pliegues del aire

Hay una pared que no se ve… una puerta, un túnel, un desnivel.

Hay una pared que no se ve y estamos de un lado y del otro lado, la materia presente, el alma sin tiempo.

Si me lo propongo, en la paz solitaria de una tarde de sol, las formas están visibles, los tiempos no tienen relojes, los recuerdos se mezclan con el paisaje, mis sueños proyectan sombras, y en un escenario adornado a mi gusto, los personajes de la obra de tiempos superpuestos, interactúan conmigo.

No, no divago. No es una fiebre de recuerdos que altera mi conciencia. No es la nostalgia, el dolor de lo perdido, los años dorados que no regresarán.

O sí, tal vez lo sean.

Pero de los pliegues del aire se abren puertas invisibles, los actores pasan de unas a otras coordenadas, yo los veo, yo estoy con ellos, soy parte de la escena.

Y en un mismo gesto, lloro, río, estoy feliz, estoy triste, quiero abrazar a los etéreos, quiero quedarme quieto… Quiero volver el tiempo atrás, pero entiendo esta suerte de coexistentes pasadizos que me perforan el alma.

si pudieras…

Si un día tuvieras la fuerza para mover al Mundo, sus costumbres, su historia, sus caprichos.

¿Por dónde empezarías?

¿Empezarías por las selvas, por las ciudades, por la ambición, por los ataques ambientales, por la esclavitud, por el poder, por los tiranos?

¿Por los soberbios, los traficantes, los delincuentes, los mentirosos, los fallutos, los parásitos sociales, los políticos, los sindicatos, los vagos, los sin moral?

Si un día alguna tecnología te pusiera como mago, capaz de solucionar los problemas de la gente…

¿por dónde empezarías?

¿Por los groseros, los insensibles, los aprovechados, los tramposos, los impíos, los monjes, los guerreros, los presos, los rebeldes, los sabihondos, los engreídos, los cómodos?

¿Los violadores? ¿los asesinos? ¿Los mafiosos?

No. Si yo tuviera el poder de recuperar al mundo de sus enfermedades, dignificaría el rol de los docentes, los prepararía a niveles de excelencia en lo técnico y en lo ético, les pagaría los mejores salarios del Estado, les exigiría compromiso y vocación, me aseguraría de que su exclusivo interés es el bien de sus alumnos y después crearía escuelas, liceos, centros técnicos, universidades, institutos de perfeccionamiento y mucho más…

en las nieves del tiempo

Yo estoy allí, parado en el murito del aljibe, con los ojos en el cerro y en los pinos. Al fondo suena el inconfundible motor de la ONDA, un auto que acelera en falso en el taller, el mugido de la vaca que espera en el alambrado, cruzando la ruta.

Yo estoy allí. Hay una especie de nieve en copos que va cayendo desde el tiempo, hojas mustias del invierno por doquier, un clarín lejano que entona alguna marcha… Fantasmas, ausencias, desolación… que puede sobrevivir impregnada en los recuerdos, pese a las formas nuevas que también crecieron sobre el ayer.

Yo estoy allí, con los codos apoyados en el muro, y escucho voces que jamás se apagarán, en un eco decadente que la vida se empeña en dejar atrás.

Pero… ¡soy yo mismo! Es más que un recuerdo, que una nostalgia, que las impresiones en el alma de aquella infancia llena de afecto y referencias.

El asado que almorzábamos domingos de verano, en el parque arbolado con balcón de carretera. Los estadios de fútbol que montábamos con mis amigos, o a veces con mi hermana. Los zapallos que crecían enormes donde mi abuela tiraba yerba y semillas. La vereda que usaba de autopista para mis autos de juguete. Las piñas, los coquitos, las hojas olorosas de los eucaliptus. El retozo de Minero que arma una carrera contra su sombra a lo largo del alambrado. Algún perrito, seguro anda en la vuelta, y en algún silencio escaso, la bocina del tren se escucha desde la estación del Km 110.

Yo, apoyado en el muro amarillo, vivo intensamente. Mientras mi padre duerme la siesta, mi abuela prepara buñuelos, mi madre hornea una torta, mi abuelo lee el diario y escucha radio simultáneamente, peleamos con mi hermana por no ir al almacén…

Y una nieve fría de tiempo que se apaga, cae en copos tristes sobre la escena. ¡Quiero conjugar el verbo ser, en una dimensión desconocida! Pero no, ni el jazmín, ni la huerta, ni los arcos de la cancha imaginaria, ni el GMC de la ONDA, ni mis amigos, ni aquella mansedumbre de las tardes de mi familia… Nada, nada, ni sí ni no, nada dejó de ser, pero nada sigue siendo…

¡Quién pudiera!

Quién pudiera caer contigo desde el cielo hasta la Tierra, inventar el paraíso, las noches sin nubes, la paz infinita.

