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QuickBooks Live Bookkeeping Review 2022: Pricing, Services And More – Forbes

QuickBooks Live Bookkeeping Review 2022: Pricing, Services And More.

Posted: Fri, 30 Sep 2022 07:00:00 GMT [source]

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Amigos de ayer

Tuve compañeros de clase, tan amigos, que me ponía contento verlos, conversar con ellos, armar un picadito de fútbol.

¿Qué nos pasó, que el tiempo nos puso lejos?

Con varios de ellos podíamos anticiparnos a la reacción del otro, mirarnos al mismo tiempo cuando se daba lo que pensábamos, pero no hacía falta decirnos.

Sin embargo, un huracán de relojes y almanaques nos dispersó sobre el planeta, nos impuso otras relaciones, nos dio trabajos o estudios diferentes y nuestras vidas tomaron rumbos que no sabemos.

Tanto tiempo pasó por el cauce del arroyo, que ya no somos sino apenas conocidos con un breve pasado común.

Quizás si nos encontráramos, podríamos evocar aquellos pocos años compartidos, pero no sabemos nada de nosotros, de cómo somos, de lo que hacemos, de nuestras familias, de nuestros problemas.

Conocemos el curso alto del río, pero no su cauce entero.

Las circunstancias son cambiantes y tuve amigos en épocas distintas… En la escuela, en los tres liceos donde fui estudiante, en cursos superiores… Compañeros de trabajo, vecinos, camaradas del fútbol.

Pero basta un giro del viento y las direcciones se tornan diferentes. Aquellos amigos de charlas profundas son apenas un episodio que rememoro con cierta simpatía.

Con todos tuvimos alguna comunión de intereses, de gustos, de temas de conversación, de preocupaciones o dificultades, o hasta de diversión… Pero el viento del mar que navegamos, nos llevó a puertos lejanos en rutas divergentes.

…Y el pasado es sólo zona de recuerdos.

Alberto Vaccaro, 21 de junio de 2021

Buscando una estrella

Llovizna sobre mi ciudad, con cielo gris iluminado. Algún barco arriba al puerto, no sé por dónde… Un avión toca tierra tras un largo viaje. La llovizna es fría, la calle quiere ser espejo de sus propias luces. Los focos se juntan allá lejos, como un túnel… Las motos no salieron, no cuajaron las fiestas sabatinas. Charcos de colores y veredas vacías, y apenas se escuchan las gotas en la ventana.
Sé que estás despierta, buscando una estrella tras las nubes. Y corren por el carrusel de tu memoria, una playa y una fuente, un cine, los vidrios empañados de un auto en una ruta solitaria.
La llovizna fría, las noches vividas, y las que no lo fueron. El mar de años que quedó entre hoy y los recuerdos. Los besos que no se repitieron, y quedaron en la otra orilla.
Y la calle mojada por la brizna, los astros escondidos, el paisaje difuso y las gotas agolpadas en el vidrio, la sensación de tocar tus manos, como si en otra dimensión del tiempo, tuvieran otra suerte los laberintos.
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Alberto Vaccaro, 19 de junio de 2021

¿Dónde estás?

¿Dónde estás? Te seguiré buscando, aunque no te encuentre, aunque no sepa bien si eres un sueño o una cita sin fecha ni lugar.

¿Dónde estás? Yo miro atentamente a la vera del camino, al horizonte, en los recodos. Miro sombras en el bosque y detrás de los arbustos, y no te perciben mis sentidos, pero mi alma te siente cerca.

He aprendido a ser paciente, y sigo caminando por aquí y por allá, por los viejos senderos de mi infancia, por los que todavía no conozco, por estos de todos los días… No estás en las vidrieras, ni en los bancos de la plaza, ni en el parque. No estás aquí conmigo, pero tal vez estás. Y recorro la playa de punta a punta, subo a los médanos, me siento en las rocas a descansar… Voy recitando un poema conocido y me parece escucharte a coro, con la voz del viento, con la voz del mar.

¿Dónde estás? Ni en el muelle ni en las pocas sombrillas, ni en el camino insinuado entre pastos duros y ralos… Ni en el arroyito, ni juntando caracoles en las huellas de mejillones molidos, ni buscando objetos curiosos en la resaca que se amontona en una franja de la arena.

