si mil veces naciera…

Ninguna riqueza podría comprar esos ojos, llenos de empatía.

Ningún poder terreno podría, ninguna fuerza bruta, ninguna tiranía.

Es el manjar que llena el alma, esa evidente alegría, ese choque sutil de puños como saludo de pandemia.

Esa sonrisa franca, más allá de la academia.

Esa confianza que nos conecta, sin abusos.

Conmovido por el cariño espontáneo, por las pupilas nubladas ante mi relato triste, por la atención respetuosa a mi discurso.

Por la despedida personal de todos y de a uno, por una mirada que dice lo que no pueden las palabras.

Si mil veces naciera, mil veces elegiría el aula.

Oración de la pandemia

Te pido por los muertos, por el descanso de su alma, por el consuelo y resignación de los deudos.

Te pido por quienes tienen miedo, por quienes sufren, por los enfermos.

Te pido Señor, por quienes han perdido el incentivo de la vida, por los prisioneros del tedio, por aquellos que gritan donde nadie los escucha.

Por los que se sienten desconectados del Mundo, por los que dejan escapar sus sueños, por los que están agobiados por los “no se puede”.

Te pido, señor, por los deprimidos, por los que están perdiendo las esperanzas, por los que se preguntan si vale la pena.

Te pido un rayo de luz que los ilumine, que les haga ver los caminos que hoy sienten escondidos, el puerto que oculta el horizonte, los amigos, los seres queridos, el entorno de vida…

Te pido, Señor, por los prisioneros de la Tristeza, por los que, en las cadenas del contexto, se van quedando sin fuerzas.

Te pido, Señor, por los que a veces, no alcanzamos a entender tus motivos.

Visita de la Vice Presidente de la República

Vicepresidenta conoció desarrollo productivo de Pan de Azúcar

La Vicepresidenta de la República Beatriz Argimón llego hasta Pan de Azúcar este viernes donde fue guiada por el Alcalde Alejandro Echavarría por varios puntos de la jurisdicción que refieren a lo productivo, los servicios y el turismo.

Una visita a la planta de agua Esencial, que será ampliada en su operativa por nuevo propietario que agregará refrescos a la elaboración; la chacra «La Anyta» con sus productos; el restaurant «Las Ánimas» y los Pozos Azules fueron visitados por la escribana Argimón.

El área del Municipio de Pan de Azúcar es parte de un proceso de activación de sus potencialidades turísticas y de servicios, a lo que se suman gradualmente nuevos emprendimientos empresariales como en el caso de Esencial, que potencian la marca y agregan otros productos ya consolidados.

http://www.maldonado.gub.uy/?n=48043&mi=PandeAzucar 

Parque Industrial de Pan de Azúcar

Producen chapas desde el Parque Industrial

Alutechos es una empresa fundada en 2015 en Pan de Azúcar que ofrece chapas, babetas, perfiles estructurales, aislación y accesorios.

Utiliza materia prima importada de calidad.

La empresa vende chapas de aluzinc provenientes de Asia y América y realiza cortes por petición y encargo en todos los tipos y grosores.
 
El 100% de la materia prima usada es controlada en origen asegurando la mayor calidad.
 
En la actualidad la empresa dispone de más de 20 productos en su planta del Parque Industrial de Pan de Azúcar.
 
Junto con una planta de plástico y otra de filtros, la de chapas es una de las primeras firmas que se instalaron en el denominado Parque Industrial ubicado en los padrones rurales Nos.1222 y 7778, con una superficie de 69 hectáreas, 4.174 metros cuadrados, de la 3ra. Sección Judicial del departamento.
 
Las empresas que se establecen en el Parque Industrial deben ajustarse a las normas jurídicas previstas en la ley, y acreditar viabilidad económica y comercial.
 
La Intendencia de Maldonado otorga un comodato por veinte años, renovable automáticamente por iguales períodos. El comodato cesará y retornará a disposición de la intendencia el predio con todas las mejoras, sin derecho a indemnización alguna, en caso de cese o incumplimiento de índices mínimos de actividad industrial de la empresa beneficiaria.
 
