Una ciudad cualquiera…

Era una ciudad casi vacía, las calles solitarias, las veredas largas sin peatones, y el reflejo del sol en los charquitos que quedaron desde la lluvia, en los baches del pavimento.

El aire fresco corría sobre la plaza, chanfleado, y la bandera flameaba desflecada, en el mástil del héroe.

Los bancos sin parejas en amores incipientes, y sólo un gato gris sobre un muro de bloques sin revocar, mirando aburrido la tarde soleada y fresca… Casi desierta.

La trama urbana se adormecía sin vehículos cruzando las esquinas, sin saludos de vecinos, sin charlas en el bar… que ya no es un bar.

Una vieja estación de servicios, a la que quitaron los surtidores de combustible.

 Un garaje mal cerrado muestra un automóvil con la puerta abierta, se ve pasar una persona por el fondo de una casa. Una portera sin tranca. No es un pueblo fantasma, sino un teatro inactivo…

Es domingo. La efervescencia laboral se reduce al mínimo y ni siquiera en la comisaría se aprecia movimiento. La plaza desolada, la cancha olvidada con pasto alto, las vías del tren esconden su óxido en la maleza, los almacenes y tiendas están cerrados.

Sólo yo con mis pasajeros en el auto, disfrutando la luz de la tarde con microambiente templado y en la radio un partido de fútbol, en segundo plano.

Un perro flaco por la orilla de la avenida, una vidriera oculta tras la cortina, las viviendas con la persiana baja y ni siquiera el humo de alguna chimenea, como para decir que hay vida tras esa pared.

Ni siquiera palomas en la plaza, ni camiones cargando gasoil en la estación de servicios nueva, aún sin final de obra, pero con expendio habilitado.

Un club con los vidrios rotos, y destino de tapera. La iglesia cerrada con paredes de vidrios gruesos. Una vereda en sombras, la otra soleada, mientras las horas avanzan a medio camino entre el mediodía y el ocaso.

El horizonte parecía muy lejano, sin bocinas, sin motores ruidosos… Una moto a contramano dobla lento en la otra calle. Doy una vuelta a la plaza decadente, con el quiosco rojo cerrado, dos o tres jóvenes charlan en los claroscuros de los árboles desnudos, indiferentes, los coloridos juegos del parquecito sin ni un solo niño… y una sombra triste y fría que recorre la calzada y el caserío sin muchas ganas, con un silencio abrumador, y un pasado que llora, lejos en el tiempo.

Alberto Vaccaro, 13 de junio de 2021

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