Pero buscarte es mi bandera, y no desespero.

A veces me detengo, y siento que vendrás. Salgo a ver las estrellas y te busco en la profundidad oscura, en los secretos de la noche donde tal vez estás, pero te ocultas.

Y cuando la luz del alba asoma tenue por oriente, te busco en la claridad que nace por el cielo, en los colores que despiertan por todos lados, en el reloj, en la tibieza que ingresa por las ventanas, en el café recién servido.

…Y sigo sin saber si eres un sueño, o una cita sin fecha ni lugar.

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Alberto Vaccaro, 18 de junio de 2021.

Los Albertos que fui, los Albertos que soy.

Los Albertos que fui y los Albertos que soy.

Los cambios y mezclas que se van sumando en mi vida, las fuerzas que he ganado… y las que perdí.

¡Qué bueno sería tenerlas todas, sólo agregar, como las filas de ladrillos de la pared! …Con cimientos bien afirmados, y vigas solventes.

Quiero la fantasía y la mente clara de mi infancia, el estado físico y los sueños de mi adolescencia, el empuje de mi juventud, la filosofía que fui forjando en mi edad adulta.

Quiero tener los juegos libres y disfrutables de la niñez, el tiempo para estudiar de mi etapa liceal, los amigos de la juventud, la voluntad de trabajo que felizmente nunca he perdido.

Quiero ser aquel que practicaba fútbol, tenis, salía a pasar la tarde a caballo, iba a la playa con las paletas de madera, o charlaba con mi abuelo en aquellos banquitos de tronco a las puertas del garaje.

Quiero manejar el camión con la atenta vigilancia de mi padre, practicar una poesía con mi madre, para recitarla en la plaza del pueblo… Jugar una tarde con mi primo, o salir a buscar compañeros para un partido de fútbol de campito.

Quiero volver a sentir la satisfacción de mis exámenes aprobados, de ganar una carrera de cien metros, de convertir un gol no importa dónde, de recibir una sonrisa por respuesta al piropo a una linda mujer.

…Caminar por Rocamar con mi hermana, merendar traviatas con café del bolso de mi madre, y si la pesca se pone activa, tomar en mis manos una de las cañas que mi padre clavó en la arena de la playa.

Quiero sentir de nuevo el afecto de mis alumnos, la satisfacción de una clase bien dada, el alma henchida por una acción solidaria que valió la pena…

…Los cariños puros y limpios de la escuela, una buena intervención en clase.

Quiero llevar de nuevo a mi abuela a la peluquería, razonar la falla de un motor en el taller, gastar las calles del barrio en bicicleta.

…Dejar mis errores, que los borre el tiempo.

…Dejar mis fracasos, que a lo sumo sirvan de enseñanza.

…Dejar mis arrepentimientos, que se adormezcan en el pasado.

…Algunos episodios quisiera olvidarlos. Deseo pensar que fui siempre tolerante, que medité por lo menos algunos minutos, antes de actuar por impulso, mostrarme reflexivo, valiente, pero no inútilmente arriesgado, y mucho menos, cruel.

Quiero correr al lado de la bicicleta de mi hermana, haciéndole creer que la sostengo, para que se tome confianza.

…Ir a ver a mis sobrinos recién nacidos.

…Compartir un café con mis padres un domingo de mañana.

Quiero tener el equilibrio que me dieron los años, la perspectiva de la realidad que fui adquiriendo, la sensatez que me hace sentir seguro.

… Y seguir soñando los mismos sueños madurados y románticos de un mundo mejor, con las banderas de siempre, y la espera de un nuevo día, con la ilusión y el entusiasmo de un niño.

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Alberto Vaccaro, 15 de junio de 2021

Una ciudad cualquiera…

Era una ciudad casi vacía, las calles solitarias, las veredas largas sin peatones, y el reflejo del sol en los charquitos que quedaron desde la lluvia, en los baches del pavimento.

El aire fresco corría sobre la plaza, chanfleado, y la bandera flameaba desflecada, en el mástil del héroe.