El Parque industrial cuenta con la infraestructura mínima necesaria para un desarrollo eficiente incluyendo camínería, red de energía eléctrica, agua, saneamiento, y otros.
 
Existe acuerdo entre la intendencia y el Ministerio de Industria, Energía y Minería que el Decreto 3538 Bis, que creó el Parque Industrial y es del 21 de noviembre de 1986, requiere de una actualización para potenciar la iniciativa. 
http://www.maldonado.gub.uy/?n=48061&mi=PandeAzucar 

Siempre soñar

Jorgito quería ser arquero, y soñaba con entrar al cuadro de Baby fútbol del barrio. Raúl ya estaba en el club, y soñaba con ser titular.  Pedro, que era titular, soñaba con jugar en formativas del equipo del pueblo. Luis, era suplente de arquero en su categoría, y soñaba con ser titular.

Mario, arquero titular de la categoría, soñaba con ser arquero de la Primera.

Rubén, el arquero titular de Primera división, soñaba por ser convocado a la Selección de la Liga.

Roberto, titular de la selección de la Liga, soñaba con pasar al fútbol profesional.

Heriberto había entrado en un equipo profesional, y soñaba con ser titular en primera división.

Eduardo era el titular en Primera división, y soñaba con jugar en un equipo grande.

Fernando era titular del equipo Campeón, pero soñaba con ir a la selección.

Rodolfo era el arquero titular de la selección y soñaba con un pase internacional.

Carlos era el arquero titular de un importante equipo europeo, y soñaba con un año más de contrato… Con que la carrera no terminara tan pronto… Con que al retirarse su vida encontrara otros incentivos, con adaptarse a ser un “ex”, con acostumbrarse a la nueva vida.

Todos soñaban. A algunos se les iban concretando los anhelos… A otros no. O se cumplieron hasta cierto punto del camino. Tuvieron, entonces, que fijar sus sueños en otro lado, pero nunca vivir sin sueños.

Alberto Vaccaro, julio 8 de 2021

Otras referencias.

En mi infancia, el cerro Pan de Azúcar tenía su cruz, pero no antenas. Las vías del trencito de Piria cruzaban la ruta 9 sobre la cabecera NE del puente sobre el arroyo Pan de Azúcar.

La ruta 9 seguía por el Puente La Viviana, por el largo repecho que ahora se usa para ir a Km 110.

El aspecto de la ruta era de asfalto deteriorado, con pozos y los arreglos de Vialidad, que eran baches invertidos, también resultaban muy molestos.

La ONDA trepaba esa ruta, con mucho ruido.

Hasta San Carlos se iba entre peligrosas curvas y eucaliptos muy pegados a la carretera, agravante de cualquier accidente. La ruta actual se construyó en 1976, cuando yo viajaba al liceo de San Carlos para cursar sexto año.

No era mejor el recorrido hasta Rocha, o hasta el Chuy.

Había un camión de Vialidad que tenía una casilla en la caja, para llevar a los obreros. Estos subían con un banquito de esos de ordeñar, de una sola pata, y llevaban sus palas y otras herramientas para la labor.

En mi infancia había muchos autos viejos circulando por las rutas, y mi padre solía salir a hacer “auxilios” con los que se descomponían en viaje.

Pero había vecinos que andaban a caballo, como Santos Marrero, Camejo, Chury, entre otros. En el almacén El Nene solía haber alguno atado tipo Salón del Lejano Oeste. Cabalgaban lento por las calles del pueblo, y los arrieros hacían pasar sus vacas sobre el puente de ruta 9 en el arroyo Pan de Azúcar. El tránsito se detenía solo y aguardaba paciente que todos los animales cruzaran. Iban para la “feria del 4” o para “el abasto” (Matadero municipal).

Mi tío Juan Vaccaro, que tenía canteras de piedra, vivía en la calle Rivera por donde está la peluquería de Núñez.