Quién pudiera subir contigo a las máximas alturas, a las montañas del espíritu, a la más impoluta frescura de la conciencia y el sentimiento… Y pedir por los hombres, por aquellos que se encandilan y no ven el camino de la humildad y el esfuerzo. Entonces les diría que no valen nada sus ambiciones, que en la muerte no llevarán riquezas excepto aquellas del alma. Que sólo los enanos de mente se pueden creer superiores. Que ser solidario con empatía, es el único tesoro que podemos ofrecer. El resto no vale sino para pobres cometidos.

Que el arte tiene razón cuando es compartido, que la inteligencia es válida si sirve también a los demás, que es innegociable el respeto al prójimo y a la Tierra, que el amor debe nacer tan natural como respirar o ver, y que quien no lo tiene, es el verdadero ciego, el que no tiene vida en las venas.

¡Quién pudiera buscar en el cielo palabras maravillosamente convincentes, trasmitir las ideas con claridad indiscutible, decir a las multitudes, a los gobernantes, a los poderosos… ¡Que no importa el lugar de la pirámide que ocupen, sino la dignidad con que lo hagan, y que el mandatario no debe ser el dueño, sino el servidor de sus gobernados!

¡Quién pudiera! ¡Quién pudiera!

¿Qué pasa en estas calles?

¿Qué pasa en estas calles?

No cruces por la cebra sin asegurarte bien, porque pasan motos en una rueda y sin que les importes.

Algunas mujeres creen que las saludas con oscuras intenciones, y ni te miran, ni responden el “buenas tardes”.

Algunos saludables jóvenes, con buena espalda para el trabajo, pretenden convencerte de que tienes que compartir con ellos tu salario.

Si personas extrañas deambulan inspeccionando posibles botines de sus robos, los vecinos deciden no meterse y se encierran en su casa.

Hay personas que caminan con los ojos vacíos, buscando un lugar para reposar con sus sustancias consumidas.

Lo que casi nunca verás, son aquellos policías de antes, que trillaban las veredas para dar seguridad a los buenos, y desaliento a los malos.

Todos queremos estacionar a las puertas del comercio donde compramos, hay una calle saturada de vehículos, y a una cuadra, las otras, casi vacías.

No hay ómnibus estacionados en el centro, pero el espacio te lo quitan los “decks”, y los estacionamientos exclusivos de motos, aunque las motos paran en cualquier lado y sin ahorrar lugar.

Si pagas con “tarjeta de débito” tienes descuentos, pero hay largas colas en los cajeros automáticos y locales de pago.

Hay menos tiendas, los locales de videojuegos y “maquinitas” tuvieron su apogeo hace 40 años, pero no se ve ninguno; renovaron algún edificio, pero otros mantienen su ruina de hace décadas, se cae el revoque y ni rastros de pintura. Hay cordones de vereda pintados de cuando había una agencia de ómnibus en ese lugar, hace lustros…

¿Qué pasa en estas calles? No suelen verse ya grupos de amigos debatiendo en una esquina, ni estudiantes compartiendo muzzarella un sábado de noche, ni el gentío entre la Onda, el Bar Avenida y el liceo… Las parejas dando vueltas a la plaza, de la mano, ni la multitud en las misas del domingo de mañana.

¿Qué pasa en estas calles? Sin diareros pregonando las noticias, sin Francisco el quinielero, ni Cachito, ni el loquito Núñez… Sin Gustavito conversando en la vereda, ni el Chino dando cátedra en cualquier esquina.

Y si no dejas que te ayuden con los bolsos por una moneda, te hablan mal. No se te ocurra un pancho a las 9 de la noche, son para la merienda. Y así vamos… Con esa gente que, si no te conoce por el tapaboca, prefiere no saludarte, y te dejan con el “buenas tardes” colgado y sin respuesta.

Me lo contaron, hace muchoooos años

Jugar el juego de “esta no es la vida, es el sueño”. Jugar el juego de “la vida continúa mañana por sus rutas establecidas” pero este instante es fantasía, es el tiempo entre paréntesis, es una historia que no se escribe…

Jugar el juego de querer extender la charla pese a los relojes amenazantes, pese al resplandor que anuncia el alba, un ratito más, un abrazo más.

Y la vida de los rieles inamovibles continúa, como si nada ajeno a su acero frío, pudiera tener cabida. Como si entre estación y estación se extendiera un mar de vacío, como si entre horario y horario no cupieran más minutos.

Y después volver al juego de los besos que no se anotan, que no se admiten, que duermen entre sombras, como si el corazón tuviera compartimentos blindados y ajenos a los latidos oficiales.

¿Y qué hace la memoria con tanta riqueza escondida? ¿Cómo emprender el día, con tanta noche prohibida? ¿Cómo conjugar los sueños confesables, con los otros?

¿Quién podría?

¡Ay, Dios! ¿Quién podría?

el otro lado de la montaña

Hoy escuché la voz del viento… el único que conoce el otro lado de la montaña. Con sus palabras graves, mezcla de queja y de poesía, pude ver sin ver, el maravilloso paisaje que esconde la mole de roca.

