Tengo sobre la mesa un libro de tapa blanca. Al abrirlo, sus níveas hojas satinadas, están sin letras, sin dibujos, sin manchas que rompan la pureza de la nada.
Está sobre la mesa, en mis manos, en el estante de la biblioteca, en el exhibidor de la librería.
Está vacío… O indeterminado… O contiene el todo absoluto e inestimable.
Es el libro de las poesías no escritas todavía, de las rimas no encontradas, los sentimientos más sinceros, los secretos mejor guardados.
Es el compendio de la memoria colectiva, de los hechos conocidos, o imaginados, pero sin palabras por ahora… De las versiones de cada protagonista, la incertidumbre, la subjetividad expresada con silencio.
Es un álbum de las imágenes jamás registradas, que ningún hombre retiene, una época cualquiera de la historia, un punto loco en las coordenadas del tiempo.
Un libro blanco, pulcro, sin límites, sin errores, sin opiniones conocidas, sin plagios, sin ideas parecidas, sin firma de autor.
Lo estoy leyendo. Lo bajé del anaquel para gozarlo, para encontrar las palabras que nadie dijo, los recuerdos que fui olvidando, los paisajes inaccesibles, los caminos descartados, los sueños que nadie impide soñar.
El único libro sin censuras propias o ajenas, independiente de culturas e interpretaciones, sin palabras decoradas para disimular verdades, sin respeto a conveniencias ni rebeldías, sin objetivos ocultos, sin mentiras. Sin atarse a ningún estilo, sin nombrar a nadie ni ocultar nombres, sin cercos para la fantasía, sin necesidad de trascender.
Vuelvo a revisarlo y lo encuentro maravilloso, como el “maná” para deambular por el desierto, como el espacio virgen para que nazcan las ideas, tan libre y descomprimido que ni los números de página manchan su blancura.
Hoy, en el día del libro, deposito en la obra en blanco, mi admiración a todos los libros, y a todos los autores.
.
Alberto Vaccaro, 26 de mayo de 2021