Luego se mudó a la casa grande cerca del Puente, y la amplió y refaccionó con costosas y artísticas colocaciones de piedra y mármol. Del otro lado de la ruta, donde está el supermercado que fue La Casona, tenía depósito de piedra y galpones, y un caballo llamado “Mosquito”.

En la esquina estaba el bar de Dufour, y en la actual Petrobrás, que era Shell, estaba Antonio Calo.

No existía la avenida Aparicio Saravia, actual tramo urbano de ruta 9. El recorrido mínimo obligado era seguir hasta el Parador de Velázquez, una leve curva a la izquierda, y una cuadra corta hasta Rincón, por donde había que girar a la derecha para salir de nuevo a la ruta.

OSE tenía en funcionamiento el tanque de la Plaza, y el agua salía de pozos con bombas. El teléfono era a manija, y así funcionó hasta 1985. La central automática la inauguró Sanguinetti en su primera presidencia.

El Maestro Chino iba de la escuela al Liceo, y el resto del tiempo estaba en El Fortín.

El Juzgado estaba sobre la calle Enrique Brum, por lo menos hasta después de casarme yo en 1986.

El Hospital era mucho más pequeño. Un hall, puertas de hierro con vidrio, y se llegaba a un pasillo perpendicular a la entrada, que tenía en frente un consultorio tipo emergencia, apenas entrar a la derecha la enfermería, las oficinas en el piso de arriba, y las salas de internación en el ala de la izquierda.

No estaban las mutualistas con sede física. Había medicina prepaga, pero se debía concurrir al consultorio del médico y los medicamentos se levantaban en cualquier farmacia con la receta.

Hubo un quiosco en la esquina del Hospital.

En el Albion trabajaba Rebello. Había muchos baldíos por doquier. Cuando entré al Colegio San José, a Jardinera, y hasta que lo terminé en 1970, las maestras eran las monjas y había que dar examen de ingreso para comenzar el Liceo.

La UTU, donde trabajaba mi madre, era mucho más pequeña. No estaban los talleres de la derecha, y los cursos se distribuían en los salones y talleres de la parte vieja del edificio.

De aquella UTU recuerdo a Llamosa, Yeya, Gladis, el Maestro de Carpintería Albónico, Quilma, el Maestro de Mecánica Díaz, el Prof. Raúl Barbarita, “Holandesa”, Marza, Luisa… (seguramente hay más nombres en algún lugar de la memoria, pero no aparecen ahora)

Frente a la UTU había una canchita de Baby Fútbol sin césped, con mucha tierra gris. Las primeras viviendas que recuerdo son las de INVE. El resto llegaron bastante después.

Las calesitas y los circos eran presencias muy esperadas. Los recuerdo en el baldío frente al Hospital, donde hizo su casa el Dr. Ruiz; o en un terreno cerca de la actual Petrobrás. También donde está el tanque más nuevo de OSE, en Enrique Brum, entre INVE y la UTU.

Los afiladores con su típico silbato, el Heladero de Smak que vendía “sándwiches”, “Bombones” y las copas de colores, cuya tapa se transformaba en pie. Los maniseros por la calle o en la cancha de fútbol, con un vasito de aluminio todo abollado para que se llenara más fácil.

Son muchos los recuerdos que brotan, desordenados y a veces repetidos… No quiero guardarme ninguno.

Algunas referencias

Cuando era niño, mis padres decidieron darnos, a mi hermana y a mí, formación musical. No recuerdo si participamos de la elección, pero cuando quise acordar estaba estudiando acordeón a piano y Daniela, piano. Fue por los años 60, muy pequeños, con Mabel Batista, la esposa de Emilio Falvo, madre de Mariela y de Daniel. Había acondicionado para las clases parte de su casa y un garaje.

Mabel era muy amiga de mi madre, relación que venía desde niñas. MI madre había estudiado violín.

Daniela tiene muy buen oído, y se destacó como pianista. Yo tocaba música matemáticamente, conocía el lenguaje de los pentagramas y la duración de cada nota, por lo que partitura mediante, podía ejecutar una melodía. Yo logré destacarme en clases de solfeo y teoría de la música. Leía notas igual que letras en un libro, y en los exámenes me iba muy bien. Mabel me ponía a ayudar y tomar lecciones a mis compañeros.