Los bancos sin parejas en amores incipientes, y sólo un gato gris sobre un muro de bloques sin revocar, mirando aburrido la tarde soleada y fresca… Casi desierta.

La trama urbana se adormecía sin vehículos cruzando las esquinas, sin saludos de vecinos, sin charlas en el bar… que ya no es un bar.

Una vieja estación de servicios, a la que quitaron los surtidores de combustible.

 Un garaje mal cerrado muestra un automóvil con la puerta abierta, se ve pasar una persona por el fondo de una casa. Una portera sin tranca. No es un pueblo fantasma, sino un teatro inactivo…

Es domingo. La efervescencia laboral se reduce al mínimo y ni siquiera en la comisaría se aprecia movimiento. La plaza desolada, la cancha olvidada con pasto alto, las vías del tren esconden su óxido en la maleza, los almacenes y tiendas están cerrados.

Sólo yo con mis pasajeros en el auto, disfrutando la luz de la tarde con microambiente templado y en la radio un partido de fútbol, en segundo plano.

Un perro flaco por la orilla de la avenida, una vidriera oculta tras la cortina, las viviendas con la persiana baja y ni siquiera el humo de alguna chimenea, como para decir que hay vida tras esa pared.

Ni siquiera palomas en la plaza, ni camiones cargando gasoil en la estación de servicios nueva, aún sin final de obra, pero con expendio habilitado.

Un club con los vidrios rotos, y destino de tapera. La iglesia cerrada con paredes de vidrios gruesos. Una vereda en sombras, la otra soleada, mientras las horas avanzan a medio camino entre el mediodía y el ocaso.

El horizonte parecía muy lejano, sin bocinas, sin motores ruidosos… Una moto a contramano dobla lento en la otra calle. Doy una vuelta a la plaza decadente, con el quiosco rojo cerrado, dos o tres jóvenes charlan en los claroscuros de los árboles desnudos, indiferentes, los coloridos juegos del parquecito sin ni un solo niño… y una sombra triste y fría que recorre la calzada y el caserío sin muchas ganas, con un silencio abrumador, y un pasado que llora, lejos en el tiempo.

Alberto Vaccaro, 13 de junio de 2021

¡Corre…!

Corre, te dije, que el tiempo se termina. Corre que después del arcoíris, la lluvia para; después de la tarde irrumpe la noche.

Sube a los árboles, navega el océano, atraviesa la selva… Nada en el río caudaloso, salta desde la cascada, enfrenta las olas furiosas desde la orilla.

Te dije que corrieras, cuando apenas había amanecido.

Dudaste sobre tu día, pero lograste afirmarte en el camino… y las horas transcurrieron con tanta prisa que apenas lo disfrutaste, pasaste el mediodía inmerso en tus banderas, y no dejaste de correr, trepar montañas, lanzarte en paracaídas, acudir en auxilio de alguien cercano, o de un vecino. Gritaste tus verdades… Y lloraste muchas veces por impotencia, por desatinos, por injusticias…

Pero no dejaste nunca de correr, trataste de ver colores en el paisaje gris, de escuchar música entre los peores ruidos, de hacer el bien hasta en aquellos que te golpearon.

Viste eclipses, reyes, cometas, cordilleras, ventanillas de avión… Lograste amar tu sendero y a quienes el sendero transportaba… Pusiste pasión en tus acciones y gozaste con aquellas que salieron bien.

Pero es verdad que la puesta de Sol es implacable… Vendrá la noche.

Con la fuerza que te queda, aprende y enseña, da buenos ejemplos, deja huellas que sirvan a nuevos caminantes, pinta flores irisadas si no las encuentras, canta si hay silencio, y si sientes algún vacío en el alma, escribe un poema.

 

Noche de Cristal

NOCHE DE CRISTAL
Camina las veredas, el duende de la noche… Bebe la luz de las estrellas y se esconde en el rocío, en las ventanas empañadas, en el aire frío de la esquina solitaria.
Va silbando la melodía del viento y esquiva las risas del alcohol, hasta mimetizarse en el cono trunco que dibuja la humedad en los faroles.
Le hace un gesto amistoso al vigilante apenas a media ronda, y navega el incoloro mar de sombras.
El habitante permanente de la noche no va a ninguna parte, pero no se detiene. Trepa los árboles, cruza la calle, da vueltas a la plaza, corre por el parque… Amigo de los miedos, se mete en los pasillos más oscuros, en el ladrido de los perros, la charla del boliche o el silencio más profundo.
Monarca del reino extraño de la madrugada, arquitecto del puente de la alta noche hasta la aurora… De la desesperanza a la cordura.
Lo percibo claramente, pero si intento verlo, se desvanece como las tinieblas con el día.

