Noche de Cristal

NOCHE DE CRISTAL
Camina las veredas, el duende de la noche… Bebe la luz de las estrellas y se esconde en el rocío, en las ventanas empañadas, en el aire frío de la esquina solitaria.
Va silbando la melodía del viento y esquiva las risas del alcohol, hasta mimetizarse en el cono trunco que dibuja la humedad en los faroles.
Le hace un gesto amistoso al vigilante apenas a media ronda, y navega el incoloro mar de sombras.
El habitante permanente de la noche no va a ninguna parte, pero no se detiene. Trepa los árboles, cruza la calle, da vueltas a la plaza, corre por el parque… Amigo de los miedos, se mete en los pasillos más oscuros, en el ladrido de los perros, la charla del boliche o el silencio más profundo.
Monarca del reino extraño de la madrugada, arquitecto del puente de la alta noche hasta la aurora… De la desesperanza a la cordura.
Lo percibo claramente, pero si intento verlo, se desvanece como las tinieblas con el día.

Alberto Vaccaro, 11 de junio de 2015 y 2021

las manos contra el vidrio

Un niño caminaba por la vereda, y en la vidriera de un comercio, se detuvo. Del otro lado del cristal, había una niña muy bonita, vestida de blanco y cinta rosa por la cintura. El niño miraba sus ojos azules, su cabello lacio, un broche de mariposa en el peinado.

La niña se acercó al vidrio grueso y frío, y apoyó sus manos contra las manos del niño, como en un espejo.

Los rostros se iluminaron con sus propias sonrisas, mientras las manos trataban de percibirse a través de la amplia ventana.

Fueron segundos de encanto, de hipnosis, de palabras innecesarias y emociones tempranas.

Al llamado de su madre, el pequeño se despegó de aquel cuadro, y caminó mirando hacia atrás, hasta perderse… mientras ella, inmóvil y callada, dejó caer los brazos y lo seguía con sus pupilas grandes y azules.

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Alberto Vaccaro, 10 de junio de 2021

 

Restaurantes

Además del Bar Avenida, había otros lugares que solía visitar. El Parador de Velázquez era uno de ellos. Mi padre iba al comercio de Water Razquín, con la excusa de comprar algún repuesto o insumo para los autos que reparaba en el taller. Yo solía acompañarlo, y tras una divertida charla en el mostrador, con toda la teatralidad de bromas del mismo Razquín, de Carlitos Pimienta, Fernández o José Martínez, algún cliente, mi padre y Razquín cruzaban al parador de Velázquez para tomar un café, y poder seguir la charla. Yo tomaba algún refresco y miraba las costumbres de los clientes del parador, me divertía con algunas anécdotas… y a veces se hacía un poco largo para mis expectativas y me aburría. Velázquez y su esposa eran muy amables, y me saludaban con afecto.

Algunas veces, con los amigos de mi padre, tras una reunión de Rotary, nos íbamos a la Parrillada El Rosal. Allí estaba mi amigo Walter Torres, experto en la parrilla, y se comía muy bien. Muchas veces fui con mis amigos a cenar. Era la época del auge en la construcción y Pan de Azúcar tenía otro movimiento, muchas familias cenaban afuera algunas noches y El Rosal era una excelente opción.

Otro lugar que visité, especialmente después de casado, fue el Restaurante de Ruben Serrón, en la esquina de Lizarza y Artigas, donde hoy hay una tienda. Estuvo también en otros lugares, como pegado a Paris Londres, y más tarde en la casa de Vicente Rodríguez, esquina Cruzada con el Centro Progreso. Acostumbrábamos a ir con mi esposa dos o tres veces al mes, y preparaba unas exquisitas milanesas napolitanas. Allí también se reunían muchos grupos de amigos, generalmente en el ámbito de la Liga de Fútbol: El Capitán Álvaro Bravo, el carpintero Leonel Martínez, Emilio Falvo, el “Cámara” Daniel Acosta, hijo de Carmelo, que trabajaba en el Banco Pan de Azúcar, y varios más.

Regresando al Parador de Velázquez… Una noche volvíamos de una cobertura periodística con Carlos Repetto, Director de RBC, y entramos en el local por un refresco.

La Señora de Velázquez, cuando nos vio, nos dejó una frase para la memoria, que nos dio sorpresa, pero también un poquito de orgullo: “Hola, ¿qué hacen por aquí? ¡No quiero poner publicidad! ¡La última vez que anuncié con ustedes venía mucha gente y no daba abasto a preparar la comida!

Nos reímos, pedimos nuestras gaseosas y nos fuimos, sin dejar de sonreír…

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Alberto Vaccaro, 8 de junio de 2021

Una sonrisa en el Parque

¿Cómo es tu nombre?

Te paseas cantando bajito por el parque, sonríes, y me dedicas una mirada profunda. ¿Cómo te llamas? Sigues por el caminito entre las mesas vacías, meces tus caderas, y giras la cabeza, me miras, y te sigo con los ojos cuando te vas, como un sueño, por entre las sombras del bosque.