En el acordeón, aprobaba los exámenes. Mis padres trajeron de Italia una “Paolo Soprani” roja, con la que me recibí de profesor de acordeón a piano, creo que en primero de Liceo. Ya el año anterior me había recibido de profesor de solfeo.

En casa practicaba con el acordeón, y mi madre me tomaba el solfeo antes de ir a clase. Además, me guiaba para escribir con letra prolija la carpeta de Teoría de la Música, un libro enorme de tapa roja. En principio iba en ómnibus hasta la casa de Mabel, la que actualmente ocupa el CAIF, en el Barrio Estación a metros de Manuel Oribe. Después comencé a ir a pie, cambiando de mano el pesado instrumento cada una o dos cuadras. ¡Era lejos! Muchas veces caminábamos con Lucía Beltrán, vecina del barrio, que también estudiaba con Mabel.

Tengo varios recuerdos de aquellas tardes de música. Mabel me ponía solo en una habitación con dos o tres partituras, para ensayar. Ella, en otra habitación bastante lejos, parecía ajena a todo hasta que un dedo se me cruzara y tocara una tecla o botón equivocado. ¡¡¡NOOOOOOO!!! Se escuchaba, como si mi error le hubiera lastimado los tímpanos.

A mí me daba el oído para darme cuenta si una nota estaba equivocada, o si un piano estaba desafinado. Lo que fue siempre imposible, es escuchar una melodía y poder traducirla a notas para interpretarla. Lo mío era leyendo la partitura, o a lo sumo de memoria… Pero recordaba las notas una por una. En fin… Como tenía la solvencia necesaria en la lectura para oprimir las teclas adecuadas y en el momento justo, me dieron el diploma con buena nota. Está claro que, con tan escasos atributos, nunca se me ocurrió ejercer esa docencia.

Pero la época de Mabel fue memorable, desde las caminatas hasta las tardes compartidas con un montón de amigos.

Una vez estaba jugando Peñarol. No había razón para que yo no lo escuchara en la radio, salvo una obligación como estudiar. Siempre fui respetuoso de las reglas y de los profesores, entonces fui a clase de acordeón y sufrí por no seguir el partido, pero me aguanté. En determinado momento pasó por allí Emilio y no resistí preguntarle cómo iba el partido: “¿usted a que viene, a estudiar o a interesarse por el fútbol?” –me dijo, serio-  y se fue sin responderme. ¡Quedé indignado! Pero con los años lo conocí bien por su amistad con mi padre, y era una gran persona. Creo que aquella vez, lo hizo como una de sus bromas. Emilio Falvo había trabajado en AFE, iba y venía en una bicicleta de aquellas con frenos de varillas. Luego compró la papelería de Amengual con su hermano José, y en esa otra actividad, lo traté mucho más frecuentemente.

personajes de mi infancia, segunda parte

El taller mecánico de mi padre tenía un movimiento continuo de personas. Muchos eran verdaderos personajes que me quedaron marcados muy fuerte.  Entre ellos había clientes y amigos que simplemente iban de visita, aunque los grupos de amigos y clientes solían entremezclarse.

Claro que en el lugar donde estaba, en un cruce de rutas, solía haber clientes eventuales, de paso, que simplemente tuvieron un desperfecto en carretera.

De niño yo trabajaba en el taller en verano, lavaba piezas y herramientas, barría, recolectaba herramientas y las ponía en su lugar, porque, repetía mi padre con insistencia: “cada cosa tiene su lugar y cada lugar tiene su cosa”. (un día me contó que en verdad esa frase se la decía a él su padre, o sea, mi abuelo paterno).

Yo conocía el lugar de cada herramienta, y los clavos vacíos de los tableros azules de madera denunciaban la falta de cualquiera de ellas.

