Mi pueblo está lleno de fantasmas. Fantasmas como yo los pienso, presencias que están latentes en mi ser y que aparecen de pronto como un recuerdo fuerte e inesperado.
Luces que se encienden, trompos que giran sin parar, sonrisas amables de amigos que veo con mis emociones, más que con mis ojos.
Basta que camine por las aceras, que cruce las calles, que me acerque a casas o comercios que tienen marcas fuertes en mi memoria… Es un flash que se intercala entre segundo y segundo, e ilumina a personas, vehículos, puertas conocidas… Y no sé si camino por las baldosas o por mis evocaciones, por las calles de hoy, o por aquellas de balasto y pozos con agua cerca del cordón de la vereda.
No sé si es de noche o es de día.
Escucho voces que no vienen del presente, saludo amigos, entro por un mandado, miro ropa en la vidriera de una tienda que ya no existe… y descubro con dolor que todo ha cambiado, que la gente es otra, que la calle está distinta, que nadie tiene tanto tiempo como antes, para compartir en charlas de vereda… ni el café de un domingo de mañana.
Alberto Vaccaro, 6 de mayo de 2021