¿Quién eres? Te veo de lejos, me buscas, te acercas despacio, susurras alguna melodía y me inquietas… caminas con gracia, tus formas perfectas, y sigues. Yo no vine a conquistarte, sino a descargar mis tensiones con ejercicio y silencio, a absorber la paz de la floresta, a estar conmigo a solas… Pero te veo venir y me conmueves por un instante. Respondo con una sonrisa a tu gesto amable. ¿Cuál es tu nombre? Y decido que eres sólo una visión hermosa del parque en primavera, una ilusión en los claroscuros de sol y sombra, y regreso al mundo, como si nada me importara.

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Alberto Vaccaro, 6 de junio de 2021

Mundo Beta

En alguna dimensión desconocida voy contigo, de la mano, sin prisa ni cansancio, por un sendero angosto.

Nos gustan los paisajes, los cerros de verdes pobres y piedra gris, las cañaditas que se escurren en bosques desordenados y marañosos. Nos gusta descubrir pequeños paraísos ocultos en la selva, o caminar a la orilla del mar por la arena húmeda y fresca.

Nos gusta el viento en la cara, la lluvia en un techo sonoro, el campo agreste y la laguna.

Y voy contigo sin temores y sin culpa, bajo el cielo negro que pueblan las estrellas, a la sombra del follaje en tardes de verano, en la escarcha crujiente de las mañanas de invierno.

En alguna dimensión desconocida, con frío o con calor, siempre es primavera para nosotros, siempre hay tibieza y barriletes de colores en el aire, aroma de flores silvestres y trinos lejanos, apenas audibles. Los relojes no existen, ni los almanaques, ni el pecado… Y los sueños pueden proyectarse sin fracasos.

 

Alberto Vaccaro, 4 de junio de 2021

«Van Halen»

Los pueblos tienen personajes.

¿Qué diferencia a los personajes de los demás habitantes?

Seguramente porque viven a su manera, actúan de acuerdo a su propio estilo, no se obligan a seguir las costumbres ajenas, o tienen alguna faceta muy destacada.

Pan de Azúcar los ha tenido, no sé si más o menos que otros pueblos, pero muy auténticos. Ellos fueron marcando la identidad, o la idiosincrasia reconocida de la comunidad.

¿Podría nombrarlos sin cometer omisiones? Creo que no. La lista sería muy larga. Pero mi comentario se refiere a uno recientemente desaparecido.

Jorge Reyes estaba en todos lados: en el fútbol, actos políticos, remates, beneficios, desfiles, celebraciones… No había que buscarlo, su presencia se hacía evidente con su gesto de buena persona, su solidaridad para colaborar, para estar porque había que estar.

Bromeando dije varias veces que, si había tres personas en algún lugar, uno era Jorge Reyes.

Tenía una gran habilidad para saber dónde estaba la movida. Estaba enterado de todo. Cundo me veía, me ponía al tanto de las autoridades presentes, del autor de un gol, de un accidente, o un robo. Él sabía.

Pocas veces salía de mi casa a hacer las compras, sin encontrarlo, cruzarme con él, o pararme un minuto a charlar.

Nada de lo anterior me hace distinto a la gran mayoría de la gente que conozco. Todo el mundo le tenía aprecio.

Ahora, que no me lo encuentro, me parece verlo por aquí o por allá. No tenía títulos profesionales, ni era un futbolista famoso, ni un artista… No hace falta nada de eso para ser un personaje popular y querido. Era Jorge Reyes, “Van Halen”… ¡Increíble que se haya ido!

Vine por ti

 

Hola. Te vine a buscar por entre las hojas de mi álbum de recuerdos. Te veo nítidamente en aquel lugar, tan cerca, tan cerca como para sentir tu tibieza, tu perfume… el imán de tu mirada.

Te vine a buscar para dar un paseo por la playa, de la mano, con el ruido de las olas y la pobre luz de las estrellas.

Crucé las barreras de tantos años, hasta la adolescencia, y te encontré…

Vine a darte aquel abrazo de pasión, a decirte lo bonita que te ves, la bella sensación que me provocas, a mirarte fijo a los ojos, y a dejar en tus labios el beso aquel, que no te di.

 

Alberto Vaccaro, 1° de junio de 2021

A la Feria del 4

A veces la nostalgia me lleva a ver lugares que significaron algo en mi vida, pero ya perdieron su esplendor, o cambiaron y ya no son aquello que yo recuerdo.

Entonces me fui pedaleando repecho arriba desde la Cañada La Viviana rumbo a la Feria del 4. Hice incontables veces ese sendero en una pequeña bicicleta, con la que recorría el barrio cada tarde.

El repecho era demasiado familiar. Mira, allí vivían Evergista y Tomás, un poco más abajo los Alvira, en frente estaba Roque, los viñedos del Chiche Suárez, la casa de Beltrán, el de la plaza, el padre de Lucía. Todo el espacio entre el camino y la vieja ruta 9 formaba parte del predio que compró mi abuelo cuando avizoró su jubilación, para hacer su casa, huertos y gallinero. Su emprendimiento pasaba apenas la cañada, y el resto en solares, se fue vendiendo con los años.