En ese andar muchas horas por el taller, me familiaricé con muchos clientes. Yo era bastante sociable y me encantaba escuchar cuando hablaban de los automóviles y sus fallas.

En aquella época la gente tenía autos por muchos años, a veces el mismo casi toda su vida.

El Maestro Ricardo Leonel Figueredo llevaba su Renault 4CV, y años después, un Fiat 600.

Grandi llevaba una camioneta grande, rural, marca Rambler. La “Tota” Tuvi, una Fiat 500 viajera (celeste) y una Toyota 700.

Grille concurría con también una Fiat 500 viajera, pero blanca.

Heber Quirque tenía una Toyota 700. El Maestro Germán Baldo una Toyota Hillux de los 70.

Osvaldo Tuvi Ford Taunus de la década de los 60, en rojo y beige.

Tola Clavero una Panhard blanca, cuyo engranaje de distribución de “micarta”, un material con apariencia de madera, se reemplazaba frecuentemente. Con los engranajes rotos, mi padre hacía, en el torno, los martillos para los presidentes de Rotary, engarzados con monedas.

Manuel García llevaba a reparar un auto Studebaker verde.

Vicente Mansilla era un cliente muy frecuente, ya que llevaba los autos y camionetas FIAT que tenía para vender en su automotora. Era muy detallista para ruidos de carrocería, y todos los 0km que vendía, venían al taller para el servicio de entrega y garantía.

Piringo Bonilla, que era más que nada amigo, venía con un Simca de los 50 y después una camioneta Peugeot 203.

“Filingo” Villalba, José Falvo, Álvaro Bravo (Ford V8), Don Carlos Villalba con un Peugeot 403,

Luis Megliante tenía un Fiat 500 topolinio, el Padre Isabelino Pérez un Fiat 600, Nélida Píriz un Toyota 700 y después un flamante Fiat 600.

Cristy Gava aparecía con su Renault Dauphine

Prof. Nelson Rebello reparaba su camioneta Bedford 1951

Antonio Uranga acudía al taller primero con un Renault 4CV y después con un Austin A70.

Los apodos eran crueles, yo no los decía, pero de muchos integrantes de aquel escenario del taller nunca supe el nombre: el “Longa”, el “Macho Rengo”, “el Mentirilla”. Cada poco andaban por allí. Eran amigos, interactuaban de alguna manera con el taller, a veces eran clientes, pero los veía seguido.

Bártola, que iba con camiones, pero al final tenía una VW Brasilia.

Carmelo, el taximetrista, y amigo, pasaba con sus viajes hacia km 110 y veía fuego a las puertas del taller. Era un asado, de los que se hacían cada vez que se terminaba el ajuste de un motor. Carmelo nunca faltaba, así que, a vuelta, se le veía parar en la explanada.

Don Juan Dolhagaray era un gran amigo, cartero en Piriápolis y constructor. Hizo una gran reforma en casa de mis padres, y lo visitábamos años después en su chacra. Teníamos gran aprecio por toda su familia. Lo recuerdo en un Austin A40.

Ricardito Sánchez tenía una camioneta Indio, y mientras mi padre se la revisaba, jugaba conmigo un rato al fútbol. Un día me trajo de regalo un equipo completo de arquero.

Un camión de Anselmi llegaba cada tanto, y tras la reparación, dejaba una lata de aquellas con ventanita redonda de vidrio, con galletitas Solar.

Rivera y los Goday, de la empresa “Rector” de Minas, venían con su camión a levantar o entregar trabajos de la rectificadora.

Don Bruno Aleksandrowicz tuvo un camión Citroen y después una camioneta Commer. No siempre venía por reparaciones, sino por largas charlas con mi padre. Era polaco, y tenía una experiencia muy fuerte de la segunda guerra mundial. La gente creía que su apellido era Toledo, porque su almacén era de esa cadena

Omar Almeida tenía un Chevrolet Bel Air 1951. Una vez se le quemó y compró otro igual.

Eduardo Lema tuvo un VW escarabajo, pero lo recuerdo en el taller con un Ford Corcel. Era también de los amigos que venían a conversar un rato casi todas las mañanas.

