la UTU, frente al fondo del Liceo, donde ahora está B24, en la Estación cerquita de la Vía, en el predio donde ya no estaba la canchita del Victoria, el cerro de Los Denis, allá por el fondo de la escuelita de Zanja de las Pajas, donde está hoy la planta de saneamiento, en los Corrales del Abasto, en la Feria del 4, en la Sociedad Los Amigos, cerquita de los Amigos en casa de los Álvarez, frente a Coleol por Lizarza, donde ahora practica el Baby, y muchos más, de acuerdo a la ocasión. Siempre estaban llenos, para jugar había que esperar un gol, y en algunos ni siquiera con espera.

Además, se improvisaban canchitas en el Parque Zorrilla, debajo de los cables de alta tensión, en la canchita de básquetbol de la plaza de deportes, y en muchos terrenos chiquitos y jugábamos no más de 8. La cita era a veces para jugar en la playa de Piriápolis. Me gustaba mucho el fútbol de Salón, y por muchos años fui al Albion, y alguna época al polideportivo, o a los dos lugares según el día de la semana. El fútbol 5 es más reciente. La cancha detrás del Albion, o las de Ismael.

Hubo una época tan linda para el fútbol, que cualquier partido de la Liga tenía 500 personas, y a veces más de dos mil. No exagero si les cuento que hasta partidos de campito contaban con algún espectador.

No sé si los video juegos, la televisión por cable, la Internet, las redes sociales o qué otra diversión fue alejando a niños y adolescentes de las canchas… Me da pena pasar por todos los lugares que nombré, y ver complejos de viviendas, casas, o espacios de pasto descuidado y olvidados de aquellos picados…

Alberto Vaccaro, 8 de mayo de 2021

Recuerdos de Carnaval

Recuerdo los carnavales de mi infancia, con menos murgas montevideanas y una activa participación de los vecinos.

Un balde de agua en el piso de arriba del Bar de Robertito Blois, un pomo en cada mano, una pistola de agua, o bombitas que podrían ser lanzadas contra vehículos o peatones con efecto de empape inmediato.

 

Se usaba disfrazarse, aunque a mí nunca me dio resultado. Una vez me puse una media en la cara, sombrero, un poncho liviano, botas de montar… Si me miraba al espejo no me conocía. Sin embargo, caminaba por la plaza o las calles céntricas, y cada persona que me cruzaba me daba su saludo: “¡Hola Vaccaro!” Iba con mi hermana y mi prima Mara, los tres con atuendos extraños que dejaban muy poco a la vista. Pasaba mucho calor, para nada de incógnito, y regresaba a casa lleno de curiosidad por mascaritas que ponían la voz muy aguda y me decían: “Mírame, ¿no me conoces? ¿No sabes quién soy?”. Y la verdad, no les reconocía.

Mascaritas, cabezudos, disfraces más elaborados… El espectáculo era la misma gente que se volcaba a la calle. Era una diversión espontánea, hasta que una bombita te reventaba en la cara y quedabas mojado, muy mojado… Casi ultrajado. Pero si estabas en el corso… tenías que aguantar. De muchas noches de carnaval, no recuerdo siquiera qué números había en el tablado. Hubo tarimas grandes en la calle Ituzaingó pegado a la vereda del Bar Avenida, en la Plaza, o en algún bar que montaba su propio escenario para atraer clientes. Lo malo es que para muchas personas el carnaval duraba demasiado tiempo, y la fiesta no tenía horario… Entonces ibas por un mandado, vestido de calle, y te tiraban un balde de agua que te estropeaba el día.

Recuerdo en Piriápolis, en mi adolescencia y un poco más acá, gente que traía tanques en las cajas de camionetas, y baldes, y repartían agua no sólo a los turistas que poblaban las veredas de la Rambla, sino que las víctimas podían llegar a ser ancianos, que paseaban con ropas finas. Los más extremistas abrían las puertas de los autos y arrojaban agua sucia, muchas veces con arena, al interior de coches nuevos y relucientes. Vi, tras eso, varias peleas a puño limpio y algunos que pasaron la noche en la comisaría. La gota que desbordó el vaso fue un conductor que sacó un revólver de la guantera y comenzó a amenazar a los festivos aguateros.

En Pan de Azúcar no vi tanta violencia, pero sí algunas escenas de palabras fuertes y hasta obscenas de personas que no tenían el menor interés en jugar, y menos en ser mojados.

Mi madre me contó de pomos delicados con éter perfumado y perfumadores de vidrio, con el cual rociaban a quienes se cruzaban, o les arrojaban papel picado y serpentinas. No era una agresión, sino todo lo contrario, un gesto simpático o hasta una insinuación… Yo recuerdo sólo pomos con agua, y alguna vez, papel picado.  

Pan de Azúcar tuvo una historia de carnaval mucho más lejana, que no conocí, pero de la que muchas veces hablé con el Maestro Chino (Ricardo Leonel Figueredo). Intervenía mucha gente divertida, disfraces que trascendieron, y aquellos negros que no daban descanso a las lonjas y hacían famosa a la Ciudad.

Alberto Vaccaro, 7 de abril de 2021