Seguí subiendo el repecho, con el plato chico y el piñón grande, para hacer menos fuerza e ir más lento, y disfrutar palmo a palmo el paseo. Muchas veces anduve por aquí también a caballo, era un lindo derrotero. El destino muchas veces era la casa de Celia y Salomé, donde vivía mi amigo Wilson. Allí jugábamos al fútbol, corríamos por el campo, o iba simplemente a comprar los choclos más ricos para el puchero.

Este caminito fue, alguna vez, el camino Real por el que llegaban las diligencias desde Montevideo para Rocha. La Viviana era una señora que tenía una posta allí en la cañada, casi al fondo de la casa de mi abuelo y de mis padres.

Pero cuando yo lo conocí, por aquí pasaban las tropas de vacunos “pampa” (Hereford) con los perros arrieros al costado y los jinetes a puro alarido, hacia la feria. El día 4 de cada mes se hacían los remates para la venta del ganado, y era una fiesta muy típica.

La Casa de Wilson, ya no se parece. La Feria del 4 es sólo un descampado con pocas ruinas, el ancho camino de nuestros partidos de fútbol fue ocupado por alguien que le puso alambrados… Me da un poco de tristeza ver tanta decadencia, tanta ausencia. Pero es emotivo encontrarse los hilos de la memoria en un lugar donde corrimos con los amigos tardes enteras, en una larga cancha de fútbol con piedras como arcos.

Desde acá el cerro se ve con un aspecto diferente, hermoso también. Para el otro lado se extiende Pan de Azúcar, sus barrios, sus galpones, sus tanques de agua.

A lo lejos las rutas muestran su tránsito de autos nuevos.

Los vecinos cambiaron. Yo estoy muchos años cambiado, pero la bicicleta aún puede traerme hasta este alto lugar, a encontrarme conmigo mismo, en una etapa imprescindible de mi historia.

Alberto Vaccaro, 31 de mayo de 2021

Facundo Cabral: «No soy de aquí, ni soy de allá»

Yo soy de aquí.

Tengo un lugar.

Aunque mi padre vino de otro país y allá me siento bien… Yo soy de acá, porque es acá donde está mi historia.

Y aunque soy un trocito minúsculo de universo, y los átomos que me forman los tengo sólo en préstamo, las coordenadas de mi tiempo se unieron en esta tierra, en estos cerros gastaditos y viejos, de pasto ralo y olor a mar.

Si algo quedará de mí, será lo poco que hice por mi pueblo, por mis alumnos, por mis oyentes, por mis lectores.

Yo soy de aquí, donde está el cerro que llevo dibujado en el alma, el arroyo, y el pueblo crecido en la colina modesta. Acá, donde están mis mayores recuerdos, las calles que amo, la casa donde crecí, y los campitos por los que corrí tardes enteras rodeado de amigos.

…Donde existen juntas la plaza de hoy y la que conocí, los comercios actuales y los de ayer, los habitantes presentes y los otros, que dejaron huellas tan marcadas, como para verlos pasar a diario por las veredas intemporales.

Estuve escuchando a Facundo Cabral, cuando cantaba “No soy de aquí, ni soy de allá”. Es una canción que emociona, que analiza aspectos muy válidos de la existencia y de la vida… Pero me quedé pensando que, aunque valoro su poesía, yo sí soy de aquí.

Puede haber elegido vivir en otro país, y sufrir la ausencia de las raíces, la lejanía cruel, como le pasó a mi padre… Él vino por la aventura americana y murió mucho después, sin dejar de añorar su patria cada día.

No sé si fue la empatía que siempre tuve con su dolor, que me formó más apegado al terruño. Me gusta viajar y conocer, y hasta recorrer las calles del pueblo italiano que mi padre me hizo ver en sus relatos de sobremesa. Pero sé siempre que quiero volver.

Y basta este paisaje, el cerco de cerros, el salitre del Río de la Plata, el bosque nativo que acompaña a los arroyos, las rutas que se anudan en mi pueblo y siguen, las calles llenas de afectos, mi gente, para saber que yo sí tengo un lugar, y estoy aquí.

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Alberto Vaccaro, 29 de mayo de 2021

 

Tapas cerradas

Cuando la ciudad muere de inercia y el horizonte de oscuridad… El silencio se quiebra por algún perro, por algún motor.

Las estrellas están más lejos, o importan menos. El espacio circundante está vacío, profundo, inexpresivo.

Hay noches como estas en mi recuerdo, y no me llaman.

Pero estoy aquí, rodeado de tedio, decidiendo si me voy a dormir.

La memoria tiene las tapas cerradas, y ninguna historia hace fuerza por salir.

Hay noches como esta en mi recuerdo, y no me llaman. Fueron de nostalgias, de soledad, de incertidumbre, de sentir la falta de los seres queridos.

Algo de eso hay en el aire, en las sombras, en las luces frías de las calles, en el alma.

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