Bebe Fontes tenía una Ford V8, y era amigo “de fierro” para los asados.

Omar Sentena llegó un día desde Minas, puso su panadería en el viejo local de Bonet, y llevó una camioneta para que mi padre se la adaptara a querosén. Le hizo un complejo sistema de serpentinas para calentar el querosén con el múltiple de escape, arrancaba a nafta y cuando calentaba, la pasaba a querosén con una llave bajo el tablero.

Néstor Ferrés era amigo de mi padre desde mucho antes de nacer yo. Lleno de anécdotas, era un placer escucharlo. Íbamos a su casa y ellos venían a la nuestra. En sus cuentos, Ferrés tenía esa virtud de reírse de sí mismo, contaba de sus “metidas de pata”, y era muy divertido. Seguí viéndolo hasta hace muy poco tiempo en el comercio con sus hijos. Lamenté mucho su reciente fallecimiento.

Volviendo al taller, con sus asados, intenso trabajo, pero tiempo para bromas de las que había que cuidarse, fue un teatro maravilloso para mis recuerdos.

Sin duda quedan nombres y cosas para contar…

Personajes de mi infancia 01

Ortúsar vivía en el repecho de la vieja ruta 9, camino al 110. Armaba radios transistorizadas en una valijita de plástico. En mi casa hubo una de color celeste.

Alfredo manejaba un tractor que llevaba en el remolque, un tanque grande. Iba al arroyo y cargaba con agua, y subía el repecho hasta la casa que está a la izquierda, frente al camino que sale hacia km 110, o frente al Rancho.

Ávila vivía cerca de la fábrica de autos y era aguatero. Con su carro tirado por caballos dejaba en casa de mi abuelo lleno un tanque de 200 litros, que estaba debajo de unos arbustos.

Rafael era un peluquero a domicilio. Llegaba cada tanto y se armaba una peluquería en el patio. Me da vergüenza cuando recuerdo que, cuando tenía tal vez 5 años, me insistieron con la pregunta de si me gustaba más cómo me cortaba el pelo Rafael, o el Portugués. No quise responder delante de él, pero me forzaron, y dije “El Portugués”, porque tenía maquinitas eléctricas. Las de Rafael funcionaban a mano.

Había un señor De León, pero no recuerdo el nombre, que venía quesos caseros y los transportaba en un carro tirado por caballos. Eran habituales aquellos carros, todos de madera, con una tabla para sentarse, ruedas grandes de madera con cubierta de metal, y un andar que copiaba la cadencia del equino.

Un carnicero traía pedidos en una bicicleta que tenía un gran canasto y la rueda delantera chiquita. Siempre lo acompañaba un perro y una vez que este se peleó con el perro de casa, fue la última vez que vino.

Había varias personas, entre ellos hoteleros de Piriápolis, que llegaban a comprar huevos del gallinero de mi abuelo. También vendía gallinas, que atrapaba con un gancho de hierro en una pata. Después le tiraba el cuello y las dejaba un rato colgando de un alambrado, mientras hacía las cuentas con el comprador.

Yo ayudaba a mi abuelo a juntar huevos. En el gallinero había una malla de alambre como plano inclinado, donde dormían las gallinas y el estiércol que quedaba debajo, era usado como fertilizante.

Las gallinas entraban a poner en unas casitas de madera llenas de aserrín, y yo metía la mano por debajo de las gallinas para retirar los huevos calentitos. Los iba colocando con suavidad en una canasta, y los llevaba. Había que ordenarlos en cajones con bandejas moldeadas de cartón. Cada tanto había un gran alboroto, y era porque un lagarto se había metido en el gallinero. Dejaban las cáscaras armadas, con un agujerito, y vacías. Mi abuelo los mataba con la escopeta.

Mi abuelo se levantaba muy temprano a ordeñar. Llevaba los baldes, un jarro de lata y un banquito de una sola pata. Sacaba directo al jarro y de allí, muy espumosa, la leche iba al balde. Tenía siempre dos o tres vacas holandesas, y terneros. Cuando venía los terneros, dividía el dinero entre mi hermana y yo.