Historias de un pueblo sin rencores, sin delito, en el cual la conciencia colectiva empuja a la lucha por el bien común. Es una lucha permanente, sin armas ni agresiones, por dejar que los árboles crezcan, sin motosierra. Por dejar a las flores en la planta, nunca en un florero, a las aves en su nido, y vuelo libre, y no en una jaula.

La voz del viento me trajo mensajes de sonrisas sin rivalidades, poesía sin ambiciones suicidas… Amor sin odio, ni egoísmos, ni mentiras.

Nada tenía la tierra allende la montaña, que no tuviera esta que habitamos… excepto lo que nosotros mismos destruimos.

Nada tenían los pobladores del otro lado, que nos fuera ajeno… Excepto la descontracturada idea de vivir sin aplastar a nadie y a nada… La claridad intelectual de ver el beneficio de la ecología, de la libertad, de la empatía.

Y escuché en ese casi susurrante relato, la razón irrefutable, de la enorme e infranqueable montaña…

Sé quién soy

Es verdad, este yo en el que afronto la vida, estas banderas que defiendo, mi respeto a todo compromiso, la empatía con el resto de los humanos… Es verdad, este yo que elijo, que me devuelve a mis lugares cotidianos cada día, que se refugia en mi casa por las noches.

Es verdad lo que digo, y lo que hago.

Pero hay otros yo, que me llaman a veces a romper las estructuras, a desplazarme sin pensar en las rutas prefijadas, a navegar sin rumbo convenido.

Entonces, puedo emprender el vuelo del viento sobre el mar, y convertirme en ola, puedo derrotar al horizonte y cruzar al fondo mismo del paisaje… empujar las velas de algún barco, remontar cometas con mi aliento, cantar entre las ramas y las hojas una canción distinta por estación.

Es verdad quien soy, sé mi papel en el gran teatro, y no escucho siquiera el clamor de algún yo extraviado que me pretende astronauta, piloto de fórmula 1, poeta incorregible y bohemio en alguna biblioteca sin horario. No escucho siquiera al que me invita a buscar una isla solitaria en el océano, y quedarme a mirar las estrellas sin hacer nada que no quiera, sin ponerme obligaciones, ni pensar más allá del mismo instante.

Pero soy yo, tan auténtico, tan apegado a mí, que los mundos que no elijo podrán llegar acaso a mi poesía, que las palabras que no sabría, las cambio por una imagen, y las opciones incorrectas, las evito, por alergia a los problemas.

El resto de los egos que me orbitan, casi siempre lejos, se escuchan como trinos, a veces como truenos, se vuelven versos, o se esfuman cuando sale el Sol… Porque sé muy bien, quién soy.

Sedante

Salgo de nuevo a buscarte, por la senda ocre de las tardes. Me empuja la presión de las noticias, el estrés inevitable de la vida. Por el caminito que divide verdes campesinos, arranco, con la fuerza que me urge, en procura del aire que llene mis pulmones, y alivie el alma.

Salgo de nuevo a buscarte, a descargar la estática del día, y resetear los nervios en las rocas grises y el pasto ralo de las colinas, los oxidados alambres del cerco, los postes añejos y casi blancos, mientras pasta tranquila la vaca y el hornero asoma apenas de su nido. Hay sol, pero está bastante frío, y el paisaje es el bálsamo deseado.

Escucho mis pasos sobre balasto, el bullicio del bosque, inhalo su aroma de eucaliptos, oigo trinos y ramas que se rozan en la brisa fresca, el sonido crujiente de las hojas amarillas, mientras caen. Lleno de azules tenues la mirada, de variados verdes, de formas ondulantes. Una vía sin tren, invadida ya por maleza y cercos oportunistas, una tapera, y flamantes chacras con portales y letras de relieve.

Aspiro oxígeno feliz y limpio, siento al entorno tan mío como mi ventana, y camino, trepo cuestas, desecho las sombras que persigo en el verano, admiro el color matizado del otoño adulto, pequeños peces que se ven en la cañada.

Salí a buscarte y te encontré para volver contigo, mientras refresca la tarde. Te abrazo, te bebo, te incorporo. Muchas gracias.

Madre niña

¿A dónde apuntan tus ojos tristes, tu mirada gris, por la vereda larga de la tarde fría?

Pasos resignados y manos firmes en el cochecito de bebé, cara de niña, y maternidad temprana.

Llevas un tesoro delante de tus pasos, la ternura del mundo en un enterito de lana, le amas como a nada, pero se terminó tu infancia sin adolescencia, sin albedrío.

No sé si miras la esquina, los autos, o miras mucho más allá, el horizonte que no alcanzas, que has perdido.

¿Te lo habían dicho y no escuchaste?

Qué más da… La realidad está allí, en la ventisca fría y la vereda larga, en los coches que pasan por la esquina, en ese cuidado de madre a cada paso, en ese instinto prematuro.

Te preguntas por qué te toca esta suerte, das gracias a Dios por lo que tienes, cierras los ojos a los planes ya imposibles, y asumes que eres tú, allí, con tu destino.

¿Qué piensas, a dónde miras, qué lamentas, qué castillos de ilusión te quedan, para soñar?

¡Por los ojos de tu niño, soñarás!