Estoy en el extremo oriental de una playa, sentado en una roca, con el susurro de las olas para llenar el silencio. Ha llegado la noche y las estrellas marcan puentes de luz desde lo desconocido hasta mis ojos.
La Cruz del Sur, el Centauro… las olas moderadas que descansan en la orilla, y yo, sentado en esta roca, tibia todavía, pese al aire marino, fresco y salado.
Ha llegado la noche y los recuerdos del día sobrevuelan mi cabeza. Estás conmigo, mirando la misma estrella, y estoy solo, abrumado por las distancias enormes del gran desierto.
Estás conmigo, de la mano… Y estoy exageradamente solo en el intermedio oscuro de la arena al cielo. Es que no estás, te fuiste, o esta noche no llegaste a acompañarme como aquella vez, hace tantos años. La tibieza de tu piel se siente en la memoria, el silencio compartido, el abrazo más intenso que el aire frío del ocaso. La sensación está conmigo, como un sueño vivo, sin preguntas ni promesas… Son innecesarias las palabras, sólo vale la proximidad llena de paz, de ilusión, que me acompaña en noches como esta. Sirio, Canopus, y las estrellas de Orión… Luces titilantes que me vienen a tocar, aunque no las sienta. Los brazos fríos, las manos apoyadas en la piedra, los ojos buscando imágenes en una dimensión que no es tangible.
A veces me siento solo, aunque esté en la multitud, y a veces me acompañas, pese a la pronunciada soledad.
Hay brillos de luces lejanas en el espejo del mar, fluorescencias apenas perceptibles en la costa, humedad en la arena, y comienzo a caminar sin mirar atrás, sin confesar por qué, sin pensar a dónde… sin preguntarme si estás.
Alberto Vaccaro, 3 de julio de 2021