Después de hervir la leche en un hervidor de aluminio, ponía medio litro en un jarro de lata y lo dejaba en la cocina de mi casa para mi desayuno, porque yo era el primero en levantarse.

En el taller de mi padre trabajaron, en diferentes tiempos, los hermanos Alfonzo, Juan Lemos, Luis Palma, Guzmán González (El Tábano), Alcides Ballesteros, Raúl (El Tero) López, Acosta, y eventualmente otros, como el chapista Pereira. También yo en períodos de vacaciones o por alguna necesidad especial.

La gran mayoría de los clientes eran los mismos que acudían con cierta frecuencia, y yo los conocía por los autos.

Antes de aprender a leer, me había aprendido los nombres de los departamentos y la ubicación en el mapa del Uruguay. Mi padre solía llevarme a hacer demostraciones para sus amigos.

Yo no tenía vocación de mecánico, ni mucha habilidad con las herramientas, pero sí era bueno para saber la falla de los motores, a oído.

Hilario y El Chiche Cuadrado, (nunca supe bien cuál era uno y cuál el otro) hacían changas por una damajuana de vino. Después los encontraban en alguna cuneta, y en el pasto. Cuando había helada, siempre había una separación de unos 15 cm del cuerpo de ellos, que se acurrucaban y dormían de todos modos.

Con Piringo Bonilla bromeábamos de Peñarol y Nacional. Si el clásico lo ganaba Peñarol, Piringo pasaba en su Zanellita mirando para el cerro. Si ganaba Nacional llegaba, y yo, si podía, me escondía en el altillo.

Recuerdo muchos personajes, pero dejo más para otra noche!

