Ninguna riqueza podría comprar esos ojos, llenos de empatía.
Ningún poder terreno podría, ninguna fuerza bruta, ninguna tiranía.
Es el manjar que llena el alma, esa evidente alegría, ese choque sutil de puños como saludo de pandemia.
Esa sonrisa franca, más allá de la academia.
Esa confianza que nos conecta, sin abusos.
Conmovido por el cariño espontáneo, por las pupilas nubladas ante mi relato triste, por la atención respetuosa a mi discurso.
Por la despedida personal de todos y de a uno, por una mirada que dice lo que no pueden las palabras.
Si mil veces naciera, mil veces elegiría el aula.