Alberto Vaccaro, 11 de junio de 2015 y 2021

las manos contra el vidrio

Un niño caminaba por la vereda, y en la vidriera de un comercio, se detuvo. Del otro lado del cristal, había una niña muy bonita, vestida de blanco y cinta rosa por la cintura. El niño miraba sus ojos azules, su cabello lacio, un broche de mariposa en el peinado.

La niña se acercó al vidrio grueso y frío, y apoyó sus manos contra las manos del niño, como en un espejo.

Los rostros se iluminaron con sus propias sonrisas, mientras las manos trataban de percibirse a través de la amplia ventana.

Fueron segundos de encanto, de hipnosis, de palabras innecesarias y emociones tempranas.

Al llamado de su madre, el pequeño se despegó de aquel cuadro, y caminó mirando hacia atrás, hasta perderse… mientras ella, inmóvil y callada, dejó caer los brazos y lo seguía con sus pupilas grandes y azules.

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Alberto Vaccaro, 10 de junio de 2021

 

Restaurantes

Además del Bar Avenida, había otros lugares que solía visitar. El Parador de Velázquez era uno de ellos. Mi padre iba al comercio de Water Razquín, con la excusa de comprar algún repuesto o insumo para los autos que reparaba en el taller. Yo solía acompañarlo, y tras una divertida charla en el mostrador, con toda la teatralidad de bromas del mismo Razquín, de Carlitos Pimienta, Fernández o José Martínez, algún cliente, mi padre y Razquín cruzaban al parador de Velázquez para tomar un café, y poder seguir la charla. Yo tomaba algún refresco y miraba las costumbres de los clientes del parador, me divertía con algunas anécdotas… y a veces se hacía un poco largo para mis expectativas y me aburría. Velázquez y su esposa eran muy amables, y me saludaban con afecto.

Algunas veces, con los amigos de mi padre, tras una reunión de Rotary, nos íbamos a la Parrillada El Rosal. Allí estaba mi amigo Walter Torres, experto en la parrilla, y se comía muy bien. Muchas veces fui con mis amigos a cenar. Era la época del auge en la construcción y Pan de Azúcar tenía otro movimiento, muchas familias cenaban afuera algunas noches y El Rosal era una excelente opción.

Otro lugar que visité, especialmente después de casado, fue el Restaurante de Ruben Serrón, en la esquina de Lizarza y Artigas, donde hoy hay una tienda. Estuvo también en otros lugares, como pegado a Paris Londres, y más tarde en la casa de Vicente Rodríguez, esquina Cruzada con el Centro Progreso. Acostumbrábamos a ir con mi esposa dos o tres veces al mes, y preparaba unas exquisitas milanesas napolitanas. Allí también se reunían muchos grupos de amigos, generalmente en el ámbito de la Liga de Fútbol: El Capitán Álvaro Bravo, el carpintero Leonel Martínez, Emilio Falvo, el “Cámara” Daniel Acosta, hijo de Carmelo, que trabajaba en el Banco Pan de Azúcar, y varios más.

Regresando al Parador de Velázquez… Una noche volvíamos de una cobertura periodística con Carlos Repetto, Director de RBC, y entramos en el local por un refresco.

La Señora de Velázquez, cuando nos vio, nos dejó una frase para la memoria, que nos dio sorpresa, pero también un poquito de orgullo: “Hola, ¿qué hacen por aquí? ¡No quiero poner publicidad! ¡La última vez que anuncié con ustedes venía mucha gente y no daba abasto a preparar la comida!

Nos reímos, pedimos nuestras gaseosas y nos fuimos, sin dejar de sonreír…

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Alberto Vaccaro, 8 de junio de 2021