Añoranza de nombres

Grito nombres, y el eco del cerro me los devuelve convertidos en silencio.
No caben tantos recuerdos en este artículo, los escribo de a poco, enfoco la vista en cierta época de mi pueblo y mis vivencias, que quizás no son los mismos que los tuyos, o siguen la lógica de cruces eventuales… Pero de todos tienes referencias.
Grito nombres, y las veredas me devuelven listas nuevas de habitantes, gente que reside en la ciudad, pero no todos llevan en la sangre una historia de familia asociada al terruño.
Yo no creo en que sólo los nativos pueden amar al pueblo, hay hijos adoptivos que eligieron este caserío en la colina frente al cerro, y los pies en la costa del arroyo del mismo nombre.
Pero Pan de Azúcar tuvo, no importa el lugar de nacimiento, personajes, referentes, gente cuyos átomos eran los mismos de Pan de Azúcar, y pasearon la idiosincrasia pueblerina por aquí y por allá.
Si te los nombro los recuerdas, y seguramente agregues otros.
Pero hablo de MIS RECUERDOS, y sin duda dejaré sin nombrar a muchos.
Gente con la que solía interactuar, muchos de los que están todavía en el vecindario, y otros que se fueron, lamentablemente.
El “Maestro Chino”, Piringo Bonilla, Marita de Blois, Domingo Piegas Oliú, Antonio Uranga y su esposa Teresa Fiordelmondo.
Raúl Barbarita, Alito Báez, Washington Quintela, las hermanas Yolanda y Nelly Luissi y Liber Plada.
Carlos Villalba en la tienda, Amalia Quintela con el teatro, Cacho Fernández con camisas floreadas y portafolio, Arturo Llanes, con Guillermo y Chamaco en la farmacia.
Walter Razquín y Carlitos Pimienta, con los repuestos.
El Viejo Marrero en la IAPA, Roberto Cuadrado me vendía el diario, Emilio y José Falvo.
El Dr. Andrés Accinelli, la legión de los Tuvi, Ruben Serrón en su restaurante en varios locales, Pedro Castellanos y a Edgard Bonilla en el Banco
Wilson Pimienta rematador, y gran imitador. Además, mi Padrino de bautismo.
Víctor Mónaco, Felipe Gómez y el “Negro Cadera” con la grúa, en la Chevrolet.
Bebe Fontes, a Ravena, Carlitos “Cerro mocho”, “Toscano” Píriz y Orges en la Ford y Ancap-.
En el Liceo, Palmira Delgado, Betty Gutiérrez, Heber González Mederos, Doris, Cecilia, Adán Pedroso, Irigoyen, Torres, Baldo, Lourdes, Rosa Alberto, Isabel Rodríguez Lima, Selva, Mansilla, Lía Fernández, Beba Schiavonne, Sonia, entre otros.
Las primeras muelas, me las sacó el Dr. Eduardo Becco
Alfredo Moyano y su padre me vendían y cambiaban revistas
Rutilo Serrón era un gran asador, muchas veces le llevé relojes a Raúl González.
El pelo me lo cortaba el Portugués, entre trofeos y bicicletas de su hermano.
La foto carnet en lo de Antonio Martínez.
Eguren, Nené Hernández, “la Escoba” de León…
Álvaro Bravo. Agustín Cuadrado. El Pato Freire. El Corrompo.
Plácido De León me vendía pintura a la barraca.
Ricardo Sánchez en el taller de mi padre, con una camioneta Indio, o en el Bar Avenida.
Una compra y charla en la barraca de Varón Cuadrado.
Gustavo Núñez padre, era muy camarada de mi abuelo Juan Ángel Pereira.
Con Gustavito Núñez en el Albion.
Martirena y el Nene Barbachán, en sus carnicerías. Le llevaba la bicicleta a Melo, la moto a Gerardo Blanco, y el auto muchas veces a Pígola.
Walter Hernández (El Nariz) es un gran amigo del fútbol, pero entrenaba corriendo de vereda a vereda con el camión que recogía residuos.
El carpintero Montes de Oca, y el Buby Sánchez, el tornero Blanco, el electricista Elmir Rodríguez, Velázquez al frente de su parador.
Hugo Díaz casi en la esquina de Rincón y Rivera, anzuelos, plomadas y boyas. Después los ómnibus.
Fui vecino comercial de BERCAN, donde estaba Bertolami, su Señora y Cancela, en lo de Mansilla y Morris estaban el Pocho Barbachán y Luissi, y en el Banco Pan de Azúcar Rótulo, “el Cámara” Acosta, Casanova, Lazo, Fernando Barbachán, y alguno más.
Adalberto Galetto y su hermana en Joyería Gamma, Baliña y su señora en el Bazar, Dora en la central telefónica, la voz de Araújo por las noches en el tubo, Rebello en el Albion, Ferreiro en la Comisaría, Brenda Castro en la Junta Local.
Chiche e Hilario Cuadrado.
Carlitos Rodríguez con el ómnibus Ford azul que hacía la línea a Nueva Carrara.
La Maestra Laura. Mi tío Jun con el camión cargado de piedra.
Camejo de pocho, de a caballo
El Italiano Cuadrado.
Ciro Quijano en la Ose y en su peluquería.
Arturo Rocha en su taller frente al local actual del Correo.
Abbadie, Bonet. El Apagón, Fredy y Conrado Distler, el Charca, el Padre Isabelino Pérez, Botaro, Beltrán entre las rosas, el Fanta, Eduardo Ornella, el Nene González, Groposso, Oscar Alonzo, Alfonso y Genaro Denis, el Gitano y el Ciego, Maguna, Domingo Rodríguez, Ruben Echavarría, Tomás Ruiz, Robertito Blois en su bar. El Bólido, Moreira en la parrillada, Antonio Calo, Rodolfo, Don Bruno, Guzmán González (el Tábano), el Tero López…
¿Cuántos faltan? Cientos. Los busco por las calles, y encuentro sus nombres, sus roles en la película del pueblo. Como dije, algunos siguen habitando la ciudad. Otros ya no. Y hay nombres que se me escapan esta noche, pero vendrán mañana.
(además de los que tú recuerdas, hay muchos otros en mi memoria)